Alas ocho de la mañana, el viento cortante y el frío helado se adueñan de la amplia explanada donde se desarrollan las obras del AVE que Roberto y Javier Castillo se disponen a inspeccionar. La Sagrera no se encuentra tan lejos del centro de Barcelona, pero la sensación térmica es ostensiblemente menor, como si se tratara de otra ciudad. Roberto siente que se le entumecen las manos y las orejas, y como las ráfagas gélidas de aire se filtran por su chaquetón. Los empleados de Kali Som, con aparente desprecio a las inclemencias climatológicas, visten chándales, vaqueros o finos monos de trabajo de variopintos colores y texturas.
Sorteando las estructuras metálicas de hierro corrugado, Roberto y Javier Castillo, el inspector de Trabajo, se aproximan a los trabajadores y dialogan con ellos. Javier lleva el peso de la conversación. Entre bromas, con un tono desenfadado y coloquial que inspira confianza, consigue sin apenas esfuerzo que le confíen sus condiciones laborales. La mayoría son marroquíes; cobran entre siete y ocho euros por hora, no tienen vacaciones ni derecho a ponerse enfermos. Si no trabajan, no cobran. Así de sencillo. A menudo les pagan con retraso. La ropa de faena tampoco se la compra la empresa, sino ellos mismos, lo que explica que cada uno vista como crea conveniente. La cuadrilla de trabajadores parece un remedo del ejército de Pancho Villa, sin uniforme y sin jerarquía de mando.
Acabadas las entrevistas informales sobre el terreno, Javier y Roberto se reúnen con el responsable financiero de Ferrovías, la empresa a la que el Ministerio de Fomento ha adjudicado la obra.
A Roberto le cuesta concentrarse en la conversación. Apenas ha dormido, y el enorme placer que ha sentido durante la noche es directamente proporcional al enfado que le ha provocado Brisa al abandonar su lecho de madrugada para reunirse con Mario en el aeropuerto y volar a Londres. Su estado mental no es el más adecuado para enfrentarse a una inspección tan decisiva como peligrosa. El propósito de la visita a las obras es dirigir un torpedo a la línea de flotación de las empresas dirigidas desde Marruecos por los hermanos Boutha, para obligarlos a viajar a Barcelona. La intención de Marta, la jefa de la unidad de los Mossos con la que está trabajando, es detenerlos tan pronto como pongan el pie en Barcelona, pero, si Roberto no informa a Dragan, la vida de su hija correrá peligro.
—Tal como yo lo veo —resume Javier con gracejo—, los trabajadores no son de Kali Som, sino de Ferrovías.
—La ley de subcontratación nos ampara —protesta Marcos, el director financiero, un hombre moreno, de buena planta, mirada desafiante y con aspecto de no estar acostumbrado a que le llevaran la contraria.
—La ley de subcontratación permite que grandes empresas como la tuya contraten a los jornaleros a través de sociedades nini: que ni tienen bienes, ni domicilios reales, ni administradores solventes, ni pagan impuestos y, a veces, ni siquiera a sus empleados. No estoy de acuerdo con la ley, pero soy su seguro servidor. Sin embargo, lo que no ampara la ley es que las empresas nini subcontratadas no ejerzan la dirección a pie de obra de sus teóricos trabajadores. Y tal como hemos constatado, Kali Som es una cuadrilla perfectamente desorganizada en la que las únicas órdenes que se obedecen son las del jefe de obra de Ferrovías. Abreviando: ellos son unos mandados y ustedes ejercen el mando de la banda.
—Existen contratos legales —replica airado el director financiero— que acreditan la naturaleza mercantil de la relación que nos liga a Kali Som.
—Las fruslerías legales me la traen al pairo —corta Javier—. A mí lo que me interesa son los hechos, y estos han quedado más claros que una patena de Jueves Santo. Si de aquí a una semana se han pagado todas las cuotas atrasadas a la Seguridad Social de Kali Som y de su antecesora, Kali, aquí paz y después gloria. De lo contrario, levantaré actas con sanciones.
—¿De cuánto dinero estamos hablando? —pregunta Marcos.
—De unos doscientos cincuenta mil euros.
—A los que hay que añadir —interviene Roberto— otros doscientos mil en concepto de IVA indebidamente deducido por Ferrovías. Si los trabajadores de facto son vuestros, no tenéis derecho a deduciros el IVA repercutido por las empresas Kali. Podéis regularizar esas cantidades voluntariamente durante esta semana, eso sí, con el recargo correspondiente.
—Y, si no, actas con sanción que, por supuesto, recurriríamos en los tribunales… Bien, ¿puedo preguntar a qué viene esta actuación al alimón? —pregunta el director financiero—. Es la primera vez en mi vida que veo una visita conjunta de la Agencia Tributaria y la Seguridad Social.
—Se trata de un mensaje de la dirección —responde Javier—. Las malas compañías salen caras. Y ya se sabe, dime con quién vas y te diré quién eres. Así que la Agencia Tributaria y la Seguridad Social van a vigilar muy atentamente a las promotoras que se rodeen de malas compañías.