La fiesta navideña del parvulario estuvo bañada por una tristeza soterrada. Por mucho que estuvieran allí los niños de su clase, y que incluso él y su exmujer hubieran acudido a la celebración para estar junto a su hija, existía un vacío imposible de llenar.
La última noche había mantenido con su hija una conversación que no se podía quitar de la cabeza:
—¿Ya no quieres a mamá? —le preguntó ella, arrebujada en la cama, mirándole confusa con sus grandes ojos.
—Han surgido problemas entre nosotros —murmuró Roberto.
—¿Y a mí me quieres?
—Claro que te quiero. Te quiero muchísimo —dijo él, y la abrazó entre sus brazos, tratando de ocultar las lágrimas que asomaban en su rostro.
—Entonces es culpa de los problemas que me veas tan poco. ¿Cuándo se irán los problemas malos?
Los problemas habían llegado para quedarse.
—Es una pena que María tenga que sufrir por nuestros errores —comentó Olga, su exmujer.
Los niños jugaban a una distancia prudencial con gran algarabía, y los padres se relajaban conversando en grupos alrededor de las mesas con refrescos. Un capricho de la geometría social les había deparado un espacio despejado de padres y niños.
—Desconocía que ponerme los cuernos con Mario fuera también un error mío.
—Hay muchos tipos de infidelidades, Roberto. Para mí ignorar a la pareja es la mayor de las infidelidades. Una infidelidad silenciosa, invisible a los ojos ajenos, pero mucho más cruel que un pequeño desahogo de unos pocos minutos. ¿No te has parado a pensar que tal vez fue tu indiferencia la que me empujó a cometer una estupidez de la que me arrepentiré toda la vida?
—Al final resultará que yo soy el culpable. ¿Vas a acusarme otra vez de malos tratos, como en el día del juicio?
—Yo no te acusé de nada —se indignó Olga—. Me limité a firmar los papeles de la demanda que me presentó el abogado, y no imaginé que pudiera contener tamaña mentira. Ya viste que, cuando el juez aseguró que haría caso omiso de tales acusaciones si no interponía una querella penal, me negué a hacerlo, y se acabó el asunto.
—Solo hubiera faltado. De proseguir con esa bajeza, tal como está montado el sistema, hubiera podido acabar en el calabozo.
—Jamás lo hubiera permitido, y lo sabes, por más que nunca te hayas esforzado en comprenderme. Para mí tú siempre has sido lo más importante. En cambio, yo era, en el mejor de los casos, la última de tus prioridades.
—Si mal no recuerdo, la mañana que te vi entrar en el hotel Casa Fuster, no era precisamente yo la primera de tus preferencias.
—Pues quizá te equivocas. ¿Por qué me metí en aquel hotel? Tal vez porque no soportaba tu indiferencia, porque estaba cansada de que me relegaras como un mueble viejo.
—No sé de qué me estás acusando.
—Sí que lo sabes. ¡Tu verdadera pasión era el trabajo, no yo! Resulta muy duro para cualquier mujer constatar que su esposo se entusiasma más con un balance que con su cuerpo, que prefiere el borrador del Nuevo Plan General Contable a una cena romántica, salir en la prensa que organizar un viaje sorpresa.
—Olga, existen cosas llamadas obligaciones que nos permiten comer, pagar la hipoteca y llevar a la niña al parvulario.
—¿Y cuántos de tus amigos inspectores dedicaron todas las tardes y fines de semana del año a trabajar como peritos sin percibir ninguna remuneración adicional? Eso sí, obtuviste reconocimiento, incluso fama pasajera. ¿Y qué obtuve yo, excepto tu incomprensión?
—Fue un caso excepcional que ya se cerró.
—Roberto, toda tu vida es un caso excepcional. En cuanto acabaste el peritaje, te enfrascaste en ese libro de ensayo sobre los desastres de la economía mundial. No me digas que no te dabas cuenta de mis quejas. Simplemente, no te importaban. Muchas veces he pensado que no me querías, que solo te casaste conmigo por haberme dejado embarazada —dijo Olga con los ojos enrojecidos.
—No desenterremos ahora nuestro pasado. Nos casamos libremente, porque así lo quisimos.
—En la vida se cometen muchos errores. Lo que trato de decirte es que hubiera preferido un millón de veces sentirte cercano y próximo a desahogar mis frustraciones con una triste aventurilla extramatrimonial. Sí, ya se que es difícil de perdonar, pero yo te quiero, tenemos una hija que nos necesita a los dos y podríamos intentar comprendernos mejor.
—Mira, Olga, no quiero profundizar en los motivos por los que te fuiste con Mario. Me duele demasiado. No es momento de ir al psicólogo. Hemos de hacer borrón y cuenta nueva.
—No esperaba que me fueras a perdonar inmediatamente, pero necesitaba decírtelo. Esta será la primera Navidad que pasemos separados desde que nació María. Piensa al menos en mis palabras. Ya sé que es mucho pedir, pero quizá podrías concederme un poco de tu tiempo.