Las mujeres del profeta
Entre las mujeres del profeta hay que distinguir: 1) aquellas con las cuales consumó el matrimonio después de haberse casado con ellas; 2) las que repudió, sin consumar el matrimonio; 3) las que murieron; 4) las que deseó, pero con las que no se casó; y 5) las esclavas que hizo suyas. El Profeta se casó con quince mujeres y cohabitó con trece de ellas; repudió a dos sin haberlas tocado. Hubo épocas en que tuvo once mujeres; otras, diez, y otras, nueve. Cuando murió dejó nueve viudas.
1, 1) La primera mujer del Profeta fue Jadicha, la hija de Juwaylid b. Asad, hijo de Abd al-Uzza. Jadicha había estado casada antes con Utayyiq b. Aid, de la tribu de majzum, con quien tuvo una hija. Después de la muerte de Utayyiq tuvo por marido a Abu Hala b. Zurara b. Niyas, de la tribu de tamim… Muerto Abu Hala, Jadicha se casó con el Profeta al que dio cuatro hijos: Qasim, Tayyib, Tahir y Abd Allah; todos murieron siendo niños. Le dio también cuatro hijas: Ruqayya, Umm Kultum, Zaynab y Fátima. Mientras Jadicha vivió, el Profeta no se casó con ninguna otra mujer. Después de su muerte se casó con:
1, 2) Aísa, que sólo tenía siete años y era muy joven para consumar el matrimonio. Se quedó en casa de su padre, Abu Bakr, y el Profeta no la llevó a su casa hasta después de la hégira. Durante esos dos años Mahoma se casó con:
1, 3) Sawda b. Zama b. al-Aswad… Aísa fue, de todas sus mujeres, la única que no tuvo marido con anterioridad a su matrimonio con el Profeta. Después de llegar a Medina, y haber consumado su matrimonio con Aísa, se casó con:
1, 4) Hafsa b. Umar que antes había sido esposa de Jumays b. Hudafa. Luego se casó con:
1, 5) Umm Salama b. abi Umayya b. Mugira, de quien era primo. El nombre verdadero de Umm Salama era Hind. Su madre era Barra b. Abd al-Muttalib… El primer marido de Umm Salama había sido Abu Salama Abd Allah b. Asad, de la tribu de majzum. El Profeta se casó después con:
1, 6) Chawayriyya b. Hárit b. abi Dirar, de la tribu de los banu mustaliq… cuyo primer marido había sido Malik b. Safwan. Luego se casó con:
1, 7) Umm Habiba, hija de Abu Sufyán b. Harb. Luego con:
1, 8) Zaynab b. Chahs, casada antes con Zayd b. Harita. Más tarde, el año de la expedición de Jaybar, tomó por esposa a:
1, 9) Safiyya b. Huyay b. Ajtab. Ésta había estado casada con Sallam b. Miskam y, después de la muerte de éste, con Kinana b. Rabi. Kinana fue hecho prisionero y ejecutado por orden del Profeta, a quien correspondió Safiyya como parte del botín. Le dio la libertad y se casó con ella. A continuación se casó con:
1, 10) Maymuna b. Hárit… Ésta había tenido como primer marido a Umays b. Amr, de la tribu de taqif; se había casado, a continuación, con Abu Zuhayr b. Abd al-Uzza.
Éstas son las nueve mujeres que quedaron viudas a la muerte del Profeta, puesto que Jadicha había fallecido antes.
Se casó con otras: unas fueron repudiadas antes de consumar el matrimonio, y otras, después.
2, 11) Una mujer llamada Saba b. Rifaa —y que otros llaman Sana b. Asma b. al-Salt—, que murió antes de que consumara su matrimonio con ella.
2, 12) Otra mujer, a la que unos llaman Saba y otros Sama b. Amr, de la tribu de los banu gifar, con la cual aún no había consumado el matrimonio en el momento en que murió su hijo Ibrahim. Ésta dijo: «Si fuera realmente un Profeta, no hubiera muerto la persona que más quería». El Profeta oyó estas palabras y la repudió al momento.
2, 13) Se casó con una mujer, Arba b. Chabir… de la cual había oído decir que era muy hermosa… Cuando llegó y la vio por primera vez, ésta le dijo: «Se me entrega a ti, pero nadie me ha consultado». El Profeta la repudió al acto y la devolvió a su país.
2, 14) Se casó también con Asma b. Numán, de la tribu de kinda. Al ir a consumar el matrimonio se dio cuenta de que era leprosa, la repudió y la devolvió a su padre.
3, 15) Se casó con Zaynab b. Juzayma… viuda de Tufayl b. Hárit. Murió poco después. Se dice que, excepto Jadicha y Zaynab, ninguna de sus mujeres murió mientras estuvo casada con él.
Éstas son las quince mujeres que todas las tradiciones citan como esposas del Profeta.
[Otras tradiciones, sin embargo, citan cinco más…] Si estas tradiciones relativas a estas cinco mujeres son exactas, el Profeta habría tenido, a lo largo de su vida, veinte esposas. Pretendió, además, a otras cinco con las cuales no se casó…
Además, tuvo dos esclavas: Rayhana b. Zayd, de los banu qurayza, a la cual había escogido entre los cautivos de esta tribu, y María, hija de Simeón, el Copto, que le había regalado el Muqawqis, y con la cual tuvo un hijo, Ibrahim, que murió a los dos años de edad.
(Zotenberg, 3, 327)
Muerte de Fátima
En este año (11) murió Fátima, hija del Enviado de Dios, en la noche del martes del día 3 del mes de ramadán. Tenía entonces veintinueve años poco más o menos. Se dice que lo refirió Abu Bakr b. Abd Allah, quien lo supo de Ishaq b. Abd Allah y éste de Aban b. Salih así: «Se asegura que Ibn Chnurayh lo supo de Amr b. Dinar, y éste de Abu Chafar. Dijo: “Fátima murió tres meses después del Profeta”. Nos ha contado Ibn Yurayh, quien lo supo de al-Zuhrí, y éste de Urwa: “Fátima murió seis meses después del Profeta”. Al-Waqidi, que es el más digno de confianza para mí, dijo: “La lavaron Alí y Asma bint Umays”. Me contó Abd al-Rahmán b. Abd al-Aziz b. Abd Allah b. Utmán b. Hunayf, quien lo supo de Abd Allah b. abi Bakr b. Amr b. Hazm, y éste de Amra, hija de Abd al-Rahmán, que dijo: “Rezó por ella al-Abbás b. Abd al-Muttalib”. Nos contó Abu Zayd. Dijo: “Nos contó Alí, quien lo sabía de Ibn abi Masar”. Éste dijo: “La introdujeron en la tumba al-Abbás. Alí y al-Fadl b. al-Abbás”».
(Tabarí, Anales 11, 2127-2128)
Muerte de Abu Bakr
Me contó Abu Zayd procedente de Alí b. Muhammad con el isnad anterior: «Murió Abu Bakr cuando tenía sesenta y tres años, en Chumada II, el lunes, cuando quedaban ocho noches del mismo (22 de agosto del 634). Fue causante de su muerte un judío que envenenó su arroz o un bocado de otra cosa. También lo probó el médico al-Hárit b. Kalada. Se abstuvo enseguida y dijo a Abu Bakr: “Comes comida envenenada. Hará efecto dentro de un año”. Abu Bakr murió un año después. Estuvo enfermo quince días. Se le dijo: “¡Si hubieras enviado a buscar un médico!”. Replicó: “¿Me vio?”. “¿Y qué te dijo?” “Dijo que hiciera lo que quisiera.” Refiere Abu Chafar: “Murió Attab b. Asid en La Meca el mismo día en que murió Abu Bakr, pues ambos fueron envenenados al mismo tiempo”. [Dicen]: “Después murió Attab en La Meca”. Otros [tradicioneros…] dicen: “La causa de la enfermedad de Abu Bakr es que un lunes, a siete de Chumada II, que era un día frío, se bañó y se puso enfermo, con fiebre, durante quince días; no acudió a la oración”. Había mandado a Umar b. al-Jattab que la dirigiera. La gente entraba a visitarle, pero él estaba cada día peor y permanecía en su casa, la que le había dado el Enviado de Dios, enfrente de la de Umar b. Affán hoy. Utmán le visitó durante la enfermedad. Abu Bakr murió en la tarde del martes, cuando quedaban ocho noches de Chumada II del año 13 de la hégira. Su califato había durado dos años y tres meses y diez noches. Refiere: Abu Masar decía que su califato había durado dos años y cuatro meses menos cuatro noches. Cuando fue enterrado tenía sesenta y tres años. En esto están de acuerdo todos los tradicioneros: murió a la misma edad que el Enviado. Abu Bakr había nacido tres años después de la expedición del Elefante».
(Tabarí, Anales 1, 2127-2128)
Mujeres de Abu Bakr
Alí b. Muhammad refiere procedente de los ancianos que lo sabían y lo contaban: Abu Bakr se casó en la chahiliyya con Qutayla. En esto coinciden al-Waqidi y al-Kalbi. Dicen: Esta Qutayla era hija de Abd al-Uzza b. Abd b. Asad b. Chabir b. Malik b. Hisl b. Amir b. Luayyi. Le dio como hijos a Abd Allah y a Asma. En la chahiliyya se casó también con Umm Rumán, hija de Amir b. Amira b. Duhl b. Duhmán b. al-Hárit b. Ganam b. Malik b. Kinana. Otros dicen que Umm Rumán era hija de Uwaymir b. Abd Sams b. Attab b. Udayna b. Subay b. Duhmán b. al-Hárit b. Ganam b. Malik b. Kinana. Le dio como hijos a Abd al-Rahmán y a Aísa. Estos cuatro hijos que hemos citado nacieron de las dos esposas que hemos citado en la chahiliyya. En tiempos del islam se casó con Asma bint Chafar b. abi Tálib. Esta Asma es la hija de Umays b. Mad b. Taym b. al-Hárit b. Kab b. Malik b. Kuhafa b. Amir b. Rabia b. Amir b. Malik b. Nasr b. Wahb Allah b. Sahrán b. Ifris b. Half b. Aqtal, o sea, Jatam. Tuvo con ella a Muhammad b. abi Bakr. Ya en el islam, también se casó con Habiba bint Jaricha b. Zayd b. abi Zuhayr del [clan] de los banu-l-Hárit b. Jazrach, que estaba encinta cuando murió Abu Bakr. Dio a luz, después de su muerte, a una muchacha que fue llamada Umm Kultum.
(Tabarí, Anales 1, 2134)
Utilización de los elefantes por el ejército persa
Cuando los caballos se enfrentaron a los elefantes cubiertos de hojas de palmera —mientras los caballos llevaban gualdrapas y los jinetes, armas—, vieron algo terrible como jamás habían contemplado. Cuando los musulmanes intentaron atacar, sus caballos no avanzaron, y cuando [los persas] atacaron a los musulmanes con los elefantes con sus campanillas, los escuadrones se asustaron y los caballos no salieron en su defensa; por el contrario, huyeron y los persas los acribillaron con sus flechas y el dolor mordió a los musulmanes, que no pudieron acercárseles.
Abu Ubayda echó pie a tierra y su gente hizo lo mismo. Luego, caminaron hacia los persas y los rechazaron con las espadas. Los elefantes no los atacaron, sólo los rechazaron. Abu Ubayda gritó: «¡Rodead a los elefantes, cortad sus cinchas y derribad a quienes los montan!». Él, por su parte, asaltó al elefante blanco, se colgó de su cincha y la cortó. Los que lo montaban se cayeron. Y el resto de la gente hizo lo mismo: no dejaron elefante sin quitarle la silla, y mataron a sus dueños. Pero el elefante [blanco] atacó a Abu Ubayda, y éste le golpeó ligeramente en el belfo con la espada. El animal lo cogió con la trompa y Abu Ubayda se escabulló, mas el elefante volvió a asirle con la trompa y Abu Ubayda se cayó. Entonces, el elefante lo pisoteó y permaneció erguido sobre él.
Cuando la gente vio que Abu Ubayda estaba debajo del elefante, algunos se rindieron, pero el que estaba nombrado como sucesor de Abu Ubayda tomó el estandarte, se adelantó y luchó con el elefante hasta apartarlo de Abu Ubayda, a quien arrastró hacia los musulmanes. Éstos guardaron celosamente su cuerpo. Después se escabulló del elefante, pero éste lo cogió con la trompa, como había hecho con Abu Ubayda, lo pisoteó y se irguió sobre él. Y así se fueron sucediendo siete valientes: cada uno de ellos cogía el estandarte y peleaba con el elefante hasta que moría.
Finalmente cogió el estandarte al-Mutanna, mientras la gente huía. Cuando Abd Allah b. Martad al-Taqafi vio lo que le había ocurrido a Abu Ubayda y quienes le habían seguido, corrió hacia el puente de barcos, cortó sus amarras y gritó: «¡Soldados! Morid como han muerto vuestros jefes, luchando contra ese animal, o venced». Los politeístas siguieron a los musulmanes hacia el Puente…
(Tabarí, Anales 1, 2178. Cf. Zotenberg 4, pp. 134-137)
¿Deben casarse los musulmanes con dimníes?
Cuenta Sayf, quien lo supo de Abd al-Malik b. abi Sulaymán, y éste de Said b. Chubayr. Después de haber nombrado Umar b. al-Jattab a Hudayfa como gobernador de al-Madain, y cuando ya vivían allí muchos musulmanes, el califa le escribió: «Me he enterado de que te has casado con una mujer dimmí de al-Madain. Repudíala». Hudayfa le contestó: «No lo haré hasta que me hayas informado de si el matrimonio es lícito o ilícito, y de lo que pretendes con esa orden». El califa le contestó: «El matrimonio es lícito pero las mujeres dimmíes son astutas y si las aceptáis, desplazarán a las mujeres [árabes]». El emir dijo: «Ahora la repudio».
(Tabarí, Anales 1, 2374)
Muerte de María, concubina del poeta
En este año (16/637) murió María, la madre del hijo del Enviado de Dios, la madre de Ibrahim. Umar dirigió el rezo. Está enterrada en al-Baqi. Esto ocurrió en el mes de muharram.
(Tabarí, Anales 1, 2480)
Cuatro tradiciones sobre la promulgación de la era de la hégira
Me contó 1) Abd al-Rahmán b. Abd Allah b. Abd al-Hakam y éste de 2) Nuaym b. Hammad y éste 3) de al-Darawardi y éste de 4) Utmán b. Ubayd Allah b. abi Rafi que éste dijo: Oí a 5) Said b. al-Muysayyal decir: «Umar b. al-Jattab reunió a las gentes y les preguntó: “¿Desde qué día empezamos a contar las fechas?” Alí exclamó: “Desde el día en que el Enviado de Dios emigró abandonando la tierra de los politeístas”». Y así lo hizo Umar.
Me contó 1) Abd al-Rahmán y éste de 2) Yaqub b. Ishaq b. abi Attab y éste de 3) Muhammand b. Muslim al-Taif y éste de 4) Amr b. Dinar y éste de 5) Ibn Abbás que dijo: «La era se cuenta a partir del [principio del] año en que llegó el Enviado de Dios a Medina. En ese año nació Abd Allah b. Zubayr».
En este año se hizo empezar la fecha por la hégira en rabi I. Dice: Me contó 1) Ibn abi Sabra y éste de 2) Utmán b. Ubayd Allah b. abi Rafi y éste de 3) Ibn al-Musayyb que éste dijo: «El primero que fijó la era de la hégira fue Umar, dos años y medio después de haber sido elevado al califato. Se decidió que su inicio coincidiera dieciséis años después de la emigración por consejo de Alí ibn abi Tálib».
Refiere Abu Chafar: El primero que fijó la era de la hégira y la prescribió, según lo que me contó al-Hárit y éste de Ibn Sad y éste de Muhammad b. Umar [que su padre] lo hizo en el año 16, en el mes de rabi I… Umar fue el primero que fechó y selló los escritos con un sello de tierra.
(Tabarí, Anales 1, 2480 y 2749)
Administración económica
El relato vuelve al punto en que lo dejó Sayf. Refieren: Umar escribió a Sad b. Malik [b. abi Waqqás, en Kufa] y a Utba b. Gazwán [en Basora] que asentaran a la gente en todos los lugares fértiles, de buena tierra. Les mandó que les ayudasen [con ata] en la primavera de cada año y que cada mes de muharram les repartiesen su fay en el momento en que vieran la salida helíaca de Sirio, es decir cuando hubiesen terminado la cosecha. Antes de ocupar Kufa dos ata [por año].[1]
(Tabarí, Anales 1, 2846)
Confiscación de bienes de los gobernadores por Umar B. Al-Jattab
Se dice que Umar envió una carta a Amr b. al-As en que le decía: «Los gobernadores estáis sentados sobre fuentes de riquezas, recogéis lo prohibido, devoráis lo prohibido y heredáis lo prohibido. Por eso te mando a Muhammand b. Maslama al-Asarí para que confisque una parte de tus bienes. Enséñale todo lo que tienes. Y la paz».
Amr intentó sobornar a Muhammad b. Maslana, éste se negó a aceptar y Amr, para convencerle, le dijo: «Muhammad, tú rechazas mis regalos. Pero yo ofrecí regalos al Enviado de Dios y éste los aceptó al regreso de la expedición de Dat al-Salasil». Muhammad le contestó: «El Enviado de Dios aceptaba o rechazaba lo que quería por inspiración divina. Yo habría aceptado tus regalos si fueran de un hermano a otro, pero son los regalos de un imán. ¡Sólo daño puede venir!». Amr exclamó: «¡Dios maldiga el día en que acepte ser el lugarteniente de Umar b. al-Jattab! He visto a mi padre al-As b. Wail vestido de brocado con botones de oro mientras que al-Jattab (padre de Umar) llevaba leña encima de un asno en La Meca». Muhammad replicó: «Pero tu padre, como el suyo, están en el fuego del infierno y ahora Umar es mejor que tú. Si no fuese por aquel día que acabas de maldecir, te habrías encontrado ahora sólo con una asna de la cual sólo tendrías su leche. ¡Ésa sería toda tu alegría y sus quejidos tu máximo dolor!».
Amr aceptó que se había ido de la lengua, le mostró sus bienes y le fue confiscado lo ordenado por el Califa.
(Tabarí, Anales)
Administración económica de Sawad
Me escribió al-Surri y éste de Suayb y éste de Muhammad b. Qays y éste de Amir al-Sabí quien dijo: «Le pregunté: “¿Cuál es la situación legal de Sawad?”. Respondió: “Fue conquistada por la fuerza toda la tierra, a excepción hecha de las fortalezas. Sus habitantes emigraron. Por eso se les ofreció una capitulación (sulh) a cambio de la dimma. Aceptaron. Regresaron y pasaron a ser dimmíes, por lo cual se les respetó la vida y los bienes. Ésta es la tradición. Así actuó el Enviado de Dios en Dumat [al-Chandal]. Lo que había pertenecido a la familia sasánida y a quienes emigraron con ellos pasó a ser fay. Dios lo entregó a los vencedores”».
Se cuenta procedente de Sayf y éste de al-Mustansir b. Yazid y éste de Ibrahim b. Yazid al-Najai que éste dijo: «El Sawad fue conquistado por la fuerza, sus habitantes huyeron, pero se les invitó a regresar. A aquellos que regresaron se les impuso la chizya y fueron dimmíes. Los bienes de aquellos que no regresaron pasaron a ser fay y no es lícito vender ninguno de estos bienes que están comprendidos entre al-Chabal y Udayb, en la tierra de Sawad, pero no en al-Chabal».
(Tabarí, Anales 1, 2732 y 2735)
Umar B. al-Jattab es amenazado por su futuro asesino
Refiere uno: «El califa Umar se paseaba un día por el mercado de Medina cuando le salió al encuentro Abu Lulua, gulam o siervo de al-Mugira b. Saba que profesaba la fe cristiana [¡y vivía en Medina!], porque éste le hacía pagar un jarach mayor del debido. El califa le preguntó: “¿Cuánto pagas?”. “Dos dirhemes al día.” “¿Qué oficio tienes?” “Varios.” Al oírlo, el califa consideró justo lo que se le exigía y añadió: “Me han dicho que te has jactado de poder hacer un molino movido por el viento”. Abu Lulua dijo que sí. Entonces el califa le dijo: “¡Hazme uno!”. El siervo contestó amenazadoramente: “Si fuera libre te haría un molino del que hablarían los que viven en Oriente y en Occidente”. Y se alejó. El califa volvió a su casa. Al día siguiente, temprano, se presentó Kab b. al-Ahbar y le dijo: “¡Emir de los creyentes! ¡Nombra un sucesor, pues eres hombre muerto antes de tres días!”. El califa, estupefacto, le preguntó: “¿Cómo lo sabes?”. Y Kab respondió: “Lo he encontrado escrito en el libro de Dios, la Tawrit” [o, sea, la Torá o Pentateuco]».
(Tabarí, Anales 1, 2722)
Conquista de África y España en el año 27/647
Al enviar Utmán (sic) a Amr b. al-As a Misr a Alejandría, y a Abd Allah b. abi Sarh a Ifriqiyya, había ordenado a éste que después de terminar la conquista de África, despachase a Abd Allah b. Nafi y a Abd Allah b. al-Husayn hacia España y hacia el país de los bereberes. Los dos Abd Allah emprendieron la expedición, conquistaron las regiones encomendadas y convirtieron a sus habitantes al islam. Anunciaron su victoria a Utmán y enviaron a Medina la quinta parte del botín. Utmán les dirigió una carta en la que les decía: «No estáis lejos de Constantinopla. Id y pedid hombres a los bereberes que han abrazado el islamismo». Los beréberes les dieron tropas y los dos generales musulmanes embarcaron y, por mar, se dirigieron hacia Constantinopla. Después de haber saqueado la región y capturado un botín considerable, volvieron a España… Los musulmanes conservaron estas posesiones hasta la época de Hisam b. Abd al-Malik [105/724-125/743]. En ese momento los bereberes se sublevaron, mientras que España continuó siendo musulmana…[2]
El pretendido incendio de la Biblioteca de Alejandría
Es posible también que los libros de una de las bibliotecas, o de ambas, fueran secuestrados por los romanos y llevados a la capital [Roma]. En nuestro propio siglo, los conquistadores han perpetrado daños semejantes: era mucho más fácil apoderarse de ellos a comienzos de nuestra era. Sin embargo, los principales enemigos de la Biblioteca no fueran los romanos, sino los cristianos. Su declive se fue acentuando en la misma medida en que Alejandría fue controlada más efectivamente por los obispos, ya ortodoxos, ya arríanos. Hacia fines del siglo IV el paganismo menguaba en Alejandría; el Museo (si existía aún) y el Serapeum fueron sus últimos refugios. Los viejos cristianos y los prosélitos odiaban la Biblioteca, porque ésta era, a sus ojos, la ciudadela de la incredulidad y de la inmoralidad: sus cimientos fueron gradualmente minados y entró en decadencia.
La Biblioteca se concentraba por entonces en el Serapeum y éste resultó finalmente destruido bajo Teodosio el Grande (379-395) por orden de Teófilo (obispo de Alejandría, 385-412), cuyo fanatismo antipagano fue excesivo. Muchos libros acaso pudieron salvarse, pero, según Orosio, la Biblioteca no existía, virtualmente, en 416.
Se ha narrado a menudo que los musulmanes destruyeron la Biblioteca cuando tomaron y saquearon Alejandría… De la Biblioteca primitiva poco quedaba para destruir… si es que algo quedaba aún. Los libros paganos eran mucho más peligrosos para los cristianos —que podían leerlos fácilmente— que para los musulmanes, que de ninguna manera podían leerlos.[3]
(Historia de la Ciencia: Ciencia y cultura helenísticas en los últimos tres siglos a.C., de George Sarton (Harvard, 1959), traducida por J. Babini, Buenos Aires, Eudeba, 1965)
Exención de impuestos a musulmanes no musulmanes
La vanguardia de Suraqa estaba mandada por Abd al-Rahmán b. Rabia. En el camino de este ejército se encontraba el territorio de un príncipe llamado Sahriyar, que se presentó a Abd al-Rahmán y le pidió la paz, pero no quiso pagar tributo. Dijo: «Me encuentro entre dos enemigos: los jazares y los rusos. Ambos pueblos son enemigos del mundo entero y, en especial, de los árabes. Sólo nosotros sabemos cómo hacerles la guerra. Por tanto, en vez de pagaros un tributo, lucharemos contra los rusos equipándonos y armándonos nosotros. Así les impediremos que salgan de sus tierras. Considerad que esta guerra, que nos vemos obligados a hacer todos los años, es una compensación de los impuestos de los dimmíes». Abd al-Rahmán respondió: «Tengo un jefe. Le consultaré». Envió a Sahriyar, acompañado por una escolta, a Suraqa.
Éste, a su vez, quiso consultar a Umar. El califa decidió que esas gentes quedarían exentas de impuestos. Esta decisión creó precedente: ninguno de los pueblos que habitan los desfiladeros (del Cáucaso) pagan ni capitación ni jarach, pues combaten a los infieles, defienden a los musulmanes y éstos, en compensación, no les exigen tributos. Esta misma medida se aplicó en la conquista de Transoxiana y se aplica a las regiones de Sichab y Fargana: no pagan impuestos ya que están continuamente en lucha contra los turcos, a quienes impiden que invadan el territorio musulmán.
(Zotenberg 4, 229)[4]
Los ángeles combaten al lado de los musulmanes
Uno de los hombres que había tomado parte de la expedición de Abd al-Rahmán encontró a Umar el cual le preguntó cómo habían cruzado el desfiladero, cómo habían avanzado a través del país y cómo habían combatido. Ese hombre respondió: «Todas esas tierras están habitadas por paganos, jazares y alanos mezclados con turcos. Cuando llegamos se dijeron: “Nunca jamás se ha atrevido a venir aquí un ejército de hombres. Para atreverse a atacarnos deben ser ángeles del cielo”. Luego nos preguntaron si éramos ángeles u hombres. Respondimos: “Somos hombres, pero tenemos ángeles que nos acompañan por todos los lugares por donde vamos y que están dispuestos a intervenir si somos atacados.” Ante esto no se atrevieron ni a acercarse ni a atacarnos, ya que se decían: “No se puede matar a estos hombres porque los ángeles los acompañan.” Avanzamos por el país hasta llegar a una ciudad y un hombre dijo: “Voy a acometer a uno de ellos y veremos si muere o no.” Se escondió detrás de un árbol y lanzó una flecha que mató a uno de los nuestros. Sus coterráneos se dieron cuenta de que éramos mortales y nos atacaron y, ante esto, volvimos a Derbend».
(Zotenberg 4, 231)
El «socialismo» de Abu Darr al-Gifarí
Cuando Abu Darr se presentó ante Utmán, éste se encontraba en compañía de Kab al-Ahbar. Abu Darr saludó. Utmán le mandó que se acercara, le preguntó por el viaje y después le dijo: «Abu Darr, yo sólo puedo pedir a los musulmanes que den la parte de sus bienes que deben a Dios. No puedo mandarles que renuncien a los mismos ni forzarles a que den limosna. Esto no es de mi incumbencia». Abu Darr respondió: «Debes hacer lo que yo oí al Profeta: “Se te ha ordenado ser generoso”, es decir, que hay que dar limosna a los pobres y preocuparse de ellos. Esto forma parte de la religión y tú estás obligado a mandar que se cumpla». Kab al-Ahbar intervino: «Cuando se ha pagado el impuesto legal, ninguna religión obliga a pagar más». Abu Darr levantó el bastón que llevaba en la mano y golpeó con él en la cabeza de Kab, causándole una herida que sangró abundantemente, y le dijo: «¿Hasta cuándo, judío, te mezclarás en los asuntos de los musulmanes?». Kab se levantó, agarró a Abu Darr, se acercó a Utmán, se puso de rodillas y pidió que se aplicara la ley del talión a su atacante. Utmán le dijo: «Estás en tu derecho, pero cédemelo». «Te lo cedo», replicó Kab. Y se marchó. Utmán amonestó a Abu Darr diciendo: «Ten cuidado con la lengua y sé más tolerante con el prójimo». Abu Darr suplicó: «Deja que me aparte de los hombres, ya que no puedo vivir con los hombres de esta época». «¿A dónde quieres ir?» «A Rabada, ya que el Profeta me dijo: “Vivirás solo, morirás solo y resucitarás solo”». Abu Darr se instaló en Rabada, a una jornada de marcha por el desierto, y allí se quedó cuidando de unos camellos y carneros que le cedió Utmán.
(Zotenberg 4, 290)
La batalla de Dat al-Sawari
Abd Allah b. abi Sarh era gobernador de Egipto y de África, que había arrebatado al rey de los Rum [bizantinos]. Éste reunió un ejército para reconquistar Egipto y África. Jamás se había visto embarcar a tantos soldados. Abd Allah salió a su encuentro con treinta mil hombres embarcados en cuarenta buques. Al llegar a Dat al-Sawari, la flota musulmana encontró a la bizantina, compuesta por quinientos navíos repletos de soldados. Viendo la fuerza enemiga, los árabes tuvieron miedo. El viento mantuvo separadas las dos escuadras, en alta mar, durante tres días y tres noches. Cuando cesó el viento, se lanzaron al abordaje y se inició la batalla. Se combatió encarnizadamente con sables, lanzas y flechas. Una de éstas alcanzó al rey de Rum y le hirió. Los romanos [bizantinos] rompieron sus líneas y levaron anclas.
Los musulmanes, viendo que los romanos [bizantinos] huían, pidieron a Abd Allah que se lanzara en persecución del enemigo. Abd Allah se negó. Muhammad b. abi Bakr, que se encontraba entre los combatientes, le dijo: «Es necesario que les persigamos». Abd Allah le replicó: «¡Cállate! ¡Tú no tienes el mando!». Muhammad, ofendido, exclamó: «¡Cierto! Tú, que ayer eras un apóstata, mandas, y yo no». Muhammad b. abi Hudayfa también era partidiario de perseguir a los vencidos, pero Abd Allah le replicó con dureza: «¡Cállate! ¡Esto no es de tu incumbencia!». Los soldados empezaron a murmurar contra Abd Allah y Utmán diciendo: «No es culpa tuya. Es culpa de Utmán que ha puesto al mando de los musulmanes a un hombre como tú. Deberíamos matarte. Debemos marchar sobre Medina y contra Utmán, si no ¿de qué servirá luchar contra los infieles en el mar?». De este tipo eran las discusiones entre los soldados. Abd Allah no permitió levantar anclas hasta que los bizantinos se hubieran alejado. A continuación condujo a Egipto a los soldados musulmanes.
(Zotenberg 4, 211)
Abd Allah b. Saba
Abd Allah, hijo de Saba, era un judío del Yemen que había leído los libros antiguos y era muy sabio. Llegó a Medina para convertirse al islam en presencia de Utmán, esperando que éste le recompensara. Pero Utmán no le hizo caso y Abd Allah empezó a hablar mal del califa por todas partes. Cuando se informó a éste, exclamó: «¡Qué se cree ese judío!», y mandó que lo expulsaran de la ciudad. Abd Allah marchó a Egipto y muchas gentes se pusieron a su lado, ya que sabía muchas cosas. Cuando tuvo un grupo de adictos, les expuso las siguientes doctrinas: «Los cristianos dicen que Jesús volverá a este mundo, pero los musulmanes tienen más derecho a sostener que será Mahoma el que volverá, ya que en el Corán se dice (4, 85/85): “Quien te ha impuesto el Corán te devolverá a un lugar de retorno”». Algunos aceptaron esta exégesis y, cuando estuvieron convencidos, Abd Allah expuso otra: «Dios —decía—, ha enviado a este mundo ciento veinticuatro mil profetas y cada uno de éstos tuvo un visir. El ministro y lugarteniente de Mahoma era Alí y, por tanto, éste era su sucesor. Umar se había apoderado ilegítimamente del poder, ya que cuando Umar estableció la sura, todos sus miembros estaban de acuerdo en proclamar a Alí, y Abd al-Rahmán b. Awf le había dado ya su mano para prestar juramento. Pero Alí fue engañado por Amr b. al-As de tal modo que Abd al-Rahmán b. Awf cogió la mano de Utmán y le prestó juramento. Utmán, en consecuencia, era un usurpador».
Cuando sus adeptos hubieron aceptado esta doctrina, y ésta quedó enraizada en su corazón, Abd Allah dijo: «Exhortar a hacer el bien es un deber, lo mismo que la plegaria y el ayuno, ya que el Corán dice (3, 108/110): “Sois la mejor comunidad que se ha hecho surgir para los hombres: mandáis lo establecido, prohibís lo reprobable…”. En este momento no podemos hacer nada contra Utmán, no podemos expulsar a sus funcionarios y hemos de soportar su opresión. Pero vamos a exhortarle para que no haga el mal». Abd Allah quería así que sus seguidores entorpecieran el trabajo de los funcionarios. El pueblo, seducido por la afirmación de la reaparición del Profeta, y de que Alí era el verdadero depositario de la autoridad, se convenció de sus doctrinas y proclamó que Utmán era un infiel. Pero esta creencia se ocultaba y sólo se hacía propaganda de la necesidad de mandar lo establecido y prohibir lo reprobable.
(Zotenberg 4, 306)
Confinamiento de Aísa
Alí quería que Aísa regresara a Medina y le envió a Abd Allah b. Abbás con el mensaje siguiente: «El Profeta me predijo que algún día tendría que luchar con una de sus mujeres y me recomendó que cuando ocurriese, y una vez que yo hubiera vencido, la enviara a su casa. Tu casa está en Medina». Por mediación de Abd Allah b. Chafar b. abi Tálib, le envío diez mil dirhemes del tesoro público y Abd Allah añadió cinco mil dirhemes de su propio peculio. Alí mandó que la acompañaran cuarenta mujeres, esposas de los principales señores de Basora, y él mismo la escoltó por espacio de tres millas. Salió de Basora un sábado. En el momento de separarse, Aísa detuvo su camello y dirigió unas palabras al numeroso gentío que la acompañaba. Dijo: «Lo ocurrido estaba ya decidido por el destino. No os guardéis rencor los unos a los otros: todos sois mis hijos. Consideraos hermanos». A continuación, refiriéndose a Alí, añadió: «Entre nosotros, al principio, no había más discrepancias que las que nacen entre una mujer y la familia de su marido. Ahora es más bueno y generoso conmigo que otras veces». Alí intervino: «Tiene razón. No había ningún motivo de hostilidad entre nosotros. Ella es la madre de los creyentes y la esposa del Profeta y tiene derecho a los máximos honores». El califa mandó a [sus tres hijos] Hasán, Husayn y Muhammad b. al-Hanafiyya que acompañaran a Aísa hasta la tercera jornada y él se volvió a Basora.
(Tabarí, Anales)
La noche del clamor
La batalla continuó durante toda la noche; se utilizaba por igual el sable, la lanza y el puñal; se combatía cuerpo a cuerpo; se agarraban por las barbas y la sangre corría como un riachuelo. Esta noche se llamó «la noche del clamor». Jamás se había visto algo tan horroroso. La espada de Alí segaba sirios sin parar y por la mañana era imposible maniobrar de tantos cadáveres como había por el suelo. Pero Alí restableció sus líneas y renovó el ataque.
Los sirios huyeron gritando: «¡Todos vamos a morir!». Muawiya no sabía qué hacer, pero Amr b. al-As le dijo: «Manda a los soldados que aten a la punta de sus lanzas un Corán y que exhorten a sus enemigos a no luchar con el Libro de Dios». Muawiya siguió el consejo y ordenó que se gritara a los soldados de Alí estas palabras: «¡Hombres del Iraq! Si los habitantes de Siria y el Iraq se exterminan ¿quién quedará para profesar el islamismo? Os invito a obedecer el Libro de Dios, en el cual nosotros creemos al igual que vosotros». Las tropas del Iraq contestaron: «¡Estamos de acuerdo!».
Alí se colocó entre los dos ejércitos y, dirigiéndose al enemigo, chilló: «¡No es la religión lo que os ha incitado a hacer esto! Sabéis que estáis perdidos y decís a vuestros soldados, en el momento en que emprenden la fuga, “¡Esperad!”. Es Amr b. al-As quien os ha aconsejado obrar así; es una estratagema para detener la batalla». Las tropas de Alí se dividieron, y éste se vio rodeado de una multitud que decía: «No queremos faltar al respeto del Libro de Dios. Si te niegas a obedecerles, te mataremos igual como hicimos con Utmán, ya que éste no seguía las leyes del libro». Después forzaron al califa a que llamara a Malik al-Astar, que continuaba combatiendo, y amenazaron con matarle, junto con Malik, con sus sables. Malik les exhortó: «¿No sentís vergüenza, soldados, por dejaros engañar por unos tahúres y por sublevaros contra el Emir de los Creyentes?». Le replicaron: «No podemos combatir a aquellos que nos invitan a seguir el Libro de Dios. Si continuáis luchando, os abandonamos». Y, efectivamente, dejaron de combatir…
(Tabarí, Anales)
El arbitraje (hukuma)
El acuerdo de Siffín fijaba que dos árbitros, Abu Musa y Amr, debían estudiar cada uno, de modo independiente, el texto del Corán, desde el principio hasta el fin y que al cabo de ocho meses, el primer día del mes de ramadán, se reunirían en Dumat al-Chandal, lugar situado a medio camino de Siria y el Iraq. Se había estipulado también que Alí y Muawiya, cada uno por su parte, enviarían cuatrocientos hombres y que podrían asistir ellos mismos.
Esos hombres habrían de ser elegidos entre todos aquellos que reunieran las condiciones necesarias para poder ser califa: servirían de testigos a la decisión de los árbitros, tanto si su elección recaía en Alí o en Muawiya. En el caso de que Abu Musa y Amr decidieran que ninguno de los dos aspirantes podía ser califa, tendrían el derecho de elegir a uno de esos ochocientos hombres.
En el momento convenido, Abu Musa se presentó en Dumat al-Chandal, y lo mismo hizo Amr acompañado de cuatrocientos coraixíes. Éste quedó asombrado al ver solo a Abu Musa y le hizo notar que Muawiya había cumplido lo pactado, y Alí no. Abu Musa escribió a Alí y éste hizo buscar cuatrocientos hombres en el Iraq, en el Hichaz, en La Meca y en Medina, y los mandó a Dumat al-Chandal, poniendo a su frente a Abd Allah b. Abbás. Sólo faltaba un compañero del Profeta, Sad b. abi Waqqás, que se había retirado del mundo y vivía en el desierto al cuidado de unos cuantos carneros. Las tradiciones difieren en cuanto a lo que se refiere a Muhammad b. abi Bakr. Unos autores dicen que estaba en Dumat al-Chandal y otros sostienen que no. Entre los presentes que esperaban alcanzar el califato se encontraban Abd Allah b. Zubayr y Muhammad b. Talha. Entre quienes no aspiraban al cargo se encontraba Abd Allah b. Umar.[5]
(Tabarí, Anales)
Los jarichíes deciden apelar a las armas
Los jarichíes esperaron el resultado de la reunión entre Musa y Amr. Cuando lo supieron se presentaron ante Alí y le dijeron: «No nos quisiste escuchar cuando te aconsejamos que no dejaras en manos de dos hombres incompetentes el juicio de las decisiones de Dios. Tú, así, te has convertido en un hereje y nos es lícito matarte». El día siguiente, viernes, Alí subió al mimbar y empezó la plática, pero un hombre se puso en pie y chilló: «¡La decisión sólo pertenece a Dios!», o sea, la consigna de los jarichíes. Alí le replicó: «¡Tienes razón! La decisión sólo pertenece a Dios. Pero es necesario que uno de los servidores de Dios en la tierra ejecute la decisión de Dios. Vosotros sostenéis que los hombres no necesitan ni jueces ni soberanos que cuiden del gobierno. Si así fuera, la sociedad estaría en peligro y los hombres se perjudicarían los unos a los otros». En seguida se levantó otro que gritó: «¡Alí! —no le dio el tratamiento de emir de los creyentes—. ¡La decisión sólo pertenece a Dios!». Otro, otro y otro, y así más de cien, repitieron las mismas palabras. Alí consiguió hacerse oír y dijo: «Yo puedo daros consejos pero no los escucháis; puedo decir y repetir que la culpa del arbitraje la tenéis vosotros, pero no me hacéis caso. Pero quiero dejar claras tres cosas: que no os impediré asistir a los oficios religiosos en la mezquita; que si en nombre de la religión me forzáis a combatiros, decidiré que podrá considerarse como botín todo lo vuestro; y que sólo os atacaré si vosotros me atacáis primero».
Viendo que Alí no quería iniciar la lucha se dirigieron a su jefe y le dijeron: «Hay que renunciar a este mundo y obtener el otro. Los hombres que acordaron este arbitraje son infieles y hay que decirlo públicamente». A continuación enviaron misioneros por todas las provincias para dar a conocer sus ideas y pedir a sus adherentes que se reunieran un día determinado en Nahrawán.
(Zotenberg 4, 388)