—¡Sácame de aquí! —chilló Cerdonio, y Jared puso rápidamente manos a la obra para cortar el último nudo.
Cerdonio subió a la rama dando saltos, sin hacer caso de los trasgos que, ladrándoles desde abajo, habían empezado a rodear el árbol.
Jared echó una ojeada alrededor en busca de algo que le sirviese de arma, pero sólo tenía su pequeña navaja. Simon estaba desgajando más ramas mientras Cerdonio huía, saltando de árbol en árbol como un mono. Los gemelos se encontraban solos y acorralados. Si hubiesen intentado bajar, los trasgos se les habrían echado encima. Además, allí abajo, en algún lugar sumido en la penumbra, estaba Mallory, a solas y ciega.
—¿Y los animales de las jaulas? —preguntó Simon.
—¡No hay tiempo!
—¡Eh, lechoncillos! —oyó Jared que gritaba Cerdonio. Se volvió en dirección a la voz, pero Cerdonio no estaba hablándoles a ellos. Bailando alrededor de la hoguera, se metió una gruesa tira de carne de gato quemada en la boca—. ¡Tontainas! —les chilló a los otros trasgos—. ¡Trincapiñones! ¡Zampabodigos! ¡Majagranzas! —Levantó una pierna y orinó sobre la fogata, lo que tiñó las llamas de un resplandor verdoso.
Los trasgos se volvieron de espaldas al árbol y se encaminaron directamente hacia Cerdonio.
—¡Vamos! —dijo Jared—. ¡Ahora!
Simon bajó del árbol lo más rápidamente posible y saltó cuando ya estaba cerca del suelo. Cayó con un golpe sordo, y Jared aterrizó a su lado.
Mallory, sin desprenderse en ningún momento de la rama que seguía sujetando, los abrazó a los dos.
—He oído que los trasgos se acercaban, pero no veía nada —dijo.
—Ponte esto. —Jared le alargó el anteojo.
—Pero si lo necesitas tú... —protestó ella.
—¡Póntelo! —ordenó Jared.
Sorprendentemente, Mallory se lo abrochó en la cabeza sin rechistar.
Echaron a andar hacia el bosque, pero Jared no pudo evitar volverse. Cerdonio estaba rodeado, al igual que el grifo un rato antes.
No podían dejarlo así.
—¡Eh! —voceó—. ¡Mirad! ¡Estamos aquí!
Los trasgos se volvieron y, al divisar a los tres chicos, empezaron a caminar hacia ellos.
Jared, Mallory y Simon arrancaron a correr.
—¿Te has vuelto loco? —chilló Mallory.
—Él nos ha ayudado —respondió Jared.
No estaba seguro de que ella lo hubiese oído, pues jadeaba mientras hablaba.
—¿Adónde vamos? —gritó Simon.
—Al arroyo —contestó Jared.
Su mente funcionaba veloz, más rápida que nunca. El trol representaba su única esperanza. Estaba seguro de que podría pararles los pies a diez trasgos sin problemas. De lo que no estaba seguro era de cómo lo evitarían ellos tres.
Estaba de pie en la orilla.
Si fueran capaces de saltar a la otra orilla, quizá lograrían salvarse. Los trasgos no se imaginarían que había un monstruo en el riachuelo.
Los perseguidores aún iban bastante rezagados. No veían lo que les esperaba más adelante.
Ya casi habían llegado. Jared alcanzaba a vislumbrar el arroyo, pero aún no habían llegado al puente.
Pero entonces vio algo que lo hizo detenerse en seco. El trol estaba fuera del agua, de pie en la orilla, con el brillo de la luna en los ojos y los dientes. Jared calculó que, incluso encorvado, medía más de tres metros de estatura.
—Quéee sueeerte —siseó, extendiendo el brazo hacia ellos.
—Espera —dijo Jared.
La criatura avanzó hacia ellos, con una amplia sonrisa que dejaba al descubierto sus dientes rotos. Estaba claro que no pensaba esperar.
—¿Oyes eso? —le preguntó Jared—. Son trasgos. Diez trasgos gordos. Eso es mucho más que tres niños flacuchos.
El monstruo vaciló. Según el cuaderno, los trols no eran demasiado listos. Jared esperaba que fuera cierto.
—Lo único que tienes que hacer es regresar al arroyo, y nosotros te los traeremos. Te lo prometo.
Los negros ojos de la criatura centellearon con gula.
—Ssssí —dijo.
—¡Deprisa! —exclamó Jared—. ¡Ya casi están aquí!
El monstruo se deslizó hacia el agua y se sumergió sin apenas formar ondas en la superficie.
—¿Qué era eso? —preguntó Simon.
Jared estaba temblando, pero no podía permitirse que eso lo frenara.
—Cruzad el arroyo por ahí, donde no es muy hondo. Tenemos que conseguir que nos persigan y se metan en el agua.
—¿Qué te pasa? —preguntó Mallory—. ¿Estás loco?
—¡Por favor! —rogó Jared—. ¡Tienes que confiar en mí!
—¡Tenemos que hacer algo! —dijo Simon.
—Bueno, venga, vamos —dijo al fin Mallory.
Los trasgos salieron en tropel de la arboleda. Jared, Mallory y Simon corrían por el agua poco profunda en zigzag en torno a la charca. El camino más corto para atraparlos pasaba por el medio del riachuelo.
Jared oyó a su espalda el chapoteo de los trasgos, que ladraban enloquecidos. De pronto, los ladridos se convirtieron en alaridos. Al volverse, Jared vio que algunos de ellos pugnaban por llegar a la orilla. El trol los apresó a todos entre sacudidas y dentelladas y los arrastró a su guarida subacuática.
Jared se estremeció e intentó desviar la mirada. El estómago le dio un vuelco y sintió náuseas.
Simon estaba pálido y parecía un poco mareado.
—Vámonos a casa —dijo Mallory.
Jared asintió con la cabeza.
—No podemos —repuso Simon—. ¿Y todos esos animales?
La luna llena