VEINTIOCHO
Aquella era su primera escapada deslizante.
Había estudiado los diagramas en el Manual de Aeronáutica, por supuesto, y todos los cadetes del Ejército querían una excusa para probar una. Pero no se les permitía practicar escapadas deslizantes puesto que eran rematadamente peligrosas, ¿cierto?
Su primer problema era el ángulo del cable que se extendía bajando hacia la aeronave. En aquel momento el ángulo era demasiado inclinado y acabaría como un manchón en la nieve. El Manual decía que lo mejor era intentarlo con cuarenta y cinco grados. Para alcanzarlos, el Huxley necesitaba perder altitud, y deprisa.
—¡Vamos, bestezuela! —gritó ella—. ¡Creo que voy a encender una cerilla ahí abajo!
Un tentáculo se enroscó serenamente en la brisa, pero fue la única reacción que pudo apreciar en la aerobestia. Deryn soltó un gruñido de frustración. ¿Acaso había encontrado al único Huxley del Ejército que no se asustaba?
—¡Caraculo! —le insultó, balanceándose en la silla—. ¡Me he vuelto loca y me dan ganas de prenderte fuego!
Entonces se enroscaron más tentáculos y Deryn vio que las agallas de ventilación se fruncían suavemente. El Huxley estaba soltando hidrógeno, pero no lo suficientemente rápido.
Pataleó y movió las piernas para balancearse de un lado a otro, tirando de las correas que conectaban su arnés con la aerobestia.
—¡Baja de una vez, estúpida criatura!
Finalmente llegó a su nariz el olor del hidrógeno y Deryn notó que el Huxley descendía. La correa de sujeción parecía menos inclinada a cada segundo, como el cordel de una cometa al caer. Pero ahora venía la parte difícil: reconfigurar el arnés del piloto para transformarlo en un aparejo de escape.
Aún gritando a la bestia, Deryn empezó a separarse del arnés. Aflojó las tiras alrededor de sus hombros, retorciéndose para liberar un brazo y seguidamente el otro. Cuando el cinturón que rodeaba su cintura se desató, le sobrevino la primera oleada de vértigo. Ahora no la sujetaba a la silla nada más que su propio sentido del equilibrio.
Deryn consideró que hacía casi veinticuatro horas que estaba despierta, sin contar el tiempo que había estado tendida inconsciente en la nieve, algo que no se podía considerar un sueño de calidad. Probablemente no era el mejor momento para probar maniobras arriesgadas…
Se quedó mirando las tiras y las hebillas, intentando recordar cómo volvían a atarse de nuevo. ¿Cómo pretendía volver a unirlos todos mientras colgaba de su percha?
Con un suspiro, Deryn decidió usar ambas manos, aunque aquello significase que si el Huxley se movía bruscamente tendría que soportar una gran caída.
—Olvídate de lo que te he dicho antes, bestezuela —murmuró ella—. ¿Qué te parece si solo flotamos tranquilamente?
Los tentáculos seguían enroscados a su alrededor, pero por lo menos la criatura continuaba descendiendo. La correa de sujeción ya casi había alcanzado los cuarenta y cinco grados.
Tras un largo minuto manipulándolo, el aparejo de escape parecía estar dispuesto correctamente, los mosquetones formaban una especie de hebilla en el centro. Deryn dio un buen tirón al artilugio con las dos manos y lo sostuvo con firmeza. Ahora venía la parte espeluznante.
Agarró con fuerza el aparejo con los dientes y se impulsó hacia arriba con ambas manos. Cuando su trasero dejó la silla, le sobrevino una nueva oleada de vértigo. Pero enseguida Deryn ya se había incorporado y casi se había puesto en cuclillas con sus botas de suela de goma clavadas en el asiento curvo de cuero.
Alargó los brazos y sujetó las hebillas en la correa de sujeción, luego cogió un extremo de la tira en cada mano, enrollando la tira de cuero varias veces alrededor de sus muñecas.
Deryn miró hacia abajo, al glaciar.
—¡Maldita sea!
Mientras se había estado preparando, el caminante se había acercado casi a la mitad de la distancia que lo separaba de la aeronave. Y lo que era aún peor, la línea de sujeción todavía estaba más inclinada. El viento cada vez impulsaba al Huxley más alto. Con aquel ángulo, se deslizaría cuerda abajo mucho más rápido. El Manual estaba lleno de historias dantescas sobre pilotos que habían cometido aquel error. Deryn se quedó allí completamente de pie, con la cabeza a unos pocos centímetros de la membrana del Huxley.
—¡Buu! — gritó.
La aerobestia tembló de arriba abajo, despresurizando un chorro de un olor amargo de hidrógeno justo en su rostro. La silla realizó un movimiento brusco bajo Deryn y sus botas resbalaron por el ajado cuero.
Una fracción de segundo después, las tiras que estaban atadas alrededor de sus muñecas restallaron, tirando fuertemente de sus hombros y, seguidamente, se encontró deslizándose hacia abajo, bajando hacia la inmensa masa de la aeronave que tenía debajo.
Solo sentía un rugido en sus oídos, como si obedeciese a un viento en contra que le empujase por la espina dorsal. Aunque las lágrimas bañaban su rostro, congelando sus mejillas, Deryn se sorprendió dejando escapar un grito salvaje y exultante.
Aquello sí que era volar de verdad, mucho mejor que las aeronaves o los elevadores o los globos aerostáticos, como un águila bajando en picado lanzándose hacia su presa.
Durante unos aterradores segundos, el ángulo aumentó aún más, pero el Manual ya lo había previsto. Era el Huxley impulsándose hacia arriba detrás de Deryn al librarse de su peso.
Alzó la vista hacia el aparejo. Las hebillas de metal estaban profiriendo un audible siseo y desprendían una pizca de humo a causa de la fricción. Sin embargo, se estaba moviendo con demasiada rapidez como para quemarse con la cuerda. Todo estaba saliendo a la perfección.
Mientras otra ráfaga de aire no impulsara al Huxley más arriba…
La aeronave cada vez se veía más grande ante ella. La tripulación ya se estaba preparando y parecía una confusión de minúsculos puntitos, como un hormiguero en la nieve, y eso estaba bien. No tenía tiempo de hacer un informe formal. Debía llegar a la sala de máquinas y volver a salir antes de que llegase el caminante.
Pero ¿qué era aquello? De no sabía dónde, había aparecido una pequeña forma en la cuerda por la que bajaba deslizándose, tal vez un enredo o alguna imperfección en el cable. A aquella velocidad, intentar deshacer un nudo podía romperle las muñecas, o lo que era aún peor, cortar el cuero del aparejo.
Entonces Deryn vio lo que era: era el lagarto mensajero que aún bajaba laboriosamente hacia la nave.
—¡Quítate de ahí, lagaaaaarto! —gritó ella.
¡En el último instante la bestia la oyó y saltó directamente al aire! Deryn pasó junto a él como una centella, dándose la vuelta sobre sí misma para mirar atrás. El lagarto siguió bajando por la cuerda, envolviendo con sus dedos pegajosos el cable y gritando advertencias al azar cuando Deryn pasó como una bala junto a él.
—¡Lo siento, bicho! —gritó ella y luego volvió a mirar hacia la aeronave.
«TIROLINA DE EMERGENCIA»
Se acercaba a ella demasiado deprisa.
Intentó aminorar la velocidad, balanceando las piernas para frenar el aire. Por lo menos la membrana era blanda y estaba medio deshinchada. Ahora el flanco estaba a pocos segundos de distancia, los rastreadores y los aparejadores corrían a toda prisa para salir de su paso. Deryn dejó que las tiras que llevaba enroscadas en sus muñecas se desenroscasen.
Cuando hubo desenroscado la segunda se dejó caer.
La membrana se arrugó a su alrededor con un «bump». Por unos instantes se vio sepultada entre el abrazo cálido y sofocante de la piel de la bestia, sin aliento y aturdida.
Rodó sobre sí misma para ponerse boca arriba. Los oídos aún le silbaban por el impacto y se encontró nariz contra nariz contra un rastreador de hidrógeno curioso.
—¡Au! —le dijo Deryn—. ¡Eso duele!
La bestia la olisqueó y soltó un ladrido de preocupación, puesto que, al parecer, el impacto había abierto una fuga.
Unas manos bajaron y tiraron de ella hacia arriba, dejando a Deryn de pie.
—¿Te encuentras bien, muchacho?
—Sí, gracias —dijo ella, mirando a su alrededor en busca de un oficial.
Pero no apareció nadie para pedir un informe. Todos los aparejadores iban de un lado a otro a su alrededor y la tripulación estaba dispersa abajo.
—¿Aún no está a la vista?
—¿Se refiere a aquel artefacto? —el aparejador se giró y miró por la nieve.
En el horizonte se veía un leve reflejo destellando con una pauta constante, acorde con el ritmo del paso del caminante.
—Dicen que es uno grande.
—Sí, sí que lo es —dijo Deryn y se dirigió hacia abajo.
Corriendo por la membrana con sus temblorosas piernas, esperaba que Alek estuviese aún con los huevos. ¿Adivinaría lo que significaba la llamada de la sirena de batalla e intentaría escapar? ¿O podría ser que con el enemigo acercándose, algún oficial idiota decidiera encerrarlo de nuevo?
Cuanto más rápido lo encontrase, mejor.
Al ver una maraña de flechastes envueltos alrededor de la barquilla principal, Deryn no se molestó en usar una rampa de abordaje. Descendió por la cuerda, entrando en la barquilla con un balanceo por una ventana rota. Sintió cómo las esquirlas de los cristales rotos tiraban de su traje de vuelo, pero la gruesa piel del traje las arrancó del marco y sus botas resbalaron cuando aterrizó.
En su interior no reinaba el caos, sino una urgencia controlada. Una tropa de hombres pasó corriendo por su lado, transportando armas pequeñas. Resonó un coro de silbatos de mando, llamando a reunión a los encargados de los halcones.
¿Acaso iban a combatir contra un caminante acorazado con armas aéreas y redes antiaéreas? No tendrían ni una sola oportunidad.
La sala de máquinas estaba justo al fondo del corredor. Se dirigió hacia allí y después atravesó la puerta corriendo a toda prisa.
—¡Señor Sharp! —exclamó la doctora Barlow desde la oscuridad—. ¿Qué es ese alboroto que hay ahí fuera?
Poco después, los ojos de Deryn se acostumbraron a la oscuridad. Allí estaba él, arrodillado junto a la caja de cargamento.
—¡Alek! —gritó—. ¡Es tu familia!
El muchacho se puso de pie, dejando escapar un suspiro.
—Tal como esperaba.
—¿Han enviado a un emisario? —preguntó la doctora Barlow.
—¡Han enviado una maldita máquina de guerra! —pasando por alto la expresión de la científica, Deryn agarró el brazo de Alek y tiró de él para que saliera por la puerta.
Después de arrastrarlo hacia el corredor, el chico empezó a correr por voluntad propia. Ella le condujo hacia la cubierta inferior.
—Estaba seguro de que Volger intentaría una aproximación directa —dijo él mientras bajaba corriendo las escaleras.
—Hablando de directo, ¿cómo es que nunca mencionaste que tu familia tenía un maldito caminante?
—¿Acaso me hubieses creído?
—¡Aún no estoy segura de creérmelo!
Cuando llegó a la cubierta inferior, Deryn corrió hacia la puerta principal de la barquilla, pero cuando llegaron a la rampa de abordaje, ya estaba ocupada por una hilera de tripulantes transportando pesadas cajas. Las palabras que llevaban impresas: «Explosivos de gran potencia», hicieron que Deryn se detuviera en seco.
—No quiero tropezarme con estos tipos. Esto son bombas aéreas.
Alek abrió mucho los ojos.
—¿Desde dónde van a lanzarlas?
—¿Tal vez desde un Huxley? ¡Es justo lo que necesitamos para que tu caminante empiece a dispararnos! —tiró de él para alejarlo de allí—. ¡Vamos, saltaremos por una ventana!
La ventana rota de la cantina de los cadetes por la que habían pasado aquella mañana aún no había sido reparada. Deryn saltó a la repisa de la ventana, pero se detuvo. Con la barquilla en aquel ángulo, la caída sería un poco más alta de lo que había esperado.
Alek se subió junto a ella, mirando hacia abajo con un gesto dubitativo.
—La nieve está muy blanda —dijo Deryn intentando convencerse a sí misma—. ¡Es un salto fácil!
—Pues entonces, voy detrás de ti —dijo Alek.
—Ni hablar —Deryn cogió el brazo del muchacho y saltaron a la vez.
—No ha estado tan mal.
La nieve se compactó bajo ellos con un ruido apagado, como si les hubiesen aporreado con una gran almohada congelada.
Alek se puso de pie, con una mirada furiosa.
—¡Me has empujado!
—En realidad ha sido algo más que un empujón —señaló hacia la nieve—. No podíamos perder tiempo. El caminante ya casi está aquí.
A medida que corrían, Deryn ya sentía los pasos de la máquina retumbando por el suelo bajo ella y el rugido de sus motores que hacía temblar el aire. Sus inmensos pies se arrastraban con dificultad por la nieve, alzando nubes blancas en su estela.
—Por lo menos aún no nos han disparado.
—Pues nos tienen perfectamente a su alcance —dijo Alek—. Lo que sucede es que no quieren herirme a mí. Por lo menos es lo que creo.
La muchacha tiró de él por la nieve y pasó junto a la tripulación que ya estaba en formación para defender la nave.
Entonces Deryn vio lo que el capitán planeaba. Había un segundo elevador en el aire, con Newkirk a bordo, sujetando una bomba aérea en sus brazos. Más adelante había más bombas dispuestas, medio enterradas en la nieve, con cables extendidos hacia ellos. Si el caminante tropezaba demasiado cerca de alguno de ellos, tal vez estallarían bajo sus pies.
Cuando ella y Alek atravesaron corriendo las defensas, alguien los llamó. Pero Deryn fingió que no le había oído. Tenía que lograr que Alek estuviese en el frente antes de que empezasen los disparos.
—¿Piensas que aún no nos pueden ver? —preguntó ella.
—Es mejor que nos aseguremos —Alek aminoró el paso, agitando los brazos.
El caminante avanzó retumbando hacia ellos durante unos pocos segundos más; a continuación, de pronto se inclinó hacia atrás. Por un instante, Deryn pensó que iba a caer. Pero entonces, una pata de acero se estiró hacia delante, clavándose en la nieve, y la máquina se detuvo deslizándose, provocando que una nube helada se alzase a su alrededor.
«NEGOCIACIONES Y EFECTOS COLATERALES»
—¡Bien hecho, Klopp! —murmuró Alek, y se giró hacia Deryn—. Nos han visto.
—¡Genial! Oh, y lo siento por esto —Deryn sujetó el brazo de Alek, sacó su navaja y la presionó contra el cuello del muchacho.
—Pero ¿qué…? —empezó él, pero sus palabras se desvanecieron cuando el frío metal tocó su piel.
—¡No te resistas, bobo! —susurró—. ¿No querrás que te corte el cuello? Solo me estoy asegurando de que nadie resulte herido.
—No consigo entender tu lógica —protestó Alek, pero dejó de resistirse.
Cuando alzó la vista hacia la gigantesca máquina, Deryn puso una mueca desafiante en su rostro. El caminante se alzaba allí, finalmente inmóvil, como si se hubiese transformado en una enorme estatua de acero.
—¡Eh, los de dentro! ¡No os mováis o le abriré la tripa a vuestro amigo! —gritó.
—Si lo hicieses, sencillamente te harían estallar en pedazos —apunto Alek.
—No seas idiota —susurró ella—. De verdad no voy a…
Su voz se perdió en el aire cuando la cabeza de la máquina empezó a moverse. Dos hileras de dientes de acero empezaron a abrirse lentamente, dejando ver un par de rostros en su interior.
—¡Ajá! —exclamó Deryn—. Ahora sí que es seguro que nos pueden ver.
—Sí, pero ahora ¿qué crees que harán? ¿Rendirse a la fuerza superior de tu cuchillo? —suspiró Alek.
—Bueno… —Deryn frunció el ceño—. En realidad, no he pensado en nada más allá de este momento.
Alek la miró.
—De verdad que eres idiota, ¿no?
—¿Yo idiota? —exclamó Deryn—. ¡Pero si acabo de salvaros a todos de que nos vuelen por los aires!
—No irás a creer que ellos habrían… —empezó Alek, y después soltó un suspiro asqueado—. Solo tienes que gritar a Volger que baje con una bandera blanca. Él sabrá qué hacer.
Deryn pensó que aquello parecía razonable, quienquiera que fuese ese Volger. Inspiró profundamente y gritó:
—¡Atención clánkers! Enviad a Volger con una bandera blanca.
Se produjo una larga espera. Deryn alzó la vista y vio a Newkirk y a su elevador flotando a la deriva inútilmente sobre la aeronave. El viento había cesado. Esperaba que tuviese bien sujeta su bomba aérea.
Tras ellos, la tripulación de la aeronave permanecía en absoluto silencio, hasta el viento estaba casi inmóvil. Los únicos sonidos que se escuchaban eran los leves crujidos que hacía la máquina de guerra al enfriarse sus motores. No sabía si los oficiales se habrían molestado por la idea que había tenido. Nadie le había ordenado que utilizase a Alek como rehén. Aunque, por supuesto, nadie tampoco le había ordenado que no lo hiciese.
Un leve chirrido de metal hizo que mirase otra vez hacia el caminante y sujetó más fuerte a Alek. Algún tipo de escotilla se estaba abriendo entre las piernas del aparato. De ella cayó una escalera hecha de cadenas que se balanceó con fuerza durante un momento y el sol destelló en sus peldaños de acero.
A continuación, un hombre bajó por ella, lenta y cuidadosamente. Deryn reparó en que aquel hombre llevaba una espada colgando de su abrigo de piel.
—¿Ese es Volger? —susurró ella.
Alek asintió con la cabeza.
—Solo espero que tu capitán haga honor al trato.
—Yo también —dijo Deryn.
Un disparo de aquel cañón aún podía destruir al Leviathan, allí donde estaba.
Aquellas negociaciones tenían que salir bien.