IX

ADONÍAS, EL HIJO DE JAGUIT

Siguieron extraños acontecimientos. Hasta entonces, rara vez topaba Lise con Mendl el cochero, y cuando coincidían apenas notaba su presencia. Sin embargo, desde el día de la conversación con Shlóimele acerca de Mendl, éste parecía ir a su encuentro. Ella entraba en la cocina y lo sorprendía bromeando con la sirvienta. Él enmudecía al verla aparecer. Pronto empezó a encontrárselo en todas partes, en el establo, o montado a caballo cabalgando hacia el río San. Erguido como un cosaco, no utilizaba montura y ni siquiera riendas. En cierta ocasión, Lise, que necesitaba agua, tomó ella misma un cubo, por estar ausente la criada, y se dirigió al pozo. De repente Mendl el cochero, surgiendo de la nada, se ofreció a ayudarla para sacar el agua. Una tarde, Lise paseaba por la pradera —Shlóimele se encontraba en la casa de estudio— y vio venir de frente al viejo macho cabrío de la comunidad. Tratando de eludirlo se movió hacia la derecha, pero él le bloqueó el paso. Cuando Lise volvió a su izquierda, el animal dio un salto al mismo lado, bajando a la vez sus puntiagudos cuernos como si fuera a embestirla. Súbitamente, alzándose sobre las patas traseras, apoyó sobre Lise las patas delanteras. Sus ojos llameaban con furia, como los de un poseído. Ella comenzó a forcejear para liberarse, pero el animal era más fuerte y casi la lanzó al suelo. Gritó y a punto estaba de desmayarse cuando de pronto se oyó un sonoro silbido y el restallar de un látigo en el aire. Mendl el cochero apareció en el lugar y, viendo la lucha, azotó con el látigo la espalda del macho cabrío. La tralla llena de nudos casi rompió la espina dorsal del animal. Soltando un balido entrecortado, echó a correr sin rumbo. Sus patas, recubiertas de mechones de pelo, se le enredaban y, más que un macho cabrío, parecía una bestia salvaje. Lise contemplaba atónita la escena. Durante un rato estuvo mirando a Mendl en silencio. Luego, sacudiéndose como si despertase de una pesadilla, le dijo:

—Muchas gracias.

—¡Estúpido animal! —exclamó Mendl—. ¡Si alguna vez le pongo de nuevo las manos encima, le sacaré las entrañas!

—¿Qué pretendía? —preguntó Lise.

—¿Quién sabe? A veces un macho cabrío ataca a las personas. Aunque es verdad que siempre se lanza sobre una mujer, nunca sobre un hombre.

—¿Cómo es eso? ¡Debes estar bromeando!

—No, en serio… En un shtetl adonde fui con el amo, había un macho cabrío que solía esperar a las mujeres cuando regresaban del baño ritual y las asaltaba. La gente preguntó al rabino qué hacer y él ordenó que sacrificaran al animal…

—¿Es cierto? ¿Por qué tenía que ser sacrificado?

—Para que no siguiera embistiendo a las mujeres…

Lise le dio de nuevo las gracias y calificó de milagroso que él hubiese llegado justo a tiempo. Con sus botas brillantes, los pantalones de montar y fusta en mano, el joven la observaba con la insolente mirada de hombre experto. Lise dudaba si continuar su paseo o volver atrás, ya que le asustaba el macho cabrío e imaginaba que podría querer vengarse. Como si leyese sus pensamientos, el joven se ofreció para acompañarla y protegerla. Durante un rato caminó detrás de ella como un guardaespaldas. Tras alguna vacilación, Lise decidió emprender el regreso a casa. Sintiendo la mirada de Mendl sobre su espalda, el rostro le ardía, se le juntaban los tobillos y caminaba a trompicones. La tierra parecía temblar bajo sus pies y chispas luminosas le bailaban ante los ojos.

Cuando más tarde Shlóimele volvió a casa, Lise le quiso relatar todo lo sucedido, pero se contuvo. Sólo llegada la noche lo hizo, una vez apagada la luz. Atónito y estupefacto, Shlóimele interrogó a Lise sobre cada detalle. La besó y abrazó, y pareció disfrutar enormemente con el incidente. De pronto dijo:

—Ese condenado macho cabrío te deseaba.

—¿Cómo es posible que un macho cabrío desee a una mujer? —preguntó Lise.

—Una belleza como la tuya puede excitar incluso a un macho cabrío —respondió Shlóimele. A continuación, alabó al cochero por su fidelidad y afirmó que su aparición en el momento justo no había sido una coincidencia sino una prueba de amor sincero y de que estaría dispuesto a atravesar un fuego por ella. Cuando Lise le preguntó cómo podía saber que era así, él le prometió revelarle un secreto. Colocando bajo su muslo la mano de ella, de acuerdo con la antigua costumbre, la hizo jurar que no revelaría a nadie lo que iba a contarle.

Una vez que ella le obedeció, tomó él la palabra:

—Debes saber que tú y el cochero sois reencarnaciones y ambos procedéis de una misma raíz espiritual. Tú, Lise, fuiste en tu primera existencia Abisag la sunamita, y él era Adonías, el hijo de Jaguit y del rey David. Él te deseaba y pidió a Betsabé que acudiera ante el rey Salomón, a fin de que tú, Abisag, le fueras entregada como esposa. Sin embargo, puesto que según la Ley eras considerada viuda del rey David, la petición de Adonías se sancionaba con la pena de muerte y ni los Cuernos del Altar le sirvieron de protección, ya que lo llevaron lejos y lo ejecutaron. La Ley, no obstante, rige sólo para los cuerpos y no para las almas. Así, cuando un alma desea a otra, lo hace por decreto del cielo y no podrá encontrar su salvación hasta que tal deseo se satisfaga. ¡Está escrito que el Mesías no vendrá hasta que todas las pasiones se hayan consumado y, por este motivo, la generación anterior a su llegada será toda ella pecado! Y cuando un alma no logra realizar su deseo en una existencia, se reencarna una y otra vez. Así ha ocurrido con vosotros dos. Desde hace casi tres mil años vuestras almas han estado flotando desnudas sin poder regresar al mundo de la Emanación Divina, de donde procedían. Las fuerzas de Satanás no han permitido que os encontréis porque, cuando se produzca la unión entre Adonías y Abisag, llegará la redención. Ésta es la razón por la cual, cuando él era un príncipe tú eras una sierva y cuando tú eras una princesa él era un esclavo. Incluso fuisteis separados por océanos; cuando él navegó hacia ti, el Diablo originó una tormenta y el barco se hundió entre las olas. Del mismo modo hubo otros obstáculos y vuestra pena se hizo inmensa. Ahora os halláis ambos en la misma casa, pero debido a que él es un ignorante, tú le desprecias. En realidad, vuestros cuerpos albergan unas almas sagradas que se afligen en la oscuridad y anhelan unirse. Y el hecho de que tú seas una mujer casada se debe a que hay una clase de purificación que sólo puede tener lugar a través del adulterio. Por un motivo semejante, Jacob tuvo trato con dos hermanas, Judá se acostó con su nuera Tamar, Reubén subió a la cama de Bilha, la concubina de su propio padre y Oseas encontró esposa en un burdel, y lo mismo hicieron muchos otros grandes hombres. Debes saber también que el macho cabrío no era un macho cabrío común, sino uno de los ángeles exterminadores bajo el mando de Satanás, y si Mendl no hubiese llegado cuando llegó, la bestia te habría malherido, Dios no lo quiera.

Lise preguntó a Shlóimele quién era él entonces, si también una reencarnación, y Shlóimele se identificó como el rey Salomón, que había bajado a este mundo para corregir el daño que había producido en su anterior existencia. Debido al pecado de haber mandado ejecutar a Adonías, no le era permitido entrar en el Palacio Celestial como le correspondía. Cuando Lise quiso saber qué seguiría a esa rectificación, si todos ellos habrían de abandonar entonces el mundo, Shlóimele replicó que sólo él y Lise disfrutarían juntos de una larga vida y, sin mencionar para nada el futuro de Mendl, dejó entender que la estancia del joven sobre la tierra sería corta. Todas estas afirmaciones las hizo con el dogmatismo de un cabalista para quien ningún secreto es indescifrable.

Tras oír aquellas palabras, un temblor sacudió a Lise, todavía acostada y con los miembros entumecidos. La instruida Lise, familiarizada con las Escrituras, había sentido a menudo compasión por Adonías, el hijo descarriado del rey David, que por haber codiciado a la concubina de su padre y por desear ser ungido rey, pagó con la cabeza su rebeldía. Más de una vez había llorado leyendo este capítulo del Libro de los Reyes. También se había compadecido de Abisag la sunamita, la más hermosa doncella entre las fronteras de Israel, condenada, pese a no haber llegado a tener contacto carnal con el rey, a permanecer viuda el resto de su vida. Inesperadamente le había sido revelado que ella, Lise, era en realidad Abisag la sunamita y que el alma de Adonías moraba en el cuerpo de Mendl.

De pronto, pensó que Mendl realmente se parecía a Adonías tal como ella se lo había representado en su imaginación, lo cual la llenó de asombro. Entendió por qué sus ojos eran tan negros y extraños, su cabello tan espeso, por qué razón se escondía y se aislaba de la gente y por qué la miraba a ella con tanto deseo. Comenzó a imaginar asimismo que recordaba su anterior existencia como Abisag la sunamita, que había visto pasar a Adonías delante del palacio, conduciendo una cuadriga con cincuenta hombres que corrían precediéndole y que ella, aunque estaba al servicio del rey Salomón, había sentido un intenso anhelo de entregarse a Él… Era como si las palabras de Shlóimele le hubiesen revelado la solución de un profundo enigma, y una madeja de secretos de tiempos pasados se hubiera desovillado en su interior.

Aquella noche marido y mujer no durmieron. Shlóimele se acostó junto a ella y conversaron en voz baja hasta la madrugada. Lise hacía preguntas y Shlóimele contestaba a todo de forma razonada, pues sabido es que mi gente tiene una elocuencia extraordinaria, y ella, en su inocencia, lo creía todo. Hasta un cabalista podría haber caído en el engaño y pensar que aquéllas eran palabras del Dios vivo que el profeta Elias había revelado a Shlóimele. Tal excitación se despertaba en él al hablar, que temblaba y se agitaba y la cama con él, los dientes le castañeteaban como si tuviera fiebre y chorros de sudor corrían por su cuerpo. Cuando Lise se convenció de que todo estaba predestinado y de que Shlóimele había de ser obedecido, lloró amargamente y empapó con sus lágrimas la almohada. Él la consolaba y la besaba, mientras continuaba desvelándole los más recónditos secretos de la Cábala. Al amanecer, Lise yacía extenuada, totalmente sin fuerzas, más muerta que viva. De esta manera conseguí, empleando el poder de una falsa Cábala y el corrompido discurso de Sabbatai Zevi, apartar a una joven virtuosa del camino recto.

La verdad es que el malvado Shlóimele ideó esta treta sólo para satisfacer su propia concupiscencia, ya que de tanto pensar y repensar —qué debería estar arriba y qué abajo, qué delante y qué detrás— su naturaleza se había pervertido y lo que a él le producía placer, a cualquier otro le haría sufrir. Por exceso de lujuria se había vuelto impotente. Aquellos que conocen las complejidades de la naturaleza humana bien saben que gozo y dolor, fealdad y belleza, amor y odio, compasión y crueldad, al igual que otras emociones contrapuestas, se mezclan con frecuencia de tal forma que no es posible distinguirlas. Ésta es la razón por la que soy capaz de conseguir que las personas no sólo se alejen del Creador, sino incluso que hagan daño a su propio cuerpo, todo ello en nombre de alguna causa imaginaria.