Roberto admira la belleza del camino que discurre sobre acantilados rocosos que van a morir a la mar. Las vistas son espectaculares, pero basta un paso en falso para despeñarse hacia el abismo. Las palabras burlonas de Pepe resuenan en sus oídos como un eco del viento: «Hay mujeres que siempre guardan una sorpresa en la recámara».
Tan solo han transcurrido unas pocas semanas desde su anterior paseo con Brisa por el camino de ronda que une S’Agaró con Platja d’Aro, pero en su mente el tiempo se podría medir en meses y hasta en años. Demasiadas historias tenebrosas, mentiras y medias verdades. El viaje a Malta ha despejado algunas incógnitas, pero ha dejado otras tantas sin aclarar.
—Tu padre fue muy prudente al no desvelar en la carta ningún dato que permitiera identificar a quienes le utilizaron como testaferro, ni siquiera su nacionalidad. No obstante, sí reveló el motivo por el que necesitaban a un hombre de paja creíble: para pasar desapercibidos ante las autoridades de la Unión europea, que tras el 11-S incrementaron de forma notable los controles sobre grupos potencialmente ligados a organizaciones terroristas. Y justo esa mención parece confirmar que quienes están detrás de esta trama son acaudalados pakistaníes convencidos de la necesidad de apoyar la yihad financiando células islámicas terroristas.
—Eso parece —concede Brisa—. Ariel Shavit, el agente del Mosad, así me lo aseguró, y el propio Mario me reveló que políticos pakistaníes estaban implicados en la trama, aunque yo tampoco descartaría que estuvieran involucrados cargos relevantes de los Estados Unidos.
Roberto se detiene bruscamente.
—¿Has encontrado algún documento que lo sugiera o es una mera hipótesis?
—Son simples conjeturas, pero no sería algo tan raro ni sorprendente. Es bien sabido que la CIA colaboró durante muchos años con los servicios secretos pakistaníes, financiando a Bin Laden y a los talibanes para que combatieran a los rusos en suelo afgano. Y, casualmente, el Gobierno de Bush logró imponer su radical agenda militar y económica gracias a los atentados organizados por Bin Laden el 11-S. Tras la invasión de Afganistán, so pretexto de combatir el terrorismo, no han querido erradicar los campos de las adormideras de opio, la fuente principal de financiación de los talibanes que comulgan con Al Qaeda. El escándalo es tan considerable que actualmente Afganistán produce el noventa por ciento de la heroína que se consume en el mundo, y más de la mitad de su producto interior bruto procede de la droga. Teniendo en cuenta que en aquel remoto país controlado por el Ejército norteamericano no se mueve ni la hoja de un árbol sin la participación de los poderosos servicios secretos pakistaníes, las conclusiones son inevitables.
»Una cosa son los intereses de los gobiernos, y otra muy distinta las de las personas que los sirven. Lo cruda realidad es que la droga mueve en Afganistán miles de millones de dólares y que los principales actores implicados deben recibir cantidades ingentes de dinero para que la fábrica de opio del mundo siga funcionando a pleno rendimiento.
—No te falta razón —concede Roberto—. Los narcodólares hacen extraños compañeros de viaje, así que podrían existir miembros de alto nivel dentro de los servicios de inteligencia norteamericanos asociados secretamente con los pakistaníes para velar por que año tras año el negocio de la droga sea tan rentable como de costumbre. Nada nuevo bajo el sol. Si ya ocurrió en Centroamérica, ¿por qué no iba a suceder en el sur de Asia? Es decir, business as usual.