TRES

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—¡Eh, tú, atontada, despierta!

Deryn Sharp abrió un ojo y se sorprendió mirando las líneas grabadas que fluían por el cuerpo de una aerobestia, como el curso de un río alrededor de una isla: el diagrama de flujo de aire. Al alzar la cabeza del manual de Aeronáutica, se dio cuenta de que la página abierta estaba pegada a su rostro.

—¡Has estado despierta toda la noche! —la voz de su hermano, Jaspert, martilleó en sus oídos otra vez—. ¡Te dije que durmieras un poco!

Deryn se quitó con cuidado la página de su mejilla y frunció el ceño: una mancha de baba había desfigurado el diagrama. Se preguntó si dormir con la cabeza sobre el manual le habría metido más conceptos de Aeronáutica en su cerebro.

—Obviamente, he dormido algo, Jaspert, puesto que ya has visto que me has encontrado roncando.

—Sí, vale, pero no adecuadamente en la cama —se movía entre la oscuridad por la pequeña habitación alquilada, mientras se vestía con todos los complementos de un uniforme limpio de aviador.

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—¡Dijiste solo una hora más de estudio y has quemado nuestra última vela y, además, la has dejado hecha un asco!

Deryn se frotó los ojos, mirando la pequeña y deprimente habitación. Siempre había humedad y olía a estiércol de caballo de los establos que había debajo de esta. Afortunadamente, aquella noche había sido la última que dormía en aquel lugar, en la cama o no.

—No importa. Las Fuerzas Armadas tienen sus propias velas.

—Sí, eso si pasas la prueba.

Deryn dejó escapar un bufido. En realidad, se había quedado estudiando solamente porque no podía conciliar el sueño, en parte nerviosa porque finalmente iba a presentarse a la prueba de cadete, y en parte aterrada por si alguien se daba cuenta de su disfraz.

—No tienes que preocuparte por eso, Jaspert. Aprobaré.

Su hermano asintió lentamente, con una expresión traviesa en su rostro.

—Sí, tal vez seas un hacha con los sextantes y la Aerología, y tal vez seas capaz de esbozar cualquier aerobestia de la flota. Pero hay una prueba que no te he mencionado. Y no tiene nada que ver con estudiar en los libros, se trata más de lo que ellos denominan «sensibilidad aérea».

—¿«Sensibilidad aérea»? —dijo Deryn—. ¿Me estás tomando el pelo?

—Es un oscuro secreto del Ejército —Jaspert se inclinó hacia delante y bajó la voz hasta convertirla en un susurro—. Me arriesgo a que me expulsen por atreverme a mencionar esto a un civil.

—¡Estás lleno de estiércol, Jaspert Sharp!

—No puedo decirte nada más.

Se pasó por la cabeza el jersey aún abotonado y, cuando su rostro emergió por fin, este lucía una sonrisa.

Deryn lo miró enfurruñada, aún no muy segura del todo de si su hermano estaba bromeando. Como si no estuviese lo suficiente nerviosa.

Jaspert se ató el pañuelo de cuello de aviador.

—Tú ponte el uniforme y el equipo y ya veremos lo que pareces. Todo lo que has estudiado no va a servir de nada si tu aspecto no les convence. Deryn se quedó mirando con aire taciturno el montón de ropa que le habían prestado. Con todo lo que había estudiado y todo lo que había aprendido cuando su padre estaba vivo, pasar la prueba de cadete iba a ser fácil. No obstante, todo lo que tenía en la cabeza no importaría a menos que pudiese engañar a los oficiales científicos, los oficiales navales veteranos, y hacerles creer que su nombre era Dylan y no Deryn.

Había descosido ropas viejas de Jaspert y las había vuelto a coser para modificarlas y, además, era lo suficientemente alta, más alta que la mayoría de los chicos de la edad de un cadete. Pero la altura y la forma no lo eran todo. Un mes practicando en las calles de Londres y delante del espejo la había convencido de ello.

Los chicos tenían algo más, en ellos había una especie de fanfarronería.

Cuando estuvo vestida, Deryn miró el reflejo que le devolvía una ventana oscurecida. Su imagen usual la estaba mirando: chica y de quince años. Aquella ropa hecha cuidadosamente a medida solamente hacía que pareciese extrañamente delgada, no muy distinta a un muchacho parecido a un harapiento espantapájaros vestido con ropas viejas para asustar a los pájaros.

—¿Y bien? —dijo ella—. ¿Crees que puedo pasar como un Dylan?

Jaspert la miró de arriba abajo, pero no dijo nada.

—¿Soy lo bastante alta para tener dieciséis años, verdad? —suplicó.

Su hermano finalmente asintió.

—Bueno, supongo que darás el pego. Es una suerte que no tengas tetas que te delaten.

Deryn se quedó con la boca abierta y los brazos cruzados sobre el pecho.

—¡Y tú eres un majadero de mierda!

Jaspert se echó a reír, y le dio una fuerte palmada en la espalda.

—Esa es la idea. Ya te estoy haciendo maldecir como un soldado del Ejército.

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Los omnibuses de Londres eran mucho más lujosos y nuevos que los que había en Escocia, y también más rápidos. El que les llevó al campo de aeronaves en Wormwood Scrubs iba tirado por un hipopotámico, ancho como un par de bueyes de espalda a espalda. La inmensa y poderosa bestia les condujo cerca de la Scrubs antes de que empezase a amanecer.

Deryn se quedó mirando por la ventana, observando los movimientos de las copas de los árboles y la basura que el viento hacía revolotear de un lado a otro, intentando averiguar qué tiempo haría aquel día. El horizonte estaba teñido de rojo, y el Manual de Aerología apuntaba: «Cielo rojo al amanecer, el mar se ha de mover». Pero Pa siempre decía que tan solo eran cuentos de viejas. Él en cambio decía que: «Cuando veas a un perro comiendo hierba, entonces es que los cielos están a punto de abrirse». No es que una gota de lluvia le importase, puesto que las pruebas que debería superar aquel día se realizarían en el interior. La Fuerza Aérea pedía a sus jóvenes cadetes que estudiasen los manuales de Navegación y de Aerodinámica. Pero mirar al cielo era más seguro que fijarse en las miradas de los demás pasajeros.

Desde que había subido al bus con Jaspert, a Deryn se le había erizado la piel intrigada por saber qué opinaban de ella los desconocidos. ¿Acaso veían a través de sus calzones de chico y su pelo trasquilado? ¿De veras creían que era un joven recluta de camino al campo de pruebas aéreas? ¿O en realidad parecía una chavalilla con algún tornillo suelto, jugando a disfrazarse con las ropas viejas de su hermano?

La siguiente y última parada del ómnibus era en la famosa prisión de Scrubs. La mayoría de los pasajeros desembarcaban allí: mujeres que llevaban tarteras con comida y obsequios para los hombres que estaban allí dentro. Al ver las ventanas con barrotes a Deryn se le revolvió el estómago. No sabía hasta qué punto Jaspert se metería en problemas si su estratagema salía mal. ¿Lo suficiente para perder su posición en el Ejército? ¿Hasta el punto de enviarle a la cárcel?

¡Es que sencillamente no era justo haber nacido chica! Ella sabía más sobre Aeronáutica de lo que Pa había conseguido embutir en la azotea de Jaspert.

Además de sus conocimientos, ella siempre había tenido mejor resistencia a las alturas que su hermano.

Lo peor de todo era que, si los científicos no le permitían entrar en las Fuerzas Armadas, tendría que volver a pasar la noche en aquella horrible habitación alquilada y sería enviada de vuelta a Escocia a la mañana siguiente.

Su madre y sus tías la estaban esperando allí, seguras de que su loca idea no funcionaría y listas para vestir a Deryn de nuevo con faldas y corsés. Ya no más sueños de volar, no más estudios, ¡no más palabrotas! Y lo último que le quedaba de su herencia lo había gastado en su viaje a Londres.

Echó un vistazo a los tres chicos que estaban montados en la parte delantera del autobús, empujándose y soltando risitas nerviosas a medida que el campo de pruebas se acercaba, alegres como unas castañuelas. El más alto de los muchachos apenas llegaba al hombro de Deryn. No daban la impresión de ser mucho más fuertes, y tampoco los consideraba tan listos o tan valientes. Entonces, ¿por qué a ellos sí les permitían entrar al servicio del rey y a ella no?

Deryn Sharp apretó los dientes, convencida de que nadie vería a través de su disfraz.

No podía ser tan difícil hacerse pasar por un estúpido chico.

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La hilera de reclutas en el campo de vuelo no era lo que se puede decir impresionante. La mayoría de ellos apenas debían de tener los dieciséis años recién cumplidos, y seguramente habían sido enviados por sus familias para hacer fortuna y obtener prosperidad. Algunos chicos mayores que estaban entre los demás, probablemente, eran cadetes que provenían de la Armada.

Al observar sus preocupados rostros, Deryn se alegró de haber tenido un padre que la había llevado en globos de aire caliente. Había visto el suelo desde las alturas un montón de veces. Pero no por ello dejaba de sentirse nerviosa. Estuvo casi a punto de coger la mano de Jasper, pero se dio cuenta a tiempo de lo que aquello podría parecer.

—Está bien, Dylan —le dijo en voz baja mientras se acercaban al escritorio—. Solo recuerda lo que te dije.

Deryn soltó un bufido. La noche antes Jaspert le había enseñado cómo un chico de verdad se mira las uñas: contemplando la palma de la mano con los dedos doblados hacia dentro, mientras que las chicas se miran el reverso con los dedos extendidos.

—Vale, Jaspert —dijo ella—. Pero si me proponen hacerme la manicura, ¿no crees que ya me habrán pillado?

Él no se echó a reír.

—Solo intenta no llamar la atención, ¿vale?

Deryn ya no dijo nada más y lo siguió hacia la larga mesa que estaba dispuesta delante de una tienda de hangar blanca. Detrás de la mesa estaban sentados tres oficiales, aceptando las cartas de presentación de los reclutas.

—¡Ah, timonel Sharp! —dijo uno.

Vestía el uniforme de teniente de vuelo, pero también lucía el casco con el ala curva de un oficial científico.

Jaspert le saludó enérgicamente.

—Teniente Cook, permítame que le presente a mi primo Dylan.

Cuando Cook extendió su mano hacia Deryn, a la muchacha le inundó el sentimiento de orgullo británico que siempre le producían los científicos. Tenía ante ella a un hombre que había llegado hasta las mismísimas cadenas de la vida y las había manipulado para conseguir sus propósitos.

Procuró estrechar su mano con la mayor firmeza que pudo.

—Encantado de conocerle, señor.

—Siempre es un placer conocer a un Sharp —dijo el científico y luego se echó a reír de su propia broma, puesto que sharp en inglés significa, entre otras cosas, ‘agudo’, ‘inteligente’—. Tu primo nos ha hablado muy bien de tu comprensión de la Aeronáutica y la Aerología.

Deryn se aclaró la garganta y usó la voz baja y grave que había estado practicando durante semanas.

—Mi pa…, es decir, mi tío nos enseñó a todos a montar en globo.

—Ah, sí, un hombre muy valiente —hizo un gesto con la cabeza—. Es una tragedia que no esté aquí para ver los triunfos del vuelo viviente.

—Desde luego, le habría encantado, señor.

Pa solo había subido en globos de aire caliente y no en respiradores de hidrógeno como los que usaba el Ejército.

Jaspert le dio un codazo a la muchacha y Deryn recordó la carta de recomendación. La sacó de la chaqueta y se la ofreció al teniente de vuelo Cook. Hizo ver que la estudiaba, una tontería, puesto que la había escrito él mismo para hacerle un favor a Jaspert, pero incluso los oficiales científicos tenían que mantener las formas de la Marina Real.

—Parece que todo está en orden. Sus ojos se desviaron de la carta hasta repasar con la mirada el atuendo prestado de Deryn, y pareció desconcertado por un momento por lo que vio.

Ella se mantuvo firme aguantando su mirada, preguntándose qué era lo que había hecho mal. ¿Era su pelo? ¿Era su voz? ¿Le habría estrechado mal la mano?

—Estás un poco flacucho, ¿no? —dijo finalmente el científico.

—Sí, señor. Eso creo.

El hombre dibujó una sonrisa en su cara.

—Bien, pues entonces también tendremos que engordar a su primo. Señor Sharp, ¡por favor, incorpórese a la fila!