Roberto salió del bullicioso restaurante donde cada año celebraba la tradicional cena navideña con sus compañeros de la Agencia Tributaria para responder con tranquilidad a la llamada telefónica. Tal vez su hija, María, se había despertado llorando, después de alguna pesadilla, y reclamara escuchar su voz antes de dormirse otra vez. Se equivocó.
—¡Hijo mío, ha ocurrido algo terrible! —exclamó la voz sobresaltada de su madre—. Un hombre muy raro ha entrado en casa de repente —prosiguió, muy alterada—. Parecía extranjero, quizá yugoslavo. Decía ser tu amigo…
—¿Cómo estáis? —preguntó Roberto, ansioso.
—Bien, pero ese tipo me ha dado un susto de muerte. Mientras estaba leyendo en la cama, he oído que se abría la puerta del recibidor. Al principio he pensado que regresabas a casa antes de lo previsto, por lo que he continuado enfrascada en la novela. Cuando le he visto entrar en mi habitación, el corazón se me ha disparado. Todavía estoy temblando.
—¿Qué quería? —preguntó Roberto, extremadamente alarmado.
—No lo sé. Se ha sorprendido al verme en tu piso. Ha dicho que quería darte una sorpresa y que volvería otro día. Antes de irse, se ha disculpado por asustarme y me ha repetido varias veces que te enviaría un mensaje para avisarte de un asunto inesperado. Con hombres tan raros apareciendo por tu casa a estas horas, no me extraña lo de tu divorcio. Oye, ¿estás metido en algún lío?
Mientras intentaba tranquilizar a su madre improvisando una historia inventada sobre aquel supuesto amigo, consultó el correo electrónico con su Blackberry. El último mensaje se titulaba: «Calma». El contenido no era precisamente tranquilizador.
No informe a nadie de este incidente. De lo contrario, mataremos a su hija. La amenaza es real, pero no existe ningún peligro si sigue nuestras instrucciones. Tan solo queremos cierta colaboración, que le será generosamente retribuida. Pronto nos pondremos en contacto con usted. Felices fiestas.
Un cordial saludo,
DRAGAN