Pese a su respetable edad y a sus pulcras gafas, limpias y transparentes, la mirada de Carlos Puig, aquel prestigioso y curtido abogado, le recordó a la de un zorro acostumbrado a sortear la vigilancia del hombre y a cazar sus piezas con la máxima discreción.
—El motivo de la reunión —expuso, solemne— es que he recibido una llamada con una oferta inesperada en relación con las deudas de tu padre. En síntesis, mi interlocutor se ha comprometido a garantizar que los acreedores de Gold Investments cobrarán un tercio de lo invertido siempre que todos ellos firmen un documento transaccional renunciando a cualquier reclamación judicial en el futuro. He realizado algunas comprobaciones y existe un banco extranjero dispuesto a avalar la operación. Por lo que parece, la oferta es seria. ¿Qué sabes al respecto?
Brisa le hubiera podido explicar que su padre había sido el testaferro de un poderoso clan de pakistaníes, que la pasada noche había sido amordazada y amenazada en un conocido hotel londinense, que su vida corría serio peligro si insistía en indagar el pasado económico de su padre, y que probablemente los salvajes atentados de Bombay habían sido financiados a través de sus cuentas secretas en la isla de Man. Por supuesto, no tenía intención de revelar tales cosas.
—Nada. No sé nada —respondió Brisa con voz neutra.
—Es de lo más inusual —apuntó Carlos—, ofrecer tanto dinero sin que nadie sepa nada al respecto.
—Desde luego. ¿Has averiguado la identidad de quien hizo la oferta? —preguntó, devolviendo la pelota al alero de Carlos.
—No se ha querido identificar, aunque supongo que nadie nos preguntará por ello si los acreedores cobran a toca teja. Estamos hablando de mucho dinero. Contando únicamente con los bienes de tu padre, los acreedores podrían llegar a cobrar un diez por ciento de sus créditos una vez liquidados los activos de la herencia. Con esta oferta, se garantizarían salvar un tercio de lo invertido.
A Brisa no se le escapó que, aunque la organización criminal oculta tras la oferta era muy poderosa, temían una batalla legal contra las sociedades de la isla de Man que habían utilizado a su padre como testaferro para invertir en España. Como desde las cuentas de dichas sociedades se habían financiado actividades criminales, y hasta terroristas, las demandas judiciales podían prosperar. Si evitaban los pleitos, cortaban de cuajo cualquier posible investigación. Como escribió Sun Tzu, siglos antes del nacimiento de Cristo, la mejor manera de vencer es ganar la guerra antes de empezar la batalla. Milenios después, la estrategia diseñada por Sun Tzu seguía siendo empleada por generales y capos mafiosos.
—De todas maneras —prosiguió Carlos—, saldar un tercio de las deudas podría no ser suficiente. Los acreedores pueden pensar que tu padre ocultaba en el extranjero mucho más dinero del que ellos recibirían aceptando nuestra propuesta. Me sentiría mucho más confiado en alcanzar el acuerdo si estuviera autorizado para ofrecerles hasta un cuarenta por ciento de sus créditos.
A Brisa le pareció divertido que aquel hombre insinuara que era ella quien podía dar la orden de pagar más dinero a discreción. Sin duda, debía de pensar que la persona con quien había hablado por teléfono esa mañana actuaba siguiendo sus instrucciones. Por lo que a ella respectaba, Carlos podía pensar lo que quisiera. De hecho, no tenía ningún interés en sacarle de su error, sino en que utilizara sus habilidades negociadoras para alcanzar un acuerdo que impidiera a los acreedores querellarse judicialmente contra ella.
—Teniendo en cuenta los activos disponibles, un tercio es una propuesta muy generosa —sentenció Brisa.
—Intentaré negociarlo y cerrar todos los flancos, que no son pocos, pues necesitaremos convencer a la totalidad de los acreedores para garantizar la ausencia de querellas y demandas ulteriores. Será muy complicado, intervendrá todo mi equipo, y necesitaré tener garantizados los honorarios. No los míos, por supuesto, pero sí los de mis asociados y empleados, que van a trabajar hasta la extenuación en este caso.
En otra ocasión, Brisa hubiera disfrutado de la meliflua retórica del abogado, pero había tenido uno de los peores días de su vida, estaba muy cansada y de un humor de perros.
—Lo mejor será que negocies directamente los honorarios con quien te ha llamado esta mañana. Algo me dice que os entenderéis.