—¿Estás segura de querer seguir adelante con esto? —preguntó Roberto en cuanto Peter se hubo marchado.
Brisa guardó silencio y se limitó a encogerse de hombros.
—Todavía estás a tiempo de pensártelo —la apremió Roberto—. Es demasiado peligroso, y ambos lo sabemos.
—Se lo debo a Paul —susurró Brisa en voz queda.
Roberto negó con la cabeza de mal humor.
—¿Hasta qué punto confías en Peter? Y no lo digo por su aspecto estrafalario. Sinceramente, me ha parecido mucho más interesado en publicar un bombazo en su portal de Internet que en velar por tu seguridad.
—Es su forma de ser —le defendió Brisa—, pero me fío de él casi más que de mí misma. Nos conocemos desde hace muchos años, hemos compartido infinidad de vivencias y te puedo asegurar que es el hombre más íntegro que puedas imaginar. Para él, su lucha por la verdad está por encima de los intereses particulares, pero es un amigo fiel. Si mañana decido no publicar ningún documento, respetará mi voluntad y no intentará convencerme de lo contrario. Lo conozco muy bien.
Roberto abrió las palmas de las manos como dándose por vencido.
—No soportaría que te ocurriera algo.
Brisa le miró con aquellos ojos rasgados y posó las manos sobre su cintura sin decir nada. No hacía falta. La llama del deseo seguía sus propios impulsos, tan primitivos que surgían de lo más profundo de la naturaleza, como el hielo que se funde en las montañas al llegar la primavera.
El fresco vestido gris azulado de Brisa también le recordó a la primavera. Su tela era muy fina y la forma en que se deslizaba sobre su cuerpo, como una suave caricia, resultaba muy sugerente. No mostraba nada, ni siquiera era escotado, pero dibujaba el contorno de su silueta como si fuera la piel de una fruta tentadora. Resultaba inevitable imaginársela desnuda. El vestido era sencillo, de una sola pieza y debía resultar muy fácil de quitar. Bastaban las yemas de dos dedos para bajar la cremallera que recorría su espalda, oculta entre las costuras.
Brisa le tocó los labios con un dedo, como indicándole que guardara silencio. Después le cogió de la mano y le llevó hasta la habitación. Ambos se besaron lentamente, dejando que sus lenguas se reconocieran. La saliva provocó un estallido sordo en los circuitos nerviosos de su mente. El beso se volvió largo, apasionado y violento. El olor de Brisa le impregnó por completo. Se desnudaron entre gemidos y sus cuerpos interpretaron una canción que recordaban muy bien.