V

LA BODA

La boda resultó en verdad fastuosa. Modistas venidas de Lublin habían confeccionado el atuendo de la novia. Las costureras trabajaron durante varias semanas en la casa de Reb Búnim, bordando encajes en lencería, camisas y camisones. El traje de novia de Lise, de satén blanco, incluía una cola de cuatro codos de largo y un velo del más fino tul. En lo que respecta al banquete, las cocineras hornearon una jalá[11] casi del tamaño de una persona y trenzada por ambos lados. Un pan como aquél nunca había sido visto en Kreshev. Reb Búnim no reparó en gastos; ordenó sacrificar para la fiesta corderos, terneras, gallinas, gansos, patos y pollos. Encargó también pescado procedente del río San, así como aguamiel y vino húngaro, que proporcionó el posadero del lugar. Llegado el día de la boda, Reb Búnim mandó organizar una comida para los pobres de Kreshev, a quienes se unieron, cuando corrió la voz, masas de vagabundos de los alrededores. Se colocaron en plena calle mesas y bancos, y se sirvió a los indigentes jalá blanca del sábado, carpa rellena, carne estofada en vinagre, pan de jengibre y jarras de cerveza. Músicos klezmer interpretaron sus melodías para los mendigos y el animador tradicional de las bodas les hizo reír. La alegre multitud de harapientos, formando círculos en la plaza del mercado, acabó bailando y brincando al son de la música. Cantaron y se desgañitaron hasta producir un ruido ensordecedor.

Ya al atardecer comenzaron a congregarse los invitados en la residencia de Reb Búnim. Las mujeres lucían chaquetas bordadas con cuentas, bellos tocados, pieles y todas sus joyas. Las más jóvenes encargaron para la ocasión vestidos de seda y zapatos de punta, aunque ni sastres ni zapateros lograron satisfacer tantas peticiones y se produjeron rencillas. Más de una muchacha hubo de quedarse en casa la noche de la boda, arrimada a la estufa y llorando su mala suerte.

Aquel día Lise guardó ayuno y a la hora de la plegaria de la tarde hizo confesión de sus pecados. Como si se tratara del Yom Kippur[12], rezó las oraciones dándose golpes de pecho, pues sabía que el día de la propia boda son perdonadas todas las transgresiones. Ella no era especialmente devota, e incluso a veces le flaqueaba la fe como a menudo sucede con quienes reflexionan demasiado, pero en esta ocasión rezó con especial fervor. Rogó asimismo por el hombre que al finalizar el día se convertiría en su marido. Cuando Shifre Tamar entró en el dormitorio y vio a su hija rezando de ese modo en un rincón, con lágrimas en los ojos y golpeándose el pecho con el puño, exclamó:

—¡Pero mírenla! ¡Toda una santa! ¡Ni a mis enemigos se lo desearía!, —y le exigió que dejase de llorar si no quería entrar bajo el palio nupcial con ojos enrojecidos y los párpados hinchados.

Ahora bien, podéis creerme, no fue sólo el fervor religioso lo que provocó el llanto de Lise. Durante los días y semanas previas a la boda estuve trabajando con ahínco. La muchacha se atormentaba con toda clase de preocupaciones y extraños pensamientos. Si en un momento la aterraba la idea de que pudiera no ser virgen, al siguiente rompía a llorar, temerosa de no soportar el dolor en el instante de la desfloración. De pronto la asaltaba una sensación inexplicable de vergüenza, y a continuación sentía miedo de sudar demasiado en la noche de bodas, o de que le doliera el estómago, o de mojar la cama o de sufrir aún peores humillaciones. La invadía también la sospecha de que algún enemigo la había embrujado, y revisaba su ropa en busca de algún nudo escondido. Ansiaba aplacar este torrente de inquietudes, mas no lograba contenerlo. «¿Quién sabe? —se le ocurrió pensar un día—, tal vez estoy soñando despierta y no sea cierto que esté a punto de casarme». «¿O quizá mi prometido sea una especie de demonio con forma humana, y la ceremonia nupcial serán sólo una ilusión y los invitados unos espíritus del mal?». A todo ello se añadían espantosas pesadillas. Acabó perdiendo el apetito y sufriendo de estreñimiento. Mientras todas las muchachas de Kreshev envidiaban su felicidad, ella padecía crueles tormentos.

Puesto que el novio era huérfano, Reb Búnim se ocupó de proveerle un guardarropa. Encargó para su yerno dos abrigos de piel de zorro, uno para uso diario y otro para el sábado; un par de gabanes, uno de seda y otro de satén; un sobretodo de paño, dos batas, varios pares de pantalones, un sombrero de trece puntas ribeteado en piel, así como un taled[13] turco engalanado con tres franjas. Entre los regalos figuraban también una cajita de plata para especias, adornada con un grabado del Muro de las Lamentaciones, un pequeño cofre de oro para guardar una toronja, un cuchillo de mango nacarado para cortar la jalá, una tabaquera con tapa de marfil, un Talmud completo encuadernado en seda y un libro de oraciones con cubiertas de plata.

Durante el almuerzo en su honor, Shlóimele pronunció una brillante disertación. Comenzó planteando diez interrogantes que parecían ser totalmente básicos, para después responder a todos ellos con una única explicación. Hecho esto, sin embargo, le dio la vuelta al razonamiento y demostró que dichos interrogantes no eran tales y que la gran torre de erudición que acababa de construir se desmoronaba. Sus oyentes enmudecieron de asombro.

No voy a extenderme demasiado en la descripción de la fiesta. Baste decir que los músicos no cesaron de tocar y que los numerosos invitados bailaron, cantaron y saltaron como es costumbre en las bodas, especialmente cuando es el hombre más rico del lugar quien casa a su única hija. Algunos de los zapateros y sastres intentaron bailar con las sirvientas, siendo reprendidos por un grupo de respetables invitados. Varios hombres se emborracharon y, subiéndose los bajos del gabán, comenzaron a brincar y a gritar «Sabbat, Sabbat». Muchos otros entonaron una canción en yiddish que comenzaba así: «¿Qué cocina un pobre? Borsch[14] con patatas…». Se oían vibrar las cuerdas de los violines, retumbar las trompetas, repicar los platillos, redoblar los tambores y resonar las flautas y las gaitas. Mujeres ya entradas en años, recogiendo las colas de sus vestidos y echando hacia atrás sus bonetes, bailaban unas frente a otras batiendo palmas, y cuando se acercaban hasta casi tocarse las caras, se daban la espalda como presas de un repentino enfado. Todo ello despertaba las risotadas del público. Shifre Tamar, aun lamentándose, como solía, de sentirse débil y no poder apenas levantar los pies del suelo, fue arrastrada a la fuerza por uno de los jubilosos círculos y obligada a bailar la danza de las tijeras y un casachok[15]. Con arreglo a lo habitual en las bodas, yo, el Espíritu del Mal, me ocupé de que no faltaran disputas por celos, manifestaciones de vanidad y arrebatos de libertinaje y fanfarronería. Las jovencitas bailaron la danza del agua, levantando sus faldas por encima de los tobillos como si vadeasen un riachuelo, mientras a los holgazanes que las espiaban a través de las ventanas se les inflamaba la imaginación. El animador de la fiesta, en su afán de divertir a los invitados, cantó un sinfín de canciones de amor, y torcía el significado de frases de las Sagradas Escrituras, como hacen los bufones en la fiesta de Purim[16], intercalando obscenidades, mientras las muchachas y las jóvenes casadas daban palmadas y chillaban de gozo. Un grito de mujer interrumpió de repente el jolgorio. Había perdido su broche, y tal fue su disgusto que se desmayó; aunque todos buscaron arriba y abajo, el objeto no pudo ser encontrado. Otro alboroto se formó al exclamar una muchacha que un sinvergüenza la había pinchado en el muslo con una aguja.

Llegó la hora del baile de los invitados con la novia, durante el cual Shifre Tamar y una dama acompañante se llevaron a Lise para conducirla a la cámara nupcial, situada en el piso superior y cuyas ventanas, totalmente cubiertas por paños y cortinas, no dejaban pasar ni un rayo de luz. De camino al dormitorio, ambas mujeres le dieron consejos sobre cómo comportarse y la advirtieron de que no debía sentir miedo cuando su novio fuera hacia ella, ya que el mandamiento «Creced y multiplicaos» es el primero de los preceptos. Poco después, el novio fue conducido a su esposa por Reb Búnim y un acompañante.

Bien, en esta ocasión no voy a ceder a vuestra curiosidad y revelaros lo que ocurrió en la cámara nupcial. Baste decir que cuando, a la mañana siguiente, Shifre Tamar entró a dar los buenos días a su hija, la halló escondida bajo el edredón, avergonzada de mostrar su rostro. Shlóimele ya se había levantado y se encontraba en su propia habitación. Fue sólo después de un sinfín de súplicas que Lise permitió a su madre ver las sábanas y, ciertamente, había manchas de sangre en ellas.

Mázel tov, hija mía —exclamó Shifre Tamar—. Ya eres una mujer y compartes con todas nosotras la maldición de Eva.

Llorando, rodeó con sus brazos el cuello de Lise y la besó repetidamente.