Capítulo 70

—¿Qué rollo le va a Carla? —preguntó Mario, aprovechando que la voluptuosa amiga de Brisa había ido al servicio.

A lo largo del concierto, Carla había prodigado caricias y toqueteos a Brisa mientras bailaban sin control. Sus movimientos desprendían una sensualidad animal, casi salvaje, y los constantes roces con su amiga dejaban claro que la prefería a ella. Sin embargo, a él también le había enviado miradas insinuantes. Las señales eran contradictorias, y tanto podían suponer que Carla disfrutara provocando a los hombres como que le atrajera probar diversos tipos de frutos.

—A Carla le van los rollos raros —repuso Brisa.

—¿A qué te refieres? —preguntó Mario, encendido por las morbosas imágenes de Carla que desfilaban por su mente, como si esta hubiera activado un proyector dentro de su cabeza.

—Es mi sumisa. ¿No te has fijado en su collar?

A Mario no le había pasado desapercibida la cadena plateada que envolvía el cuello de Carla, si bien, dada la estética transgresora de la mayoría de los asistentes, tampoco le había dado ningún significado concreto.

—Esta es la llave que lo cierra o lo abre —añadió Brisa, tocando una crucecita gótica que portaba como colgante.

—Así que a tu amiga le gustan los juegos —apuntó Mario, excitado.

—Sí, pero es muy selectiva a la hora de elegir compañeros sexuales. Tú estás de suerte, porque le has parecido muy atractivo.

—En tal caso, es una lástima que sea tu sumisa —comentó Mario con un brillo malicioso en sus ojos.

—No soy tan mala como dueña. Podría permitirle tener una aventura contigo —señaló, acariciando la cruz gótica que pendía de su cuello.

—¿Sois de esas a las que les gustan los tríos? —preguntó Mario sin ambages, sorprendido del cariz que estaba tomando la conversación.

Los blancos dientes de Brisa sonrieron entre sus labios oscuros, antes de contestar.

—¡Qué pesados os ponéis los hombres con lo de los tríos! No te ofendas si te digo que no me pones. Me caes bien, me pareces un tío atractivo…, y soy bisexual, como mi amiga, pero no tengo química contigo. En cambio, a ella sí que le atraes. De hecho, no ha ido al baño, sino que nos ha dejado a solas para que hablemos en privado y tomes una decisión sobre cómo va a proseguir la noche. Sinceramente, ¿qué te parecen Carla y sus tendencias eróticas?

Si se trataba de decidir, Mario tenía muy claro que no debía desaprovechar una oportunidad como aquella.

—La verdad es que tu amiga es un cañón, y a mí también me van las fantasías con sumisas.

Brisa esbozó una media sonrisa y sus ojos se entornaron ligeramente, como expresando comprensión y asentimiento.

—Lo suponíamos. De hecho, durante el último baile hemos acordado que, si quieres jugar con ella, nos podemos ir ahora mismo a mi casa. Yo me mantendría al margen de vuestros juegos, pero mi presencia en el piso sería una garantía de seguridad para Carla, que, al fin y al cabo, no te conoce de nada. Yo sí la conozco, y te aseguro que te lo vas a pasar muy bien esta noche…

—¿Y tú te vas a conformar con quedarte a dos velas? —preguntó Mario, extrañado por una oferta sexual tan insólita como desinteresada.

—En absoluto —replicó Brisa—. Yo me reservaré la mejor parte. No existe hombre capaz de dejar completamente satisfecha a Carla. En realidad, ni a ella ni a ninguna mujer.

—Después de hoy tendrás que cambiar de opinión —afirmó Mario, herido en su orgullo masculino.

—Si así fuera, te cedería el collar y la llave al acabar la función, pero ya conoces el refrán: perro ladrador, poco mordedor —se burló Brisa.

Mario le dedicó la mejor de sus sonrisas:

—Ya puedes ir preparando la llave del collar. Me gustan los desafíos, pero creo que este va a ser el más fácil y placentero de toda mi vida.