VEINTISÉIS
Mientras se dirigían hacia la escotilla, Deryn dijo:
—La científica debe de pensar que eres alguien especial.
Alek la miró.
—¿Qué quieres decir?
—En la sala de máquinas no debería entrar nadie —Deryn se acercó a él y susurró—: Ahí dentro hay algo condenadamente extraño.
Alek no respondió y se preguntó qué podía considerarse extraño entre aquella colección de criaturas abominables. En las últimas horas, ya había visto suficientes seres asombrosos para toda su vida.
—Me imagino que está bien —continuó Deryn—. Teniendo en cuenta que has decidido ayudarnos.
—Y no ha sido gracias a ti.
Deryn se detuvo.
—¿Qué quieres decir?
—Si solo hubieras estado tú en el glaciar, no hubiera movido un dedo.
—Vaya, ¡qué poco amable!
—¿Poco amable? —exclamó Alek—. Te he traído medicamentos, te he salvado de… que se te congelase el trasero y te he salvado la vida. Y en cambio, cuando te pedí que no dijeras nada, ¡me echaste encima aquellos horribles perros!
—Sí. Es que te estabas escapando —dijo Deryn.
—¡Tenía que volver a casa!
—Bueno, y yo tenía que detenerte —Deryn se cruzó de brazos—. Juré a las Fuerzas Aéreas y al rey Jorge que defendería este dirigible. No puedo hacer promesas a un intruso que acabo de conocer, ¿no te parece?
Alek apartó la mirada; su rabia se había desvanecido de golpe.
—Bueno, supongo que estabas cumpliendo con tu deber.
—Claro, yo también lo creo —Deryn se dio la vuelta enfadada y empezó a andar de nuevo—. E iba a darte las gracias por no dispararme.
—No hay de qué.
—Y gracias sobre todo por no haber prendido fuego a toda la nave. Incluido tú, pedazo de idiota.
—No sabía que el aire estaba lleno de hidrógeno.
—¿No lo olías? Tus fantásticos tutores no te han enseñado nada útil, ¿verdad? —Deryn se rio.
Alek no replicó: por el contrario, entre otras cosas, sus tutores le habían enseñado a ignorar los insultos. Le preguntó:
—¿Así pues, es hidrógeno lo que estoy oliendo ahora?
—No aquí dentro —dijo Deryn—. El aparato digestivo está lleno de aire normal, salvo una pizca de metano de más. Por eso huele a pedo de vaca.
—Cada día se aprende algo nuevo —suspiró Alek.
Deryn señaló las paredes rosadas y curvas.
—¿Ves esas hinchazones entre las costillas? Son vejigas de hidrógeno. Toda la mitad superior de la ballena está llena de gas. Lo que estás viendo es solo la barriga, una pequeña parte. Esta bestia mide doscientos pies de arriba abajo.
Más de sesenta metros: a Alek le temblaron un poco las piernas.
—Te hace sentir como una pulga en un perro, ¿verdad? —dijo Deryn mientras abría la escotilla.
Se aferró con las botas a los bordes exteriores de la escalera, se deslizó hacia abajo y aterrizó sobre la cubierta con un golpe sordo.
—Una imagen encantadora —murmuró Alek, que sentía un escalofrío de alivio a medida que descendían a la barquilla.
Prefería andar sobre un pavimento sólido, aunque estuviera inclinado, y entre paredes robustas en lugar de membranas y vejigas.
—Lo siento, pero yo prefiero las máquinas.
—¡Máquinas! —gritó Deryn—. Rematadamente inútiles. Son mucho mejores las especies fabricadas.
—¿En serio? ¿Tus científicos pueden engendrar una bestia que sea tan veloz como un tren? —preguntó Alek.
—No, pero ¿acaso vosotros, los clánkers, habéis construido un tren que pueda cazar su propia comida, repararse él mismo o incluso reproducirse?
—¿Reproducirse? —Alek se rio. Por un instante, se imaginó una camada de trenecitos jugando en una estación, lo que le hizo pensar en otros aspectos del proceso reproductivo—. Obviamente no. Qué idea más repugnante.
—Además, los trenes necesitan vías para moverse —dijo Deryn, que contaba con los dedos sus objeciones—. Un elefantino puede andar sobre cualquier tipo de terreno.
—También los caminantes.
—¡Los caminantes son basura comparados con las bestias reales! ¡Son torpes como monos borrachos y, cuando se caen, no pueden levantarse!
Alek resopló, si bien la última afirmación era cierta, sobre todo en el caso de los caminantes acorazados más grandes.
—Bien, entonces, si tus «bestias» son tan fantásticas, ¿cómo os han abatido los alemanes? Con máquinas.
Deryn le lanzó una mirada airada y se quitó un guante. Cerró el puño de su mano desnuda.
—Diez contra uno, y ellos también cayeron todos. Además, me apuesto lo que sea a que su aterrizaje no fue tan suave como el nuestro.
Alek se dio cuenta de que había hablado demasiado. Probablemente, Deryn conocía a los tripulantes que habían resultado heridos o que habían muerto en el accidente. Por un momento, Alek pensó que el muchacho iba a darle un puñetazo.
Pero Deryn se limitó a escupir en el suelo y se giró para irse.
—Espera —dijo Alek—. Lo siento.
La muchacha se detuvo pero no se dio la vuelta.
—¿Qué es lo que sientes?
—Que vuestra nave esté tan malherida. Y haber dicho que te hubiera dejado morir de hambre.
—Venga —dijo Deryn con un tono áspero—. Tenemos que ocuparnos de los huevos.
Alek parpadeó y corrió detrás de ella. «¿Huevos?».
Se dirigieron a una pequeña sala en la segunda cubierta de la barquilla. El interior estaba hecho un desastre: había piezas de máquinas esparcidas por el suelo, cristales rotos y paja por todas partes. Allí dentro hacía una calor extraño y olía a…
—¿Eso es azufre? —preguntó Alek.
—El nombre científico es sulfuro. ¿Ves esto? —Deryn le mostró una gran caja en una de las esquinas que emanaba vapor al contraste con al aire frío—. Estos huevos contienen gran cantidad de sulfuro y la gran mayoría se ha roto, gracias a tus amigos alemanes.
Alek parpadeó en la penumbra. Esas formas redondas que tenía delante parecían exactamente… huevos gigantes.
—¿Qué clase de monstruosa criatura los ha puesto?
—No los ha puesto ninguna criatura: han sido creados en un laboratorio. Cuando se crea una nueva bestia, es necesario incubarla durante algún tiempo. Se construyen las bestias a partir de la masa del huevo. Su interior contiene filamentos, cadenas de vida que se mezclan, y de esa mezcla que hay dentro del huevo nacen las bestias.
Alek bajó la mirada asqueado.
—Todo eso parece una blasfemia.
Deryn se rio.
—Es lo mismo que cuando tu madre te llevaba en su vientre. Todos los seres vivos están hechos de filamentos vitales, cadenas de vida: en cada célula de tu cuerpo hay todo un manual de instrucciones.
Un montón de estupideces, obviamente; pero Alek no se atrevió a objetar. Lo último que quería era que le dieran más detalles repugnantes. Y, aun así, no podía apartar la mirada de aquellos huevos que humeaban.
—Pero ¿qué va a salir de aquí?
Deryn se encogió de hombros.
—La científica no lo ha dicho.
El cadete hundió la mano en la paja donde anidaban los huevos gigantes y sacó un termómetro. Entornó los ojos y se quejó en voz baja de la falta de luz. Entonces sacó de su bolsillo un silbato de metal y tocó algunas notas.
La sala se hizo más luminosa y Alek vio un racimo de gusanos luminosos que colgaba del techo, cerca de su cabeza. Se alejó de ellos.
—¿Qué son estas cosas?
Deryn alzó la mirada de lo que estaba haciendo.
—¿El qué? ¿La lámpara gusano?
Alek asintió.
—Un nombre muy adecuado. ¿Los darwinistas todavía no habéis descubierto el fuego?
—Vete al cuerno —dijo Deryn—. Utilizamos lámparas de aceite, pero hasta que no arreglen la nave, es demasiado peligroso. ¿Qué utilizan en los zepelines? ¿Velas?
—No seas absurdo. Me imagino que tienen luz eléctrica.
Deryn resopló.
—Qué desperdicio de energía. Los gusanos bioluminiscentes transforman en luz todo tipo de comida. Comen incluso tierra, como los gusanos normales.
Alek volvió a mirar el racimo de gusanos con repugnancia.
—¿Y les pitas?
—Sí —Deryn agitó el silbato—. Con esto puedo dar órdenes a casi todas las bestias del dirigible.
—Sí, recuerdo que has pitado a aquellos… perros-araña.
Deryn se rio.
—Rastreadores de hidrógeno. Comprueban que la piel no tenga fugas y persiguen a los intrusos ocasionales. Siento que te hayan asustado.
—No me han asustado… —empezó a decir Alek, cuando se dio cuenta de que en el suelo había un montón de bolsas.
Eran las que él había traído, con los botiquines de primeros auxilios.
Se arrodilló y abrió uno de ellos. Todavía estaba lleno.
—Oh, vale —Deryn se volvió hacia los huevos, un poco confusa—. Aún no los hemos llevado a la enfermería.
—Ya veo.
—¡Bueno, es que la doctora Barlow tenía que controlar los huevos! —Deryn carraspeó—. Y luego quiso verte inmediatamente.
Alek suspiró mientras cerraba de nuevo la bolsa.
—Me temo que traeros medicinas ha sido un gesto inútil. Seguro que vosotros, los darwinistas, curáis a la gente con… sanguijuelas o algo parecido.
—No, que yo sepa —Deryn se rio—. Lo que sí que utilizamos es el moho del pan para detener las infecciones.
—Espero que sea una broma.
—¡Yo nunca miento! —dijo Deryn, se levantó y dejó lo que estaba haciendo—. Escucha, Alek, estos huevos están tan calientes como el pan tostado. Vayamos a llevar los botiquines a los cirujanos. Sabrán cómo utilizarlos, estoy seguro.
Alek arqueó una ceja.
—¿Y no será que me estás siguiendo la corriente?
—Bueno, también me gustaría encontrar al contramaestre. Le dispararon justo antes del impacto y no sé si ha salido con vida. Cuando la nave se ha precipitado, él y un amigo mío colgaban de una cuerda.
—De acuerdo —Alek asintió.
—Y venir aquí no ha sido un gesto inútil —dijo Deryn—. Al fin y al cabo, me has salvado de congelarme el trasero.
Mientras se dirigían a la enfermería, Alek notó que las escaleras y los pasillos no daban tanta sensación de mareo.
—El dirigible está menos inclinado, ¿verdad? —preguntó.
—Están ajustando el arnés —dijo Deryn—. Un poco cada hora, para no molestar a la ballena. He oído que estará enderezada al amanecer.
—Al amanecer —murmuró Alek. Por aquel entonces, Volger ya estaría a punto de poner en práctica su plan, el que fuera—. ¿Cuánto queda?
Deryn sacó un reloj de su bolsillo.
—¿Media hora? Tal vez un poco más hasta que veamos el sol encima de las montañas.
—¿Solo media hora? —Alek estaba furioso—. ¿Crees que el capitán escuchará a la doctora Barlow?
Deryn se encogió de hombros.
—Aunque sea una científica, ella es la mandamás.
—¿Y qué significa eso, exactamente?
—Significa que es rematadamente importante. Aterrizamos en Regent‘s Park únicamente para recogerla a ella. Hará que el viejo la escuche.
—Bien.
Pasaron al lado de una hilera de portillas y Alek miró fuera. Empezaba a amanecer.
—Mi familia pronto estará aquí.
Deryn puso los ojos en blanco.
—¿Eres un poco engreído, no?
—¿Disculpa?
—Que tienes una gran estima de ti mismo —explicó Deryn lentamente, como si hablara con un idiota—. Como si fueras alguien especial.
Alek miró al muchacho sin saber qué responderle. Era inútil explicarle que, de hecho, era alguien especial: el heredero de un imperio de cincuenta millones de almas. Dylan no lo habría entendido.
—Tal vez mi educación ha sido un tanto particular.
—Seguro que eres hijo único, ¿cierto?
—Bueno…, sí.
—¡Ajá! Lo sabía —alardeó Deryn—. ¿Y piensas que tu familia se enfrentará a un centenar de hombres en un dirigible de guerra solo para conseguir que vuelvas?
Alek asintió y respondió simplemente:
—Sí.
—¡Arañas chaladas! —Deryn sacudió la cabeza y se rio—. Seguro que tus padres te miman demasiado.
Alek se dio la vuelta y retomó el camino a lo largo del pasillo.
—Sí, supongo que lo hacían.
—¿Lo hacían? —Deryn corrió detrás de él hasta alcanzarle—. Espera, ¿tus padres han muerto?
A Alek, la respuesta se le encalló en la garganta y se dio cuenta de algo extraño. Hacía más de un mes que su padre y su madre habían fallecido, pero esa parte (decírselo a alguien) era algo nuevo. De hecho, los tripulantes del Caminante de Asalto lo habían sabido antes que él.
No se atrevió a hablar. Después de todo aquel tiempo, tenía miedo de que, al decirlo en voz alta, su vacío interior se apoderara de él. Solo pudo asentir.
Extrañamente, Deryn le sonrió.
—¡Mi padre también murió! Es horrible, ¿verdad?
—Sí, lo es. Lo siento.
—Al menos mi madre está viva —se encogió de hombros—. Pero he tenido que escaparme. No entendía que quisiera ser soldado.
Alek arrugó la frente.
—¿Y qué madre no querría a un hijo en el Ejército?
Deryn se mordió la lengua y volvió a encogerse de hombros.
—Es una historia un poco complicada. En cambio, mi padre lo hubiera entendido…
Su voz se apagó mientras atravesaban una enorme sala con una mesa larga en el centro y una gran ventana destrozada que dejaba entrar el aire frío. Deryn se detuvo un momento y observó el cielo tiñiéndose de un rosa metálico. Aquel silencio turbó a Alek y por enésima vez deseó haber heredado el don de su padre de decir las palabras adecuadas en cada momento.
Finalmente, se aclaró la voz.
—Estoy contento de no haberte disparado, Dylan.
—Sí, yo también —dijo la muchacha y se dio la vuelta—. Venga, llevemos esos botiquines al cirujano y busquemos al señor Rigby.
Alek le siguió y deseó que el señor Rigby, quienquiera que fuera, estuviera vivo.