Roberto, dando la batalla por perdida, llegó puntual a la cita con el equipo 15 de los Mossos d’Esquadra. Su táctica de llegar tarde por sistema para granjearse las antipatías policiales había resultado un fiasco. La nueva estrategia consistiría en mostrarse como un funcionario anodino sin excesivo interés por el caso. Se limitaría a examinar someramente los aspectos tributarios y evitaría formular preguntas respecto a futuras detenciones de los principales implicados o sobre sus perfiles personales.
—¡Qué sorpresa verte por aquí a la hora prevista! —exclamó Marta con una media sonrisa.
La comisaria no estaba sola. Sentados junto a ella, alrededor de una mesa circular, había dos hombres a los que Roberto no conocía. A falta de ventanas que dieran al exterior, una lámpara colgada del techo iluminaba la estancia, austera y funcional.
—Caballeros —anunció Marta—, os presento a Roberto Bermúdez, el inspector de Hacienda que trabaja como perito en la causa judicial.
—Javier Castillo, inspector de trabajo —saludó un individuo alto y delgado, vestido con vaqueros y una chaqueta de pana—. Encantado de conocerte. A mí también me han reclutado recientemente como perito.
—Teniente Francesc Barot —dijo con tono seco un hombre de aspecto atlético y con el uniforme de los Mossos.
Tras la escueta presentación, Roberto se sentó en la única silla de metacrilato libre.
—Os he convocado a esta reunión —informó la comisaria— para resolver un problema inesperado, pero antes me gustaría que Roberto nos contase sus conclusiones preliminares sobre la trama que estamos investigando.
—Seré breve, porque no hay mucho que decir. De la información que consta en el sumario se desprende que todas las empresas implicadas forman, en realidad, una sola unidad económica. Dados sus elevados niveles de facturación y sus escasos ingresos en la Hacienda Pública, dichas sociedades han incurrido en delito fiscal conjunto de IVA en cada uno de los años investigados. Desde el punto de vista tributario, al que me ciño, eso sería todo.
—¿Y qué hay acerca del seguimiento de sus operaciones financieras? —preguntó Marta—. La jueza García insistió en nombrarte perito con la esperanza de hallar indicios de financiación terrorista.
—Soy inspector de Hacienda, no un mago milagrero. He examinado por encima las cuentas que el juzgado solicitó confidencialmente a los bancos. En todas ellas hay cuantiosas entradas y salidas de efectivo, pero ninguna transferencia que podamos rastrear. Con independencia de las consecuencias fiscales, es imposible extraer indicios, y mucho menos conclusiones, sobre el destino de dichos fondos. El origen, supongo, será el tráfico de droga y los pagos que los inmigrantes realizan a cambio de obtener los papeles de trabajo y residencia. Según parece, ingresaban por ventanilla parte de sus beneficios ilícitos en diversas sucursales y los invertían en fondos de inversión garantizados para obtener una rentabilidad adicional.
—¡Menuda jeta! —exclamó Castillo.
—De eso tendrán que responder, en su caso, los bancos implicados —apuntó Marta—, pero lo que nos interesa principalmente es averiguar el destino final de ese dinero.
—Eso es trabajo vuestro —replicó Roberto—. Yo lo máximo que puedo hacer es comprarme una bola de cristal, pero dudo que su señoría lo acepte como una prueba concluyente. El dinero, como he dicho, sale en efectivo. Ahí se acaba el rastro. Como son marroquíes, lo más fácil es que bajen el dinero en coche hasta Tarifa, por ejemplo, y desde allí embarquen discretamente en un ferri que los traslade a Tánger en un periquete. Si prefieren no conducir tantas horas, podrían abrir una cuenta en Andorra, que les queda más cerca. Y si les da pereza coger el coche, siempre tienen la opción de transferir el dinero desde los centenares de locutorios abiertos en Barcelona, tan propicios a todo tipo de chanchullos.
—Ya estamos investigando algunos locutorios —saltó el teniente Barot—, pero por las escuchas telefónicas sabemos que suelen bajar grandes cantidades de efectivo en coche y ferri hasta Marruecos. Una vez allí, disponen de los contactos adecuados para blanquearlo sin problemas.
—Eso es harina de otro costal —cortó Marta—. El caso, tal como me temía, es que Roberto no puede aportar nada de interés sobre los flujos financieros del grupo investigado.
—Así es —confirmó él—, y no quiero haceros perder tiempo. Hasta que no se produzcan las detenciones acompañadas de la entrada y registro de gestorías, mi aportación es irrelevante, mal que me pese.
—Si te he convocado a esta reunión es porque opinamos lo contrario —afirmó Marta.
—En efecto —prosiguió el teniente—: según las últimas escuchas, los hermanos Boutha han pospuesto el viaje que tenían previsto realizar a Barcelona.
Roberto repasó los rostros de los policías, serios, y se le antojó que aquella sala impersonal era idónea para conducir un interrogatorio. ¿Sospechaban de él como la fuente que había alertado a los capos principales de su detención inminente en caso de pisar suelo español? Los Mossos d’Esquadra también podían tener confidentes infiltrados en aquella organización mafiosa. En tal caso, no resultaba descabellado pensar que esa misma noche pudiera dormir entre rejas.
—El motivo —explicó el teniente— es que acaban de conseguir las licencias necesarias para iniciar una importantísima promoción inmobiliaria en Tánger y prefieren supervisar personalmente el proyecto. Asesores muy próximos al rey están detrás de la operación, y los hermanos Boutha no quieren que se produzca ni el más mínimo contratiempo.
—Se juegan mucho en el envite —intervino Marta—. Como es sabido, la influencia del rey de Marruecos en la economía del país es omnipresente. Sin embargo, si les surgieran graves contratiempos económicos en Barcelona, se verían obligados a viajar a la ciudad condal para solucionarlos.
Roberto sintió cierto alivio, aunque fuera temporal. En apariencia, no sospechaban de él como confidente, pero existía el riesgo cierto de que lo descubrieran. No podría salir bien de aquel trance a menos que estuviera frente a un falso callejón sin salida. Creía haber descubierto algo que no les había revelado ni a Dragan ni a la policía, pero necesitaba tiempo para analizar más información. De momento se imponía guardar silencio, poner cara de póquer y esperar a que los otros jugadores mostraran sus cartas.
—¿Y quién mejor que la Inspección de Trabajo y la Agencia Tributaria para provocar ese inesperado contratiempo económico? —preguntó Castillo—. Kali Som, una de las empresas de la trama, está trabajando en las obras del AVE, aportando mano de obra a Ferrovías. Es la sucesora de Kali, SA, y ambas adeudan elevados importes a la Seguridad Social. El plan que hemos diseñado —explicó, dirigiéndose a Roberto— es que tú y yo realicemos una visita conjunta a pie de obra e interroguemos a los trabajadores de las empresas fraudulentas, para demostrar que son empleados, de facto, de Ferrovías, la contratista principal.
—En tal caso —dijo Roberto—, existiría una simulación, y Ferrovías no podría deducirse el IVA de las facturas emitidas por las empresas Kali.
Castillo asintió, satisfecho.
—Y yo, por mi parte —añadió esbozando una media sonrisa—, le metería otro paquete a Ferrovías, derivándole el importe de todas las cuotas impagadas a la Seguridad Social por las empresas Kali. Vamos a montar un pifostio de los que marcan época.
—Ferrovías —apuntó Marta— es una gran empresa, muy bien relacionada. Las administraciones públicas suelen adjudicarle obras importantes. Apenas tiene personal propio, sino que lo subcontrata a otras sociedades, entre las que se encuentran una decena vinculadas a los hermanos Boutha. Naturalmente, les exigirá que sean ellos quienes se hagan cargo de todas las deudas de dichas empresas, amenazándolos con cancelar el resto de los contratos pendientes de ejecución si se niegan. Las negociaciones serán tensas y requerirán de un interlocutor de primer nivel.
—Lamentablemente para ellos —intervino el teniente—, su principal lugarteniente será detenido por posesión ilícita de droga en un control rutinario en el barrio del Raval. Será un duro golpe en el peor momento, porque es quien suele tratar con los jefes de obra, quien pacta los precios y las comisiones encubiertas.
—En definitiva —resumió Marta—, los hermanos Boutha se verán compelidos a venir hasta Barcelona para poner orden, minimizar los daños y tranquilizar a sus contratistas habituales. Los problemas irritan y las malas noticias vuelan. Así pues, los clientes importantes exigirán garantías para seguir contratando a sus otras empresas.
Roberto asintió mientras barruntaba las consecuencias de formar parte activa de aquel plan. La situación era explosiva y, cuando estallasen las hostilidades, él se encontraría en el centro de la onda expansiva. Se preguntó qué haría su padre en su lugar. Prefería no saber la respuesta. La historia bíblica de Abraham y su hijo nunca le había gustado.
—La estrategia es muy agresiva —reconoció Marta—, pero es mi decisión y mi responsabilidad. Nuestros agentes están preparados. Todos los miembros de la organización criminal en España están controlados y localizados, menos los hermanos Boutha. Es el momento de actuar y cerrar el caso, caballeros. Tan solo nos queda señalar una fecha en el calendario.