En San Miguel el Grande, Nueva España. Año de 1146.
Amados padre y madre, muy señores míos, les escribo estas mis primeras letras desde la Nueva España para informarles de mi afortunada llegada a la hacienda de nuestro pariente don Pedro de la Puente y Santibáñez, que me ha acogido como a un hijo en su casa y me ha ofrecido todas sus comodidades para que las haga también mías.
Les recuerdo en mis oraciones diarias, les tengo presentes y espero en breve poder remitirles algún dinero, que bien les vendrá después del importante desembolso que han tenido que realizar para enviarme hasta estas lejanas tierras. Es por ello que me siento en deuda con ustedes y con mis hermanos, y confío en que tendré oportunidad y sabré cómo corresponder a su esfuerzo.
Espero que se encuentren bien de salud y que la cosecha haya dado una buena cantidad de txakoli. Sé que mis hermanas les ayudarán en todo lo que esté en su mano, y que Manuela se irá convirtiendo poco a poco en una mujer fuerte y resuelta. Les pido por favor que le expresen mi cariño inquebrantable y mi deseo de que continúe con el aprendizaje de las letras, para que algún día ella y yo nos podamos escribir y mantener informados de las noticias que a nuestras vidas conciernen. Me saludan a mi primo Domingo de la Torre y a mi hermano Joseph, que confío siga en casa del maestro Taramona concluyendo sus estudios de herrero.
Les ruego no sientan inquietud alguna por mi persona, dado que me encuentro en cualquier forma privilegiado y agradecido por la decisión que ustedes tomaron respecto a mi futuro. La ciudad en la que ahora vivo es grande y muy hermosa. Lo que más me conmueve es el mercado que aquí se instala cada semana para deleite de sus habitantes. Las gentes pasean por entre los puestos que llenan las plazas, charlando y comprando alimentos ya cocinados que se consumen de inmediato, a pie de calle. En mi caso, nunca disfruté de comidas tan sabrosas y jugosas como las que se sirven en casa de nuestro pariente. Sobre manera me he de referir al chocolate, de cuyo aroma y sabor el paladar guarda recuerdo durante horas. No pierdan la oportunidad si la ocasión se les presenta, ya que no hay nada semejante que pueda compararse al deleite de ese líquido caliente.
La vida en estas latitudes está iluminada por un sol radiante que aparece a primera hora de la mañana, sin faltar ni un solo día de este cielo azul que me cubre desde que pisé la tierra de Indias. Esa misma luz entra por las ventanas de las estancias de esta hacienda en la que vivo desde que llegué, que bien parece un palacio. Son tantos los criados y sirvientes que la vida resulta cómoda y alegre, gracias al ajetreo diario al que se entregan los hombres y mujeres del lugar.
He querido aprovechar la oportunidad que se me presentaba de enviarles estas letras con un vecino de Menagaray, a quien las circunstancias obligan a abandonar San Miguel el Grande y regresar a las tierras de Ayala. Sin tiempo para otra cosa que instalarme me he dispuesto a comunicarles mi llegada, pero nada les puedo participar sobre otros hijos de esas nuestras montañas que residen en esta misma ciudad en que me hallo. Por voz de mi tío don Pedro de la Puente sé que son numerosos los afincados en torno a estas soleadas tierras, y frecuentes las reuniones que celebran para mantenerse unidos e informados de los aconteceres de nuestro valle. Parece que aquí todo son noticias de allí, como sucede allí con los que están aquí.
Les pido sírvanse comunicarme las novedades de esa mi amada patria, que yo las transmitiré con gusto a todos en este lugar, y del estado de mis hermanas y hermano, muy especialmente de mi pequeña Manuela y de sus progresos en la vida. Me encomiendo a ustedes y rezo por su buena salud. San Miguel el Grande, Agosto 22 de 1746.
Su más amartelado hijo que de corazón les ama,
Domingo Narciso de Allende y Ayerdi