Capítulo 14

Olga había sido una fuente con la que saciar la sed, pero ahora era como agua estancada: no era recomendable ni para tomar un mal trago. Aun así, o precisamente por ello, Mario Blanchefort había quedado con la ex de Roberto. El café Why Not, en el paseo Manuel Girona, al lado de la oficina de Olga, era el sitio idóneo. Un muro ondulante de mampostería, obra de Gaudí, protegía las mesitas exteriores de miradas indiscretas. Convenientemente ocultos tras una de las creaciones menos conocidas del genial arquitecto nadie podría murmurar que se encontraban a escondidas, ni siquiera en el improbable caso de que los vieran.

—Hola, Olga. ¿Cómo va todo? —preguntó Mario, fingiendo interés.

—¿Que cómo va todo? —repitió ella, dirigiéndole una mirada tan glacial como su tono de voz—. ¿Tú qué crees? Divorciarse es como destruir el suelo que te sostiene. Dudo que lo entiendas, porque para ti todo es un juego. Si aparecen complicaciones o problemas, dejas de jugar y buscas otros entretenimientos. ¿No es verdad?

Mario no le podía decir la verdad. Olga era una mujer muy apetecible, pero su mayor atractivo había consistido en ser la esposa de Roberto. Esa era la mecha que había encendido su deseo de seducirla. En teoría, Roberto y Mario eran amigos desde la universidad. Ambos habían sido los estudiantes más brillantes y se habían licenciado con honores en Derecho y Economía, compartiendo profesores, fiestas y hasta viajes en grupo. Tras una fachada de educada cordialidad, se ocultaba una soterrada rivalidad. De no haber sido por Roberto, él hubiera sido —sin discusión— el mejor alumno de la universidad. Finalmente había logrado más matrículas de honor, pero su triunfo tenía algo de vacío. Roberto nunca había competido en serio por ese honor, ni había buscado, como él, ganarse el aprecio de los profesores. Simplemente era capaz, una y otra vez, de hallar las soluciones más extraordinarias sin aparente esfuerzo. Tenía un don que no se podía superar a base de horas de estudio. Un don que había desperdiciado poniéndolo al servicio de la Agencia Tributaria por un sueldo muy modesto, en lugar de prosperar en un prestigioso bufete o de escalar posiciones en un banco. Esa indiferencia sacaba de quicio a Mario. En el fondo, estaba convencido de que Roberto debía de sentirse superior actuando como si las luchas mundanas no fueran con él. Seducir a su mujer había sido una forma de revolcar por el suelo a su supuesto amigo y, sobre todo, un modo de dejar claro que, como hombre, él era superior. Por eso se propuso poseer a Olga en el hotel Casa Fuster, desde el instante en que le comentó lo mucho que había disfrutado allí escuchando un concierto de jazz junto a su marido. Con el divorcio, Olga había perdido su perverso encanto, y a él le habían surgido otros planes mucho más interesantes.

—Lamento muchísimo lo ocurrido —mintió Mario—. Era inimaginable que tu esposo apareciera en el hotel. La habitación estaba a mi nombre. Tú solo tenías que subir discretamente en ascensor y abrir la puerta con la tarjeta que te había dado.

—Acudir al hotel Casa Fuster fue un gravísimo error, tan absurdo como innecesario. No comprendo cómo me dejé convencer para algo tan estúpido.

Mario sonrió. Desde pequeño había aprendido a manipular a los demás. Era algo de lo que sacaba gran provecho, aunque no dejaba de sorprenderle la gran cantidad de estupideces que eran capaces de perpetrar hombres y mujeres en contra de sus propios intereses.

Convencer a Olga resultó sencillísimo. Primero se inventó una desagradable historia sobre una invasión casera de cucarachas. No le resultó difícil, porque meses atrás, a raíz de unas obras en el garaje de su edificio, comenzaron a aparecer cucarachas en los pisos y fue necesario contratar una empresa fumigadora para exterminarlas. Fueron los técnicos de la empresa quienes le informaron de que las cucarachas autóctonas —pequeñas, negras y redonditas— de su infancia ya no existían. Una especie invasora las había aniquilado. Las cucarachas genocidas que ahora pueblan el subsuelo de Barcelona son marrones, muchísimo más grandes y pueden volar. Se cuentan por millones y solo el eficaz sellado hermético de los suelos impide que asciendan a la superficie. Mario se recreó describiendo a la mujer de Roberto la morfología de aquellos asquerosos insectos, y Olga se negó a acudir nuevamente a su piso hasta que estuviera solucionado el problema. Dos días después, Mario la sorprendió entregándole la tarjeta de una suite de la Casa Fuster. El director del hotel le debía un favor y se lo pagaba poniendo a su disposición una habitación exclusiva, con una cesta de regalos sorpresa.

—Pensé que no había ningún riesgo —se excusó Mario—. Todavía no alcanzo a comprender cómo pudo descubrirnos.

—No le demos más vueltas. Sucedió y punto.

—Tienes razón. Dejemos de remover el agua pasada. De hecho quería hablar contigo de un tema absolutamente diferente. ¿Te interesaría dejar de trabajar como gestora comercial e integrarte en el equipo de banca privada?

—Siempre que la oferta no tenga truco —respondió Olga con cautela.

—El puesto está muy bien. Hay que cumplir objetivos de captación de clientes para cobrar el bonus, pero no te serán difíciles de conseguir. Sé de primera mano que vamos a lanzar unos productos financieros muy competitivos, con unos tipos de interés por encima del mercado. Ya sabes, una campaña agresiva de captación de fondos. Estarías en el puesto adecuado en el momento oportuno.

Mario no mentía. El Royal Shadow Bank había sido rescatado de la quiebra por el Gobierno británico con el dinero de todos los contribuyentes. Contra toda lógica, los directivos como él no solo seguían cobrando sueldazos y bonus, sino que además el banco se permitía sacar ofertas financieras muy arriesgadas gracias a que estaban subvencionados. Aquello atentaba contra las reglas más elementales del libre mercado y de la competencia, pero hacía tiempo que el mundo financiero había abandonado todos los principios. Al igual que los bancos, él tampoco tenía principios. Tan solo intereses.

—Se ha producido una vacante —informó en tono confidencial—, y Jordi, el director de banca privada, me ha preguntado si podía recomendarle a alguien. Inmediatamente he pensado en ti, pero antes quería saber tu predisposición.

—Más sueldo, mejores clientes, cierta libertad horaria y un trabajo más interesante. Claro que aceptaría el puesto. ¿Es esta tu forma de saldar deudas?

—Por supuesto que no. Es un tema estrictamente profesional. Se trata de captar clientes importantes con nuestros nuevos productos, y tu valía comercial está más que demostrada. Eres la persona idónea para cubrir la vacante. Simplemente quería asegurarme de que te interesaba el puesto. Algunas personas no quieren vivir con la presión de conseguir los objetivos anuales, pero estoy convencido de que no te será difícil alcanzarlos.

Por una vez, Mario había dicho la verdad, pero ocultándole un dato esencial: Jordi y su equipo ya habían decidido elegir a Olga para cubrir la vacante. Todo el mundo estaba de acuerdo, pero ella no tenía modo de saberlo. Cuando la llamaran para proponerle el cargo, pensaría que lo había conseguido gracias a su intervención. Después de lo sucedido en la Casa Fuster, era conveniente que creyera deberle su nuevo puesto y que, si se comportaba discreta y correctamente, tal vez pudiera facilitarle nuevos ascensos. No había que desdeñar las ansias de venganza de una mujer despechada y de un marido burlado. En su nuevo cargo de asesora en banca privada se relacionaría con directivos de mayor nivel y podía llegarle la musiquilla de que una parte de las cuentas de la filial de la isla de Man se gestionaba desde su oficina del paseo de Gràcia. Si le iba con el cuento a su exmarido, las probabilidades de que la Agencia Tributaria realizara un registro sorpresa en su oficina de paseo de Gràcia aumentaban exponencialmente.