Capítulo 65

Como cada mañana, Brisa desayunó un tazón de cereales con leche y leyó la página de necrológicas. Una antigua costumbre, casi un ritual, a la que pocas veces renunciaba. Desde niña, la muerte la rondaba, y ella la cortejaba. La sangre derramada por su madre había acabado por alcanzar a su padre, y pronto reclamaría una nueva víctima.

Brisa se levantó, recogió la mesa y lavó cuidadosamente los platos, el tazón y los cubiertos. Después, todavía en pijama y zapatillas, se repanchingó en el sofá del salón y encendió su ordenador portátil. Tras echar una rápida ojeada a las pésimas noticias sobre la crisis financiera, abrió su correo electrónico. Un mensaje fechado dos días atrás y titulado «Dear Brisa Gold», remitido por el Bank of Maletta, el principal banco de la República de Malta, captó su atención. Tras cerciorarse de que no se trataba de spam, lo abrió. Su lectura le resultó sorprendente:

Querida señora Gold:

Lamentamos profundamente la muerte de su padre y le enviamos nuestro más sentido pésame. Recientemente hemos tenido conocimiento de esta terrible noticia, y, siguiendo las instrucciones que dejó dadas para este caso, nos ponemos en contacto con usted a través del correo electrónico que nos facilitó.

Así, cumpliendo mis obligaciones legales, le comunico que usted es la única beneficiaria del trust Gozo, administrado en su exclusivo interés por quien suscribe la presente.

Me resultará grato informarla personalmente de todos los detalles relativos al trust tan pronto como lo estime conveniente.

Sinceramente suyo,

GEORGE HIGGINS
Director financiero

Brisa releyó la carta con incredulidad. Constituía la prueba de que su padre no solo era titular de cuentas offshore en la lluviosa isla de Man. La soleada Malta era también un paraíso fiscal protegido por el secreto bancario, y resultaba posible que, en el trust gestionado por el Bank of Valletta, su padre hubiera depositado una fortuna que ahora estaría a su disposición.

También existían otras posibilidades menos halagüeñas, considerando el nombre del trust y aquella enigmática leyenda de «Gozo encierra sufrimiento». Pronto lo descubriría. De acuerdo con la dirección escrita en el margen superior izquierdo del correo, la oficina bancaria tenía su sede, precisamente, en Gozo. Aquello no podía ser casualidad.

Brisa supuso que Gozo sería una ciudad, pero, como nunca había oído hablar de ella, realizó una búsqueda por Internet para informarse de sus características. Una rápida lectura de la página de Wikipedia la sacó del error. La supuesta ciudad era, en realidad, una isla poco conocida de la República de Malta.

Brisa averiguó su prefijo y llamó al número de teléfono que aparecía en el e-mail.

—Buenos días, soy Marguerite, del Bank of Valletta ¿en qué puedo ayudarla? —preguntó en inglés una voz femenina, en el tono rápido y profesional de quien está acostumbrada a repetir la misma frase centenares de veces.

—¿Podría hablar con George Higgins? —respondió Brisa, empleando su mejor acento británico de la alta sociedad.

—Lo lamento mucho. El director no está en la oficina. ¿Querría hablar con alguna otra persona? —le ofreció solícita Marguerite.

—Con el subdirector —pidió Brisa.

—¿Tendría la bondad de decirme su nombre?

—Brisa. Brisa Gold.

—Un momento, por favor; enseguida la paso.

El subdirector resultó ser un hombre extremadamente amable, pero incapaz de aclararle nada sobre el correo en cuestión. Según adujo, no podían facilitar información confidencial por teléfono. Si quería averiguar el montante de los activos depositados en el trust y las reglas por las que se regía, debía acudir a sus oficinas bancarias y hablar directamente con el director. Por desgracia, por culpa de un inesperado percance, estaría ausente hasta mediados de la próxima semana.

Brisa porfió por concretar un encuentro en una fecha más próxima, pero todos sus intentos fueron rechazados —educada pero firmemente— por aquel subdirector con alma de burócrata y vocación de frontón. No pudo más que claudicar. George Higgins, el director de las oficinas bancarias, era también el administrador del trust, y solo él estaba autorizado para informarla adecuadamente.

Resignada, concertó una cita para el jueves de la semana siguiente. El misterio de Gozo debería esperar. Mientras tanto, se ocuparía de desvelar otros secretos que habían permanecido ocultos durante demasiado tiempo.

Se duchó, eligió un conjunto de ropa interior blanca, unas medias de discreto color crudo y se vistió con los hábitos de las humildes siervas de María. El de monja se estaba convirtiendo en uno de sus disfraces favoritos. Ni siquiera necesitaba maquillarse, al contrario de cuando se caracterizaba de gótica siniestra.

El disfraz de monja era, en apariencia, más inofensivo que el de gótica. En realidad, ambos resultarían igual de letales.