Agradecimientos
No tengo muchos amigos, pero sé sacarles partido. A todos debo su paciencia conmigo y con Teresa y nuestras respectivas inseguridades y, en concreto, quiero mostrar mi agradecimiento.
En los fogones, junto a mí, mientras guisaba a fuego lento ante el teclado:
a Clara, por sus siestas de dos horas;
a Carmen Muñoz, que sigue siendo la mejor y más apasionada correctora del mundo, por rectificar de sal, pimienta y deslices el texto;
a José María Mijangos, Juan Carlos Palomeque y Eliseo Aznarte, por hacerme llegar la materia prima necesaria para elaborar el plato efímero del capítulo trece;
a Paco Camarasa y Paco Taibo II, que son frailes y cocineros, por regalarme sus sabios consejos de gourmets experimentados;
a Miguel Cane, por saber, como Simón, escuchar, y por sus aleccionadoras recomendaciones acerca de las mejores cocineras de novelas góticas;
a Ana Justa y Agustín Tirado, que en el transcurso de una cena me facilitaron un par de ingredientes esenciales: los nombres de dos de los protagonistas masculinos.
En la sala, atendiendo las mesas,
a Daniel Zarazaga, por prestarme sus ojos y mirada para Tomás y, en su papel de experto sumiller, encargarse del maridaje;
a Estrella Molina, grandísima lectora de sensible paladar, por coger la cuchara de madera y cerciorarse de que el humor estuviera en su punto;
a Ricardo Bosque, el más objetivo crítico literario con que se pueda contar, por sus acertadísimas observaciones;
a Emilio Calle, por su entusiasmo, que le llevó a devorar Mantis en sólo una semana;
a Domingo Villar, por el empacho de notas;
a Juan Ramón Biedma, un gran cocinero de monstruos y demonios, que siempre levanta el teléfono para escuchar mis cuitas cuando me encallo en una receta;
a Juan Salvador, por sus atinadas recomendaciones de libros de terror, muy útiles a la hora de intensificar el sabor de algunos platos.
A la mesa, a la espera de ser servidos, aferrando sus cubiertos:
a Estrella García (de la librería Oletvm, de Valladolid), librera clarividente y entregada, cuya perseverancia la ha convertido en uno de los primeros clientes satisfechos de mi casa de comidas y cuyo apoyo ha traído a un buen número de comensales a la puerta de Barbantesa;
a Miguel Justo, de la Central Librera Uno de Ferrol, y tantos otros amigos libreros como los de la librería Arenas de A Coruña, Donín de Betanzos, Taiga de Toledo, Muga de Madrid, Luces de Málaga, Auzolán de Pamplona, Central de Zaragoza, Paradox de Madrid y Leclerc de Aranjuez, que me han acogido, porque su vehemencia y su generosidad ya no se estilan y, gracias a ellos, mis platos encuentran lectores deseosos de probarlos;
a Ramón Fandiño, Paco Buesa, Juan Garrachón, Inés Lodeiro y tantos otros comerciales de Alfaguara, porque siempre de pie y sonrientes, cargados con los menús y su entrega, son los más eficaces maîtres que pudiera imaginar;
a Gerardo Marín, por los cafés en el Gloria, por entenderme y soportarme y compadecerse de la sudorosa cocinera;
a Nuria del Peso, porque su generosidad la lleva a robarle una hora a Alma para almorzar conmigo hablando de la vida y de trucos de cocina;
a Ana Ma Martínez y Francisco Unzueta, a Luz López y José Mendiguchía, y a Rocío Llombart y Alfonso Rubinos, porque cada tarde en el parque me sacaban los humos y el olor a carne quemada de la cabeza y me devolvían a la realidad.
y a Mao, que desde su escaparate nos ve pasar.