La evolución temática en el Corán
Hemos apuntado más arriba las dificultades en que se encuentran los tratadistas del Corán para establecer una sucesión cronológica de las aleyas a lo largo de todo el proceso de la revelación. Ya en tiempos antiguos, cuando se procedió a dar un título a las azoras y, a continuación, indicar si habían sido reveladas en La Meca o en Medina, después de esta última mención incluían, a veces, la indicación de «excepto las aleyas…» que fueron reveladas en Medina o La Meca según los casos. Es decir, tuvieron idea clara de que en la azoras mediníes se incrustaban aleyas mequíes y viceversa. Por tanto, y con muchas reservas, damos a continuación una lista de temas abordados en el Texto Sagrado siguiendo un dudoso orden cronológico. Así, en 96, 1/1-5/5, Dios se manifiesta como tal por primera vez: es el Creador del hombre, le enseña y da el sustento; dueño de todo, juzga, castiga; es Omnisciente, Todopoderoso, Único, Misericordioso, Eterno; y en 112, 1/1-4/4 = 49 leemos: Di: Él es Dios, es único. Dios, el solo. No ha engendrado ni ha sido engendrado y no tiene a nadie por igual, texto árabe que emplearon los califas omeyas cuando empezaron a emitir moneda propia.
Dios es el Creador del mundo en seis días, ha enviado los profetas a los hombres; posee los nombres más bellos (59, 22/22-24/24 = 38) que, como atributos, se presentan en el mundo semítico al menos desde la época babilónica, pues se parte del principio de que nada tiene existencia si no se le da nombre, y de aquí que el Poema de la Creación babilónico afirme: Cuando en lo alto los cielos no tenían nombre; cuando abajo, en la tierra, ni un nombre se había dado. Por eso, a los dioses había que darles nombres de los cuales alguno quedaba desconocido. Del dios lunar Sin decían que su verdadero nombre se ignoraba; podía ser impronunciable, como el Yahvé bíblico, pronto transformado en Adonai («mi Señor»); a Marduk se le atribuyeron cincuenta nombres, y aún hoy sucede con los políticos (por ejemplo, Stalin = «acero») y con los religiosos, que al profesar las órdenes, adoptan apelativos que indican las cualidades que el neófito cree encontrar en la persona del pasado a la que quiere asemejarse. Igualmente, y en el Próximo Oriente, se desarrollaron desde el primer milenio a.C. sistemas de cifrados de los nombres que reaparecen en los primeros siglos del islam.
En este orden de ideas los musulmanes llegaron a dar a Dios noventa y nueve sinónimos, siendo el número cien el desconocido, su tetragrámaton. Al lado de estos apelativos aparecen otros, hasta doscientos, que la tradición, y en algunos casos el mismo Corán, aplican a Mahoma.
Dios es justo y a Él debemos volver; la creación le glorifica; dirige o extravía a quien quiere, permite que haya asociadores o politeístas. En el Juicio Final decidirá sobre aquello en que discrepan los hombres. Es el Dueño, conoce los misterios de la creación y podría crear, si quisiera, otro universo. Es el Perdonador que pone a prueba al hombre y eleva y humilla a quien le place. Uno de los versículos más hermosos es el del trono (kursí) que figura en 2, 256/255 = 74: El Dios, no hay dios sino Él, el Viviente, el Subsistente. Ni la somnolencia ni el sueño se apoderarán de Él. A Él pertenece cuanto hay en los cielos y en la tierra. ¿Quién intercederá ante Él si no es con su permiso? Sabe lo que está delante y detrás de los hombres, y éstos no abarcan de su ciencia sino lo que Él quiere. Su trono se extiende por los cielos y la tierra y no le fatiga la conservación de todo esto. Él es el Altísimo, el Inmenso. Y, en una de las últimas revelaciones sobre este tema (3, 16/18 = 106), proclama una vez más su unidad: Dios atestigua que no hay dios sino Él; los ángeles y los poseedores de ciencia obrando con equidad dicen: «No hay dios sino Él, el Poderoso, el Sabio».
Otro de los temas tratados desde muy pronto fue el de la existencia de profetas enviados con anterioridad a Mahoma, y que conocemos a través de los Libros Sagrados de la antigüedad. Pero al lado de Abraham, Noé, etc., figuran alusiones a enviados típicamente árabes, como Hud, profeta del pueblo de ad (89, 6/6 = 6), Salé, Du-l-Kifl, Idris, Suayb… cuya identificación es más que problemática, pero que, en algún caso, tal vez pudieran enlazarse con viejas leyendas babilónicas (18, 59/60 = 81) si se admite que el paje de Moisés, llamado por los comentadores al-Jidr o al-Jadir, equivaldría a Gilgalmés, antiguo héroe acádico. Este relato, progresivamente amplificado, se habría incrustado posteriormente en la leyenda de Alejandro entre otros. Pero en el Corán los antiguos enviados sirven como argumento dialéctico para probar el adagio popular de que nadie es profeta en su tierra y que, por ese motivo los coraixíes, al oponerse a Mahoma, no hacían más que seguir una costumbre inveterada del género humano. En estas discusiones los politeístas debieron darse cuenta de que el Profeta había incurrido en alguna contradicción u omisión, puesto que ya en 87, 6/6-7/7 = 7 se anuncia el principio del derogante y derogado: Te haremos recitar El Corán y no lo olvidarás exceptuando aquello que Dios quiera…
Un tratamiento especial merece la figura de Jesús, el mayor de los profetas para los musulmanes, cuya muerte en la cruz se niega formalmente en una aleya mediní (4, 156/157 = 93) en la que arremete contra los judíos: Ellos dicen: «Ciertamente nosotros hemos matado al Mesías, Jesús hijo de María, Enviado de Dios». Pero no le mataron ni crucificaron, pero a ellos se lo pareció… no le mataron. Esta afirmación tiene mucho interés, pues en ella se basa el origen y la doctrina de los ahmadíes, que en la actualidad realizan una activísima campaña proselitista como prueba la mezquita Basharat de Pedro Abad (Córdoba) y las traducciones a distintas lenguas del Corán.
Desde muy pronto (57, 27/27 = 15): se demuestra conocer la existencia de cofradías de ascetas: … hicimos seguir a Jesús, hijo de María, al que dimos el Evangelio. En el corazón de aquellos que le siguen hemos puesto compasión, misericordia y monaquismo, que ellos han ideado… pero no lo han observado como debían… Este versículo prueba la existencia de comunidades religiosas —alguna tal vez de hanifes— en la Arabia de la época y dio pie, con el correr de los siglos, a la organización en el islam de organismos similares (tariqas) y al prestigio de los morabitos o santones que, por lo demás, se rechazaban expresamente en el Corán al negar que el hombre necesitara intercesores para relacionarse con Dios. De aquí que los encargados del culto pudieran asimilarse, ya en vida del Profeta, a simples funcionarios —v.g. el primer almuédano, Bilal— despojados de todo carácter sagrado y, en consecuencia, no equiparables a los antiguos sacerdotes (kahin; hebreo cohén) paganos. Igualmente se hace eco de la existencia de ángeles (74, 31/31 = 30), algunos de ellos de origen persa (2, 96/102-94/103 = 74) a los cuales, en un último estadio, se divide en varias categorías según los pares de alas que tengan (35, 1/1 = 83).
La reforma del culto pagano, adaptándolo a las necesidades del monoteísmo, empieza a aparecer ahora intentando modificar la liturgia de la peregrinación (22, 28/27 = 52), aunque manteniendo buena parte de los ritos tradicionales y, entre ellos, el corte de los cabellos para los hombres y la cabeza tapada para las mujeres, con un pañuelo o velo (sutur/satur, chador, hoy; el significado de esta palabra varía con el transcurso de los siglos y las regiones) cuyo origen remonta a la época clásica, al cristianismo primitivo (1 Corintios, 4 y ss.), pero no a la Arabia preislámica en que las mujeres parecen haber circunvalado el Templo de La Meca destocadas. Alguien, interpretando abusivamente textos antiguos con los que buscaban justificar la afirmación del versículo del desafío, aludían a la belleza corporal de los coraix diciendo que ésta les venía de que las mujeres: dan las vueltas rituales descubiertas [otra traducción podría decir «desnudas»] y asisten a las ceremonias sin velos. Los coraixíes las escogen al verlas y así consiguen a las principales y más hermosas. De aquí les viene la superioridad con que se distinguen y… como también oyen los dialectos de todas las tribus árabes, escogen de cada uno de ellos lo mejor… Han recibido la pureza del lenguaje de Quien les escogió las palabras al igual que ellos escogen las mujeres.
La fe no se impone (49, 14/14 = 54): Los beduinos han dicho: «Creemos». Responde: «¡No creéis! Decid: Nos islamizamos». La fe no ha entrado en vuestros corazones… Si voluntariamente se acepta el islam, no puede abandonarse (16, 108/106 = 87), pero en modo alguno se admite la conversión forzosa o por coacción social (2, 257/256 = 74). Dos o tres siglos después de cerrada la revelación los juristas idearán una especie de tribunal de la inquisición al mismo tiempo que, desarrollando la afirmación de 48, 2/2 = 51, afirmarán que Mahoma nunca pecó (isma), lo cual parece proceder de una exégesis abusiva del conjunto del Corán.
La doctrina expuesta en La Meca —que fue, por las circunstancias, esencialmente religiosa— recibió su codificación durante el período de Medina con disposiciones sucesivas que forman ya un catecismo práctico de los deberes del buen musulmán; a su lado aparecerán y se desarrollarán las leyes civiles y penales por las que debe regirse el ciudadano del naciente estado.
Las primeras consisten en ratificar el viernes como día de la plegaria pública rechazando la posibilidad de que tenga que ser festivo (62, 9/9-11/11 = 69), y estableciendo las reglas de las abluciones (5, 8/6-9/6 = 94): Cuando os dispongáis a hacer la plegaria, lavad vuestras caras y vuestras manos hasta los codos. Pasad la mano por la cabeza y por los pies hasta los tobillos. Si estáis impuros, purificaos; si estáis enfermos, en viaje, o viniese uno de vosotros del retrete, o hubieseis tocado a las mujeres y no encontraseis agua, frotaos con polvo bueno —arena— y lavaos vuestros rostros y vuestras manos. Dios no quiere poneros en dificultad, pero desea que os purifiquéis… La aplicación de este precepto no debió ser estrictamente obligatoria, puesto que un hadiz narra la historia de uno de sus generales que, en circunstancias de una fuerte helada y sin arena a mano, prescindió de la purificación ritual, porque hubiera tenido que realizarla con el agua fría del deshielo. Al contarle las circunstancias al Profeta, éste consideró válida la oración.
Igualmente es ahora cuando se precisan con detalle los ritos a seguir durante el ayuno de ramadán y la peregrinación. Las tradiciones que se forman en torno a estos dos hechos dan origen al ulterior calendario religioso musulmán. De paso se delimita la responsabilidad del hombre por sus actos: si en las azoras mequíes predominaron las afirmaciones favorables a la libertad humana, ahora, y en forma de oración, se establece la base de la cual partirán los teólogos de los siglos posteriores para aceptar el libre albedrío o el determinismo y fatalismo de los musulmanes (2, 286/286 = 74): Dios no obliga a un alma sino en la medida de su capacidad: tendrá lo que haya adquirido y se le reprochará lo que haya adquirido. ¡Señor nuestro! No nos reprendas si nos olvidamos o faltamos. ¡Señor nuestro! No nos agobies con un fardo semejante al que cargaste sobre quienes nos precedieron. ¡Señor nuestro! No nos cargues con lo que no tenemos fuerza para soportar. ¡Borra nuestras faltas! ¡Perdónanos! ¡Ten misericordia de nosotros! Tu eres nuestro Señor: auxílianos contra la gente infiel.
La organización del estado fue paralela a la reordenación de las costumbres matrimoniales de los árabes. Para Mahoma el problema no se planteó mientras vivió Jadicha, pues fue monógamo y, de creer a los hadices, completamente feliz. Pero entre sus compatriotas vivían tribus matriarcales (las menos) y patriarcales; existía la monogamia junto a la poligamia y se practicaba el matriarcado, la prostitución y el matrimonio a plazo. Este último (muta) fue consentido por el Profeta, al menos durante sus campañas largas, por ejemplo la de Jaybar (4, 28/24 = 93) para que sus hombres satisficieran sus necesidades sexuales, evitando la incontinencia con las mujeres (no musulmanas) de los vencidos: … Os es lícito, fuera de esos casos, buscar, con vuestras riquezas, esposas recatadas, no como fornicadores; por lo que gocéis con ellas, dadles sus salarios como donativo. No hay falta para vosotros en lo que acordéis mutuamente después del donativo… Mahoma, en este aspecto, adoptó la práctica de casarse in situ con las viudas de los vencidos —sólo desposó a una mujer virgen, Aísa, hija de Abu Bakr—, constituyendo así un harén en el que las mujeres —enfrentadas a veces entre sí— podían defender la causa de sus contribuios. Dado que (2, 223/223 = 74): Vuestras mujeres son vuestra campiña. Id a vuestra campiña como queráis pero haceros preceder, es lógico que autorizase el coitus interruptus (azl) como modo de satisfacer los deseos de sus hombres cuando a éstos no les constaba si las mujeres de que iban a gozar estaban embarazadas. Ambas prácticas, la muta entre los xiíes y el azl en todo el dominio del islam se mantienen vivos hoy en día.
En el mismo orden de ideas, no admitió la prostitución como negocio (24, 33/33 = 69): Si desean ser mujeres honradas, no obliguéis a vuestras esclavas a prostituirse… Quien las obligue será el único culpable, pues Dios será indulgente y misericordioso con ellas después de su violación. Pero no pudo impedirla y, según la tradición, su propio médico, al-Hárit b. Kalada, tuvo abierta una casa de tolerancia en Taif. En ciertos casos, personas que alcanzaron cargos importantes desearon conocer su filiación paterna dados los antecedentes o rumores que circulaban sobre la virtud de sus madres, y a los que se debe el apodo de «hijo de su padre» —es el caso, a fines del siglo I/VII, del célebre Ziyad b. Abihi—. Pero para ello tuvieron que entablar un proceso judicial que les reconociera como hijos legítimos. Este proceso se substanciaba ya en la época preislámica por la comparación de las huellas de los pies entre querellante y querellado.
En ningún lugar del Corán se ofrece la posibilidad de casar, por temor reverencial (chahr) a la mujer con quien no quiere y, en cambio, ya en las primeras revelaciones (58, 1/1-5/4 = 19) se rechazó la costumbre pagana del repudio instantáneo mediante la fórmula llamada zihar (su etimología viene de zahr, «espalda»). Consistía en decir: «Eres para mí como la espalda de mi madre». Esto era suficiente para que el matrimonio quedara anulado como si, realmente, la rechazada hubiera sido la madre del marido (33, 4/4 = 73). La revelación de la azora 58 descendió con motivo del repudio por Aws b. al-Samit de su mujer Jawla bint Talaba. Ésta se quejó al Profeta haciéndole observar que en el momento de contraer matrimonio era joven, hermosa, rica, de buena familia y que su marido la dejaba vieja, fea, pobre y sin parientes.
Como consecuencia de la evolución política del estado mediní, Mahoma tuvo que modificar o regular algunas disposiciones anteriores, buenas en la teoría pero no en la práctica: recién llegado a Medina había establecido que los defensores y emigrados se unían biunívocamente, que pasaban a ser como hermanos, uno por cada lado, de modo que aquel que sobreviviera al otro era su heredero. Así, Sad b. Rabi, muerto en Uhud, dejó a su mujer encinta y con dos niños pero, en virtud de la muaja (hermandad) establecida, sus bienes debían pasar a Abd al-Rahmán b. Awf, un emigrado. La viuda se presentó ante Muhammad y protestó. Éste reflexionó y después recibió una revelación según la cual los dos hijos debían recibir dos tercios del total de la herencia; ella, como viuda, una octava parte, y el resto correspondía al hermano de la fraternidad. La aplicación de ésta y de otras normas detalladas en el Corán dio origen a una rama muy importante de las matemáticas, el cálculo con fracciones, que es uno de los más complicados de la jurisprudencia musulmana: la de la partición de herencias (ilm al-faraid).
Si los vínculos de hermandad eran modificados con motivo de las circunstancias, igual ocurrió con los de la adopción preislámica: Zaynab bint Chahs se había casado con Zayd b. Harita, hijo adoptivo del Profeta y llevaba el nombre de Zayd b. Muhammad. Por tanto éste no podía casarse con su nuera (compárese con el bautismo católico, que impide a los padrinos casarse con sus ahijados). El cómo se planteó el caso, las circunstancias sociológicas y la solución del mismo ha sido objeto de agrias discusiones entre los musulmanes y dimmíes, pues las tradiciones presentan varias versiones. Parece ser que el Profeta fue a ver a Zayd a su casa y que al llamar y ver Zaynab de quién se trataba no quiso hacerle esperar, sin darse cuenta de que estaba vestida muy a la ligera. El Profeta, al ver una mujer tan hermosa, exclamó: ¡Oh Dios omnipotente! ¡Oh Dios que trastornas los corazones!, e inmediatamente se marchó. Zaynab se había dado cuenta de lo que sentía Mahoma, y cuando regresó Zayd se lo contó todo. Éste se marchó inmediatamente a ver a su padre adoptivo y le ofreció divorciarse de su mujer, como hizo acto seguido. Pero Muhammad no podía casarse, dado el vínculo de parentesco voluntario que le ligaba con su nuera según las costumbres paganas, lo cual le hizo comprender lo improcedente de esta tradición, y Dios la suprimió (33, 36/36 = 73).
La política matrimonial del Profeta, las facilidades del divorcio preislámico sólo limitadas con la prohibición de la fórmula del zihar, fueron restringidas también procurando limitar las peleas conyugales (2, 230/230 = 74): Si él la repudia por tercera vez, ella no le es lícita después hasta que se haya casado con otro esposo. Si éste la repudia, no hay pecado para ellos si vuelven a unirse, si creen que seguirán las prescripciones de Dios… La aplicación posterior de este versículo dio origen a una numerosa y picaresca casuística y al reconocimiento de que la mujer también tenía derecho a pedir el divorcio. Mayor orden introdujo en estas cuestiones la limitación del número de mujeres legítimas a cuatro (4, 3/3 = 93) y el establecimiento de que todas debían ser tratadas equitativamente, revelación que ha hecho pensar, ya en nuestro siglo, que el islam, de hecho, implantó la monogamia ante la imposibilidad del hombre de dar el mismo trato, exactamente, a varias esposas. En todo caso, el Corán (33, 52/52 = 73) previo cómo debía proceder el Profeta en la reducción de su harén —no contraer nuevos matrimonios— hasta haber alcanzado el número que ahora se establecía. La limitación de mujeres legítimas, reemplazables por divorcios —matrimonios consecutivos como ocurre hoy en Occidente— era más teórica que real, ya que los musulmanes seguían autorizados a tener concubinas.
A pesar de esta libertad sexual, el adulterio siguió existiendo. Como hemos señalado más arriba, en Medina circularon rumores de que Aísa lo había cometido, y el mismo Alí aconsejó a Mahoma que se separara de ella y la sustituyera por otra mujer: «¡Hay tantas!», le dijo. Éste, tras un mes de indecisión, compareció en público censurando las calumnias que se difundían acerca de su vida privada. Esta intervención motivó una pelea, en la mezquita, entre los partidarios de una y otra opinión. Mahoma pudo calmar los ánimos y unos días después tuvo una revelación en que se declaraba inocente a la calumniada (24, 11/11-26/2 6 =69).
Posiblemente la larga crisis del Profeta se debió a un problema de orden jurídico-religioso, ya que los versículos 4, 19/15-22/18 = 93, relativamente benignos para con los adúlteros, parece ser que habían sido derogados por otro que no figura en la recensión actual del Corán, pero que aún hoy aplican muchos xiíes y que la tradición pone en boca de Umar b. al-Jattab: No os apartéis de la costumbre de vuestros padres, pues es una impiedad. Cuando un viejo y una vieja cometen adulterio, lapidadles siempre. Es un castigo procedente de Dios. Dios es poderoso, sabio (cf. Deuteronomio 22, 21/24), que quedaba ahora derogado por el 24, 2/2 = 69: A la adúltera y al adúltero, a cada uno de ellos, dales cien azotes. En el cumplimiento de este precepto de la religión de Dios, si creéis en Dios y en el Último Día, no os entre compasión de ellos. ¡Que un grupo de creyentes dé fe de su tormento! En cambio, estos preceptos —como los restantes del derecho civil y penal en que no hubiera musulmanes de por medio— se aplicaban los respectivos textos sagrados de los dimmíes.
Algunos delitos aparecen ahora acompañados de sus penas. En el caso de asesinatos (2, 173/178-175/179 = 4): Se os prescribe la ley del talión en el homicidio: el libre por el libre, el esclavo por el esclavo, la mujer por la mujer. A quien se le perdonase algo por su hermano, se sustanciará el pleito según lo acostumbrado y se le indemnizará con largueza. En la ley del talión tenéis vuestra vida, ¡oh poseedores de entendimiento!… (cf. 5, 48/44-49/45 y Éxodo 21, 23-25), teniendo que ejecutar la venganza (17, 35/33 = 80): El amigo de aquel que fue muerto injustamente… no se exceda en el asesinato. Él será auxiliado. En modo alguno se alude a la intervención de la autoridad en la cuestión, y el problema se soluciona de modo parecido al de la Arabia preislámica, pero se tiene muy en cuenta (4, 94/92 = 93) si el homicidio ha sido involuntario, en cuyo caso se prevén una serie de indemnizaciones pecuniarias al margen del talión.
El robo tiene un castigo específico (5, 42/38 = 94): Cortad las manos del ladrón y de la ladrona en recompensa de lo que adquirieron y como castigo de Dios… Las tradiciones discuten la cuantía del robo para decidir la aplicación de una pena tan grave y, analizando lo que ocurría en la época preislámica y algunos ejemplos, cabe pensar que sólo se aplicó a los salteadores de caminos y bandoleros que despreciaban las vidas humanas. En el mundo semítico antiguo, al ladrón vulgar (cf. 2 Samuel 10, 4-5) se le humillaba, se le escarnecía, se le cortaba la barba en público, se le mesaba o se le arrancaba pelo a pelo; en el Antiguo Oriente se les mutilaba.
Al margen de estos preceptos quedan otros que la tradición ha mirado con recelo o, lo que es más, ha implantado a partir de tendencias que predominaron o creyeron que habían sido mayoritarias en el islam primitivo, tal, por ejemplo, la pretendida prohibición de la música, del baile y del canto que nos consta que se practicaban en Medina, antes y después de la predicación; tal la afirmación de que el arte islámico no puede representar figuras de seres vivos, y menos humanas —cuando parece demostrado que el Profeta tuvo tapices de este tipo, que alguna de sus banderas llevaba bordada un águila y que las primeras acuñaciones musulmanas representaban al califa de pie, con el sable al cinto—. Que más adelante (en el siglo II/VIII), y por motivos políticos, los omeyas intervinieran en los asuntos cristianos apoyando a los iconoclastas, es otra historia.
El juego —en el caso de los niños— se ve de modo indiferente, aunque utilicen muñecos; el de los adultos se prohíbe si lleva consigo la apuesta de bienes (4, 33/29 = 93): No comáis vuestras riquezas con lo fútil, salvo si se trata de un negocio hecho de mutuo acuerdo…, o sea, que las pérdidas debidas a un fracaso comercial son lícitas, pero no las del juego. Éste y el vino vienen unidos en distintos versículos que van, desde aquellos en que se aprueba el último (16, 69/67 = 87): Obtenéis bebidas fermentadas y un buen alimento de los frutos de la palmera y de las vides…, hasta los que suponen una franca restricción (5, 92/90 = 94). Pero estos textos habían sido revelados para impedir que los creyentes se mezclaran en las tertulias de los idólatras y judíos, en las que se calumniaba al Profeta y a su familia. Sin embargo, no se fijaron penas para quienes no respetaran este consejo, y fue Abu Bakr —jamás pretendió haber recibido revelaciones divinas— quien fijó la pena de ochenta azotes para el borracho. Se trató, pues, de una cláusula de derecho positivo como la que hoy obliga a los conductores a someterse a la prueba del alcoholómetro —que, inicialmente, apenas debió aplicarse—. La tradición narra que, al ocupar Mahoma los castillos de Nattah (Jaybar), mandó derramar por el suelo todo el vino allí almacenado. Sólo un musulmán, llamado Abd Allah y apodado el borracho, opinó que era mejor beberlo, lo cual le valió que el propio Profeta le diera unas cuantas patadas, invitando a seguir su ejemplo a los presentes. Pero, a pesar de esto y de la norma de Abu Bakr citada, nuestro hombre seguía bebiendo aún en tiempos del califa Umar, y todos los testimonios inducen a pensar que salvo en caso de notoria embriaguez, las autoridades de entonces (y de mucho después) prefirieron no enterarse de este tipo de infracciones.
Pero la obra más importante realizada por Mahoma en Medina fue la creación de un estado musulmán que pudo hacer frente a todos los enemigos interiores y exteriores que intentaron destruirlo en cuanto murió. Por tanto, en ese instante estaban ya formadas, aunque fuera de modo embrionario, las instituciones básicas del mismo: el cuerpo de funcionarios, la organización militar, la hacienda pública y las relaciones exteriores.
El primero se basaba en la delegación total del poder durante todo su mandato de acuerdo con lo que se deduce de las aleyas de los príncipes (4, 61/58 = 93): Dios os manda que devolváis los depósitos a sus dueños, y cuando juzguéis entre los hombres, que juzguéis con justicia. ¡Qué bello es lo que Dios os manda! Dios es oyente, clarividente. ¡Oh los que creéis! ¡Obedeced a Dios, obedeced al Enviado y a los que ostentan poder de entre vosotros! Si disputáis por algo, llevadlo ante Dios y el Enviado… Igualmente ocurría cuando un ejército (chund, palabra de origen iranio que ya aparece con este significado en el Corán) se ponía en campaña: el general que lo mandaba ejercía todos los poderes y los combatientes eran voluntarios en el caso de una acción ofensiva. En caso de tener que hacer frente a un ataque se procuraba movilizar a todos los musulmanes, excepto a los inútiles, y se coaccionaba a los ricos que intentaban eludir el servicio (9, 82/81-97/96 = 86).
Es cierto que mientras el Profeta residió en Medina estuvo en constante estado de guerra con unos u otros de sus vecinos, pero de los textos no se deduce que tuviera que realizar ofensivas constantes pensando en someter al mundo entero al islam por la fuerza de las armas. Las teorías que respecto a la «guerra santa» (chihad) elaboraron los juristas un par de siglos más tarde se basan en la tradición que, mayoritariamente, no preveía la existencia de residentes musulmanes en territorios dominados políticamente por autoridades no musulmanas. Por tanto, el problema de conciencia que se planteó a estos grupos se solucionó bien por la vía de la hipocresía legal (taqiyya), en que se «fingía» adoptar la religión del enemigo si el no hacerlo ponía en peligro la vida, el mayor bien que Dios ha concedido al hombre (mudéjares y moriscos en el siglo XVI), o bien, y en tiempos contemporáneos, comentar las alusiones coránicas referentes a los emigrados a Medina y, sobre todo, los que aluden a los criptomusulmanes que permanecieron en La Meca durante los seis años (622-630) en que, después de la hégira, aún duró el gobierno politeísta. Es por este camino por el que algunos pensadores musulmanes justifican la existencia de buenos franceses, españoles, rusos, ingleses, etc. (en la emigración, challiyya actual), musulmanes que pagan sus impuestos, nacionales o no, a autoridades dimmíes.
En cambio, Mahoma sí tomó providencias detalladas para evitar ser atacado por sorpresa y entre ellas figura la promulgación del rito de la oración en tiempos de peligro (4, 102/101-104/103 = 93): Cuando recorréis la tierra no cometéis falta al abreviar la plegaria si teméis que os ataquen quienes no creen… ¡Profeta! Cuando estés entre los creyentes y los dirijas en la plegaria, permanezca una parte de ellos junto a ti y coja sus armas. Cuando los que rezan se prosternen, que estén detrás de ellos. Luego venga la otra parte que no ha rezado y ore contigo. Los que ya hayan rezado, pónganse en guardia y cojan las armas. Quienes no creen desearían que descuidaseis vuestras armas, pues caerían sobre vosotros en una carga única… Igualmente previo los detalles para el establecimiento de treguas, incluso con los paganos (9, 1/1-12/12 = 86), y admitió la intervención en el campo de batalla de seres sobrenaturales, creyendo, como la mayor parte de los semitas, en la existencia de ejércitos celestes (para unos, los ángeles; para otros, las estrellas encuadradas en los regimientos de las constelaciones).
La hacienda pública tuvo por base el botín de las continuas campañas victoriosas que, en principio, pertenecía a Mahoma (8, 1/1 = 107), pero que éste acostumbraba a repartir según unas normas, relativamente estrictas, inspiradas, en parte, en las de la Arabia preislámica (8, 42/41 = 107): Sabed que de cualquier cosa que forme parte del botín que obtengáis, pertenece el quinto a Dios, al Enviado, a los allegados del Enviado, a los huérfanos y al viajero… Evidentemente, en ese botín entraban los tesoros de los dioses que desaparecían ante el triunfo musulmán (24, 33/33 = 69) y el azaque o limosna, voluntario en el período de La Meca (73, 20/20 = 16) y casi obligatorio (2, 104/110 = 74) durante el período de Medina; a éste, facultativamente, podía añadirse la limosna (sadaqa) o donativo (9, 60/60 = 86). La usura quedaba terminantemente prohibida.
Una buena fuente de ingresos fue la capitación o chizya pagada por los judíos, cristianos y sabeos o mazdeos (dimmíes) que se quedaron a vivir en las zonas del territorio del islam (9, 29/29 = 86) que no habían sido declaradas prohibidas (haram) para los infieles y cuyo importe variaba según el acuerdo concluido con ellos en el momento de la capitulación.
Resumiendo, al morir Mahoma se encontraban sólidamente establecidos los fundamentos de las cinco obligaciones que el islam impone a sus fieles: 1) creer en la unidad de Dios; 2) cumplir las oraciones prescritas, tres o cuatro veces al día: posteriormente se aumentó a cinco el número, puesto que quedó fijado que la oración del mediodía del viernes fuera obligatoria para todos, al igual que el sermón que se incluía en la misma y que Mahoma pronunció siempre que pudo. En caso contrario, delegaba sus funciones en un imam (imán) y un jatib (predicador) que le sustituían esporádicamente. Instituyó también las abluciones rituales; 3) pagar un impuesto (azaque) destinado a los musulmanes pobres; 4) observar el ayuno de ramadán; y 5) en caso de tener los medios económicos suficientes, realizar la peregrinación a La Meca.
La evolución de estas líneas maestras de la nueva religión, hacia lo que hasta casi nuestros días se ha considerado dogma del islam y que se ha fosilizado en distintos credos (aqida), fue obra humana, de un grupo de teólogos de ideología muy concreta. Puede en cierto modo pensarse qué hubiera ocurrido con el naciente cristianismo si, en vez de triunfar las ideas de San Pablo, hubiera sido sobre las de San Pedro (cf. Gálatas 2, 11 y ss.) sobre las que se hubiese instituido la iglesia.