Capítulo 61

Roberto se anudó la corbata frente al espejo del cuarto de baño, respiró hondo y se preparó mentalmente para volver al trabajo. Lo primero era desempolvar los expedientes acumulados en al armario, repasarlos y volver a citar a todos los obligados tributarios. Lo segundo, casi tan urgente como lo primero, emitir el informe pericial de la trama Cascabel. La jueza García ya le estaba metiendo prisa. Los detenidos se le acumulaban en prisión y necesitaba saber cuanto antes las eventuales responsabilidades de cada cual, para dejarlos en libertad provisional o mantenerlos a buen recaudo.

El sonido del timbre le sobresaltó. No era normal que nadie llamara a la puerta de su casa a las siete y media de la mañana. Miró por la rejilla y, tras alguna vacilación, dejó entrar a Dragan, pulcramente afeitado y ataviado, como él, con traje y corbata. Al verle, acudieron a su cabeza imágenes de El Padrino.

—¡Qué elegancia! —elogió Roberto en tono de broma, omitiendo cualquier referencia cinematográfica—. ¿Acaso vas a alguna boda?

—Hoy no hay ni bodas ni funerales —respondió Dragan—. Digamos que esta mañana tengo una cita de negocios en un lugar elegante. Vamos a tratar diversos asuntos y uno de ellos será el de tu futura colaboración con nuestra organización.

—¿Quieres un café? —ofreció Roberto—. Está recién hecho.

—No quiero cafés. Tan solo respuestas.

—En ese caso, tendrás que responder primero a mis preguntas. Si recuerdo bien, estabais interesados en pasarme información sobre algunas empresas para que las investigara y les hiciera la vida imposible. Eso no es tan sencillo y depende mucho del tipo de sociedades que tengáis in mente.

—De momento, serían empresas que aportan mano de obra intensiva en el sector de la construcción de Barcelona.

—Estamos hablando de sociedades en las que su único activo son los trabajadores, principalmente inmigrantes. ¿No es así?

—En efecto —confirmó Dragan—. Mano de obra barata que trabaja a destajo. Son los nuevos remeros de las galeras del siglo XXI. Como te dije, siempre ha habido chusma y siempre la habrá.

—Pero con la crisis inmobiliaria ya ni siquiera hay trabajo para toda la chusma y necesitáis eliminar competencia —apuntó Roberto.

—Lo entiendes todo a la primera. Eso es lo que me gusta de ti —dijo Dragan—. En efecto, todos ofrecemos a las constructoras trabajadores a precios de saldo, todos pagamos comisiones a los jefes de obra y a los de más arriba, pero nadie quiere que la mierda los salpique. Ahí es donde tú entras en juego. Si te damos información confidencial, los que desestimen nuestras ofertas y elijan a otros tendrán serios problemas. Podrías demostrar que existen cesiones ilegales de trabajadores bajo la apariencia de subcontratas, qué sociedades emiten facturas falsas o quiénes cobran comisiones ilegales, iniciar inspecciones relámpago, cortocircuitarles con embargos, denunciarlos por vía penal… El arsenal es muy amplio si uno cuenta con la información que nosotros te proporcionaremos.

Roberto guardó silencio, se sirvió un café e invitó a Dragan a sentarse en una de las cuatro sillas de la pequeña mesa del salón, que estaba repleta de papeles y que también cumplía funciones de comedor a la hora de la cena. La referencia a las cesiones ilegales de trabajadores le suscitó nuevos interrogantes. A raíz de su visita a las obras del AVE, habían concluido que los trabajadores de Kali lo eran, en realidad, de Ferrovías, la principal empresa contratista, que por dicho motivo debía asumir cuantiosas deudas. Su atípica actuación había despertado tanta alarma en el sector que los hermanos Boutha se habían visto obligados a viajar a Barcelona para dar explicaciones y ofrecer garantías, con el fin de evitar que les cancelaran los contratos del resto de las empresas que ellos controlaban. La idea original había partido, teóricamente, de Marta, la comisaria, pero ahora Roberto estaba seguro de que detrás de aquel plan estaba Dragan. Si ella había sido hábilmente utilizada en su beneficio o si también cobraba un sueldo de la banda era algo que no podía dilucidar sin más datos. Lo que estaba claro era que Dragan tenía trazado un plan de largo recorrido.

—Quiero que entiendas —dijo Roberto mirándolo fijamente— que ningún inspector puede cargar contra las empresas que le dé la gana. No obstante, creo que me las podría apañar para conseguir seleccionar las sociedades que me propongas, pero eso no está al alcance de cualquiera, implica ciertos riesgos y tiene un precio mayor del que me ofreciste.

—¿Qué cifra has pensado? —preguntó Dragan, con un deje de ironía en la mirada.

—Quince mil euros mensuales.

—Eso es mucho dinero por no correr ningún riesgo. Simplemente estarás cumpliendo con tu trabajo y, además, mejor que el resto de tus compañeros. Piensa que te facilitaremos testimonios de personas clave que te servirán los casos en bandeja de plata.

—Mi trabajo no es seleccionar empresas para cargar en plan; puedo tener problemas —adujo Roberto, a sabiendas de que era muy improbable. Al ser un experto en el sector de la construcción, le sería sencillo justificar la necesidad de elegir una u otra sociedad. El inspector jefe nunca ponía pegas a quien mostraba iniciativa para combatir el fraude.

—Diez mil euros mensuales en efectivo es lo máximo que te puedo pagar —ofreció Dragan—. Piensa que, al no declararlos al fisco, serán tuyos libres de polvo y paja —añadió con una sonrisa.

—No imaginaba que vosotros también tuvierais restricciones presupuestarias —replicó Roberto, sarcástico—. Hoy en día, los tres negocios más lucrativos que existen son: el tráfico de armas, el de drogas y el de personas. Explotar a los inmigrantes, cobrarles una fortuna por regularizar sus papeles, pagarles un sueldo de miseria y llevaros un jugoso margen por cada factura emitida con el sudor de sus frentes es un grandísimo negocio.

—La esclavitud es uno de los mejores negocios de la historia. Con el tiempo cambian las formas, pero no lo esencial. Se aproximan tiempos muy duros, Roberto. Mi consejo es que aceptes los diez mil euros mensuales. No te arrepentirás.

En aquel regateo, más propio de un mercado persa, lo más importante no era el precio, sino las condiciones.

—Me parece un sueldo muy bajo, considerando los beneficios que obtendréis a cambio de mi colaboración. Sin embargo, estoy dispuesto a aceptar siempre que no me pidáis hacer la vista gorda en ningún expediente que recaiga en mi unidad. Una cosa es cobrar primas de terceros por ganar partidos contra el fraude, y otra dejártelos ganar. Para mí la diferencia es muy importante.

—Te lo garantizo —aseguró Dragan, ofreciéndole la mano—. Sé que tienes tu propia moral, y yo respeto a las personas como tú.

Roberto le ofreció la mano y Dragan se la estrechó con íntima satisfacción. Cuando se enteró por primera vez de que actuaría como perito en la causa judicial, temió que el afamado inspector pudiera descubrir que eran sus clientes pakistaníes quienes estaban detrás de la operación contra los hermanos Boutha. Gracias a sus desvelos, ese peligro había pasado, y ahora hasta podía serles útil trabajando para ellos.

—¿Sabes?, aunque despreciamos las leyes, también nos regimos por nuestro propio código de honor —le confesó Dragan.

—¿Incluye vuestro código matar cuando os lo pide un compañero? —preguntó Roberto.

—Depende —repuso Dragan—. ¿Estás pensando en un caso concreto o es una pregunta abstracta?

—Simplemente quería saber si podría recurrir a vosotros en caso necesario.

Dragan se carcajeó con un risa que a Roberto le recordó la de una hiena.

—Te aseguro que eso no me lo esperaba de ti. Por supuesto que matamos, pero siempre con cabeza. Cualquiera puede disparar una pistola, pero quienes de verdad triunfan en el mundo criminal son quienes mejor saben manejar los hilos legales y financieros. Los beneficios colosales del crimen son solo el primer paso para introducirse en los mercados, eliminar competencia, conseguir posiciones dominantes en sectores clave, infiltrar a nuestra gente en las instituciones y, por supuesto, ganarse el afecto de los políticos. Manejarse con soltura en el tablero de la política internacional, conocer los entresijos de los paraísos financieros, lavar el dinero más blanco que nadie y conseguir una buena reputación regentando fundaciones benéficas…, eso es mucho más importante que matar.

—Por lo que dices, no os diferenciáis en casi nada de una caja de ahorros —bromeó Roberto.

—Te sorprendería conocer el grado de presencia de las mafias en España. Pocas veces he visto un país tan predispuesto a hacer negocios como el vuestro. La gente es amable, el clima acompaña, la comida es magnífica, el Gobierno regala el dinero a manos llenas y es la perfecta puerta de entrada para regularizar inmigrantes. En ningún otro país de la Unión Europea es posible conseguir los permisos de residencia y la nacionalidad con tanta facilidad. Tendríamos que estar locos para crear alarma social con crímenes violentos que destaparan nuestra presencia a los ojos de la opinión pública. Ahora bien, si hay algún tipo que te cae mal o te ha hecho alguna putada, existen muchos modos de eliminarlo sin dejar rastro de nuestra presencia…

Mario Blanchefort le caía muy mal, era un hijo de puta, y el mundo sería un lugar mejor sin él, pero encargar su asesinato era demasiado, o, cuando menos, prematuro.

—Tan solo era curiosidad —dijo al fin, casi con indiferencia.

—Cada cual tiene su propia moral, Roberto. Existen morales de cobardes, de esclavos y de amos. En nuestro código de honor, si alguien hace una putada de las que duelen, una muerte rápida se consideraría un castigo demasiado suave. Si cambias de opinión, avísame, pero recuerda que nada es gratis.