Mucho después de acostar a los niños, Keith y Dana Schroeder estaban en la cocina de la modesta casa parroquial del centro de Topeka, propiedad de la iglesia. Se habían sentado frente a frente, con sendos portátiles, libretas y cafés descafeinados. La mesa estaba llena de materiales de la web, impresos en el despacho del pastor. Habían cenado algo rápido (macarrones con queso), porque los niños tenían deberes y los padres estaban ocupados.
Al consultar fuentes en la red, Dana no había podido corroborar la afirmación de Boyette de que en enero de 1999 lo hubieran detenido y encarcelado en Slone. Los registros judiciales antiguos de la ciudad no estaban disponibles. Según el directorio del Colegio de Abogados, en Slone había ciento treinta y un letrados. Eligió diez al azar y los llamó por teléfono, diciendo que trabajaba en la comisión de libertad condicional de Kansas, y que estaba consultando los antecedentes de un tal Travis Boyette. ¿Ha representado usted alguna vez a alguien que respondiera a ese nombre? No. Pues disculpe la molestia. No tenía tiempo de llamar uno por uno a todos los abogados, ni le veía el sentido. Decidió que el día siguiente, que era martes, llamaría a primera hora al secretario judicial del ayuntamiento.
Después de haber tenido en sus manos el anillo de graduación de Nicole, Keith albergaba pocas dudas de que Boyette dijera la verdad. ¿Y si le habían robado el anillo antes de su desaparición?, preguntó Dana. ¿Y si lo sacaba de una casa de empeños? ¿Y si…? Era poco probable que Boyette se comprase un anillo así en una casa de empeños, ¿no? Se pasaron horas así, poniendo en duda mutuamente sus ideas.
Gran parte del material esparcido por la mesa procedía de dos webs, WeMissYouNikki.com y FreeDonteDrumm.com. La de Donté la administraba el bufete de Robbie Flak, y era mucho más completa, activa y profesional; la web de Nikki la llevaba su madre. Ninguna de las dos hacía el menor esfuerzo por ser neutral.
Entrando en la de Donté, y abriendo la pestaña «Historial judicial», Keith bajó con el ratón hasta el meollo de la tesis de la acusación: «La confesión». El texto empezaba explicando que se basaba en dos versiones muy distintas de lo ocurrido. El interrogatorio, que se produjo en un intervalo de quince horas y doce minutos, sufrió pocas interrupciones. A Donté le dieron permiso para ir tres veces al baño y lo acompañaron dos veces por el pasillo hasta otra sala, para la prueba del polígrafo. Por lo demás, no salió de la habitación, llamada por el personal «sala del coro». A los policías les gustaba decir que tarde o temprano los sospechosos empezaban a cantar.
La primera versión se basaba en el informe oficial de la policía, compuesto por notas tomadas a lo largo del interrogatorio por el detective Jim Morrissey. Por espacio de tres horas, mientras Morrissey dormía en un camastro del vestuario, las notas habían corrido a cargo del detective Nick Needham. Estaban escritas a máquina en un pulcro informe de catorce páginas, que según declaración jurada de los detectives Kerber, Morrissey y Needham respondía estrictamente a la verdad. El informe no contenía una sola palabra que indicara el uso de amenazas, mentiras, promesas, trucos, intimidación, agresión física o violación de los derechos constitucionales. Es más: todo ello fue reiteradamente negado por los detectives ante el tribunal.
La segunda versión ofrecía un contraste muy marcado con la primera. El día después de que lo detuvieran, estando a solas en una celda de la cárcel, acusado de secuestro, violación con circunstancias agravantes y asesinato, mientras se recuperaba lentamente del trauma psicológico del interrogatorio, Donté se retractó de su confesión y explicó lo sucedido a su abogado, Robbie Flak. Fue este último quien le pidió que escribiera su propia versión del interrogatorio. Dos días después, una vez terminado el texto, lo pasó a máquina una de las secretarias del señor Flak. La versión de Donté tenía cuarenta y tres páginas.
He aquí un resumen de las dos versiones, con algunos análisis intercalados.
LA CONFESIÓN
El 22 de diciembre de 1998, dieciocho días después de la desaparición de Nicole Yarber, los detectives Drew Kerber y Jim Morrissey, de la policía de Slone, fueron en coche al South Side Health Club en busca de Donté. Es un club que frecuentan los deportistas más profesionales de la zona, y en el que se ejercitaba casi cada tarde Donté, al salir del instituto. Hacía pesas y rehabilitación de tobillo. Se encontraba en una forma física estupenda, y pensaba matricularse el verano siguiente en la Universidad Estatal Sam Houston, como paso previo a pedir plaza de jugador no becado en su equipo de fútbol americano.
Más o menos a las cinco de la tarde, cuando salía del club sin compañía, se acercaron a él Kerber y Morrissey, y después de presentarse de manera amistosa le preguntaron si podía hablar con ellos sobre Nicole Yarber. Donté contestó afirmativamente. Entonces Kerber propuso que se vieran en la comisaría, para poder estar más cómodos y relajados. Donté se puso un poco nervioso, pero tenía ganas de cooperar al máximo. Conocía a Nicole (en cuya búsqueda había colaborado), aunque no supiera nada de su desaparición, y pensó que el encuentro en comisaría solo duraría unos minutos. Fue por su propia cuenta, en la vieja camioneta Ford verde de la familia, y aparcó en una plaza de visitante. Al entrar en la comisaría no tenía la menor sospecha de que serían sus últimos pasos como hombre libre. Tenía dieciocho años y nunca se había metido en ningún lío de importancia, ni lo habían sometido a un interrogatorio largo de la policía.
Se registró en el mostrador. Después le quitaron el móvil, la cartera y las llaves del coche, y las guardaron bajo llave en un cajón «por motivos de seguridad».
Los detectives lo llevaron a una sala de interrogatorios del sótano del edificio. Había otros policías. Uno de ellos, negro, uniformado, reconoció a Donté e hizo un comentario sobre fútbol. Una vez dentro de la sala, Morrissey le preguntó si quería beber algo y Donté dijo que no. En el centro había una mesita rectangular. Donté se sentó a un lado, y los dos detectives al otro. Era una sala bien iluminada, sin ventanas. En un rincón había un trípode con una cámara de vídeo, pero a Donté no le pareció que estuviera enfocada hacia él, ni encendida.
Morrissey sacó un papel y explicó que Donté tenía que entender sus derechos según la ley Miranda. Donté preguntó si era testigo o sospechoso. El detective le explicó que, según la normativa, había que informar de sus derechos a todos los interrogados. Era una simple formalidad sin importancia.
Donté empezó a sentirse violento. Había leído la hoja palabra por palabra, y como no tenía nada que esconder, la firmó, renunciando así a su derecho a guardar silencio y también al de disponer de un abogado. Fue una decisión funesta, trágica.
Quienes más probabilidades tienen de renunciar a sus derechos durante un interrogatorio son los inocentes; al saber que lo son, tienen ganas de cooperar con la policía para demostrar su inocencia. Los sospechosos culpables son más propensos a no cooperar. Los delincuentes curtidos se burlan de la policía, y se cierran en banda.
Morrissey tomó notas, empezando por la hora en la que entró en la sala el «sospechoso»: las 17.25.
Quien habló fue casi siempre Kerber. La conversación empezó con un largo resumen de la temporada de fútbol americano: victorias, derrotas, lo que había fallado en las finales, el cambio de entrenador que tantos rumores alimentaba… Kerber parecía sinceramente interesado por el futuro de Donté, y le deseó que se le curase el tobillo para que pudiera jugar en la universidad. Donté se mostró convencido de que así sería.
Kerber mostró un interés muy especial por el programa de pesas que seguía Donté. Le hizo preguntas concretas sobre cuánto levantaba en las modalidades de fuerza en banco, curl, sentadillas y peso muerto.
Abundaron las preguntas sobre él y su familia, sus notas en el instituto, su experiencia laboral y su fugaz encontronazo con la ley a los dieciséis años, por lo de la marihuana. Finalmente, cuando parecía haber transcurrido una hora, salió el tema de Nicole, y el tono cambió. Ya no sonreían. Las preguntas se volvieron más incisivas. ¿Desde cuándo la conocía? ¿Cuántos cursos llevaban juntos? ¿Amigos en común? ¿Con quién salía él? ¿Quiénes eran sus novias? ¿Con quién salía ella? ¿Donté había salido alguna vez con Nicole? No. ¿Lo había intentado? No. ¿Había querido? Había querido salir con muchas chicas. ¿Chicas blancas? Sí, claro; querido sí, pero salido no. ¿No había salido con ninguna blanca? No. Se rumorea que tú y Nicole os veíais, intentando que no se enterara nadie. Qué va. Nunca habíamos quedado en privado. Nunca la toqué. Pero ¿reconoces que querías salir con ella? Yo he dicho que quería salir con muchas chicas, blancas y negras, y hasta con un par de hispanas. ¿O sea que te gustan todas las chicas? Sí, muchas, pero no todas.
Kerber preguntó a Donté si había participado en alguna de las búsquedas de Nicole. Sí, Donté y toda la clase de último curso se habían pasado horas buscándola.
Hablaron de Joey Gamble, y de algunos de los otros chicos con quienes Nicole había salido en el instituto. Kerber repitió varias veces la pregunta de si Donté había salido con ella, o si quedaban a escondidas. Más que preguntas, parecían acusaciones, y Donté empezó a preocuparse.
Roberta Drumm servía la cena cada noche a las siete, y si por alguna razón Donté no estaba, esperaban que llamase. A las siete en punto, Donté preguntó a los detectives si podía irse. Solo unas cuantas preguntas más, dijo Kerber. Entonces pidió permiso para llamar a su madre. No, dentro de la comisaría estaban prohibidos los teléfonos móviles.
Finalmente, tras dos horas en la sala, Kerber soltó una bomba. Informó a Donté de que tenían un testigo dispuesto a declarar que Nicole había contado a sus amigas íntimas que Donté y ella salían juntos, y tenían relaciones sexuales con frecuencia, pero no podía hablar porque era imposible que a sus padres les pareciera bien. Su padre rico de Dallas le retiraría su ayuda y la desheredaría. En su iglesia la mirarían con desprecio, y todas esas cosas.
El testigo en cuestión no existía, pero a la policía se le permite mentir todo lo que quiera durante los interrogatorios.
Donté negó rotundamente cualquier relación con Nicole.
El mismo testigo —siguió Kerber con su relato— les había explicado que Nicole estaba cada vez más preocupada por la relación. Ella quería cortar, pero él, Donté, se negaba a dejarla en paz. Nicole pensaba que la estaba siguiendo. Creía que Donté se había obsesionado con ella.
Donté lo negó todo con vehemencia, y exigió conocer la identidad del testigo, pero Kerber dijo que era confidencial. Su testigo miente, repitió una y otra vez Donté.
Como en todos los interrogatorios, los detectives sabían en qué dirección iban las preguntas, pero no Donté. Kerber cambió bruscamente de tema y lo acribilló a preguntas sobre la camioneta Ford verde, la frecuencia con que la conducía, dónde, etcétera. Hacía años que era de la familia. Los hijos de los Drumm la compartían.
Kerber preguntó con qué frecuencia la cogía Donté para ir al instituto, al gimnasio, al centro comercial y a una serie de lugares frecuentados por los alumnos de secundaria. ¿Había ido con ella al centro comercial el 4 de diciembre por la noche, el viernes en que desapareció Nicole?
No. La noche de la desaparición de Nicole, Donté estaba en casa con su hermana pequeña. Sus padres se habían ido el fin de semana a Dallas, para una reunión de la iglesia. Donté hacía de canguro. Habían cenado pizza y habían mirado algún programa en el cuarto de la tele, cosa que su madre no solía permitirles. Sí, la camioneta verde estaba aparcada en el camino de entrada. Sus padres se habían ido a Dallas con el Buick de la familia. Los vecinos declararon que la camioneta verde estaba donde decía Donté. Nadie la vio alejarse aquella noche. Su hermana declaró que Donté había estado con ella toda la noche, sin ausentarse en ningún momento.
Kerber informó al sospechoso de que tenían un testigo que decía haber visto una camioneta Ford verde en el aparcamiento del centro comercial sobre la hora en que Nicole había desaparecido. Donté dijo que probablemente en Slone hubiera más de una, y empezó a preguntar a los detectives si era sospechoso. ¿Creen que a Nicole la rapté yo?, preguntaba una y otra vez. Cuando quedó de manifiesto que sí lo creían, se puso extremadamente nervioso. La idea de que sospechasen de él también le daba miedo.
Hacia las nueve de la noche, Roberta Drumm se preocupó. Donté casi nunca faltaba a la cena, y solía llevar su móvil en el bolsillo. Al llamarlo, saltó directamente el contestador. Empezó a telefonear a sus amigos, pero nadie estaba al corriente del paradero de su hijo.
Kerber preguntó a Donté sin rodeos si había matado a Nicole y se había desprendido del cadáver. Donté lo negó, enfadado. Negó cualquier relación con el crimen. Kerber dijo que no lo creía. La conversación entre los dos se hizo tensa, y el lenguaje se deterioró: acusaciones, negativas, acusaciones, negativas… A las diez menos cuarto, Kerber echó la silla hacia atrás y salió echando pestes de la sala. Morrissey dejó el bolígrafo y pidió disculpas por la actitud de Kerber. Dijo que estaba muy estresado, porque era el detective principal, y todos querían saber qué le había pasado a Nicole. Aún existía la posibilidad de que estuviera viva. Además, Kerber era un exaltado con ramalazos autoritarios.
Era el típico número del poli bueno y el poli malo. Donté sabía con exactitud lo que estaba pasando, pero ya que Morrissey era educado, conversó con él. No hablaron sobre el caso. Donté pidió un refresco y algo de comer. Morrissey salió a buscarlo.
Donté tenía un buen amigo que se llamaba Torrey Pickett. Jugaban juntos al fútbol americano desde séptimo curso, pero Torrey había tenido problemas con la justicia el verano antes de empezar el tercer curso de instituto. Pillado en una trampa contra el tráfico de crack, lo habían expulsado del colegio. No había acabado los estudios, y en aquel momento trabajaba en una tienda de alimentación de Slone. La policía sabía que Torrey salía a las diez de la noche todos los días laborables, cuando cerraba la tienda. Lo esperaban dos agentes de uniforme, que le preguntaron si estaba dispuesto a seguirlos voluntariamente a la comisaría para contestar a algunas preguntas sobre el caso de Nicole Yarber. Torrey vaciló, lo cual hizo sospechar a la policía. Le dijeron que su amigo Donté ya estaba allí, y que necesitaba su ayuda. Torrey decidió ir a verlo por sí mismo. Fue en el asiento trasero de un coche patrulla. En la comisaría lo metieron en una habitación, a dos puertas de Donté. Tenía una ventana grande con un espejo unidireccional, para que los agentes pudieran ver al sospechoso, pero él a ellos no. También había micrófonos ocultos, que permitían escuchar el interrogatorio en el pasillo, por un altavoz. Trabajando solo, el detective Needham formuló las preguntas genéricas y no invasivas de costumbre. Torrey renunció rápidamente a los derechos de la ley Miranda. Needham no tardó en sacar el tema de las chicas, y de quién salía con quién, o tonteaba con quien no habría tenido que tontear. Torrey dijo que a Nicole casi no la conocía, y que no la había visto en años. La idea de que su colega Donté saliera con ella le hizo reír. Después de media hora de interrogatorio, Needham salió de la sala y Torrey se quedó a la espera, sentado delante de una mesa.
Mientras tanto, en la «sala del coro», Donté recibió otro sobresalto. Kerber le informó de que tenían un testigo dispuesto a declarar que Donté y Torrey Pickett habían raptado a la joven, la habían violado en la parte trasera de la camioneta verde y habían arrojado el cadáver al Red River desde un puente. Aquello era tan demencial que, aunque parezca mentira, Donté se rió, risa que ofendió al detective Kerber. Donté explicó que no se reía de la chica muerta, sino de la fantasía que se estaba montando Kerber. Si era cierto que tenía un testigo, el tonto era él, Kerber, por creer a un mentiroso y un idiota. Entre otras cosas, se llamaron mentirosos. La situación empeoró todavía más.
De pronto Needham abrió la puerta e informó a Kerber y a Morrissey de que tenían «bajo vigilancia» a Torrey Pickett. Era una noticia tan fabulosa, que Kerber se levantó bruscamente y volvió a salir.
Regresó instantes después y, retomando la misma línea de antes, acusó a Donté del asesinato. En vista de que Donté lo negaba todo, Kerber lo acusó de mentir. Dijo tener la certeza de que Donté y Torrey Pickett habían violado y matado a la chica, y observó que si Donté quería demostrar su inocencia lo mejor era empezar con un polígrafo, un detector de mentiras. Era un método infalible que daba pruebas claras, admisibles a juicio. Donté receló inmediatamente de aquel test, pero al mismo tiempo consideró que podía ser buena idea, una manera rápida de poner fin a semejante insensatez. Él se sabía inocente; sabía que podía superar la prueba, con lo que se quitaría de encima a Kerber antes de que empeorase la situación, así que accedió a ser examinado.
Con la presión de un interrogatorio policial, quienes más posibilidades tienen de someterse al polígrafo son los inocentes; no tienen nada que ocultar, pero sí muchas ganas de demostrarlo. Los sospechosos culpables rara vez acceden a la prueba, por razones obvias.
Donté fue llevado a otra sala y presentado a un detective que se llamaba Ferguson. Una hora antes, al recibir la llamada del detective Needham, Ferguson dormía en su casa. Era el experto del cuerpo en la prueba del polígrafo. Insistió en que Kerber, Morrissey y Needham salieran de la habitación. Ferguson estuvo educadísimo y afable, como si pidiera disculpas por someter a Donté a aquel proceso. Se lo explicó todo, rellenó los papeles, conectó el aparato y empezó a hacer preguntas a Donté sobre su papel en el asunto Nicole Yarber. En total, duró cerca de una hora.
Al acabar, Ferguson explicó que tardaría unos minutos en procesar los resultados. Donté fue llevado otra vez a la «sala del coro».
Los resultados demostraban claramente que Donté decía la verdad. Ahora bien, por decisión del Tribunal Supremo de Estados Unidos es legal que la policía recurra a una serie de prácticas engañosas durante los interrogatorios. Pueden mentir todo lo que quieran.
Cuando Kerber volvió a la «sala del coro», tenía en la mano el gráfico del test. Se lo arrojó a Donté a la cara, y le llamó «mentiroso hijo de puta». ¡Ya tenían la demostración de que mentía! Tenían pruebas claras de que había raptado y violado a su ex novia, y de que, tras matarla en un acceso de rabia, la había tirado por un puente. Kerber cogió el gráfico, lo agitó en las narices de Donté y le prometió que cuando el jurado viera el resultado del test lo declararía culpable y lo condenaría a muerte. «Te espera la inyección», decía una y otra vez.
Otra mentira. La poca habilidad de los polígrafos es tan sabida, que sus resultados nunca se admiten a juicio.
Donté se quedó estupefacto. Estaba mareado, demasiado atónito para articular palabra. Kerber se relajó y se sentó al otro lado de la mesa. Dijo que en muchos casos de crímenes horribles, sobre todo cuando los comete buena gente (no criminales), el asesino borra de manera subconsciente la acción de su memoria. La «bloquea», y santas pascuas. Es bastante habitual; con su exhaustiva formación, y su amplia experiencia, él, Kerber, lo había visto muchas veces. Sospechaba que Donté sentía un gran cariño por Nicole, por no decir amor, y que no había tenido la menor intención de hacerle daño. La situación se le había ido de las manos. De repente estaba muerta, casi sin que él se enterase. Donté se había quedado en estado de shock, y como el sentimiento de culpa era tan abrumador, había intentado bloquearlo.
Pero seguía negándolo todo. Exhausto, apoyó la cabeza en la mesa. Kerber estampó su mano con tal fuerza que sobresaltó al sospechoso. Volvió a acusar del crimen a Donté. Dijo que tenían testigos y pruebas, y que en cinco años estaría muerto. Los fiscales de Texas sabían agilizar el sistema para que no se pospusieran las ejecuciones.
Kerber pidió a Donté que se imaginara a su madre sentada en la sala de testigos, despidiéndose por última vez con la mano, deshecha en llanto mientras a él le ponían las correas y le dosificaban las sustancias químicas. «Eres hombre muerto», dijo más de una vez. Sin embargo, existía una alternativa. Si Donté descargaba su conciencia y explicaba lo ocurrido, con una confesión completa, él, Kerber, le garantizaría que el estado no pediría la pena de muerte. Donté sería condenado a cadena perpetua sin libertad condicional; no era poca cosa, pero al menos podría escribir cartas a su madre y verla dos veces al mes.
Estas amenazas de muerte y promesas de indulgencia son anticonstitucionales, y la policía lo sabe. Tanto Kerber como Morrissey negaron haber usado aquella táctica. No es de extrañar que los apuntes de Morrissey no contengan ninguna referencia a amenazas o promesas. Tampoco recogen con exactitud la hora y la secuencia de los hechos. Donté no tuvo acceso a bolígrafo y papel, y al cabo de cinco horas de interrogatorio perdió la noción del tiempo.
Hacia medianoche, el detective Needham abrió la puerta.
—Pickett está hablando —anunció.
Kerber sonrió a Morrissey, y protagonizó otra salida dramática.
Pickett estaba solo, bajo llave, echando chispas por que se hubieran olvidado de él. Llevaba más de una hora sin ver ni hablar con nadie.
Riley Drumm encontró su camioneta verde aparcada en la cárcel de Slone. Después de un buen rato recorriendo las calles en su coche, le alivió encontrarla. Por otra parte, estaba preocupado por su hijo, y por los líos en los que se pudiera haber metido. La cárcel de Slone está justo al lado de la comisaría, con la cual se comunica. Primero Riley fue a la cárcel, y tras unos momentos de confusión le dijeron que su hijo no estaba entre rejas. No lo habían procesado. Dentro había sesenta y dos presos, ninguno de los cuales respondía a Donté Drumm. El carcelero, un joven policía blanco, reconoció el nombre de Donté y estuvo todo lo servicial que pudo. Aconsejó al señor Drumm que preguntara al lado, en la comisaría. Así lo hizo Riley, pero también esta experiencia le produjo desconcierto y frustración. Era la una menos veinte de la noche, y la puerta principal estaba cerrada con llave. Llamó a su mujer para informarla de la situación. Después pensó en cómo entrar en el edificio. Al cabo de unos minutos aparcó cerca un coche patrulla, del que salieron dos agentes de uniforme. Hablaron con Riley Drumm, y él les explicó la razón de su presencia allí. Los dos agentes salieron en busca de su hijo. Pasó media hora antes de que reapareciesen, con la noticia de que Donté estaba siendo interrogado. ¿Sobre qué? ¿Por qué? Eso no lo sabían. Riley se dispuso a esperar. Al menos no le había pasado nada.
La primera grieta apareció cuando Kerber enseñó una foto en color de Nicole, de veinte por veinticinco. Cansado, solo, asustado, lleno de dudas y superado por la situación, Donté miró una sola vez su cara bonita y se echó a llorar. Kerber y Morrissey sonrieron, confiados.
Tras varios minutos llorando, Donté pidió permiso para ir al baño. Lo acompañaron por el pasillo, y se pararon en la ventana para que viese a Torrey Pickett sentado ante una mesa y escribiendo con bolígrafo en una libreta. Donté no dio crédito a lo que estaba viendo. Sacudió la cabeza, y masculló algo para sus adentros.
Torrey escribía un resumen de una página en el que negaba saber nada de la desaparición de Nicole Yarber. La policía de Slone extravió por alguna razón el resumen, que nunca ha visto nadie.
En la «sala del coro», Kerber informó a Donté de que su amigo Torrey había firmado una declaración en la que afirmaba bajo juramento que Donté salía con Nicole y estaba loco por ella, pero que, temerosa de las consecuencias, Nicole había intentado romper. Donté, desesperado, la seguía, y Torrey temía que le hiciese daño.
Esta última sarta de mentiras la pronunció Kerber leyendo una hoja de papel, como si fuera la declaración de Torrey. Donté cerró los ojos, sacudió la cabeza y trató de entender lo que pasaba, pero ahora pensaba mucho más despacio, y el cansancio y el miedo habían amortiguado sus reflejos mentales.
Preguntó si se podía ir. Entonces Kerber le gritó. El detective lo insultó y le dijo que no, que no se podía ir porque era el principal sospechoso. Ya lo habían pillado. Ya tenían la prueba en sus manos. Donté preguntó si necesitaba un abogado. Claro que no, dijo Kerber. Los abogados no pueden cambiar los hechos. Los abogados no pueden resucitar a Nicole. Los abogados no te pueden salvar la vida, Donté, pero nosotros sí.
Los apuntes de Morrissey no hacen ninguna referencia a que se hablara de abogados.
A las dos y veinte de la madrugada se le permitió a Torrey Pickett marcharse. El detective Needham lo condujo a una puerta lateral, para que no se encontrara con Drumm en el vestíbulo. Los detectives del sótano ya estaban sobre aviso de que el padre del acusado se encontraba en el edificio y quería verlo. Este dato fue negado bajo juramento en varias vistas.
Morrissey empezó a quedarse sin fuerzas, y dejó su puesto a Needham. Durante las tres horas siguientes, mientras Morrissey echaba un sueñecito, fue Needham quien tomó las notas. Kerber no daba muestras de desfallecer. Era como si machacar al sospechoso le diera energías. Estaba a punto de doblegarlo, resolver el caso y convertirse en un héroe. Brindó a Donté otra tentativa con el polígrafo, que en este caso se reduciría a una pregunta sobre su paradero el viernes 4 de diciembre sobre las diez de la noche. La primera reacción de Donté fue negarse y desconfiar del aparato, pero las ganas de salir de la sala fueron más fuertes que esta sabia decisión. Alejarse de Kerber. Cualquier cosa con tal de quitarse de delante a aquel psicópata.
El detective Ferguson volvió a conectarle al aparato, y le hizo unas preguntas. El polígrafo emitió unos ruidos y expulsó lentamente el papel con el gráfico. Donté se quedó mirándolo sin entender nada, aunque algo le dijo que el resultado no sería bueno.
Una vez más, el resultado demostró que decía la verdad. El viernes había hecho de canguro en su casa, sin salir una sola vez.
Sin embargo, la verdad no tenía importancia. En su ausencia, Kerber movió su silla al rincón más alejado de la puerta, y cuando Donté regresó y se sentó, el detective acercó su silla hasta el punto de que sus rodillas prácticamente tocaban las de Donté. Empezó a insultarlo de nuevo, y le dijo que no solo había suspendido la prueba con el segundo polígrafo, sino que había sacado «una nota fatal». Fue la primera vez en que tocó a Donté, clavándole provocativamente el índice derecho en el pecho. Donté lo apartó de un manotazo, y estaba dispuesto a plantar cara cuando llegó Needham con un Taser, un arma de descarga eléctrica. El detective parecía muerto de ganas de probarlo, pero al final no lo hizo. Los dos policías insultaron y amenazaron al acusado.
Hubo más provocaciones, junto con un sinfín de acusaciones y amenazas. Donté comprendió que no lo dejarían irse hasta que diera a los polis lo que querían. Además, quizá tuvieran razón. Parecían tan seguros de lo ocurrido… No tenían ninguna duda acerca de la implicación de Donté. Su propio amigo estaba diciendo que entre él y Nicole existía una relación. ¿Y los polígrafos? ¿Qué pensaría al jurado al enterarse de que había mentido? Donté dudaba de sí mismo y de su propia memoria. ¿Y si había anulado, borrado del recuerdo aquella atrocidad? Él no quería morir; ni entonces, ni a cinco o diez años vista.
A las cuatro de la madrugada, Riley Drumm salió de la comisaría y se fue a su casa. Intentó dormir, pero no pudo. Roberta hizo café. Esperaron preocupados el amanecer, como si todo fuera a despejarse con la luz del sol.
Kerber y Needham se tomaron un descanso a las cuatro y media.
—Está listo —dijo Kerber, cuando estaban a solas en el pasillo.
Al cabo de unos minutos, Needham abrió la puerta sin hacer ruido y se asomó. Donté lloraba, echado en el suelo.
Le trajeron un donut y un refresco, y reanudaron el interrogatorio. Poco a poco, Donté experimentó una revelación. Puesto que no podía irse hasta haberles dado su versión de los hechos, y puesto que en esos momentos habría confesado hasta el asesinato de su propia madre, ¿por qué no les seguía la corriente? Pronto aparecería Nicole, viva o muerta, y se resolvería el misterio. La policía quedaría en ridículo por haberlo obligado a confesar a golpes. Algún granjero o cazador encontraría los restos, y aquellos payasos quedarían en evidencia. Donté, rehabilitado, saldría en libertad, y todos se compadecerían de él.
Doce horas después de que empezara el interrogatorio, miró a Kerber.
—Si me da unos minutos, se lo diré todo.
A partir de aquel gesto, Kerber lo ayudó a llenar las lagunas. Una vez dormida su hermana, Donté salió de casa sin que lo viera nadie. Se moría de ganas de ver a Nicole, que lo rechazaba e intentaba cortar la relación. Donté sabía que Nicole estaba en el cine, con unas amigas. Fue en la camioneta Ford verde, él solo, y la abordó en el aparcamiento, cerca del coche de ella. Nicole accedió a subir. Primero dieron una vuelta por Slone, y luego salieron al campo. Donté quería sexo; ella dijo que no, que lo suyo había acabado. Él trató de forzarla, y ella se resistió. La obligó a mantener relaciones, pero no disfrutó. Ella lo arañó, e incluso le hizo sangre. La agresión se puso fea. Donté montó en cólera, empezó a estrangularla y ya no pudo parar; no paró hasta que era demasiado tarde. Después le entró pánico. Algo tenía que hacer con Nicole. Empezó a gritarle en la parte trasera de la camioneta, pero Nicole no contestaba. Entonces fue hacia el norte, hacia Oklahoma. Había perdido la noción del tiempo. Se dio cuenta de que faltaba poco para el amanecer. Tenía que irse a casa. Tenía que desembarazarse del cadáver. En el puente sobre el Red River de la carretera 244, aproximadamente a las seis de la mañana del 5 de diciembre, paró la camioneta. Todavía era de noche, y Nicole estaba muerta de verdad. La arrojó por el puente, y esperó el nauseabundo chapuzón. Lloró durante todo el camino de vuelta a Slone.
A lo largo de tres horas, Kerber lo adoctrinó, lo azuzó, lo corrigió, lo insultó y le recordó que dijera la verdad. Los detalles tenían que ser perfectos, decía todo el rato. A las 8.21, finalmente, se encendió la cámara. Un Donté Drumm inexpresivo y hecho polvo aparecía sentado ante la mesa con un nuevo refresco y un nuevo donut delante, muy a la vista, para que se notase la hospitalidad.
Fue un vídeo de diecisiete minutos, que lo envió al corredor de la muerte.
Acusaron a Donté de secuestro, violación con circunstancias agravantes y asesinato. Se lo llevaron a una celda, donde no tardó en quedarse dormido.
A las nueve de la mañana, el comisario jefe y el fiscal del distrito, Paul Koffee, comparecieron en rueda de prensa para anunciar que el caso de Nicole Yarber estaba resuelto. Tristemente, Donté Drumm, quien fuera uno de los héroes futbolísticos de Slone, se había declarado culpable. Había testigos que confirmaban su implicación. Nuestro más sentido pésame a la familia de Nicole.
La confesión recibió ataques inmediatos. Donté se retractó, y su abogado, Robbie Flak, hizo pública una feroz condena de la policía y sus tácticas. Meses más tarde, la defensa instó a que se anulase la confesión, y la correspondiente vista duró una semana. Kerber, Morrissey y Needham declararon largo y tendido, con testimonios que la defensa puso acaloradamente en duda. Los tres fueron rotundos en su negativa de haber utilizado la pena de muerte para asustar a Donté y hacer que cooperase. Negaron haber agredido verbalmente al sospechoso, y haberlo puesto al borde del agotamiento y el desmayo. Negaron que Donté se hubiera referido alguna vez a un abogado, y que quisiera poner fin al interrogatorio e irse a su casa. Negaron tener constancia alguna de la presencia de su padre en la comisaría, y de su deseo de ver a su hijo. Negaron que sus propios tests con el polígrafo arrojasen pruebas claras de su veracidad; según ellos, al contrario, los resultados «no eran concluyentes». Negaron haber manipulado el supuesto testimonio de Torrey Pickett. Este último declaró en favor de Donté, y negó haber dicho nada a la policía sobre una supuesta relación entre Donté y Nicole.
La jueza expresó serias dudas acerca de la confesión, pero no tan serias como para excluirla del juicio. Se negó a anularla, y más tarde fue mostrada al jurado. Donté la miró como si viera a otra persona. Nadie ha cuestionado nunca seriamente que fuera la base de su condena.
La confesión fue objeto de otro ataque en forma de recurso, pero el Tribunal Penal de Apelación de Texas corroboró unánimemente la condena y la pena de muerte.
Al acabar de leer, Keith se levantó de la mesa y fue al cuarto de baño. Tenía la impresión de que salía de un interrogatorio. Era bastante después de medianoche. Le sería imposible dormir.