—¿Problemas con tu pareja? —pregunta Javier cuando Roberto cuelga el teléfono.
—Ni te imaginas —responde él, forzando una sonrisa.
—Puedo hacerme una idea. Mi mujer se ha puesto de los nervios cuando le he dicho que no cenaría en casa esta noche.
Tras casi dos horas de revisar, analizar y clasificar documentación en la gestoría, resulta tentador combatir el tedio intercambiando algunas bromas que rebajen un tanto la tensión. Sin embargo, Roberto no tiene demasiadas ganas de hablar. No le apetece dar explicaciones sobre su atípica vida sentimental. Le duele más de lo que está dispuesto a reconocer que Brisa confiese estar cansada tras pasar una agitada noche en Londres. El fantasma del adulterio de su mujer sobrevuela aquella habitación, llena de carpetas, facturas y expedientes. Por puro orgullo, no ha insistido en preguntarle sobre lo sucedido en Londres, pero no puede evitar sentir que el lacerante latigazo de los celos le golpea con una fuerza desmedida. Difícilmente podría soportar que Brisa le confesara haber pasado una apasionada velada con Mario.
—Y eso que mi mujer tiene más paciencia que el santo Job —suelta Javier—. La que debe ser tremenda cuando se enfada es Marta, la comisaria. Esa sí que es una mujer de armas tomar.
—Desde luego.
—Nos ha jugado una buena con sus declaraciones a la prensa. Los periodistas han picado el anzuelo y solo hablan de tráfico de drogas, explotación de personas y presunta financiación de actividades terroristas. Craso error. En reali-dad, lo que tiene más importancia es el fraude sistemático a la Seguridad Social.
—Ya me contaste lo de los falsos trabajadores que cobran religiosamente el paro sin que la empresa ficticia que los ha dado de alta ingrese ni un euro en la Seguridad Social —señala Roberto en tono cansino, como quien repite una historia que ha escuchado ya demasiadas veces.
—¡Es que ese tipo de fraude está tan generalizado que nos va a desangrar sin que ni siquiera se hable de ello! Miles de millones se nos esfuman cada año por su culpa y a nadie le interesa. ¡Joder! A veces creo ser la única persona que ve en un país de ciegos.
Roberto entiende su indignación casi desesperada y decide esforzarse por encerrar sus problemas personales en un imaginario cajón de su mente para prestar a Javier la atención que se merece.
—No eres el único. Platón también pensaba como tú —apunta en un tono desenfadado, para distender la conversación—. Según él, la mayoría de los hombres son como ciegos que solo perciben las sombras de la caverna en la que están encerrados. Y en su opinión, si alguien del exterior penetrara en la gruta para explicarles cuál es la realidad de su condición, sería ignorado como un loco. Así que: ¡anima esa cara! Genios del pasado compartían contigo idénticas sensaciones.
—Nunca hubiera imaginado que pudiera compartir ideas con Platón —bromea Javier—. Lo mío nunca han sido las teorías, sino las cosas concretas que puedo tocar con la yema de los dedos. Y te aseguro que el agujero en las arcas de la Seguridad Social es muy concreto, pese a ser astronómico. Precisamente ayer, un amigo del INSS me explicó el caso de un individuo que había cotizado dieciocho meses a la Seguridad Social y había cobrado a cambio un año de paro y cuarenta y dos meses de subsidios. Un negocio redondo si tenemos en cuenta que la empresa que cotizó por él no ingresó ni un euro a la Tesorería de la Seguridad Social. Multiplica este caso por decenas de miles…
—¡No me lo puedo creer!
—No es una cuestión de fe, sino de hechos. Abundan los pagos por falsas bajas y los despidos a trabajadores que nunca han trabajado. El descontrol de nuestro sistema y un par de falsos testimonios permiten que casi siempre se salgan con la suya. Incluso pagamos las pensiones de prejubilados por expedientes de regulación de empleo cuyo único trabajo ha sido asegurarse de que les dieran de alta en una empresa imaginaria. De múltiples modos, alentamos la economía sumergida subsidiando a personas que perderían dinero si trabajaran le-galmente. Y la fiesta no tiene visos de acabar porque no existe ninguna política destinada a combatir estos sinsentidos. Por el contrario, fomentamos el gasto sin límites como ocurre con nuestra bienaventurada sanidad universal y gratuita. Desde pastillas para ricos a operaciones quirúrgicas de extranjeros que pasaban por aquí. Nos gastamos miles de millones en medicamentos y las comunidades autónomas ni siquiera se han planteado organizar una central de compras para abaratar sus pedidos. Pero no pasa nada. Somos tan políticamente correctos que, como en el cuento, nadie se atreve a gritar en público que el rey está desnudo.
—Me temo que, cuando la música se acabe y nos presenten la factura de la fiesta, desaparecerá nuestro estado de bienestar tal como lo hemos conocido. Los parásitos que nos chupan la sangre acabarán con el sistema que hasta ahora los ha alimentado. Llevo tiempo pensándolo, y tus palabras me confirman cómo se malversa el dinero que tanto nos cuesta recaudar. Somos el país con más coches oficiales per cápita del mundo, mantenemos una imposible y costosísima organización política compuesta por Congreso, Senado, comunidades autónomas, diputaciones, ayuntamientos, cabildos, consejos comarcales e insulares… Y todos los entes territoriales crean a su vez centenares de empresas públicas en las que sus directivos, consejeros y empleados entran a dedo, sin pasar oposiciones y, encima, cobrando sueldazos. Como somos más chulos que un ocho, cada comunidad autónoma se dedica a abrir embajadas en las mejores calles de las principales capitales mundiales, y a todos les parece natural. En Estados Unidos sería inimaginable tal derroche; nadie se plantea que California o el resto de los estados hagan algo semejante, y eso que es el país más rico del mundo. Aunque, por la forma en que gastamos, cualquiera diría que somos nosotros la principal potencia económica y que, como nos sobra el dinero, podemos permitirnos cualquier extravagancia.
—Como el aeropuerto de Ciudad Real, por poner como ejemplo. Pese a que apenas tiene setenta y cinco mil habitantes, cuenta con una estación de tren de alta velocidad que permite viajar a Madrid en menos de una hora, y además se está construyendo un aeropuerto de última generación equipado con una de las pistas más largas de Europa, para que puedan aterrizar Airbus A380, los aviones comerciales más grandes del mundo. Diseñado para acoger sin problemas dos millones y medio de pasajeros anuales, todo el mundo sabe que ninguna línea regular querrá volar allí. Las pequeñas dimensiones de Ciudad Real y su proximidad con la capital garantizan desde el principio su inviabilidad económica. Y, sin embargo, eso no impide que se vayan a invertir en tal disparate más de quinientos millones de euros. La gestión del dinero público se perpetra de un modo tan surrealista que temo no ya por los inevitables recortes de nuestras pensiones futuras, sino por que a no mucho tardar nos acaben bajando el sueldo.
«La nueva chusma». Las palabras de Dragan en el museo Marítimo resuenan en su cabeza con el inconfundible timbre de la verdad. No se trata de ninguna profecía agorera, sino de una inevitable consecuencia. Del mismo modo que el fuego quema al contacto con la piel, la corrupción a gran escala acaba trasladando el peso de sus desmanes a la mayoría silenciosa que permanece al margen de tales abusos.
El libro que Roberto está preparando trata precisamente de eso: de cómo la progresiva concentración de poderes en cada vez menos manos propiciará un mundo peligrosamente desigual, a menos que la gente sea capaz de organizarse y rebelarse contra las injusticias del sistema. Se pregunta en qué bando quiere estar: en el de la chusma o en el de los capataces. Luchar por detener la inercia del sistema es una tarea más difícil que cambiar el rumbo de un barco sin timón a punto de precipitarse por una gigantesca catarata. Siguiendo el ejemplo de su padre, siempre ha jugado en el equipo de los buenos: cuando aprobó las oposiciones estaba persuadido de que con su trabajo de inspector contribuiría a recaudar el dinero necesario para que funcionasen servicios esenciales, como hospitales y escuelas. Los crecientes desmanes en las alturas le han llevado a plantearse las cosas desde una perspectiva diferente. De alguna manera, él es también el tornillo de una maquinaria cuyo objetivo no es lograr una sociedad mejor y más justa, sino algo completamente distinto. Bajo la capa de las apariencias y la demagogia, la máquina trabaja con suma eficacia a favor de los más poderosos, y en el medio plazo empobrecerá enormemente a la mayoría de la población. Si quiere ser sincero consigo mismo, debe reconocer que su trabajo es semejante al del obrero de una fábrica, condenado a ensamblar la misma pieza día tras día sin ver nunca el resultado final. Por más que se esfuerce, si quienes dirigen la fábrica del sistema no han diseñado un plan decente, su esfuerzo carece de sentido.
Se pregunta si todos aquellos pensamientos no serán más que una excusa para aceptar la oferta de Dragan. Tal vez el viaje con Brisa le ayude a pensar con mayor clarividencia y a tomar las decisiones adecuadas.