VEINTISÉIS

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—Deberías dejar que le matase —dijo la hija de Zaven mientras subían por las amplias escaleras hacia el interior del almacén.

La criatura rio en la jaula y Alek se preguntó qué locura le había entrado.

Zaven hizo chasquear su lengua tristemente.

—Ah, Lilit, eres hija de tu madre.

—¡Estaba hablando con un reportero!

Alek se dio cuenta de que Lilit hablaba en alemán deliberadamente para que él la entendiese. Le parecía bastante extraño sentirse amenazado por una chica. Casi tan incómodo como haberla confundido con un hombre.

—Nene estará de acuerdo conmigo —dijo Lilit mirando fijamente a Alek con una fría mirada—. Y entonces veremos quién tiene ventaja.

Él la miró y puso los ojos en blanco. Como si una simple chica pudiese con él. Había sido culpa de la criatura por distraerlo. La jaula le parecía más pesada que nunca, subiendo aquellas interminables escaleras. ¿Hasta dónde llegaban?

—El señor Malone estaba entregándome un mensaje —explicó—. De mi amigo a bordo del Leviathan. ¡No le conté nada sobre vuestro comité!

—Tal vez no —dijo Lilit—. Pero te he seguido durante una hora antes de que te dieses cuenta de que lo estaba haciendo. La estupidez puede ser igual de mortal que la traición.

Alek inspiró despacio, deseando por enésima vez que Volger estuviese allí.

Pero Zaven solo rio.

—¡Bah! No es motivo de vergüenza haber sido seguido por mi hija sin darse cuenta, Alek. Ella es una maestra de las sombras —se golpeó el pecho—. ¡Entrenada por el mejor!

—Es cierto, no te vi —dijo Alek, volviéndose a Lilit—. Pero ¿alguien más me seguía?

—No. Yo los hubiese visto.

—Bien, de acuerdo. No te hubiese delatado a la policía secreta del sultán, ¿verdad?

Lilit refunfuñó y se le adelantó por las escaleras. Ya veremos lo que dice Nene.

—En cualquier caso, si los alemanes me encuentran no se molestarán en seguirme —dijo Alek en voz alta tras ella—. Simplemente harían que desapareciese.

Lilit no se volvió a mirarle pero murmuró:

—Es útil saberlo.

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Las escaleras seguían subiendo, iluminadas tenuemente por la luz grisácea del sol que entraba por las celosías de las ventanas. Cuando Zaven los acompañó por encima de las arremolinadas emanaciones de los tubos de escape de la calle, las escaleras estaban más iluminadas. Pequeños detalles de humanidad aparecieron en las frías paredes de piedra: retratos de familia y las cruces de tres brazos de la iglesia bizantina.

—Zaven, ¿usted vive aquí? —preguntó Alek.

—Una obra maestra de deducción —dijo Lilit.

—Siempre hemos vivido encima del negocio familiar —dijo Zaven, deteniéndose ante un par de puertas de madera con unos accesorios de latón—. Tanto si fue una tienda de sombreros o una fábrica de mekánicas. ¡Y ahora que el negocio familiar es la revolución vivimos encima del comité!

Alek frunció el ceño, intrigado por saber dónde estaba ese «comité». El almacén estaba tan silencioso como una iglesia vacía; la pintura de las paredes estaba agrietada y las escaleras en muy mal estado.

Cuando Zaven abrió las puertas dijo:

—En casa no quiero disfraces.

Lilit lo miró enojada, pero se quitó las ropas del desierto pasándoselas por la cabeza. Bajo ellas lucía un vestido de seda rojo brillante que casi llegaba al suelo.

Alek se fijó de nuevo en lo oscuros que eran los ojos de la muchacha y lo hermosa que era. Qué idiota había sido confundiéndola con un hombre.

Zaven empujó las puertas hacia dentro y entraron en una confusión de color. Los divanes del apartamento y las sillas estaban cubiertos de sedas de vivos colores, las lámparas eléctricas estaban decoradas con un arcoiris de mosaicos translúcidos. Una vasta alfombra persa estaba extendida por el suelo, con sus meticulosas geometrías tejidas con los matices de las hojas de otoño caídas. La luz del sol entraba a raudales por un amplio balcón encendiendo todo el mosaico.

No obstante, los muebles habían vivido mejores épocas y la alfombra estaba agujereada por algunos lados.

—Muy acogedor, para una revolución —dijo Alek.

—Hacemos lo que podemos —dijo Zaven observando toda la habitación con ojos cansados—. Un anfitrión como es debido le ofrecería té primero, pero ya llegamos tarde.

—A Nene no le gusta que le hagan esperar —dijo Lilit.

Alek se alisó su túnica. Nene era obviamente el líder del grupo. Sería mejor que pareciese correcto ante él.

Le acompañaron hacia otra puerta de doble hoja. Lilit llamó con suavidad, esperó un momento y a continuación abrió las puertas.

A diferencia del apartamento exterior, aquella habitación estaba a oscuras, el aire estaba cargado por el incienso y el olor de alfombras polvorientas. La luz viscosa de una lámpara de aceite pasada de moda hacía que todo pareciese de color vino tinto. Había una docena de radios y receptores estaban en las sombras y sus tubos brillaban suavemente, el chasquido del código Morse llenaba la habitación.

Contra la pared del fondo se alzaba una inmensa cama con baldaquín cubierta con una mosquitera. Descansaba sobre cuatro patas talladas como pliegues de piel que colgaban como las de un reptil. Dentro de la cama estaba echada una pequeña y delgada figura envuelta en sábanas blancas. Dos ojos brillantes le miraban desde debajo de una explosión de pelo gris.

—De modo que este es tu chico alemán —se escuchó una voz quebrada—. ¿El que salvaste de los alemanes?

—Es austriaco —dijo Zaven—. Pero sí, madre, es un clánker.

—Y un espía, Nene —Lilit se inclinó para besar a la anciana en la frente—. ¡Le he visto hablando con un reportero antes de que viniese aquí!

Alek soltó lentamente el aire que había contenido. ¿La temible Nene era simplemente la madre de Zaven? ¿Acaso todo el comité no era más que un excéntrico pasatiempo familiar?

Dejó en el suelo la jaula e hizo una reverencia.

—Buenas tardes, señora.

—Bueno, ciertamente tienes acento austriaco —dijo en un alemán excelente.

Todos aquellos otomanos parecían conocer por lo menos una docena de idiomas. Pero hay muchos austriacos trabajando para el sultán.

Alek hizo un gesto a Zaven.

—Pero su hijo vio cómo los alemanes me perseguían.

—Persiguiéndote directamente hacia uno de nuestros caminantes —dijo Nene—. Una presentación bastante conveniente.

—No tenía ni idea de que la máquina me recogería cuando caí —argumentó Alek—. ¡Podía haber muerto!

—Y aún puedes —murmuró Lilit.

Alek no le hizo caso y se arrodilló junto a la jaula para desatar las tiras de la cubierta. Cuando se puso de pie alzó la jaula para que Nene la viese.

—¿Acaso un agente del sultán tendría uno de estos? —dijo, y a continuación quitó rápidamente la cubierta.

La criatura los miró a todos con los enormes ojos redondos muy abiertos. Se volvió de un rostro al siguiente, fijándose en la sorpresa de Zaven, las sospechas de Lilit y finalmente los ojos fríos y brillantes de Nene.

—¿Qué demonios es eso? —preguntó ella.

—Una criatura del Leviathan, donde he servido como ingeniero las dos últimas semanas.

—Un clánker en el Leviathan —Nene soltó una risa—. Vaya tontería. Probablemente compraste esa bestia en alguna trastienda en el Gran Bazar.

Alek se irguió.

—Le aseguro que no es así, señora. Esta criatura fue fabricada por la mismísima doctora Nora Darwin Barlow.

—¿Una Darwin, haciendo una adorable insignificancia como esta? No seas absurdo. ¿Y qué uso tendría a bordo de un buque de guerra?

—Se suponía que era un regalo para el sultán —dijo Alek—. Una forma de mantener a los otomanos fuera de la guerra. Pero entonces uno de ellos eclosionó, hum…, antes de lo previsto.

La anciana alzó una ceja.

—¿Lo ves, Nene? ¡Es un mentiroso! —dijo Lilit—. ¡Y un loco al pensar que alguien podría creer tantas sandeces!

—Creer —dijo la criatura y la habitación quedó en silencio.

Zaven retrocedió un paso.

—¿Eso habla?

—Es solo un loro —dijo Alek—. Como un lagarto mensajero, uno que repite palabras al azar.

La anciana lo miró fijamente con una prolongada y crítica mirada.

—Sea lo que sea, nunca he visto uno antes. Deja que lo mire más de cerca.

Alek abrió la jaula y la bestia se subió a su hombro. Se acercó a la cama con una mano extendida. La criatura se arrastró lentamente por su brazo, devolviéndole la mirada fría de Nene con su amplia mirada.

Alek vio cómo la expresión de la mujer se suavizaba igual que hacían Klopp y Bauer cada vez que dejaba la criatura a su cuidado. Había algo en sus enormes ojos y arrugada cara que parecía generar afecto. Incluso Lilit estaba sorprendentemente silenciosa.

Nene alargó la mano y tomó las manos de Alek.

—Nunca has trabajado para ganarte la vida, eso es seguro. Pero hay un poco de grasa de motor bajo tus uñas. La mujer frotó su pulgar derecho. Y practicas esgrima, ¿verdad?

Alek asintió, impresionado.

—Dime algo sobre el Leviathan que un mentiroso no sabría —pidió.

Alek hizo una pausa un momento, para recordar todas las maravillas que había visto a bordo de la nave.

—Hay murciélagos fléchette, criaturas volantes hechas de medusa y halcones que tienen garras de acero.

—Estas bestias también están en los tabloides toda la semana. Inténtalo de nuevo.

Alek frunció el ceño. Nunca había leído un periódico en su vida y no tenía ni idea de lo que era de conocimiento público sobre el Leviathan. Dudaba que los darwinistas le hubiesen mostrado algún secreto militar.

—Bueno, luchamos contra el Goeben y el Breslau cuando nos dirigíamos hacia aquí.

Se produjo un prolongado momento de silencio. Por las miradas de sus rostros, parecía que aquel pequeño suceso no había salido en los periódicos.

—¿Los nuevos juguetes del sultán? ¿Cuándo exactamente? —preguntó Nene.

—Hace ocho días. Nos tropezamos con ellos justo al sur de los Dardanelos.

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«LA FAMILIA DE NENE».

Nene asintió lentamente, con sus ojos mirando de reojo uno de sus receptores, que no dejaba de emitir chasquidos.

—Es posible. El pasado lunes realmente se estaba preparando algo.

—Se produjo casi una batalla —dijo Alek—. ¡El cañón Tesla estuvo a punto de derribarnos al mar!

Los tres intercambiaron miradas y entonces Zaven preguntó:

—¿Cañón Tesla?

Alek sonrió. Por fin sabía algo que aquellos revolucionarios podrían encontrar útil.

—Aquella torre en su cubierta de popa puede parecer un transmisor de radio pero es un arma eléctrica. Fabrica rayos. Sé que suena absurdo pero…

Nene le hizo callar alzando una mano.

—No lo es. Ven a dar un paseo conmigo, muchacho.

—¿Un paseo? —preguntó Alek.

Había dado por supuesto que la mujer era inválida.

—Al balcón —ordenó y de repente el delicado sonido de un mecanismo de relojería llenó la habitación. Una de las patas arrugadas de la cama dio un paso adelante suave y lentamente.

Alek dio un salto hacia atrás y Lilit rio desde el otro lado de la habitación. La criatura trepó otra vez sobre su hombro, repitiendo su risita.

—¿Has visto alguna vez moverse a una tortuga? —preguntó Nene, sonriendo.

Alek dio otro paso atrás, apartándose del paso de la cama mientras se dirigían lentamente hacia las puertas dobles.

—Sí, pero nunca pensé en dormir en una.

—Tú duermes en una cada noche, muchacho. ¡El mismo mundo descansa sobre el caparazón de una tortuga!

Alek sonrió a la mujer.

—Mi madre solía hacerme bromas con esos cuentos de viejas.

—¿Cuentos de viejas? —exclamó Nene, con su voz quebrada—. El concepto es perfectamente científico. ¡El mundo descansa sobre una tortuga que a su vez descansa sobre la espalda de un elefante!

Alek intentó no echarse a reír.

—¿Y entonces dónde descansa el elefante, señora?

—No intentes pasarte de listo, jovencito —entornó los ojos—. ¡Hay elefantes por todas partes!

La cama recorrió lentamente la habitación hasta las puertas del balcón. Mientras la seguía, cuidadosamente al paso de la tortuga, Alek se maravilló ante la perfección del mecanismo. Las máquinas con mecanismos de relojería funcionaban dándoles cuerda a un resorte en lugar de con motores ruidosos de vapor o gas, de modo que los movimientos de la cama eran suaves y lentos, ideales para un inválido.

Pero la mujer que estaba en la cama debía de estar loca, con toda aquella charla sobre elefantes. De hecho, los tres miembros de la familia eran un poco peculiares. A Alek le recordaron a sus parientes pobres, familias venidas a menos, pero que aún conservaban un sentido exagerado de su alta alcurnia.

La noche anterior, Zaven le había dicho que había formado parte de la insurgencia de las Juventudes Turcas hacía seis años. Pero en realidad aquella extraña familia era una amenaza real para el sultán, o simplemente se regodeaban en glorias pasadas.

Por supuesto, el caminante de Zaven no era precisamente una nimiedad.

Ya en la terraza, Alek se dio cuenta de que la vivienda de la familia estaba construida en lo alto de un almacén y el tejado les rodeaba como una pequeña parcela de terreno. Era un extraño lugar para vivir, pero tenía unas vistas impresionantes sobre la ciudad.

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Desde aquella altura podían ver tanto el mar de Mármara como la brillante cala del Cuerno de Oro.

Allí estaba el buque, tal como Eddie Malone le había dicho: el Goeben descansando junto a un largo embarcadero. Sus enormes armas antikraken trabajaban en la superficie, ayudando a cargar el cargamento.

Nene señaló con un dedo reseco hacia los muelles.

—¿Cómo sabes lo de ese cañón Tesla?

—Nos disparó. Casi incendió toda la aeronave —dijo Alek.

—Pero ¿cómo es que sabes su nombre, muchacho? Dudo que lo hayas adivinado.

—¡Ah! —Alek dudaba de cuánto debía contarle a la anciana—. Uno de mis hombres es un experto en mecánica. Él había visto modelos experimentales del cañón.

—¿Tus hombres tienen conocimientos de armas secretas alemanas y aun así servíais a bordo del Leviathan? —Nene movió la cabeza incrédulamente.

—Dime quién eres en realidad. ¡Inmediatamente!

Alek inspiró profundamente, sin hacer caso de la fría sonrisa de Lilit.

—Soy un noble austriaco, señora. Mi padre estaba en contra de esta guerra y los alemanes ordenaron que lo asesinasen por ello. Mis hombres y yo estábamos ocultos en los Alpes cuando el Leviathan hizo un aterrizaje de emergencia justo allí.

—¿Y sencillamente os invitaron a subir a bordo?

—Ayudamos a los darwinistas a escapar. Nuestro Caminante de Asalto estaba dañado y los motores de su aeronave destruidos. De modo que nos unimos, por decirlo de algún modo, para que ambos pudiésemos escapar de los alemanes. En pleno vuelo, en cambio, quedó muy claro que nos consideraban prisioneros de guerra. Por lo que tuvimos que abandonar la nave —el muchacho extendió las manos—: De modo que aquí estamos, buscando aliados con quienes luchar.

—Aliados —repitió la criatura en voz baja.

—Quiero vengarme de los alemanes —dijo Alek—. Lo mismo que ustedes.

Se produjo un largo silencio, y después Nene sacudió la cabeza.

—No sé qué hacer contigo, muchacho. ¿Motores clánker en un respirador de hidrógeno? Eso es ridículo. Y aun así… ningún espía del sultán se atrevería contar una historia tan inverosímil.

—Espera —dijo Lilit, cogiendo la mano de su abuela—. ¿Recuerdas cuando el Leviathan sobrevoló la ciudad ayer? ¿Y que pensamos que era curioso que los motores humeasen, tal como hacen las aeronaves de los clánkers? —miró rápidamente a Alek.

—Eso no significa que esté contando la verdad —Nene movió negativamente la cabeza—. Sin duda este muchacho también los vio, y eso es lo que le inspiró esa extraña historia.

—Señora, no me gusta que me llamen mentiroso —dijo Alek con firmeza—. ¡El hecho que conozca tanto los secretos darwinistas como los clánkers me hace un aliado más fuerte! Tengo formación militar, y oro. Mis hombres y yo sabemos pilotar caminantes y también repararlos. ¡Debería permitir que les ayudásemos, a menos que solo estén jugando a hacer la revolución!

Lilit se puso de pie de un salto, enseñando los dientes. Zaven se quedó en silencio pero movió una mano hacia su cuchillo.

Nene habló con mucha calma.

—Jovencito, no tienes ni idea de lo que esta lucha ha costado a mi familia: nuestra fortuna, nuestro estatus social —cogió la mano de Lilit con cariño—, y la pobre madre de esta niña también. ¡Cómo te atreves a llamarnos aficionados!

Alek tragó saliva, al darse cuenta de que había ido demasiado lejos.

—Dudo que puedas ayudarnos —prosiguió Nene—. Reconozco a un aristócrata cuando lo veo. Y los niños mimados como tú nunca ayudan a nadie, excepto a ellos mismos.

Las palabras golpearon a Alek como una patada en el estómago: así era como lo veía la gente, como un loco mimado, hiciese lo que hiciese para evitarlo. Le flaquearon las rodillas y sin querer se sentó en la cama.

—Siento mucho haber hablado como un idiota —dijo Alek—. Y siento mucho lo de tu madre, Lilit. Yo también he perdido a mis padres. Solo quiero devolverles el golpe de alguna manera.

—¿Perdiste a tus padres, a los dos? —dijo Nene y su voz se suavizó—. ¿Quién eres, muchacho?

Alek miró fijamente a los ojos de la anciana y reparó en que tenía dos opciones: podía confiar en ella, o dar media vuelta y volver a quedarse solo. Sin aliados, tanto él como sus hombres no podían hacer otra cosa que escapar al bosque y ocultarse.

Pero él estaba en Estambul para hacer algo más que aquello, estaba convencido.

—¿Quién cree que soy? —susurró.

—Un noble austriaco, eso seguro. ¿Tal vez el hijo de un archiduque?

Él asintió, manteniendo su fiera mirada.

—Entonces seguramente sabrás el nombre completo de soltera de tu madre. Y si no me dices correctamente hasta la última sílaba, mi nieta te tirará por este balcón.

Alek inspiró profundamente y a continuación recitó:

—Sophie Maria Josephine Albina, condesa Chotek de Chotkow y Wognin.

Al final el rostro de la anciana reflejó que le había creído.

—Nuestra reunión es providencial —dijo él—. Le juro que puedo ayudarles, Nene.

Inexplicablemente, Lilit estalló en risas. Zaven soltó una grave risotada y la criatura se les unió.

—Vaya seductor —dijo Lilit—. ¡El muchacho ya te ha adoptado, Nene!

Alek se dio cuenta de su error. «Nene» no era en absoluto un nombre, sino simplemente una palabra para decir «abuela», como «oma» en alemán.

—Lo siento pero mi armenio es deficiente, señora.

La anciana sonrió.

—No te preocupes. A mi edad nunca se tienen suficientes nietos. Aunque algunos de ellos sean idiotas.

Alek inspiró profundamente, intentando controlar su lengua.

—Tal vez sea por mi avanzada edad, pero estoy empezando a creerte —dijo Nene—. Por supuesto, si eres quien dices ser, entonces seguro que sabes pilotar un caminante.

—Muéstrenme uno y se lo demostraré.

La anciana asintió y entonces hizo un gesto con la mano.

—¿Zaven? Tal vez sea el momento de presentar el comité a Su Serena Majestad.