IV

El nacimiento de un Estado

Para pasar del dicho al hecho, Mahoma empezó por reforzar su autoridad personal prescribiendo que los creyentes debían obedecer a Dios y, por consiguiente, a su Enviado. Quienes fueran reacios tendrían por refugio el infierno, ya que el Profeta representa a Dios y en él hay que confiar, puesto que Dios y los ángeles son sus protectores. Así las cosas, una patrulla musulmana facilitó el inicio de las hostilidades: en pleno mes sagrado de rachab atacó a una caravana en Najla, mató a uno de los viajeros y regresó a Medina con importante botín. La ciudad, indignada, tachó a los combatientes de bandoleros. Mahoma esperó a que se calmasen los ánimos y, a continuación, dio a conocer el versículo (2, 214/217 = 74): Te preguntan por el mes sagrado, por la guerra en él. Responde: Un combate en él es pecado grave, pero apartarse de la senda de Dios, ser infiel con Él y la Mezquita Sagrada, expulsar a sus devotos de ella, es más grave para Dios… A continuación anunció que él, personalmente, iba a salir en algazúa y pidió voluntarios.

Abu Sufyán, que desde Siria se dirigía a La Meca, fue sorprendido por los musulmanes en Badr el 17 de ramadán del año 2/13 de marzo del 624 y, a pesar de disponer de mayores fuerzas, no pudo soportar el asalto de los creyentes. Los coraixíes huyeron dejando un rico botín y varios prisioneros, entre ellos al-Abbás b. Abd al Muttalib, tío del Profeta. La cifra de combatientes y bajas que nos conserva la tradición permiten deducir que la batalla fue un simple ataque por sorpresa, amplificado por la propaganda musulmana con fines políticos, pues Mahoma, en cuanto llegó a Medina robustecido por este éxito, expuso un nuevo programa de gobierno (8, 57/55-60/58 = 107): romper el pacto del 622 con todos aquellos que no quisieran aceptar la nueva política: Las peores acémilas ante Dios son los infieles, pues ellos no creen; quienes pactan con ellos y a continuación rompen su pacto en cada ocasión, pues ellos no son piadosos. Si los encuentras en la guerra, dispersa con ellos a los que vienen detrás suyo: tal vez mediten. Si temes una traición por parte de las gentes, denúnciales el pacto igualmente: Dios no ama a los traidores.

Los primeros en sufrir las consecuencias del triunfo de Badr fueron los hebreos banu qaynuqa. Un incidente en el mercado le permitió asediarlos en su barrio y obligarles a capitular. Los hipócritas y otras tribus hebreas no quisieron intervenir en la lucha y los vencidos tuvieron que emigrar a Transjordania. En lo sucesivo, cada victoria o derrota de los musulmanes irá seguida de un ataque a los judíos, que serán tomados como víctimas propiciatorias, vengando así los desprecios e intrigas de que habían hecho objeto a Mahoma durante los dos primeros años de su residencia en Medina. Los hebreos le pagaron con la misma moneda y Kab al-Asraf, el mejor de sus poetas, fue a La Meca para lanzar sátiras y más sátiras contra el Profeta y cantar a los muertos de Badr. Hasta ese momento Mahoma no había tenido un gran aprecio por la poesía (26, 221-226 = 78), tal vez por no tener buenos vates a su lado. Pero ahora disponía ya de Hassán b. Tábit, y mandó que replicara. Los versos de éste, poniendo en la picota a los huéspedes de Kab, fueron tan virulentos que el poeta judío tuvo que regresar a Medina, junto a los suyos, y terminó siendo asesinado por un musulmán.

El Profeta se sentía cada vez más seguro en su posición de árbitro de la comunidad de Yatrib, que ahora ya empezaba a llamarse Madinat al-Nabí (la ciudad del Profeta), pero, conociendo las costumbres árabes, también sabía que los coraixíes intentarían, más pronto o más tarde, vengarse de la afrenta sufrida en Badr. Para ponerse a cubierto de posibles sorpresas, Mahoma se alió con los beduinos de los alrededores de la ciudad y pronto sus espías le anunciaron que un fuerte ejército coraixí se había puesto en marcha.

Los ánimos se encendieron y a pesar de su inferioridad numérica (unos mil trescientos hombres) y de los consejos que le dieron los hipócritas para que rehuyera el encuentro, salió a campo abierto presionado por los musulmanes jóvenes. En Uhud se encontraron los dos ejércitos (6 de sawwal del año 3/22 de marzo de 625). El mequí estaba integrado por unos tres mil hombres; la impedimenta iba a lomos de tres mil camellos y éstos transportaban, además, trescientas corazas y la comida y arreos de doscientos caballos. Entre los combatientes se encontraban algunos hanifes, como el llamado Abu Amir, y un grupo de awsallah (awsmanat), clan mediní que había emigrado a La Meca para no reconocer al Profeta. Antes de empezar la batalla, Abd Allah b. Ubayy, pretextando que su consejo de hacerse fuerte en la ciudad no había sido escuchado, abandonó, con unos cuatrocientos hombres, las filas musulmanas. Mahoma, para compensar esta pérdida e impedir las maniobras de la caballería enemiga, cubrió las laderas de Uhud con cincuenta arqueros mandados por Abd Allah b. Chubayr, dándoles órdenes severísimas para que no abandonaran la posición en ningún caso: tanto si los musulmanes vencían como si parecían derrotados.

Mahoma esperó la acometida, contraatacó y los coraixíes iniciaron una retirada, tal vez un tornafuye (al-karr wa-l-farr) premeditado para separar a los musulmanes de sus arqueros; éstos creyeron que el combate se había decidido a su favor y, ávidos de botín, abandonaron sus puestos. Al acto, el gran estratega Jálid b. al-Walid, futuro conquistador de Arabia y Siria, aprovechó el desorden y, al frente de la caballería, envolvió a los creyentes y los puso en fuga: en la desbandada hacia Medina corrió el rumor de que Mahoma había muerto cuando en realidad sólo había sufrido pequeñas heridas. Con este motivo, Dios reveló (3, 138/144 = 106): Mahoma no es más que un Enviado. Antes de él han pasado otros enviados. ¡Y qué! Si muriese o fuese matado, ¿os volveríais sobre vuestros talones? Quien vuelva sobre sus talones no perjudicará a Dios en nada, pero Dios recompensará a los agradecidos.

Los coraixíes, incapaces de sacar provecho de la victoria, regresaron a La Meca. Por su parte, Mahoma reparó rápidamente su pérdida de prestigio: una serie de revelaciones justificaron la derrota, y unas cuantas disposiciones —como la supresión del sitio de honor del que gozaba Abd Allah b. Ubayy en la mezquita— humillaron a los hipócritas.

Los beduinos, algo inquietos, se apaciguaron en cuanto vieron la mano dura empleada, y los judíos fueron los que salieron peor parados. Los banu nadir, con inhabilidad sorprendente, se confabularon para asesinar al Profeta. Y éste, enterado, les conminó a que abandonaran sus fortalezas y emigraran en condiciones similares a las de los banu qaynuqa. Al negarse —confiaban en el auxilio de Abd Allah b. Ubayy—, los sitió, taló parte de sus palmerales y les expulsó incautándose de todos sus bienes, que fueron distribuidos entre los emigrados (59, 8/8 = 38): El botín pertenece a los emigrados pobres expulsados de sus casas, separados de sus bienes, por buscar el favor y la satisfacción de Dios y auxiliar a Dios y a su Enviado… Este reparto de los bienes de los vencidos permitió a los mequíes musulmanes dejar de ser una carga para los defensores en cuyas casas vivían.

Simultáneamente aparecen gran cantidad de disposiciones que tienden a fortalecer el poder político del Profeta: para evitar la confraternización de los musulmanes y sus convecinos de otras religiones, restringe (pero no prohíbe) el consumo del vino y de los juegos de azar, con lo cual limita indirectamente la asistencia de los primeros a los lugares públicos en los cuales podían oír habladurías y críticas contra su política; legisla contra la calumnia en general y en particular, declarando así inocente a su esposa favorita, Aísa, de la acusación de adulterio que pesaba sobre ella, pues ésta, que acompañaba a Mahoma en una de sus expediciones (contra los banu mustaliq; año 6/628), se había alejado algo del campamento para satisfacer una necesidad natural y debió tardar más tiempo del que pensaba. El caso es que al regresar, la caravana se había alejado llevándose su palanquín sin apercibirse de que ella no estaba en el interior. En estas circunstancias, y sola, la encontró un musulmán, quien le hizo montar en su camello mientras él, a pie y detrás, la condujo hasta Medina. En la ciudad empezaron los dimes y diretes, y algunos, entre ellos Alí, primo de Mahoma y futuro califa, la miraron con recelo, hasta que Dios reveló unas aleyas que, de hecho, impedían probar la culpabilidad de Aísa (4, 19/15-22/18 = 93 y 24, 11/11-26/26 = 69).

Teniendo ya controlada la situación interior, volvió a reanudar los ataques contra los coraixíes. Éstos, instigados por los judíos —en especial los de Jaybar, donde se encontraban refugiados algunos banu nadir—, formaron una gran coalición (33, 10/10-27/27 = 73) y se dispusieron a poner fin a las andanzas de los musulmanes. Reunieron diez mil hombres, de los cuales cuatro mil eran coraixíes y a los que se había unido la confederación de las tribus venidas a menos, a las que se llamaba ahabis, y grupos de otras etnias. Todos se pusieron en marcha hacia el norte, mandados por Abu Sufyán, y siguieron el mismo camino que en la campaña de Uhud.

El Profeta debió de vacilar, al principio, sobre cómo debía hacer frente a un ataque tan importante, dada la desproporción de fuerzas. Optó por aceptar la opinión de un esclavo persa, Ruzbe, que se había convertido al islam y que había sido rescatado por sus nuevos correligionarios, quienes le conocieron como Salmán al-Farisí —tal como aún hoy en día se le conoce, pues es persona de capital importancia dentro del desarrollo histórico del xiísmo—. Éste sugirió a Mahoma la estrategia de seguir frente a los coraixíes. Los musulmanes se encerraron en la ciudad y la transformaron en una fortaleza: como Medina carecía de murallas, éstas fueron improvisadas en la parte alta de la ciudad, por donde se desembocaba al campo por calles estrechas y bastaba con unir las últimas casas con tapias lo más fuerte y altas posible. En la parte baja esto no era factible, pues las calles eran mucho más anchas y terminaban en una explanada que permitiría maniobrar a la caballería coraixí y la invitaría a lanzarse hacia el interior. Como era imposible, por falta de tiempo, amurallar toda esa extensión, se excavó un foso (jandaq) lo suficientemente ancho para que los caballos no pudieran saltarlo, y lo bastante profundo para que, si lo intentaban, no pudieran salir de él. La tierra se amontonó en el interior formando una burda muralla, y se dejaron a mano cuantas más piedras, mejor. En estos trabajos de fortificación tuvieron que colaborar, más o menos voluntariamente, todos los habitantes de la ciudad, hipócritas y hebreos incluidos (24, 62/62 = 69).

El asedio duró unas semanas (del 8 al 23 de du-l-qada del año 5/del 31 de marzo al 15 de abril del año 627), pues los coraixíes no supieron qué hacer ante un enemigo puesto a la defensiva y que, antes de encerrarse detrás de las fortificaciones, había recogido la cosecha dejando a sus enemigos sin la posibilidad de abastecerse sobre el terreno. El ejército atacante, que disponía del mejor estratega del siglo en campo abierto, Jálid b. al-Walid, ni pensó en expugnar la ciudad rompiendo el muro desguarnecido que unía las casas, ni pudo cruzar el foso defendido desde el otro lado por tres mil musulmanes. Los intercambios de flechas y dardos hicieron muy pocas víctimas, pues los muertos de ambas partes, durante toda la campaña, no llegaron a diez. Al no poder conseguir una rápida solución militar del conflicto, los coraixíes procuraron asegurar su campo y lograron que los judíos banu qurayza rompieran el pacto que, indirectamente, los ligaba a Mahoma como vasallos de los aws. Pero ni aun así supieron conquistar Yatrib, y Mahoma reaccionó aliándose con los gatafán y sembrando cizaña entre los coaligados que se vieron obligados a levantar el asedio de la ciudad.

Entonces, Mahoma se revolvió contra los banu qurayza y les obligó a rendirse. Los vencidos esperaban obtener las mismas condiciones que los banu nadir, ya que si por éstos habían intercedido los jazrach, sus señores, a ellos podían protegerles los aws, de los que eran clientes. El Profeta dejó que un awsí, enemigo suyo y herido en el combate del foso, Sad b. Muad, decidiera su suerte, y éste decidió aplicar la ley hebrea del herem, es decir, juzgó a los hebreos de acuerdo con el Deuteronomio (20, 10-16): muerte para los adultos, esclavitud para impúberes y mujeres (9 de du-l-hichcha del año 5/1 de mayo del 627). Los bienes fueron repartidos entre los emigrados, previa indemnización a los defensores de las tierras que habían dado con anterioridad a aquéllos. El Profeta, por su parte, reclamó para sí una hermosa hebrea (Deuteronomio 21, 10-13) que prefirió ser su esclava antes que su esposa.

La victoria del foso, la mano dura empleada con los judíos y los continuos ataques a las caravanas, hicieron mucho en favor del islam: los beduinos de los alrededores de Medina, que habían sido hasta entonces hostiles a Mahoma y la nueva religión, se ligaron más y más a su suerte y Qays b. Asim, tamimí, recibió el título honorífico de señor de los nómadas (sayyid ahl al-wabar). La opinión de La Meca empezó a serle favorable desde el momento en que los coraixíes se dieron cuenta de que Mahoma no les despojaría de sus derechos comerciales ni religiosos. En consecuencia, empezaron a pensar seriamente en la manera de poner fin a las rapiñas de los musulmanes mediante un pacto con ellos. Precipitó los acontecimientos una visión que tuvo Mahoma en la que se le mandaba ir en romería —es decir, no en una peregrinación solemne— a los lugares santos. Así podría tantear la resistencia de sus enemigos.

Se puso en marcha con sus fieles —unas mil personas— sin más armas que los sables. Los mequíes enviaron a su encuentro a Jálid b. al-Walid, y Mahoma hizo un alto en Hudaybiyya, en los confínes del territorio sagrado, y se preparó a negociar enviando a La Meca a uno de los pocos miembros del clan coraixí de los omeyas que se había convertido al islam, Utmán (futuro tercer califa). Días después circuló el rumor de que el mensajero había sido asesinado, y Mahoma reunió a los romeros debajo de un árbol sagrado, un samura o acacia (cf. p. 36), e hizo que hasta el último de sus compañeros le jurara fidelidad. Finalmente el rumor fue desmentido, Utmán regresó y se iniciaron unas negociaciones que fueron llevadas con mucho tacto por Mahoma y concluyeron en el acuerdo de que éste renunciaba a seguir adelante aquel año a cambio de que al siguiente los mequíes evacuarían la ciudad durante tres días, y no pondrían trabas a la peregrinación de los musulmanes. Algunos detalles más, sobre los que volveremos enseguida, constituyeron el acuerdo conocido por tregua de Hudaybiyya.

Mahoma, siguiendo las exigencias del ritual, hizo inmolar en su campamento las víctimas propiciatorias, se cortó el cabello y regresó a Medina. Calmó el descontento que la retirada había causado entre sus partidarios con una nueva campaña contra los judíos. Esta vez le tocó el turno a los de Jaybar (muharram del 7/ mayo del 628). El asedio fue largo y durante él Mahoma dictó unas cuantas disposiciones: prohibición de la muta o matrimonio temporal (cf. pág. 99) y prohibición de comer carne de asno. Los judíos capitularon, al fin, y quedaron instalados, a título precario, en sus propias tierras, que cultivaron hasta que el califa Umar los expulsó del suelo de Arabia. Mahoma se casó, según la costumbre, con la hija de uno de los vencidos, Zaynab, la cual intentó, sin éxito, envenenarlo.

Esta conquista, así como las de Fadak y wadi-l-Qura, enriqueció a los musulmanes y permitió iniciar la implantación de las leyes por las que, en lo sucesivo, debían regirse los pueblos sometidos que estuvieran en posesión de un libro revelado, o sea los dimmíes. En efecto: hasta ahora la expansión del islam había sido acompañada, cuando menos, por la deportación de los vencidos y la cesión de sus bienes a los vencedores. Pero Jaybar se encontraba demasiado lejos de Medina para que sus tierras pudieran interesar a los musulmanes y, por tanto, había que establecer un sistema de explotación que conviniera a éstos y a aquéllos. Se obligó a los judíos a pagar una gabela específica, la chizya, y a reconocer la preeminencia del islam a cambio de poder conservar las tierras y la religión. Estas disposiciones, que en principio sólo afectaban a judíos y cristianos, se hicieron extensivas pronto a los mazdeos, «adoradores» del fuego o parsis, y se admitió el matrimonio de sus hijas con los musulmanes. La aplicación de estos principios por el propio Profeta tiene un interés muy especial para comprender la política seguida un milenio más tarde por los soberanos españoles con judíos, mudéjares y moriscos.

Mahoma se había comprometido, en Hudaybiyya, a no acoger a los fugitivos de La Meca y, en caso necesario, devolverlos a esta ciudad. Pero esta cláusula, tremendamente criticada por los musulmanes en el momento del acuerdo, fue ineficaz. El primer problema se presentó con su esposa Umm Kultum, refugiada en Medina y reclamada por sus dos hermanos. Mahoma se negó a entregarla, puesto que en el tratado la cláusula de extradición sólo se refería a los hombres. Éstos, efectivamente fueron devueltos, pero sin escolta. Por tanto, podían hacerse con armas, escapar, agruparse en guerrillas y atacar por su cuenta al comercio coraixí.

En esta circunstancias (du-l-qada del 7/ febrero-marzo del 629) se realizó la peregrinación, tal y como se había convenido en el pacto de Hudaybiyya: los mequíes evacuaron la ciudad, los visitantes no fueron molestados y Mahoma aprovechó el momento para casarse por última vez. Tocó el turno a una viuda de veintiséis años, Maymuna bint al-Hárit, pariente de al-Abbás y del mejor general coraixí, Jálid b. al-Walid. Con este pretexto intentó prolongar su estancia en la ciudad y, si bien no tuvo éxito, consiguió dos conversiones secretas de la máxima importancia: la del general citado y la de Amr b. al-Asi, futuros conquistadores, de Siria y de Egipto, respectivamente. Al retirarse dejaba en la ciudad, intrigando, a su tío, al-Abbás, y a Abu Sufyán, su constante enemigo y jefe de los omeyas que ya empezaba a pensar en una próxima conversión al islam para salvaguardar así sus intereses comerciales y los de su familia.

Al llegar a Medina inició una febril etapa diplomática de negociaciones con las tribus. Los analistas han situado en esta época el envío de una serie de embajadas a los principales soberanos del mundo: a Heraclio, emperador de Bizancio, al Negus de Abisinia, al rey de los persas, etc. Las mandara o no, lo cierto es que el hecho de que los cronistas las mencionen implica que empezaba a existir un sentimiento nacional entre los árabes de aquel entonces. Este pueblo se había dado cuenta de que entre ellos había surgido alguien capaz de entablar diálogo en pie de igualdad, y por primera vez en la historia, con los principales personajes del mundo, y se planteaban el problema de hasta qué punto Mahoma creía en la ecumenidad de su misión.

La ocupación de Jaybar ponía en sus manos una base de valor inigualable para atacar a los árabes vasallos de Bizancio. En consecuencia, envió contra ellos un ejército mandado por Zayd b. Hárit: en Muta, al sur del mar Muerto, tuvo lugar la batalla en la que los musulmanes fueron derrotados y sus jefes muertos. Pero consiguieron escapar a una verdadera catástrofe gracias a la capacidad de maniobra de Jálid b. al-Walid, que acababa de incorporarse a sus filas. La noticia de la derrota fue mal recibida en Medina, pero se olvidó rápidamente pues el propio Mahoma entró en acción. Es posible, pero no seguro, que con motivo de este acontecimiento Dios revelase el siguiente texto (30, 112-2/3 = 53): Los bizantinos han sido vencidos en los confines de la tierra. Ellos, después de su derrota, serán vencedores, o, en pocas palabras, que una guerra la gana quien vence en la última batalla y, en consecuencia, que la derrota de Muta no era más que un descalabro temporal como el que había sufrido Heraclio delante de Cosroes Parviz y que terminó con la victoria del primero, después del 624, recuperando la reliquia de la Cruz en que, según la tradición, había muerto Jesucristo. Pero el mismo texto consonántico del Corán admite otra vocalización que permite traducir: Los bizantinos han vencido en los confines de la tierra. Ellos, después de su victoria, serán vencidos, y, en este caso, aludiría a la derrota de Muta y la posterior conquista árabe del Próximo Oriente.

Basándose en que los coraixíes habían prestado auxilio a los bakríes y en que éstos habían atacado a los juzraíes, aliados de los musulmanes, consideró roto el pacto de Hudaybiyya y marchó sobre La Meca. Abu Sufyán le salió al encuentro y viendo lo inútil de la resistencia, regresó a la ciudad para convencer a sus conciudadanos, después de una rápida negociación, de que era necesario capitular. Los coraixíes, cuya economía estaba en crisis, accedieron y se pusieron en manos del Profeta casi sin condiciones.

Mahoma mandó destruir los ídolos, proclamó que La Meca había sido conquistada por la fuerza y que, por tanto, todos sus habitantes eran sus cautivos y, a continuación, los dejó en libertad. Sin embargo, sus más acérrimos enemigos tuvieron que huir a uña de caballo y unos pocos fueron asesinados. Los más perseguidos fueron los poetas que, periodistas de la época, y al servicio de sus mecenas, habían colmado de injurias en sus versos a Mahoma. Uno de ellos, Kab b. Zuhayr, cargado de culpa, tuvo la valentía de presentarse ante el Profeta de improviso y declamar unos versos en su honor. El Profeta, atónito ante la belleza de la casida, le perdonó y le regaló su propia capa (burda), y de aquí el nombre con que se conoce el poema —imitado posteriormente a lo largo de los siglos— de Burda. A otros, como a Abd Allah b. abi Sarh, que había sido secretario del Profeta y había intentado falsificar la revelación al ponerla por escrito, y que una vez descubierto, había huido a La Meca y había apostatado, Mahoma les perdonó la vida gracias a la intervención de Utmán b. Affán.

Todos los coraixíes, hombres y mujeres, le juraron rápidamente obediencia, le reconocieron como Enviado de Dios y le mostraron el tesoro de la Kaaba que contenía setenta mil onzas de oro que ni tocó. Los defensores mediníes, viendo lo generoso que se mostraba con los coraixíes, llegaron a temer que quisiera quedarse en La Meca. Mahoma los tranquilizó rápidamente garantizándoles que, tanto en la vida como en la muerte, estaría con ellos. La alegría más profunda le embargaba y, para atraer a sus parientes, dio un nuevo destino al azaque o limosna (9, 60/60 = 86) e inició una nueva campaña, ahora contra Taif, pues esta ciudad y su campiña eran las que abastecían de víveres La Meca. Durante la marcha, sus tropas fueron hostigadas, y las tribus de la Arabia Central, y en especial los hawazin, le atacaron por sorpresa. La vanguardia musulmana fue vencida, pero Mahoma, al frente de los defensores, pudo transformar la derrota en victoria. Tal fue la batalla de Hunayn (9, 25/25-26/26 = 86): Dios os ha socorrido en múltiples campos de batalla y en el día de Hunayn, cuando vuestro gran número os maravillaba, pero no os servía de nada: la tierra os parecía estrecha, a pesar de que era ancha; os volvisteis retrocediendo. Dios hizo descender enseguida Su Presencia sobre su Enviado y sobre los creyentes, e hizo descender ejércitos de ángeles que no veíais y atormentó a quienes no creían… A continuación, puso sitio a Taif, ciudad en la que vivían ingenieros militares. No pudo conquistarla pero poco después sus habitantes abrazaron el islam espontáneamente.

El triunfo hizo que muchas tribus —los tamim, los asad, los bakr, los taglib…— reconocieran su misión, y sus doctrinas empezaron a conocerse más allá de la frontera persa, despertando la consiguiente inquietud en las florecientes comunidades judías de Mesopotamia que conocían bien lo que había sucedido a sus correligionarios de Medina y Jaybar. Los cristianos temían menos por su porvenir, en caso del triunfo de la nueva religión, pues el Corán (5, 85/82-88/89 = 94) los citaba con mayor simpatía que a aquéllos: En los judíos y en quienes asocian [paganos] encontrarás la más violenta enemistad para quienes creen. En quienes dicen: «Nosotros somos cristianos» encontrarás a los más próximos en amor para quienes creen, y eso porque entre ellos hay sacerdotes y monjes y no se enorgullecen… ¿A qué cristianos se refiere? Mahoma conocía, al menos parcialmente, los Evangelios, pues alude —entre otros— a San Marcos 10, 25 (en 7, 38/40 = 91): Para quienes hayan desmentido nuestras aleyas y se hayan enorgullecido ante ellas, no se abrirán las puertas del cielo ni entrarán en el Paraíso hasta que penetre el camello por el agujero de una aguja

Es curioso observar que los comentadores del Corán que escribieron en árabe, lengua hermana del arameo en que estuvo redactado originalmente el Evangelio (llegado a nosotros en la versión griega), y que sabían que el texto del Libro estaba escrito sólo con consonantes, vocalizaran éstas como chamal (camello) y no como chumal (calabrote), palabra que conocían y que es con la que debe restituirse el texto de San Marcos.

Evidentemente, el Corán niega los dogmas de la Trinidad y de la divinidad de Jesús (4, 169/171 = 93): ¡Gente del Libro! No exageréis en vuestra religión ni digáis sobre Dios más que la verdad. Realmente el Mesías, Jesús, hijo de María, es el Enviado de Dios, su Verbo [kalimatu-hu] que echó a María y un espíritu procedente de Él. Creed en Dios y en sus enviados. No digáis «Tres». Dejadlo. Es mejor para vosotros. Realmente, el Dios es un dios único. ¡Loado sea! ¿Tendría un hijo cuando tiene lo que está en los cielos y en la tierra?

El texto en cuestión niega el monofisismo, el arrianismo, se acerca al nestorianismo y, en otro versículo (2, 110/ 116 = 74) pondría el principio doctrinal del adopcionismo de Félix de Urgel (m. c. 811) y Elipando de Toledo (716-c. 800): Dicen: «Dios ha adoptado un Hijo». ¡Loado sea! ¡No! A Él pertenece todo cuanto hay en los cielos y en la tierra. Todo le adora. Por otra parte defiende la virginidad de María (19, 20/20 = 54 y passím): Ella dijo: «¿Cómo tendré un muchacho si no me ha tocado un mortal y no soy una prostituta?», idea que, por lo demás —una mujer virgen madre de un dios— estaba difundida por la Nabatea, o al menos así lo pretenden algunos autores antiguos que fijan el natalicio en el 6 de enero, ya que la raíz kb en árabe conlleva la idea de virginidad. En este orden de ideas cabría buscar la etimología de la Cava, causante (?) de la invasión de la Península, en dicha raíz (kb), y no en la de qhb (prostituta).

En lo que sí estaban, y están de acuerdo cristianos y musulmanes es en que adoraban, y adoran, al mismo Dios Padre. Los árabes cristianos (Devocionario, en árabe, católico-latino, de los Padres Franciscanos de Jerusalén, 1961) utilizan, lógicamente, la palabra árabe Allah para Dios.

Mahoma, al regresar a Medina, se dispuso a vengar la derrota de Muta. Los hipócritas hicieron todo lo posible para evitar el alistamiento de voluntarios, y tal vez haya que situar en este momento el episodio de la mezquita perjudicial de Abu Amir Abd Amr (m. 9/630) que hemos citado más arriba. Por su parte, los beduinos y los defensores se mostraron reacios a partir, y Mahoma recurrió a llamamientos que por su patetismo recuerdan los de sus primeros tiempos en La Meca, e inició una revisión del concepto de «guerra santa» con el fin de poder reclutar las tropas necesarias para abrir los caminos comerciales del Próximo Oriente y extirpar el politeísmo en Arabia, pues no quería mezclarse más con los idólatras en un acto de culto. Por eso, en el año 8/630 puso al frente de la peregrinación a Attab, mientras que él se contentaba con una umra. El año siguiente, 9/631, la envió bajo la presidencia de Abu Bakr y Alí, e hizo anunciar que, en lo sucesivo, ningún idólatra podría tomar parte en ella y que los destruiría, dándoles un plazo de cuatro meses para convertirse, emigrar o hacer la guerra. Estas nuevas disposiciones tendían a reunir un ejército bien disciplinado cuyos miembros debían ser implacables con los infieles, aunque quedara en sus manos una amplia serie de opciones para negociar la paz. Pero, a pesar de estas disposiciones, Arabia no se vio libre de paganos, como mínimo, hasta el 34/654, cuando el califa Utmán se atrevió a derruir el templo fortificado de Gumdán, cerca de Sana, cuya trayectoria histórica es una de las pocas que puede seguirse a través de textos yemeníes y árabes antiguos.

Cuando por fin consiguió el apoyo de los beduinos, emprendió la marcha hacia Tabuk, en la frontera bizantina; de paso, según algunos hadices, destruyó la mezquita de Abu Amir y llegó a sus objetivos sin dificultad, consiguiendo los tributos de los príncipes cristianos del norte de la Península, de los habitantes de Adruh y de los judíos del puerto de Makna. Por su parte, Jálid b. al-Walid ocupó Dumat al-Chandal (9/630), oasis situado sobre el Wadi Sírhan, a medio camino entre Medina y Damasco. Todos estos movimientos debieron verse facilitados por la inmigración en Siria y Mesopotamia de numerosos grupos árabes desde bastantes siglos antes.

Cuando regresó a Medina, su situación había mejorado notablemente, pues, entre otras circunstancias, murió el jefe de los hipócritas, Abd Allah b. Ubayy. Las nuevas disposiciones que promulgó contribuyeron a consolidar el naciente estado: remachó que en adelante iba a existir una comunidad, umma, basada en la religión, puesto que los musulmanes tenían que ser hermanos entre sí; sólo se diferenciarían por la piedad, y su conducta se inspiraría en el Corán. Seguro ya de la pervivencia de su obra, Mahoma se dispuso a realizar una peregrinación solemne (du-l-hichcha del 10/marzo del 632) que ha recibido el nombre de «peregrinación de despedida». Los preparativos se hicieron de una manera febril y recibió muchísimas revelaciones de carácter religioso-cultural destinadas a restaurar definitivamente los ritos de Abraham, con exclusión de todas las ceremonias paganas. Durante la peregrinación pronunció un discurso, posiblemente dialogado, en que abolió la usura con efectos retroactivos y suprimió el mes intercalar (nasi) del calendario musulmán. Posiblemente, sintiéndose ya enfermo, recibió la última revelación (5, 5/3): Hoy os he completado mi religión y he terminado de daros mi bien. Yo os he escogido el islam por religión.

Al regresar a Medina se dedicó a preparar una expedición hacia los confines sirobizantinos. Aún asistió a algunas ceremonias religiosas y en una de ellas se humilló ante todos los fieles pidiendo perdón por las ofensas que hubiera podido hacer. Unos días después (13 de rabi I del año 11/8 de junio del 632) murió, víctima de la malaria, en brazos de Aísa.