CUATRO
El sol estaba empezando a subir arrastrándose por el grupo de árboles cuando llegaron los militares propiamente dichos. Entraron por el campo rodando en un carruaje todoterreno, arrastrado por dos tigrescos lupinos, tirando de él con fuerza ante la fila de reclutas. Los músculos de las bestias sobresalían bajo las correas de piel de los aparejos del carruaje y, cuando uno de ellos se sacudió igual que un felino monstruoso como una casa, su sudor salió despedido en todas las direcciones.
Por el rabillo del ojo, Deryn vio cómo los chicos que tenía a su alrededor se envaraban. A continuación el conductor del carruaje hizo gruñir a los tigres con un latigazo y un murmullo nervioso recorrió toda la fila.
Un hombre vestido con un uniforme de capitán de vuelo estaba de pie en el carruaje abierto con una fusta de montar bajo un brazo.
—Caballeros, bienvenidos a Wormwood Scrubs. Confío en que ninguno de ustedes se asusta con los productos fabricados por la Filosofía Natural…
«DISCURSO A LOS ASPIRANTES»
Nadie respondió. En Londres había bestias fabricadas por todas partes, por supuesto, pero no habían visto nada tan impresionante como aquellos tigres medio lobos, todo nervios y garras, con una astuta inteligencia acechando en su mirada.
Deryn mantuvo la vista al frente, aunque se moría de ganas de mirar con más atención y más de cerca a los tigrescos. Hasta aquel instante solo había visto fabs militares en el zoo.
—¡Arañas chaladas! —susurró el jovencito que estaba junto a ella. Casi era tan alto como ella y su pelo rubio y corto estaba peinado de punta hacia arriba—. Odiaría ver a estos dos sueltos.
Deryn contuvo las irresistibles ganas que tenía de explicarle que los lupinos eran los fabs más mansos. En realidad los lobos no eran más que un tipo de perro y se podían entrenar con facilidad. Las aerobestias, por el contrario, eran unos animales con los que se debía ir con más cuidado, por descontado.
Cuando vio que nadie daba un paso adelante para admitir su miedo, el capitán de vuelo dijo:
—Excelente. Entonces no os importará acercaros para echarles un vistazo.
El conductor hizo restallar el látigo otra vez y el carruaje retronó por aquel campo de suelo desigual. El tigre más cercano pasó tan cerca como para ser alcanzado por la mano de los voluntarios. Aquellas bestias gruñendo fueron demasiado para los tres chicos que estaban en el otro extremo de la hilera, por lo que rompieron filas y retrocedieron gritando y corriendo hacia las puertas abiertas de la prisión.
Deryn mantuvo la vista centrada directamente al frente cuando los tigres pasaron por su lado, pero una de sus vaharadas, una mezcla de olor a perro mojado y carne cruda, hizo que un estremecimiento recorriese su espalda.
—No está mal, no está mal —dijo el capitán de vuelo—. Estoy contento de ver que muy pocos de nuestros jóvenes sucumben a la común superstición.
Deryn soltó un bufido. Algunos, los Monos Ludistas les llamaban, al principio tenían miedo de las bestias darwinistas. Pensaban que cruzar criaturas de la naturaleza era más parecido a una blasfemia que a la ciencia, aunque los fabs habían sido la espina dorsal del Imperio británico durante los últimos cincuenta años.
Por un momento se preguntó si aquellos tigres eran la prueba secreta que Jaspert le había advertido y sonrió despectivamente. Si era aquello, había sido una pérdida de tiempo.
—Aunque sus nervios de acero no durarán todo el día, caballeros —dijo el capitán de vuelo—. Antes de que se trasladen nos gustaría averiguar si están preparados para las alturas. ¿Timonel?
—¡Media vuelta! —gritó un aviador.
Con un poco de desorden y confusión, la hilera de muchachos dio media vuelta para situarse frente a la tienda del hangar.
Deryn vio que Jaspert aún estaba allí, esperando tranquilamente a un lado con los científicos. Todos mostraban en su rostro una amplia sonrisa reprimida.
Entonces, las puertas de la tienda se abrieron y Deryn se quedó boquiabierta…
Dentro había una aerobestia: era un elevador, con sus tentáculos sujetos por una docena de hombres de infantería. La bestia latía y temblaba mientras la arrastraban con suavidad hacia el exterior, con su bolsa de gas traslúcida brillando trémulamente bajo la luz roja del sol del amanecer.
—¡Una medusa! —exclamó con un grito ahogado el chico que estaba junto a ella.
Deryn asintió. Aquel era el primer respirador de hidrógeno que se había fabricado, y que no tenía nada que ver con las gigantescas naves aéreas vivientes de hoy en día, con sus barquillas, motores y cabinas de observación.
Los Huxley estaban hechos de cadenas vivientes de medusas, aguamares y otras criaturas marinas venenosas y, prácticamente, eran igual de peligrosos. Una fuerte ráfaga de viento podía asustar a un Huxley y enviarlo a una caída en picado hacia el suelo como un pájaro en busca de gusanos. Las entrañas de pescado de las criaturas podían sobrevivir a casi cualquier caída, pero sus pasajeros humanos raramente eran tan afortunados.
Entonces Deryn vio un equipo de piloto colgando de la aerobestia y sus ojos se abrieron aún más que su boca.
¿Aquello era la prueba de sensibilidad aérea que Jaspert le había estado insinuando? ¡Y su hermano le había estado haciendo creer que solo estaba bromeando! «¡Será caraculo!».
—Jóvenes caballeros, esta mañana ustedes van a emprender el vuelo —dijo el capitán de vuelo que estaba detrás de ellos—. No va a ser un viaje largo: solo se elevarán unos mil pies y luego descenderán de nuevo después de permanecer diez minutos en el aire. ¡Créanme, verán Londres como nunca lo han visto!
Deryn notó que se le escapaba una sonrisilla dibujándose en sus labios. Finalmente se le presentaba una oportunidad de ver el mundo desde las alturas de nuevo, igual que desde uno de los globos de Pa.
—A aquellos de ustedes que prefieran no hacerlo, estaremos encantados de despedirlos —terminó el capitán de vuelo.
—¿Alguno de ustedes, pequeños sinvergüenzas, quiere irse? —gritó el timonel desde el extremo de la fila—. ¡Si es así, entonces, debe irse ahora! ¡De otro modo, irá cielo arriba!
Después de una breve pausa, marchó otra docena de chicos. Esta vez no salieron corriendo y gritando, solamente se escabulleron con el rabo entre las piernas formando piña entre ellos, algunos con el rostro pálido y asustado mirando subrepticiamente hacia atrás, hacia donde estaba el monstruo vibrante e inmóvil en el aire cerniéndose sobre ellos. Deryn se dio cuenta con orgullo de que casi la mitad de los voluntarios se había retirado.
—De acuerdo entonces —el capitán de vuelo se paseó por delante de la fila—. Ahora que los Monos Ludistas han despejado el camino, ¿quién quiere subir primero?
Sin dudarlo ni un instante y sin pensar ni un momento en lo que Jaspert le había dicho sobre no atraer la atención, ya sin la última sensación desagradable que le habían provocado los nervios, Deryn Sharp dio un paso al frente.
—Por favor, señor. Me gustaría volar.
El equipo del piloto bien ajustado la sostenía, el artilugio se balanceaba con suavidad por debajo del cuerpo de la medusa. Las tiras de cuero pasaban bajo sus brazos y alrededor de su cintura y, después, estaban sujetas al asiento curvo del que estaba colgada como un jinete montando en una silla de montar. Deryn estaba preocupada por si el timonel descubría su secreto al sujetarla allí, pero Jaspert tenía razón en una cosa: tampoco tenía mucho que revelar.
—Solo tienes que subir, muchacho —dijo el hombre en voz baja—. Disfruta de las vistas y espera a que nosotros tiremos de ti para hacerte bajar. Y lo más importante de todo, no hagas nada que pueda alterar a la bestia.
—Sí, señor —tragó saliva.
—Si te empieza a entrar pánico o crees que algo va mal, solo tienes que lanzar esto —presionó un grueso rollo de tela amarilla contra su mano y luego ató uno de los extremos alrededor de su muñeca—. Y te bajaremos rápidamente y con firmeza.
Deryn lo sujetó con fuerza.
—No se preocupe. No tendré miedo.
—Eso es lo que dicen todos —sonrió y presionó en su otra mano una cuerda que iba a parar a un par de bolsas de agua atadas como un arnés a los tentáculos de la criatura—. Pero si por casualidad hicieses algo muy estúpido, es posible que el Huxley caiga en picado. Si ves que el suelo se acerca demasiado rápido, solo tienes que tirar de aquí.
—Esto derrama agua y hace que la bestia sea más ligera —dijo Deryn, asintiendo con la cabeza.
Era igual que las bolsas de arena de los globos de Pa.
—Muy listo, muchacho —dijo el timonel—. Pero la inteligencia no sustituye a la sensibilidad aérea, eso es lo que trata de decirte el Ejército para que no pierdas tu cabeza de chorlito. ¿Lo entiendes?
—Sí, señor —dijo Deryn.
No podía esperar a despegar del suelo, los años que había estado sin volar desde el accidente de Pa, de pronto, pesaron en su pecho.
El timonel retrocedió y sopló brevemente su silbato. Cuando pitó la nota final, los hombres de infantería soltaron los tentáculos del Huxley a la vez.
Cuando la aerobestia se alzó, las correas que la sujetaban tiraron de ella con fuerza, como si una red gigante la empujase hacia arriba. Un instante después, la sensación de ascensión desapareció, como si fuese la tierra la que se alejase al caer…
Abajo, en la tierra, la fila de chicos alzó la vista mirándola con un indisimulado asombro.
Jaspert sonreía como un bobo e incluso las caras de los científicos mostraban incomodidad provocada por la fascinación. Deryn se sentía genial, alzándose por el aire siendo el centro de la atención de todo el mundo, como un acróbata elevándose tras un balanceo. Tenía ganas de decirles a todos:
«¡Eh, vosotros, imbéciles, yo puedo volar y vosotros no! Yo soy un aviador natural, por si no os habéis dado cuenta. Y, para terminar, quisiera añadir que soy una chica y ¡que os pueden dar morcilla a todos!».
«ASCENSIÓN»
Los cuatro aviadores que sujetaban el cabrestante soltaron el cable rápidamente y pronto las caras vueltas hacia arriba se hicieron borrosas en la distancia. Empezó a ver geometrías más amplias: las curvas sinuosas de un viejo oval de críquet en el campo de ascensión, la red de carreteras y ferrocarril de los alrededores de la Scrubs, las alas de la prisión apuntando en dirección sur como un enorme diapasón.
Deryn alzó la vista y vio el cuerpo de la medusa brillando a la luz del sol naciente, con sus venas latiendo y sus arterias recorriendo su carne traslúcida como una hiedra iridiscente. Los tentáculos se balanceaban mecidos por la suave brisa que soplaba a su alrededor, capturando polen e insectos y succionándolos en la bolsa de su estómago que había sobre ellos.
Por supuesto, los respiradores de hidrógeno en realidad no respiraban hidrógeno, sino que lo exhalaban: lo eructaban en sus propias bolsas de gas. Las bacterias de sus estómagos descomponían la comida en elementos puros: oxígeno, carbono y, lo que era más importante, en elementos más ligeros que el hidrógeno del aire.
Debería de resultar nauseabundo, suponía Deryn, colgar suspendido de todos aquellos insectos muertos gaseosos. O aterrador, sin estar sujeto más que por unas pocas correas de cuero y a un cuarto de milla de caída del suelo, que significaba la despedida hacia una muerte segura. Pero ella se sentía tan imponente como un águila en pleno vuelo.
La humeante silueta del centro de Londres se alzaba hacia el este, dividida por la sinuosa y ligeramente brillante serpiente del río Támesis. Pronto podría distinguir la verde extensión de Hyde Park y de Kensington Gardens. Era como estar mirando un mapa viviente: los omnibuses se arrastraban por el suelo como gusanos, los veleros se agitaban mientras daban bordadas contra la brisa.
Entonces, justo cuando la aguja de la catedral de St. Paul quedaba ante su vista, un estremecimiento recorrió el arnés.
Deryn puso mala cara. ¿Ya habían terminado sus diez minutos?
Miró hacia abajo, pero la cuerda que caía hacia el suelo colgaba floja. Aún no estaban arriando de ella.
De nuevo sintió el tirón y Deryn vio cómo algunos de los tentáculos que había a su alrededor se apretaban con fuerza, enroscándose como lazos cuando los rascas con unas tijeras. Lentamente se estaban juntando otra vez en una única tira.
El Huxley estaba nervioso.
Deryn intentó balancearse a un lado y a otro, haciendo caso omiso a la majestuosidad de Londres para buscar en el horizonte lo que fuese que estaba asustando a la aerobestia.
Entonces lo vio: era una masa informe en el norte, una oleada de nubes que se extendía rodando por el cielo. Su línea frontal avanzaba arrastrándose de forma constante, oscureciendo los suburbios del norte con lluvia.
Deryn notó que se le erizaba el vello de los brazos.
Bajó la vista enseguida hacia la prisión, preguntándose si los minúsculos aviadores que estaban allí abajo también habrían visto el frente tormentoso y empezarían a recoger cuerda. Pero el campo de pruebas aún brillaba iluminado por la luz del sol del amanecer. Desde allí abajo seguramente solo veían el cielo despejado sobre ellos, tan alegres como en un día de picnic.
Deryn agitó una mano. No sabía si la veían lo suficientemente bien. Aunque, quizás, ellos solo pensarían que estaba haciendo el tonto.
—¡Oh, mierda! —maldijo ella y miró el rollo de tela amarilla atado a su muñeca.
Un verdadero vehículo elevador de reconocimiento debería contar con banderas de señalización o por lo menos con un lagarto mensajero que pudiese correr a toda prisa cuerda abajo. Pero lo único que le habían dado era una señal de pánico.
¡Y Deryn Sharp no tenía miedo!
Por lo menos, no creía tenerlo.
La muchacha miró hacia la oscuridad que se cernía en el cielo, ponderando si aquello era solamente el último retazo de la noche que la luz del sol aún no había alejado. ¿Y si resultaba que no tenía sensibilidad aérea y se le había subido la altura a la cabeza?
Deryn cerró los ojos, respiró profundamente y contó hasta diez.
Cuando abrió de nuevo los ojos, las nubes aún seguían allí, más cerca.
El Huxley volvió a temblar y Deryn notó el olor de un relámpago en el aire. La borrasca que se acercaba era definitivamente real. El Manual de Aerología, después de todo, tenía razón: «Cielo rojo al amanecer, el mar se ha de mover».
Miró otra vez el trapo amarillo. Si los oficiales que estaban en tierra veían que lo desenrollaba, pensarían que estaba aterrada. Entonces tendría que explicarles que no había sido por temor, sino solamente una observación serena de que se aproximaba mal tiempo. Tal vez la elogiarían por haber tomado la decisión correcta.
Pero ¿qué pasaría si la borrasca cambiaba de rumbo o se desvanecía y se convertía en llovizna antes de llegar a la Scrubs?
Deryn apretó los dientes, pensando en cuánto tiempo habría estado allí. ¿Aún no se habían terminado los diez minutos? ¿O es que su sentido del tiempo se había distorsionado en el vasto y frío cielo?
Sus ojos miraron rápidamente a un lado y a otro pasando de la tira de tela enrollada en su mano a la tormenta que se acercaba, pensando qué es lo que haría un chico.