Capítulo tres

Algunos datos fueron fáciles de confirmar. Llamando por teléfono desde St. Mark, sin desviarse de su cometido —el seguimiento de quienes tenían la bondad de visitar su iglesia—, Dana conversó con el supervisor de Anchor House, la casa de reinserción, que dijo que Boyette llevaba tres semanas con ellos. La duración prevista de su «estancia» era de noventa días. Después, si nada se torcía, sería un hombre libre, sujeto, eso sí, a una serie de requisitos bastante rigurosos que establecía la libertad condicional. En esos momentos el centro alojaba a veintidós inquilinos, exclusivamente varones, y estaba bajo la jurisdicción de la Dirección General de Prisiones. A Boyette se le pedía lo mismo que a todos: que saliera cada mañana a las ocho y volviera cada tarde a las seis, para cenar. Estaba bien visto que buscasen trabajo. El supervisor solía tenerlos ocupados en el mantenimiento de la casa, y en trabajos esporádicos a tiempo parcial. Boyette trabajaba cuatro horas al día (a siete dólares por hora) mirando cámaras de seguridad en el sótano de un edificio del gobierno. Era responsable, pulcro, hablaba poco y de momento no había dado ningún problema. Por lo general todos se portaban muy bien, ya que cualquier infracción de una regla, o cualquier incidente desagradable, podía devolverlos a la cárcel. Veían, palpaban y olían la libertad, y no tenían ganas de fastidiarla.

Sobre el bastón, el supervisor sabía poco. Boyette ya lo llevaba el primer día, al llegar. Sin embargo, dentro de un grupo de delincuentes aburridos hay poca intimidad, pero cotilleos a raudales; concretamente, circulaba el de que Boyette había recibido una tremenda paliza en la cárcel. En cuanto a su repulsiva trayectoria, la conocían todos, y no se acercaban demasiado a él. Era un hombre raro, reservado, que dormía solo en un cuartito, detrás de la cocina, mientras el resto lo hacía en las literas de la sala principal.

—Aunque aquí tenemos de todo —dijo el supervisor—, desde asesinos hasta carteristas, y no hacemos muchas preguntas.

Dando algún que otro rodeo, o tal vez muchos, Dana aludió de pasada a un problema médico anotado por Boyette en la tarjeta de visita que había tenido la amabilidad de rellenar (una solicitud de oración). En realidad, no había tal tarjeta. Dana pidió rápidamente perdón al Todopoderoso, justificando su mentira (pequeña e inofensiva) por lo que estaba en juego. El supervisor dijo que sí, que al ver que no paraba de hablar de sus migrañas se lo habían llevado al hospital. A aquellos tipos les encantaba la atención médica. En St. Francis le habían hecho un montón de pruebas, pero el supervisor no sabía nada más. El que Boyette tuviera unas cuantas recetas ya era algo personal, un tema médico que no les competía a ellos.

Dana le dio las gracias y le recordó que St. Mark estaba abierto a todo el mundo, incluidos los hombres de Anchor House.

A continuación llamó al doctor Herzlich, cirujano del tórax en St. Francis y feligrés de St. Mark desde hacía mucho tiempo. Dana no tenía la menor intención de indagar en el estado de salud de Travis Boyette; habría sido pasarse de la raya, y un entremetimiento que seguro que no llevaría a buen puerto. Dejaría que su marido charlase con el doctor a puerta cerrada; tal vez así, con sus voces discretas y profesionales, consiguieran hallar un terreno común. Saltó directamente el contestador, y dejó el recado de que Herzlich telefonease a su marido.

Mientras Dana llamaba por teléfono, Keith estaba pegado al ordenador, enfrascado en el caso de Donté Drumm. La página web era muy completa. Hacer clic aquí para un resumen de diez páginas con los principales datos. Hacer clic allá para una transcripción completa del juicio (mil ochocientas treinta páginas). Hacer clic más allá para los expedientes de apelación, con pruebas y testimonios (otras mil seiscientas páginas, más o menos). Había un historial judicial de trescientas cuarenta páginas, con los veredictos de los tribunales de apelación. También había un anexo sobre la pena de muerte en Texas, y otros para la galería fotográfica de Donté, Donté en el corredor de la muerte, el Fondo de Defensa de Donté Drumm, cómo ayudar, artículos de prensa y editoriales, y condenas y confesiones erróneas. El último correspondía a Robbie Flak, abogado.

Keith empezó por el resumen de los datos. Rezaba así:

En otros tiempos, la localidad texana de Slone, de cuarenta mil habitantes, estallaba en aplausos cada vez que Donté Drumm corría por el campo como intrépido «linebacker», pero ahora aguarda nerviosa su ejecución.

Nacido en Marshall, Texas, en 1980, Donté Drumm fue el tercer hijo de Roberta y Riley Drumm. El cuarto nació cuatro años más tarde, poco después de que la familia se instalase en Slone, donde Riley encontró trabajo para una constructora de desagües. Los Drumm se incorporaron a la Iglesia Metodista Africana Bethel, en la que siguen participando activamente. Aquí en esta iglesia Donté fue bautizado a los ocho años. Estudió en los colegios públicos de Slone, y a los doce años destacó como deportista. De buena talla física y una velocidad excepcional, se convirtió en todo un fenómeno en el campo. A los catorce años entró como «linebacker» del primer equipo del instituto de Slone, donde cursaba el primer año. Fue titular tanto en segundo como en tercer curso, y ya tenía apalabrado jugar para la Universidad Estatal del Norte de Texas cuando, durante el primer cuarto del primer partido de su último año de instituto, una lesión grave de tobillo puso fin a su trayectoria deportiva. La operación salió bien, pero ya era demasiado tarde. Le retiraron la oferta de beca. La cárcel le impidió acabar los estudios. Su padre, Riley, murió de una enfermedad cardíaca en 2002, mientras Donté esperaba la ejecución.

A los quince años fue detenido y acusado de agresión. Supuestamente, él y otros dos amigos negros le habían pegado una paliza a otro chico negro detrás del gimnasio del instituto. Un tribunal de menores dirimió el caso. Al final Donté se confesó culpable, y fue puesto en libertad condicional. A los dieciséis años lo detuvieron por simple posesión de marihuana. Para entonces ya era «linebacker» titular, y lo conocía todo Slone. Más tarde se desestimó la acusación.

En 1999, a los diecinueve años, Donté fue hallado culpable de secuestrar, violar y asesinar a una animadora del instituto, Nicole Yarber. Ambos eran alumnos de último curso en el instituto de Slone. Los ligaba la amistad, y el haber crecido juntos en Slone, aunque Nicole (o «Nikki», como la llamaba mucha gente) lo hubiera hecho en las afueras, mientras que Donté vivía en Hazel Park, un barrio más antiguo donde predomina la clase media negra. Un tercio de la población de Slone es negra, y aunque no haya segregación en los colegios, sí existe en las iglesias y las asociaciones.

Nacida en Slone en 1981, Nicole Yarber era hija única de Reeva y Cliff Yarber, que se divorciaron cuando ella tenía dos años. Reeva volvió a casarse, y a Nicole la criaron su madre y su padrastro, Wallis Pike. El matrimonio Pike tuvo dos hijos más. Al margen del divorcio, la infancia de Nicole fue de lo más normal. Cursó la educación elemental y primaria en colegios públicos, y en 1995 entró en el instituto de Slone. (La ciudad tiene uno solo y, aparte de los típicos parvularios vinculados a la Iglesia, carece de escuelas privadas). Al parecer Nicole, una alumna que tenía una media de notable, frustraba a sus profesores, que la veían desmotivada. Según varios boletines, debería haber sacado sobresalientes. Era una chica que caía bien, con muchos amigos, extravertida y sin antecedentes de mal comportamiento o problemas con la ley. Participaba activamente en la Primera Iglesia Baptista de Slone. Aficionada al yoga, al esquí acuático y a la música country, solicitó plaza en dos universidades: Baylor, en Waco, y Trinity, en San Antonio (Texas).

Tras el divorcio, su padre, Cliff Yarber, se fue de Slone para instalarse en Dallas, donde hizo fortuna con pequeños centros comerciales. Al parecer, trató de compensar su ausencia como padre con regalos caros. Al cumplir dieciséis años, Nicole recibió un BMW Roadster descapotable de color rojo intenso, sin duda alguna el coche más bonito del aparcamiento del instituto de Slone. Los regalos eran fuente de fricciones entre los padres divorciados. El padrastro, Wallis Pike, tenía una tienda de piensos y material agrícola, y le iba bien, pero no podía competir con Cliff Yarber.

Desde un año antes de su desaparición, aproximadamente, Nicole salió con un compañero de clase, Joey Gamble, uno de los chicos más conocidos del instituto. De hecho, en los últimos dos cursos Nicole y Joey fueron votados como los dos alumnos más populares, y posaron juntos para el anuario del centro. Joey era uno de los tres capitanes del equipo de fútbol americano. Más tarde pasó fugazmente por un equipo universitario, y acabó siendo uno de los testigos clave del juicio contra Donté Drumm.

Desde la desaparición, y el juicio subsiguiente, se han hecho muchas conjeturas sobre la relación entre Nicole Yarber y Donté Drumm, sin que se haya averiguado ni confirmado nada con claridad. Donté siempre ha dicho que eran simples conocidos, dos jóvenes que crecieron en la misma ciudad, miembros de una promoción de más de quinientos alumnos. Durante el juicio negó bajo juramento haber mantenido relaciones sexuales con Nicole, y lo ha seguido negando desde entonces; algo de lo que, por otro lado, sus amistades no han dudado nunca. Sin embargo, hay escépticos que han señalado que sería absurdo admitir una relación íntima con la mujer a quien supuestamente había asesinado. Al parecer, más de un amigo de Donté dijo que en el momento de la desaparición los dos llevaban poco tiempo saliendo juntos. Gran parte de las conjeturas se centran en los actos de Joey Gamble. Durante el juicio, este último declaró haber visto que una camioneta Ford verde se movía lenta y «sospechosamente» por el aparcamiento donde estaba el BMW de Nicole en el momento de su desaparición; una camioneta como la de los padres de Donté Drumm, que la conducía a menudo. Durante el juicio, el testimonio de Gamble fue puesto en duda, y debería haber sido recusado. La teoría es que Gamble estaba al corriente de la relación entre Nicole y Donté, y que se enfadó tanto al ser dejado al margen que ayudó a la policía a inventar sus acusaciones contra Donté Drumm.

Tres años después del juicio, un experto en análisis de voces contratado por la defensa determinó que la voz anónima que llamó al detective Kerber para darle el chivatazo de que el asesino era Donté correspondía efectivamente a la de Joey Gamble, aunque este lo niega vehementemente. En caso de ser cierto, Gamble tendría un papel considerable en la detención, acusación y condena de Donté Drumm.

Le sobresaltó una voz de otro mundo.

—Keith, es el doctor Herzlich —dijo Dana por el interfono.

—Gracias —contestó Keith.

Tras una pausa para despejarse, cogió el teléfono. Empezó por las fórmulas de cortesía habituales, pero, sabiendo que el doctor era un hombre ocupado, fue rápidamente al grano.

—Mire, doctor Herzlich, necesitaría que me hiciera un pequeño favor. Si es demasiado difícil, me lo dice y punto. Durante el oficio de ayer tuvimos un invitado, un preso que ha salido en libertad condicional y está pasando algunos meses en una casa de reinserción. Su alma está realmente atormentada.

Ha venido por aquí esta mañana; de hecho se acaba de ir, y dice sufrir problemas médicos bastante graves. Lo han atendido en St. Francis.

—¿De qué favor se trata, Keith? —preguntó el doctor Herzlich, como si no tuviera mucho tiempo.

—Si tiene prisa, hablamos más tarde.

—No, siga.

—Bueno, pues resulta que dice que le han diagnosticado un tumor cerebral maligno, un glioblastoma. Dice que es mortal, y que no le queda mucho tiempo de vida. Quería saber hasta qué punto podría usted comprobarlo. No le estoy pidiendo un informe confidencial, entiéndame; ya sé que no es paciente suyo, y no quiero infringir ninguna norma. No es lo que le pido. Ya me conoce.

—¿Por qué duda de él? ¿Qué sentido tiene decir que se sufre un tumor cerebral y que eso no sea cierto?

—Es un criminal profesional, doctor; se ha pasado toda la vida entre barrotes, y probablemente no diferencie muy bien entre la verdad y la mentira. Además, yo no he dicho que dude de él. En mi despacho ha tenido dos episodios de dolor de cabeza intenso, y la verdad es que dolía solo de verlo. Lo único que quiero es confirmar lo que me ha dicho. Nada más.

Se produjo una pausa, como si el doctor estuviera comprobando que no hubiera oídos indiscretos.

—No puedo meterme muy a fondo, Keith. ¿Sabe quién es el médico?

—No.

—Bueno, pues dígame un nombre.

—Travis Boyette.

—Me lo apunto. Deme un par de horas.

—Gracias, doctor.

Keith colgó rápidamente y volvió a la historia de Texas. Siguió leyendo el resumen de los hechos:

Nicole desapareció el viernes 4 de diciembre de 1998 por la noche. Pasó la tarde con unas amigas, en el cine del único centro comercial de Slone. Después de la película, las cuatro cenaron una pizza en un restaurante del propio centro. Al entrar en el restaurante conversaron un rato con dos chicos, uno de los cuales era Joey Gamble. Mientras se comían la pizza, decidieron ir a casa de Ashley Verica para ver la tele hasta tarde. En el momento en que salían las cuatro chicas del local, Nicole dijo que se iba al servicio. Sus tres amigas no la vieron nunca más. Nicole llamó a su madre y le prometió que estaría en casa a las doce, que era su toque de queda. Luego se esfumó. Una hora más tarde llamaron sus amigas, preocupadas. Al cabo de dos horas se halló su BMW rojo en el aparcamiento del centro comercial, donde lo había dejado. Seguía cerrado con llave, sin indicios de forcejeo ni de nada extraño; tampoco de Nicole. En su familia, y entre sus amigos, cundió el pánico, y empezó la búsqueda.

Sospechando de buenas a primeras algo raro, la policía puso en marcha un gran dispositivo para encontrar a Nicole. Hubo miles de voluntarios, y durante varios días y semanas la ciudad y el condado fueron registrados más a fondo que en toda su historia, pero no se encontró nada. Las cámaras de vigilancia del centro comercial no fueron de ninguna ayuda, porque estaban demasiado lejos y les faltaba definición. Nadie comunicó haber visto salir a Nicole del centro comercial y acercarse a su coche. Cliff Yarber ofreció cien mil dólares de recompensa a cambio de cualquier información. En vista de que esa suma resultó ineficaz, la elevó a doscientos cincuenta mil.

El primer avance en la investigación se produjo el 16 de diciembre, a los doce días de la desaparición de Nicole. Dos hermanos estaban pescando en un banco de arena de Red River, cerca de un embarcadero que recibía el nombre de Rush Point, cuando uno de los dos pisó un trozo de plástico. Era el carnet del gimnasio de Nicole. Al remover el barro y la arena, encontraron otro: el del instituto de Slone, que la acreditaba como alumna. Uno de los hermanos reconoció el nombre. Fueron directamente en coche a la comisaría de Slone.

Rush Point queda a algo más de sesenta kilómetros al norte del límite municipal.

Los investigadores de la policía, con el detective Drew Kerber al mando, tomaron la decisión de reservarse la noticia de los carnets del gimnasio y del instituto, con el argumento de que la mejor estrategia era encontrar el cadáver en primer lugar. Su búsqueda del río hasta varios kilómetros al este y al oeste de Rush Point fue tan exhaustiva como inútil. La policía del estado aportó varios equipos de buzos, pero no apareció nada más. Se puso sobre aviso a las autoridades, hasta casi doscientos kilómetros río abajo, con la petición de que estuvieran alertas.

—Keith, el auditor. Línea dos —anunció Dana por el interfono.

Keith echó un vistazo a su reloj: las once menos diez de la mañana. Sacudió la cabeza. En un momento así, a quien menos ganas tenía de oír era al auditor de la iglesia.

—¿Hay papel en la impresora? —preguntó.

—No lo sé —replicó Dana—. Voy a mirarlo.

—Cárgala, por favor.

—A sus órdenes.

Keith pulsó a regañadientes la línea dos e inició una conversación anodina pero no muy extensa sobre las finanzas de la iglesia a fecha de 31 de octubre. Escuchaba las cifras a la vez que tecleaba, imprimiendo las diez páginas de resumen de los hechos, las treinta de artículos y editoriales de prensa, un resumen de la práctica de la pena de muerte en Texas y el testimonio de Donté sobre la vida en el corredor de la muerte. Ante el aviso de que faltaba papel en la impresora, pulsó sobre la galería fotográfica de Donté y miró las imágenes. Donté de niño, con sus padres, dos hermanos mayores y una hermana pequeña; varias instantáneas de Donté como linebacker, una foto policial en primera plana del Slone Daily News; Donté esposado, al entrar en el juzgado; más fotos del juicio; y, por último, las fotos anuales de la cárcel, desde la mirada chulesca de la de 1999 hasta el rostro enjuto y ya envejecido a los veintisiete años de la de 2007.

Al acabar de hablar con el auditor, Keith salió del despacho y se sentó delante de su esposa, que ordenaba los papeles de la impresora, mirándolos por encima.

—¿Has leído esto? —preguntó Dana, enseñándole un fajo de papel.

—¿El qué? Hay cientos de páginas.

—Escucha. —Empezó a leer—: «El hecho de que no se haya encontrado el cadáver de Nicole Yarber podría haber entorpecido el proceso en algunas jurisdicciones, pero no en Texas. De hecho, Texas es uno de los estados donde rige una jurisprudencia bien definida según la cual la acusación de un homicidio puede seguir adelante aunque no existan pruebas claras de que se haya producido el delito en cuestión. No siempre es necesario un cadáver».

—No, no he llegado tan lejos —dijo Keith.

—¿A que parece increíble?

—No sé qué decir.

Sonó el teléfono. Lo cogió Dana, que informó bruscamente a su interlocutor de que el pastor no se podía poner.

—Bueno, pastor —dijo al colgar—, ¿cuál es el plan?

—Ninguno. El paso siguiente, el único que se me ocurre ahora mismo, es volver a hablar con Travis Boyette. Si admite que sabe dónde está o estaba el cadáver, lo presionaré para que reconozca que es el asesino.

—¿Y si lo reconoce?

—No tengo ni idea.