Roberto y Brisa pasearon por el camino que bordea la explanada del Turó Park en la que tanto habían jugado y recordaron con añoranza las innumerables broncas recibidas de los guardas por saltarse la prohibición de pisar aquel césped, que, un cuarto de siglo después, seguía presentando notables calvas de tierra en los lugares menos visitados por el sol.
—Juraría que ayer vi a ese tipo en algún otro lugar —comentó Brisa, señalando con un ligerísimo movimiento de cejas a un hombre de mediana edad acompañado por un vigoroso pastor alemán de pelaje negro dorado.
—No te extrañe si durante unos días te sientes vigilada —le advirtió Roberto—. La inminente quiebra de Gold Investments no te tacha de la lista de sospechosos. Como heredera, podrías quedarte con todo el dinero que tu padre tuviera depositado en paraísos fiscales sin dar cuenta a los acreedores. Muchas familias importantes de Barcelona tienen auténticas fortunas en cuentas secretas del extranjero.
—¿Acaso insinúas que tengo algo que ver con la muerte de mi padre? —preguntó Brisa, visiblemente alterada.
—Por supuesto que no. Simplemente quería advertirte de que no utilices el teléfono ni tu correo electrónico en relación con los asuntos en los que tu padre haya actuado ilegalmente, sobre todo si se trata de cuentas secretas en paraísos fiscales. Podrían estar intervenidos.
Brisa frunció la frente. Sus ojos miraban hacia el horizonte como si buscaran desafiar a un enemigo invisible. Al igual que una pantera en reposo, se adivinaba en ella una naturaleza salvaje. Roberto se percató de que su cuerpo parecía no tener ni un gramo de grasa, y dedujo que debía practicar con regularidad algún tipo de deporte para mantenerse en forma.
—Cuando encuentre al asesino de mis padres, pagará muy caro el sufrimiento causado —sentenció Brisa con mirada retadora.
—Debemos examinar las piezas de forma racional —replicó Roberto, para intentar rebajar la tensión—. Lo primero sería anotar en una lista los nombres de las personas más cercanas a tu padre.
Brisa observó en silencio el lago ovalado repleto de nenúfares, como si buscara el sosiego de sus aguas tranquilas.
—Creo que sería perder el tiempo. El único familiar al que puedo citar es a Pedro, su hermano mayor. No se llevaban muy bien. Mi padre lo menospreciaba por no saber ganar dinero, y nunca le ayudó económicamente. Resultaba desagradable ver a mi padre alardear de su riqueza frente a su hermano, como si eso le produjera una íntima satisfacción. Pedro le ignoraba y evitaba quedar con él, para ahorrarse situaciones molestas. No niego que en su fuero interno estuviera resentido, como ocurre tantas veces entre hermanos mal avenidos, pero estoy convencida de que hubiera sido incapaz de matarle.
Roberto meneó la cabeza con aire escéptico.
—Nunca se sabe de lo que son capaces las personas. Mi padre, que, como sabes, trabajó toda su vida como guardia civil, siempre me lo repite. Y otra de sus máximas es que no se debe descartar ninguna hipótesis hasta resolver el caso. Así pues, prosigamos con el resto de los familiares.
—No hay más. Su hermano y yo éramos su única familia. Pocos y mal avenidos.
Roberto se encogió de hombros. Tras un breve silencio, optó por cambiar de tercio.
—¿Y en cuanto a parejas?
—Hace mucho que mi padre decidió olvidarse de preocupaciones sentimentales —afirmó Brisa.
Roberto arqueó una ceja, escéptico.
—Nadie puede vivir sin amantes durante mucho tiempo. ¿Acaso tenía algún problema que se lo impidiera?
—Físicamente ninguno, pero no se caracterizaba por la estabilidad en sus relaciones.
—Quizá te asombre lo que puedes llegar a encontrar rastreando el disco duro de su ordenador, repasando los mensajes de su correo electrónico y recopilando las facturas donde estén registradas sus llamadas.
—Es posible, pero difícilmente obtendré las respuestas que busco. Mira, lo que intentaba decirte de forma suave es que mi padre no quería complicaciones y prefería contratar a señoritas de compañía con las que no necesitara establecer ningún vínculo emocional. Si de verdad queremos llegar al fondo del asunto, necesitamos encontrar el nexo que une el asesinato de mi madre con el de mi padre a través de la cruz de esmeraldas.
A Roberto le sorprendió tanto la crudeza con que retrataba la vida sexual de su progenitor, como la convicción con la que relacionaba ambos crímenes a través de la crucecita que, supuestamente, habría llevado su madre el día del asesinato.
—Es posible que tengas razón —concedió Roberto, diplomático—, pero no es inteligente descartar ninguna hipótesis a priori. Hay que explorar todas las vías. ¿Qué hay acerca de sus amigos íntimos?
—Siempre tuvo muchos conocidos y contactos sociales. De otro modo, no hubiera podido tener tanto éxito. Amigos íntimos, no tantos; a decir verdad, ninguno. Mi padre, en el fondo, era muy reservado. Quien más puede saber de él es Carlos. Fue su contable desde sus inicios profesionales. Su eficacia, sus silencios y su sangre fría le convirtieron en irreemplazable. Actuaba como contable, asesor, confidente y confesor: necesitaba conocer sus secretos para traducirlos en números.
—Este Carlos podría serte muy útil. Los secretos oscuros permiten aclarar muchos crímenes.
—Dudo que Carlos quiera revelarme nada.
—¿Por qué?
—Digamos que ayer tuvimos un sonoro desencuentro. Planea eximirse de sus responsabilidades en Gold Investments alegando que yo era la administradora de la sociedad.
—¿Y lo eras? —preguntó Roberto.
—Sí, pero no lo sabía. Es una historia larga y desagradable de la que prefiero no hablar en estos momentos.
Habían llegado al punto exacto del parque en que, delante de ellos, asesinaron a la madre de Brisa. Los columpios y los toboganes ya no eran los mismos; hasta el color de la tierra había cambiado. Pero el suelo que pisaban continuaba siendo el de aquella fatídica tarde de verano. Roberto miró a los columpios y se acordó de cuando jugaba con una niña rubia, alegre y fantasiosa. Ahora Brisa era ya toda una mujer y su silueta dibujaba unos senos que turbaban su buena conciencia.
—Lo más difícil para mí es quedarme parado sin hacer nada —afirmó Roberto—. No soy policía, pero estoy acostumbrado a examinar documentos financieros como si fueran radiografías. Mi trabajo es descubrir la realidad oculta de cuanto sucede a través de extractos bancarios, escrituras notariales y apuntes contables. Te ayudaré a que los papeles de tu padre hablen. Y si esconden secretos tan terribles como para justificar un crimen, nos guiarán hasta el asesino.
Brisa miró al horizonte y le cogió de la mano, como había hecho un cuarto de siglo atrás.
—La primera vez no pudimos hacer nada —dijo con voz serena—. Esta vez será diferente. Cumpliremos la palabra que, en este mismo lugar, nos dimos de niños.