TREINTA Y UNO

images TREINTA Y UNO images

Deryn escuchó cómo el viejo mecánico discutía con Alek.

No necesitaba hablar clánker para saber lo que decían: había oído la palabra «zepelín» de la boca de Klopp. Así que no eran rescatadores, sino condenados alemanes.

Creía que Klopp quería huir hacia el castillo y dejar que los zepelines hicieran su trabajo. Las aeronaves aún no habían detectado al Caminante de Asalto. Así que una vez que el Leviathan hubiera sido destruido, Alek y sus amigos podrían volver a ocultarse.

La doctora Barlow iba a intervenir en la discusión, pero Deryn hizo que guardase silencio poniéndole una mano en el hombro. Sabía exactamente qué decir.

—Tu amigo Volger está ahí fuera, Alek. ¡Se intercambió por ti!

—Lo sé. Pero al parecer Volger lo tenía todo planeado. Hizo prometer a Klopp que me mantendría oculto si los alemanes aparecían —dijo Alek.

Deryn suspiró. Aquel conde era de lo más taimado.

Alek cambió otra vez al idioma clánker y le ordenó a Klopp que desenganchara el caminante del trineo. Resultaba extraño comprobar cuántas palabras eran casi iguales en alemán y en inglés, si uno prestaba atención. Por una vez, sin embargo, Alek no se estaba saliendo con la suya. El viejo mecánico se cruzó de brazos y no dejaba de repetir las palabras «nein» y «nicht», que cualquier idiota hubiera identificado que querían decir «no» en clánker.

Y era obvio que Bauer y Hoffman obedecerían a Klopp y no a Alek, por muy importante que fuera el muchacho allá en Clankerlandia. Sin su ayuda, el Caminante de Asalto quedaría allí atrapado, como un perro atado a una estaca.

Deryn sacó su cuchillo, pero pensó que ponérselo a Alek en la garganta no funcionaría una segunda vez. Además, le había prometido no volver a hacerlo. No obstante había llegado el momento de acabar con aquella disputa.

Con el mango del cuchillo golpeó a Klopp con fuerza en su yelmo puntiagudo, que se deslizó sobre sus ojos, ahogando su último argumento.

Se volvió hacia Alek.

—Dame un hacha.

images images images

Deryn bajó la escalera de cadena con rapidez. Llevaba el hacha atravesada en su arnés de seguridad. La capa de nieve que había sobre la cuesta era profunda y llenaba sus botas de un frío mortal a medida que ascendía con dificultad hacia el trineo.

Había visto a Klopp montar aquel artilugio, así que conocía sus puntos débiles. Los extremos de la cadena estaban soldados a dos barras de hierro en la parte frontal del trineo y el largo de la misma pasaba por una anilla de acero que había en la cintura del Cíklope. Si cortaba cualquiera de los dos extremos, la cadena se deslizaría por la anilla hasta salirse del todo, liberando así al caminante.

Pero la cadena era enorme, cada eslabón era tan grande como la mano de Deryn. Eligió el lado correcto del trineo. Parecía que la soldadura se hubiera hecho de cualquier manera en aquel lado: la madera estaba manchada con goterones de metal. Hizo una bola de nieve con sus manos enguantadas y la embutió en uno de los eslabones de la cadena. Con un poco de suerte, Alek tendría razón, y el frío haría que el metal se quebrara.

—Muy bien —dijo, alzando el hacha—. ¡Rómpete!

Su primer golpe rebotó débilmente hacia atrás. La cadena estaba demasiado floja como para absorber la fuerza del impacto.

—¡No tenemos tiempo para esto! —gritó Alek observando el horizonte.

Las dos aeronaves estaban lo suficientemente cerca como para poder ver sus insignias: cruces de hierro sobre las aletas de la cola. Sus fuselajes brillaban a la luz del sol de la mañana.

—¡Señor Sharp! —llamó la doctora Barlow, asomando la cabeza por la escotilla del caminante—. ¿Hay algo que nosotros podamos hacer?

—Sí —gritó Deryn—: ¡Tensad la cadena!

La doctora Barlow desapareció de la vista y unos instantes más tarde los motores del Caminante de Asalto rugieron con fuerza. Dio un pesado paso hacia adelante y la cadena se tensó con un chasquido. El trineo se movió un poco junto a Deryn mientras recogía más nieve.

Su siguiente golpe impactó con fuerza en el rígido metal, enviando un desagradable impacto por sus brazos hasta los hombros. Se arrodilló para observar la cadena más de cerca: el golpe había dejado una muesca en uno de los eslabones y otra en el hacha. Pero la cadena no se había partido.

—¡Demonios!

—¿Hemos conseguido algo? —preguntó la doctora Barlow.

Deryn no contestó y volvió a golpear la cadena tan fuerte como pudo. El hacha salió disparada de sus manos y ella saltó hacia atrás. La herramienta dio vueltas en el aire, para aterrizar luego a pocos metros.

—¡Tenga cuidado, señor Sharp! —le advirtió la científica.

Deryn no hizo caso y observó más de cerca la cadena. Uno de los eslabones mostraba una pequeña fractura, demasiado pequeña como para hacer pasar por ella otro eslabón.

Pero si ejercían suficiente fuerza, el metal cedería.

—Dígale a Alek que tire, ¡todo lo que pueda! —dijo gritando en dirección al Caminante de Asalto.

La doctora Barlow asintió y un segundo después el caminante empezó a rugir otra vez. La máquina cambiaba el peso de un pie al otro, enterrándose cada vez más en la nieve. Saltaron chispas cuando los pies de metal rascaron las piedras que había debajo. El trineo se arrastró un poco hacia adelante y golpeó levemente en la rodilla de Deryn, como si fuera una enorme bestia boba que tratara de llamar su atención.

El eslabón roto estaba cediendo y la fisura se hacía más grande con cada rugido de los motores del caminante. Deryn dio un paso atrás con cautela. La cadena restallaría como un látigo de metal gigante cuando finalmente se rompiera.

Escudriñó el horizonte. Las dos aeronaves se habían separado para lanzarse sobre su presa desde direcciones opuestas. El cielo se llenó de formas cuando las bestias del Leviathan alzaron el vuelo. Pero la ballena permanecía inmóvil en el suelo, indefensa ante el ataque clánker.

—¡Maldita sea!

Deryn caminó con dificultad hasta donde había caído el hacha y la recogió de la nieve. Un buen golpe propinado en cualquier parte de aquella cadena partiría aquel condenado eslabón.

Cogió una correa suelta del cargamento para afianzarse y dedicó unos momentos a escuchar los rugidos del motor del Caminante de Asalto. Cuando hubo memorizado su cadencia, Deryn levantó el hacha con una mano y la llevó hacia abajo justo cuando el motor rugió con más fuerza.

La cadena se partió y salió disparada con rapidez. A medida que el caminante, ya liberado, se movía tambaleándose hacia adelante, los eslabones de la cadena iban pasando por la anilla que llevaba en la cintura con un repiqueteo parecido al de una ametralladora Maxim. El extremo suelto se agitó bruscamente durante unos segundos, y después golpeó violentamente cerca de la cabeza del caminante, lo que hizo que la científica volviera a meterse dentro sobresaltada.

images
«ROMPIENDO LA CADENA»

Sin embargo, la cadena estaba todavía unida al lado izquierdo del trineo y cuando el extremo suelto pasó a través de la anilla de acero sujeta al caminante, todo el largo de la cadena se precipitó hacia atrás sobre Deryn.

Esta se zambulló en la nieve y oyó cómo el metal pasaba como un látigo sobre su cabeza. Golpeó con fuerza el cargamento del trineo y rajó uno de los sacos de harina. Una ráfaga de polvo blanco llenó el aire.

La cadena perdió finalmente energía, cayó en la nieve y se alejó deslizándose, siguiendo dócilmente al tambaleante caminante.

Deryn se puso en pie tosiendo a causa del sabor seco de la harina inhalada. Sintió que algo le estaba golpeando en la rodilla…

El trineo la empujaba con insistencia, ganando velocidad. Pero ¿qué era lo que tiraba de él?

Entonces cayó en la cuenta de lo que había ocurrido. El último tirón de la cadena había hecho que el trineo empezara a deslizarse pendiente abajo.

—Oh, ¡genial! —dijo Deryn, saltando rápidamente sobre el trineo. Mientras escupía más harina, escuchó que el sonido de los patines al deslizarse sobre la nieve se hacía más fuerte.

Delante, el Caminante de Asalto se había detenido y le daba la espalda. Alek estaba esperando a que subiera de nuevo por la escalera.

El trineo se dirigía directamente hacia las patas del caminante.

Deryn se puso de pie, vacilante, sobre un saco de albaricoques secos. Ahuecó las manos y gritó:

—¡Doctora Barlow!

No hubo respuesta, ni se asomó nadie por la escotilla. ¿Qué estaban haciendo allí dentro, jugar al parchís?

El trineo seguía ganando velocidad.

—¡Doctora Barlow! —gritó de nuevo.

Finalmente, un bombín negro emergió de la escotilla. Deryn agitó las manos, intentando señalar el trineo, el movimiento y la noción general de destrucción. Los ojos de la científica se abrieron como platos al ver que el recientemente desatado cargamento se les echaba encima.

Desapareció otra vez en el interior.

—¡Ya era hora! —exclamó Deryn, cruzándose de brazos.

Menos mal que había saltado encima, puesto que el trineo ganaba velocidad por momentos y ya se deslizaba más rápido de lo que Deryn hubiera podido correr por aquella nieve. Cogió la correa suelta otra vez; no quería caerse y acabar como una mancha viscosa en los patines del trineo.

El caminante se movía de nuevo, dando un paso lento y pesado hacia delante. La máquina se tambaleó un poco, como una bestia tonta que se preguntara si huir o no de un depredador.

Deryn frunció el ceño; tenía la esperanza de que no se irían corriendo a la batalla sin ella. No obstante, Alek no parecía ser de los que dejan atrás a su tripulación.

La doctora Barlow apareció nuevamente y los motores del caminante volvieron a la vida con un rugido. Estaba gritando en dirección a la cabina, guiando a Alek en alguna estrategia científica de las suyas.

Pero el trineo seguía ganando terreno y adquiría velocidad sobre la nieve endurecida más deprisa que el Caminante de Asalto.

Deryn observó el cargamento, que se alzaba como una torre sobre ella. Si los dos gigantescos objetos colisionaban, ella estaría justo en medio.

—¡Daos prisa! —gritó mientras subía más alto sobre el montón de sacos.

El caminante se acercaba cada vez más y Deryn pensó que la doctora Barlow se había vuelto loca de remate. Ni siquiera procuraba quitarse de en medio. El caminante mantenía un paso constante, algo más lento que el trineo.

La muchacha hizo mímica para manifestar su confusión a la doctora Barlow, que le indicó por gestos que escalara.

Deryn frunció el ceño. Entonces vio la escalera colgando de la escotilla que había en el vientre del caminante. Se agitaba en el aire con el caminar de la máquina, yéndole a la zaga como el hilo roto de la cometa de un niño.

—Oh, no pretenderéis que me agarre a eso —murmuró.

La escalera estaba hecha de cadenas y travesaños de metal; lo suficientemente pesada como para arrancarle un diente a uno.

Deryn se cruzó de brazos. ¿Y por qué no podía subirse al caminante una vez que el trineo se hubiera detenido? Claro que cuanto antes subiera a bordo, antes podrían ir en ayuda del Leviathan.

Las aeronaves clánker estaban dando su primera pasada por la extensión helada. Desde las barquillas se veía oscilar a sus ametralladoras con una nube de murciélagos fléchette arremolinándose a su alrededor. Ahora podía distinguir lo pequeños que eran los zepelines en realidad: apenas medían más de 180 metros de largo. Pero el Leviathan estaba casi indefenso bajo ellos, con sus bestias hambrientas y maltrechas tras la batalla de la noche anterior.

—Supongo que no tengo otra maldita alternativa —murmuró.

El Caminante de Asalto estaba más cerca, tanto que la nieve que levantaban sus gigantescas patas le daba en la cara.

Pero la escalera se agitaba fuera de su alcance. Deryn se acercó con cuidado al borde de la parte delantera del trineo, guardando el equilibrio sobre un barril de azúcar. Aun así no podía alcanzarla. Iba a tener que saltar.

Deryn se preparó, flexionando las manos e intentando encontrar alguna pauta en el balanceo errático de la escalera.

Finalmente saltó…

Sus dedos se cerraron en un travesaño de metal y se encontró balanceándose hacia delante entre las patas del caminante. El sonido del motor era ensordecedor. Engranajes y pistones rechinaban a su alrededor, y un par de tubos de escape le echaron un humo negro y caliente a la cara. Cada paso del caminante sacudía su sujeción y sus pies se balanceaban con fuerza. La escalera se retorció en el aire, haciendo rodar a Deryn como un huso caído.

Arrastró los pies hasta que con una de las botas alcanzó un peldaño inferior. El mundo dejó de girar.

images
«TREPANDO ENTRE LOS ENGRANAJES»

Al mirar hacia arriba vio a Bauer y a Hoffman asomarse por la oscura escotilla del abdomen. Bauer le tendía la mano. Lo único que tenía que hacer era ascender unos metros.

Como si aquello fuera fácil.

Deryn alargó el brazo para coger el siguiente travesaño. El metal era dentado y se adhería a sus guantes. Se impulsó hacia arriba con esfuerzo, intentando evitar las púas que había dispuestas alrededor de la escotilla.

Al fin estaba lo suficientemente cerca como para alcanzar la mano de Bauer. Hoffman la asió con firmeza y los dos hombres la alzaron hacia dentro con rapidez.

Willkommen an Bord —dijo Bauer con una sonrisa.

Aquello significaba «Bienvenido a bordo», por supuesto.

Caramba, el idioma clánker era fácil.