Capítulo 73

Los recuerdos más confusos del pasado se mezclan con los del presente, como si estuviera despertándose dentro de un sueño largo y profundo. A Mario le resulta difícil ordenar los sucesos por orden cronológico, pero pugna por conseguirlo. La descarga eléctrica, los pechos de Carla, la cara de Brisa (tan pálida como la muerte), las esposas, una pistola, el repugnante sabor de un brebaje marrón…

Su mente está a oscuras, pero las imágenes se van ordenando, cobrando un sentido siniestro, con la certeza de que su despertar será el inicio de una pesadilla peor.

Carla sonríe con picardía cuando se sube a la motocicleta de Brisa. Él se queda esperando un taxi, deleitándose por anticipado con los placeres que le brindará la sensual amiga de Brisa. La imagen del trasero de Carla sobre la BMW se funde con la de sus senos bailando bajo su escote.

Lo siguiente que se funde es su conciencia, al recibir una descarga eléctrica. Brisa le invita a pasar a su dormitorio. En lugar de Carla, le espera una pistola. Un dolor agudo le sacude. Se desploma en el suelo. Todavía no sabe qué le ha ocurrido cuando Brisa le esposa, sin que su cuerpo reaccione. Su boca ingiere un líquido asqueroso y su mente se convierte en un torbellino caleidoscópico que tritura su sentido de la realidad. Fragmentos olvidados de su infancia reviven tal y como sucedieron, entremezclados con imágenes imposibles de catalogar: cuadrados de fuego, explosiones cósmicas, ruedas de luz, alineaciones geométricas inauditas, puentes de energía, terremotos marinos, lunas fugaces, música de diamantes, lenguas de fuego, olores de madreselva…

Mario no recuerda bien lo que ha experimentado ni lo que ha dicho. Esos lapsus de memoria le preocupan, porque al abrir los párpados contempla los ojos verdes de Brisa. La expresión de su rostro, pintado de blanco, le inspira terror.

Cuando se percata de que le está despojando de su ropa, trata de resistirse, pero sus movimientos son torpes y descoordinados. Siente frío al quedarse desnudo y expuesto como un niño indefenso. La conexión entre su mente y su cuerpo falla, y, como si fuera un muñeco averiado, se limita a zarandearse torpemente mientras Brisa le ata los brazos y los pies a los barrotes de la cama.

La primera parte del plan ha funcionado tal como ella esperaba. Mario, embriagado por la lujuria, no ha dudado en esperar un taxi, mientras ella llevaba a Carla en moto hasta una calle cercana a la discoteca. Allí le ha pagado por los servicios prestados y se ha despedido. Ya en su piso, una pistola Taser de cincuenta mil vatios y la candidez de Mario dándole la espalda han bastado para reducirlo. Maniatado y confuso, ha intentado resistirse a ingerir la pócima recién llegada de Perú. Un segundo disparo ha sido suficiente para que se tragara el vaso entero de ayahuasca como si fuera un niño sediento de leche.

La ayahuasca no tiene el sabor de la leche, y sus efectos también son muy distintos. Preparada por curanderos indígenas en las selvas amazónicas mezclando durante horas los tallos de ciertas enredaderas con hojas de chacurna y otras plantas, se ha empleado durante milenios como un potente alucinógeno capaz de alterar la conciencia de quien lo ingiere. De color café y olor a madera, su sabor es extremadamente amargo y seco. En la primera parte de la ingesta, el consumidor suele sufrir dolores de barriga y abundantes vómitos. Después, si todo va bien, su alma se libera y comienza un vuelo repleto de visiones. Recuerda escenas de su vida con precisión cinematográfica, revive pasajes olvidados y es su propia conciencia la que elige quedar atrapada en el infierno de sus problemas sin resolver o transportarse hacia cielos desconocidos.

Brisa conoce muy bien los efectos del brebaje alucinógeno y ha creado las condiciones idóneas para que Mario navegue por la deriva de su pasado y saque a flote sus secretos más oscuros. Sin embargo, no está satisfecha con el resultado obtenido.

Un chamán experimentado es capaz de viajar con el paciente y compartir sus mismas vivencias para guiarle a través de los recovecos más tenebrosos de la travesía. La ayahuasca es bien conocida por sus propiedades telepáticas. Algunas comunidades indígenas la utilizan en sesiones colectivas para reforzar la cohesión del grupo. Sin embargo, ella sigue siendo una aprendiz de bruja, una limitada psicóloga occidental incapaz de emular los logros psíquicos de un auténtico chamán.

El colocón psicodélico de Mario le ha impedido revelar nada coherente. Además, pese a que ella misma ha ingerido una dosis menor del brebaje amazónico, apenas ha logrado establecer contacto con su psique. Afortunadamente, dispone de una segunda estrategia, más convencional, para hacerle confesar.

Mario ya está empezando a recuperar la conciencia y en su estado, confuso, desnudo e indefenso, existen técnicas infalibles de interrogación si se sabe lo suficiente sobre la víctima. Brisa le introduce una mordaza en la boca, apaga las luces y sale de la habitación. Así, privado de sus sentidos y de referencias temporales, podrá manipular a Mario más fácilmente. Pero eso será cuando regrese de su cita con Peter Nelly en el hotel Princesa Sofía.