Capítulo 88

Roberto y Peter, sentados en la misma mesa en la que habían cenado la noche anterior, miraron atentamente a Brisa, expectantes por escuchar el contenido de aquella carta póstuma escrita por Arturo Gold. Las paredes de piedra y los altos techos sostenidos sobre enormes arcos abovedados le conferían a la estancia una fragancia solemne más propia de un convento que de un comedor. El sol del atardecer se filtraba por los alargados ventanales laterales, creando una atmósfera crepuscular. El canto de una alondra rasgó el silencio y, como obedeciendo a aquella señal, Brisa extrajo la carta del sobre y comenzó su lectura.

Querida Brisa:

Si estás leyendo esta carta, es que estoy muerto.

Durante la última semana he temido por mi vida. No quise decirte nada para no alarmarte y porque la ignorancia sobre mis actividades era tu mejor protección. Creo que al final lograré conjurar el peligro al que me enfrento, pero podría equivocarme. En tal caso, estas palabras que estoy escribiendo serán mi testamento y mi despedida.

Te preguntarás por qué el nombre de usuario de mi ordenador y la clave de acceso para iniciar la sesión respondían a la palabra «gozo», y porqué en mis documentos digitales abrí una carpeta de idéntico nombre, dentro de la cual únicamente dejé escrita la frase: «Gozo encierra sufrimiento».

Era mi manera de llamar tu atención, por si el Bank of Valletta incumplía lo estipulado y no te avisaba de la existencia del trust, algo muy improbable, porque es un banco muy serio. Sin embargo, siempre he preferido pecar de prudente: ser algo desconfiado forma parte de mi carácter y no tengo intención de cambiar mis costumbres, ni siquiera después de muerto. Asumo que, como buena psicóloga, le habrás dado muchas vueltas a la frase, intentando encontrar en ella una clave para entender mi vida y quizás algo más. Eso era exactamente lo que quería, aunque mi último deseo encerraba una intención oculta: que no te pasara desapercibida, entre mi lista de propiedades inmobiliarias, la villa Gozo, en Gozo. Previendo que la visitarías para escudriñar qué misterios se ocultaban en ella, impartí instrucciones tajantes de que no se alquilara nuevamente hasta nuevo aviso y dejé las escrituras que te acreditan como única beneficiaria del trust dentro de la caja fuerte de la mansión. No creo que hayas tenido problemas para abrirla. Siempre has sido una chica lista.

Te preguntarás por qué no te hablé sobre la existencia del trust. Tenía mis razones, que espero que comprendas. Cuando creé el trust, al poco de morir tu madre, lo hice con la intención de dejarte protegida ante los avatares económicos que me pudieran golpear en el futuro. Quizá te parezca extraño, pero más de una vez he estado al borde de la ruina, y quise asegurarme de que, si eso sucedía, no sufrieras nunca las consecuencias. Por eso, de acuerdo con los estatutos fundacionales, tú eres la única beneficiaria, es decir, la única persona en el mundo que puede disponer del capital y los intereses que genere el trust. Esa cláusula fundacional es inamovible y ni siquiera yo la puedo modificar. De haberte revelado antes la existencia del trust, hubieras podido disponer del dinero desde ese mismo momento, sin que yo hubiera podido hacer nada por evitarlo. Y, francamente, no quería que sucediera tal cosa.

No te lo tomes como una crítica, pero tu carácter siempre ha sido muy inestable, algo que me reprocho. Perdiste a tu madre cuando eras tan solo una niña pequeña, y yo nunca he podido suplir el inmenso amor que te profesaba. No es momento de engaños. He sido un mal padre y ambos lo sabemos. Sin embargo, siempre me he preocupado por ti, intentando reconducir por mejores caminos tus inclinaciones poco convencionales. Como padre, te conozco muy bien, y por dicho motivo preferiría que siguieras sin tener millones de euros a tu disposición. Tengo mucha experiencia y he visto a demasiada gente joven precipitarse hacia el abismo cuando súbitamente han recibido una fortuna caída del cielo. Fiestas, alcohol, drogas… Las tentaciones son muchas, y tú siempre has tenido tendencia a vivir al límite. La muerte de tu novio, Paul, marcó un trágico punto final. Creo que el trabajo que has desempeñado en Gold Investments te ha sentado muy bien y te ha permitido superar la depresión que te mantenía postrada en casa. Sin embargo, no estás completamente recuperada, y por eso preferiría que, sin faltarte de nada, tampoco manejaras demasiado dinero todavía. Ahora bien, si el destino decide acabar con mi vida, confío en ti para que actúes con prudencia, sigas mis consejos y procures mantener los pies en el suelo.

Quizá pienses que hubiera debido dejarte noticia del trust maltés en mi testamento notarial, pero, en tal caso, el notario y las autoridades fiscales hubieran sabido de su existencia de forma inmediata. Una escritura pública es como una carta abierta que cualquier interesado acaba leyendo, y no solo motivos fiscales aconsejan que el trust permanezca oculto.

Por la misma razón, descarté dejarte una nota escrita para que la encontraras tras mi muerte. Si fallezco en los próximos días, será porque me han asesinado. En tal caso, mi muerte no será plácida, sino violenta; quizá simulen un suicidio o un accidente en extrañas circunstancias… Es imposible adivinar los detalles, pero de lo que estoy seguro es de que la policía registrará todo de arriba abajo y no dejará ni un cajón de mi casa sin remover. Todavía peor: puede que sean los asesinos los que registren mis pertenencias. En todo caso, la leyenda «Gozo encierra sufrimiento» pasará a los ojos de cualquiera como una reflexión personal sobre mi vida, y no les faltará razón.

«Gozo encierra sufrimiento» también es mi epitafio, el triste resumen de mi vida. Mis placeres y mis goces han traído muchísimo sufrimiento. No quiero entrar en detalles concretos, ni en dolorosos recuerdos, pero nunca me he dejado de sentir culpable por la muerte de tu madre. Mi vida amorosa ha estado marcada por la tragedia; de alguna manera siempre he sido el causante de innecesarios padecimientos y, en última instancia, me siento responsable por la muerte de seres queridos. Quizá por ello perdí la capacidad de expresar amor, de establecer vínculos emocionales profundos con otras personas; quizá por ello no he sido un padre cercano. No lo sé. Tú eres psicóloga y supongo que te habrás enfrentado a casos semejantes al mío. No deben ser tan raros en esta sociedad de locos en la que intercambiamos sentimientos por cosas materiales, como si fuéramos indios ignorantes trocando oros por espejuelos.

La seguridad que proporciona el dinero, la adicción al poder, la comodidad del lujo… son cadenas de seda más irrompibles que las argollas de acero. A lo largo de mi vida he traspasado las puertas de la moral en demasiadas ocasiones. Tratándose de asuntos financieros nunca tuve remordimientos, hasta que siete años atrás realicé un pacto con el diablo en el que me quedé atrapado. Acumulaba demasiadas deudas, y los atentados del 11 de septiembre arrasaron no solo las torres gemelas, sino también mi porfolio de acciones y el de mis clientes de Gold Investments. Para salvar mi posición necesitaba más dinero, desesperadamente, pero no encontraba quien me lo prestara. En tal situación se presentó en mi despacho un grupo extranjero dispuesto a avalarme ante los bancos a cambio de que figurara como hombre de paja de sus inversiones en España.

No me preocupé de averiguar la verdadera identidad de sus dueños ni sus intenciones últimas. Me limité a abrir unas cuentas cifradas en el Royal Shadow Bank de la isla de Man para que las manejaran a su antojo y a figurar como la cara visible de algunas sociedades.

Tras el 11-S, en Europa se incrementaron de forma notable los controles internacionales sobre grupos mafiosos o potencialmente ligados a organizaciones terroristas. La gente que contactó conmigo me utilizó para pasar desapercibida ante las autoridades nacionales de la Unión Europea. Mi reputación me permitió constituir sociedades y abrir cuentas cifradas a mi nombre sin que el Royal Shadow Bank me hiciera demasiadas preguntas sobre la procedencia del dinero. Yo ya venía operando con ellos desde hacía cierto tiempo y no les resultó extraño que incrementara mis actividades.

No hace falta que sepas mucho más. Tan solo que actué siempre como un mero testaferro, sin saber ni el origen ni el destino del dinero que circulaba por las cuentas. No intentes averiguar lo que yo no quise saber. Se trata de gente extremadamente peligrosa que no vacilaría en acabar con tu vida si les causaras problemas.

Comprobarás que en el Royal Shadow Bank de la isla de Man queda un pequeño saldo del que puedes disponer tranquilamente: pertenece a una antigua cuenta mía, y todas las operaciones que se han hecho a través de ella son perfectamente honorables, salvo que nunca declaré sus movimientos al fisco español. En cambio, aunque en las demás cuentas figuro como titular, en realidad era un mero hombre de paja. Ninguna de ellas tiene saldo positivo actualmente, así que limítate a cancelarlas y olvídate de ellas; será lo mejor para tu seguridad. Asimismo, existen sociedades patrimoniales domiciliadas en el mismo banco en las que he sido socio o administrador. En todas ellas fui también un mero testaferro retribuido. No intentes reclamar nada de ellas, porque firmamos contratos de fiducia en los que reconocía no ser su verdadero propietario y estar obligado, como administrador formal, a seguir estrictamente las instrucciones de los auténticos dueños. Tal como te explicarán en el banco, como los contratos de fiducia son del todo legales, técnicamente tú no eres heredera de ninguna de estas sociedades. Limítate a aceptarlo y no hagas más preguntas.

Espero, sinceramente, que nunca llegues a leer esta carta, pero, si lo hicieras, mi última frase será también mi despedida. Vive feliz y deja morir el pasado.

TU PADRE, que siempre te ha querido

Brisa dejó de leer y unas lágrimas negras mezcladas con rímel se deslizaron por sus mejillas. Sin perder la compostura, dejó la carta sobre la mesa, extrajo un pañuelo de su bolso, se secó los ojos y limpió a tientas las manchas de su rostro.

Roberto permaneció inmóvil, guardando silencio, a la espera de que Brisa retomara la palabra. Peter, en lugar de permanecer sentado, se levantó de la silla aparatosamente y anduvo a grandes zancadas hasta detenerse frente a ella.

—Esos cabrones mataron a tu padre —afirmó furioso—. Esta carta es la prueba —añadió, sujetando el papel con la mano izquierda.

—Es cierto, pero no puedo hacer nada —dijo Brisa con voz clara, tras recuperar el dominio de sus emociones—. Como sabéis, cancelé las cuentas abiertas en la isla de Man, por lo que ya no tengo acceso a ellas. También he repasado a fondo toda la documentación de mi padre y he examinado las cajas de seguridad que tenía en España. No hay nada. Ni una sola referencia a ese grupo mafioso que lo utilizó como testaferro. Conocer sus identidades es tarea imposible. No tengo idea de quiénes eran ni forma de averiguarlo tirando de ningún hilo. Mi padre lo dejó todo bien atado, y esta carta es su última voluntad. Solo me queda respetarla. ¿Qué otra cosa podría hacer, aunque quisiera? Por una vez en mi vida, pienso seguir sus consejos.

—Y, entonces, ¿qué vas a hacer? —preguntó Peter—. ¿Vas a dedicarte simplemente a disfrutar? No te imagino tumbada en una hamaca en el Caribe, viendo pasar los días del calendario entre puestas de sol y piñas coladas.

Brisa esbozó una media sonrisa antes de contestar.

—Más bien estaba pensando en olvidarme de todo y empezar de nuevo. Parte del acuerdo consistió en aceptar que mi nombre fuera excluido de la lista de licenciados de la Universidad de Berkeley para evitar que su reputación pudiera quedar empañada. Sin embargo, mi padre me ha dejado diez millones de euros —mintió Brisa, rebajando sustancialmente la cantidad—. Así que dispongo de tiempo y dinero suficiente para sacarme de nuevo el título de psicóloga y abrir después un centro de terapias alternativas no convencionales. Como tú mismo me dijiste, Peter: «Si buscas venganza, cava dos tumbas». Yo ya estoy cansada de muertes y cementerios. Quizá sea hora de empezar a vivir…