Dedalete recorrió el patio a toda velocidad, saltando de sombra en sombra. Mallory continuaba practicando esgrima contra la pared de la vieja cochera, de espaldas al sitio donde había desaparecido Simon.
Jared dio un tirón al cable de los auriculares de su hermana para quitárselos. Ella se volvió y le apuntó al pecho con el florete.
—¿Qué pasa?
—¡Los trasgos se han llevado a Simon!
Mallory recorrió el patio con la vista.
—¿Los trasgos?
—¡Venga, daos prisa —sonó la voz de Dedalete, tan chillona como la de un pájaro—, que no es cosa de risa!
—Vamos —Jared señaló la cochera, donde el pequeño duende los esperaba—, antes de que vuelvan.
—¡Simon! —gritó Mallory.
—Cállate. —Jared la tomó del brazo, tiró de ella hacia el interior de la cochera y cerró la puerta a su espalda—. Te van a oír.
—¿Quiénes me van a oír? —quiso saber Mallory—. ¿Los trasgos?
Jared no le hizo caso.
Ninguno de los dos había estado ahí dentro antes. Olía a gasolina y a moho. Había un viejo coche negro cubierto con una lona. Las paredes estaban recubiertas de estantes repletos de botes de hojalata y de frascos de conservas llenos hasta la mitad de líquidos marrones y amarillos. Incluso había compartimentos donde se debían de guardar los caballos hacía mucho tiempo. En un rincón se alzaba una pila de cajas y cofres de cuero.
Dedalete subió de un brinco a una lata de pintura y gesticuló hacia las cajas.
—¡Deprisa, deprisa! ¡Que los talones nos pisan!
—Si los trasgos se han llevado a Simon, ¿por qué estamos hurgando en la basura? —preguntó Mallory.
—Mira —dijo Jared, mostrándole el dibujo de la piedra en el libro—. Buscamos esto.
—Oh, genial —repuso ella—. Cualquiera encuentra eso entre todo este desorden.
—Calla y busca, ¿quieres? —apremió Jared.
El primer baúl contenía una silla de montar, bridas, almohazas y otros utensilios para el cuidado de los caballos. A Simon le habrían fascinado. Jared y Mallory abrieron juntos la siguiente caja.
Estaba llena de herramientas viejas y oxidadas. Había también unas cuantas cajas que contenían cubiertos envueltos en toallas sucias.
—Por lo visto tía Lucinda nunca tiraba nada —observó Jared.
—Aquí hay otra —suspiró Mallory, arrastrando un cajón de madera.
La tapa se deslizó por unas ranuras polvorientas, dejando al descubierto un montón de papeles de periódico arrugados.
—Mira qué antiguos son —comentó Mallory—. La fecha de éste es de 1910.
—No sabía que en 1910 hubiera periódicos —dijo Jared.
Cada hoja recubría un objeto diferente. Jared desenvolvió una y dentro encontró un viejo par de binoculares, y en otra una lupa, con lo que las letras se veían enormes.
—Mira, ésta es de 1927. Son todos distintos.
Jared escogió otra hoja.
—Mira: «Niña ahogada en un pozo vacío». ¡Qué raro!
—Eh, escucha esto. —Mallory alisó una de las hojas de periódico—: «1885. Niño perdido. Las autoridades confirman su muerte por el ataque de un oso», ¡Fíjate en el nombre del hermano superviviente! «Arthur Spiderwick.»
—¡Un momento! ¡Está ahí dentro! —dijo Dedalete, trepando a la caja para meterse en ella. Cuando salió, tenía en las manos el anteojo más extraño que Jared hubiese visto.
Cubría solamente un ojo y se sujetaba a la cara con un clip ajustable a la nariz, dos correas de cuero y una cadena. Ensambladas sobre un cuero resistente, cuatro abrazaderas metálicas esperaban para sujetar algún tipo de lente. Pero lo más raro era la serie de lentes de aumento fijas a unos brazos articulados.
Dedalete se lo entregó a Jared, que lo examinó dándole vueltas entre los dedos. Después, el duende se sacó de detrás de la espalda una piedra lisa que tenía un agujero en el centro.
—La lente de piedra.
La pieza ocular más extraña.
Jared alargó la mano para agarrarla.
Dedalete retrocedió un paso.
—Demuéstrame tu buena fe o no te la daré.
—No hay tiempo para juegos —protestó Jared, horrorizado.
—No tengas prisa, no seas obtuso y demuéstrame que le darás buen uso.
—Sólo la necesito para encontrar a Simon —le aseguró Jared—. Después te la devolveré inmediatamente.
Dedalete arqueó una ceja. Jared lo intentó de nuevo.
—Te prometo que no dejaré que nadie la use, excepto Mallory... Bueno, y Simon. ¡Oh, vamos! Fuiste tú quien sugirió lo de la piedra desde un principio.
—Un niño humano es como una serpiente; promete mucho pero a veces miente.
Jared pensó en Simon y frunció el ceño. Notaba que la frustración y la ira se apoderaban de él. Apretó los puños.
—Dame esa piedra.
Dedalete no dijo nada.
—Dámela.
—Jared... —quiso refrenarlo Mallory.
Sin embargo, Jared apenas la oyó. Le zumbaban los oídos cuando extendió el brazo y asió a Dedalete. El pequeño duende se retorció en su mano, adoptando bruscamente la forma de una lagartija, una rata que le mordió el dedo a Jared y una anguila resbaladiza que se agitaba con violencia. No obstante, Jared era más grande y lo sujetó con fuerza. Al fin, la piedra cayó y golpeó el suelo con un ruido seco. Jared le puso el pie encima antes de soltar a Dedalete. El duende se esfumó mientras Jared recogía la piedra.
—No deberías haber hecho eso —dijo Mallory.
—Me da igual. —Jared se llevó el dedo mordido a la boca—. Tenemos que encontrar a Simon.
—¿Funcionará esa cosa? —preguntó Mallory.
—Ahora lo veremos.
Jared se colocó la piedra delante del ojo y se asomó a la ventana.
«Vienen hacia aquí.»