Pepe eligió nuevamente el mismo bar para su cita con Roberto. Como cada noche, las canciones de los Beatles transportaban a los clientes a un pasado nostálgico. Pepe era un fan incondicional de la música de los sesenta y, como el local estaba tan próximo a su casa, lo había adoptado como una suerte de oficina musical en la que despachar asuntos con personas de su entera confianza.
—De momento no hemos averiguado nada de Dragan, el tipo al que fotografiaste de noche con la cámara oculta —anunció Pepe—. La calidad de las imágenes es pésima y no tenemos ninguna referencia que seguir, por lo que sería una sorpresa dar con él, aunque seguiremos con los ojos bien abiertos. Siento no poder darte mejores noticias.
—No te preocupes. Si quería reunirme contigo no era para hablar de Dragan, sino para encargarte algo muy diferente. Se trata de un hombre del que conozco nombre, apellidos, profesión, lugar de trabajo… Sé hasta dónde vive.
—En ese caso, malo sería que no fuéramos capaces de localizarlo —bromeó Pepe—, aunque supongo que querrás algo más.
—Quiero que le sigáis, que os peguéis a él como una lapa y que descubráis todos sus secretos, tanto los presentes como los del pasado, incluidos los de su madre.
—¿De quién se trata?
—Su nombre es Mario Blanchefort Murat. Trabaja como director de una de las oficinas del Royal Shadow Bank en Barcelona. Es un auténtico hijo de puta.
—Esto te costará dinero, Roberto. Tendría que dedicar al menos dos hombres para un seguimiento exhaustivo. Además, la interceptación de comunicaciones privadas es un delito.
—Ya te he dicho que es un cabrón de primera. Quiero llegar hasta el final, sin miramientos ni remilgos legales.
—Déjame aconsejarte algo… Las escuchas telefónicas pueden llegar a dar problemas. Sin embargo, trabajamos con uno de los mejores hackers del mercado, un chaval que es un auténtico genio. No está en nómina, pero asume los riesgos, entra en cualquier ordenador, saquea la información sin que la víctima se entere, nos la entrega y le pagamos en negro. Lógicamente, nosotros tampoco podemos facturar algo así. Ya sé que eres un probo inspector de Hacienda, pero para estos casos lo más limpio es trabajar en negro.
—No nací ayer, Pepe. Tú dime el precio y yo conseguiré el dinero.
—No puedo cobrarte menos de diez mil euros mensuales, aunque, en este caso, sí garantizo resultados.
Roberto metió la mano en el bolsillo de su pantalón y extrajo diez billetes de quinientos que entregó a su amigo.
—Me urge que empecéis a trabajar cuanto antes.
—Esto no es propio de ti. ¿En qué líos andas metido?
Por toda respuesta, Roberto se quedó absorto escuchando a la banda tocar una de las melodías más conocidas de los Beatles:
Lucy in the Sky with Diamonds.
Lucy in the Sky with Diamonds.
Newspaper taxis appear on the shore
waiting to take you away.
Climb in the back with your head in the clouds.
And you are gone.
Lucy in the Sky with Diamonds,
Lucy in the Sky with Diamonds.
Picture yourself on a train in a glass station,
with plasticine porters with looking glass ties.
Suddenly someone is there at the turnstile.
The girl with caleidoscope eyes.
Lucy in the Sky with Diamonds[1].
Lucy in the Sky with Diamonds era el nombre en clave de la droga LSD. Brisa le había explicado que los Beatles habían hallado inspiración para muchas de sus canciones experimentando con LSD, y que las visiones de quienes ingerían tales sustancias estaban repletas de piedras preciosas cuando «el viaje» al otro mundo era bueno. El pegadizo estribillo lo confirmaba: la traducción literal de «Lucy in the Sky with Diamonds» era «Lucy en el cielo con diamantes». El resto de la letra tampoco dejaba lugar a dudas sobre el alterado estado de conciencia de quien la había compuesto.
Pepe le sacó de sus ensoñaciones.
—Se trata de esa chica, Brisa, ¿verdad? Este encargo debe de estar relacionado con ella.
Por toda respuesta, Roberto guardó silencio y bebió de su cerveza.
—¿Te has planteado ya si fue Brisa quien mató a su padre? —preguntó Pepe a bocajarro—. Al fin y al cabo, apareció con rastros de LSD en el cuerpo, una sustancia en la que tu amiga es una eminencia.
—No lo creo —afirmó él, con rotundidad—. Ella es la primera interesada en aclarar las causas de su muerte.
—¿Estás seguro? Por lo que me has contado, es una mujer que miente casi por costumbre. Que yo sepa, es la única heredera de un hombre conocido por su riqueza. Un móvil muy poderoso…
—Su padre murió arruinado por la estafa de Madoff. Lo único que cobrará, en el mejor de los casos, serán dos millones de euros por el seguro de defunción.
Pepe tamborileó con los dedos encima de la mesa.
—Por mucho menos dinero se mata todos los días.
—No me imagino a Brisa matando a nadie por dinero —se indignó Roberto.
—Te sorprendería saber lo que es capaz de haceralguna gente de la que nunca hubieras sospechado. En mi oficio, uno se vuelve muy desconfiado. ¿Qué tal se llevaba Brisa con su padre? En los crímenes familiares, el móvil no siempre es económico.
—Joder, Pepe. Una cosa es tener problemas con tu padre y otra drogarle, meterle una cruz por la garganta y ahorcarle. ¿Acaso hay algo que sepas y que todavía no me has contado?
—Acaba de llegar el informe completo del despacho californiano. Según parece, tu amiga frecuentó en San Francisco ambientes góticos, participó en algunas fiestas sadomasoquistas, y hasta corren rumores sobre su inclinación por el satanismo. Mira, no me suelo inmiscuir en la vida privada de los demás, pero soy tu amigo y quiero que tengas los ojos bien abiertos. Y no sé si serás capaz de hacerlo. O mucho me equivoco, o estás colgado de esa Brisa.
—No vas desencaminado —reconoció Roberto, tras beber otro trago.
—Te diré algo: he conocido a mucha gente que ha acabado con graves problemas. La mitad ha sido por culpa de su avaricia y su ambición. La otra mitad ha jodido su vida por perder la cabeza por ir detrás de alguna falda que no le convenía. Te conozco desde hace años. Siempre has sido un ejemplo de estabilidad y honestidad. De repente te divorcias, conoces a una chica rarísima con un pasado terrorífico, gastas billetes de quinientos como si fueran del Monopoly y me pides que espíe a mafiosos y banqueros. No me hace falta ser una pitonisa para pronosticar que acabarás muy mal si no te sales del lío en el que te has metido. ¿Por qué no pedimos otra cerveza y me cuentas de qué va esta historia? Al fin y al cabo, somos amigos…