Fragmento de El reino tsuana, una breve
historia en tres volúmenes
De Sipho Tsuluka Dlamini
Londres, 1838, Chapman & Hall, Ltd.
La obra es una historia del reino tsuana desde los orígenes hasta el momento actual, así como un estudio geográfico completo de su territorio, haciendo especial énfasis en Mosi oa Tunya, la capital. Incluye varios comentarios de interés acerca de las tradiciones autóctonas.
El proceso gradual de consolidación de los tsuana y los sotho trajo consigo una laxa confederación de reinos tribales fundados en un principio, si ha de hacerse caso a los historiadores tribales, a lo largo de toda la franja meridional del continente en las postrimerías del primer milenio merced a una migración generalizada y espontánea hacia el sur. No somos capaces de cuantificar la fuerza de este desplazamiento ni tampoco la causa; tal vez se movieran en busca de tierras de caza o de nuevos territorios espoleados por el aumento poblacional tanto de hombres como de dragones.
Se cree que la cría y explotación de rebaños de elefantes debió de dar sus primeros pasos poco antes de que llegara a su término este éxodo, cuando las necesidades acuciantes del hambre ya no podían satisfacerse mediante un mayor desarrollo de las posibilidades de una existencia nómada. Un estudio del arte elaborado en marfil revela el éxito de la cría elefantina: se consiguieron ejemplares más dóciles que las reses bovinas y de tamaño muy superior a los paquidermos salvajes. En la capital se conserva una serie de colmillos donde puede comprobarse como los de cada generación criada en cautividad son mayores que los de la anterior. Fueron tallados con extremada minuciosidad antes de ofrendarlos al rey durante una ceremonia que, en aquel entonces, era muy larga.
(…)
Estas tribus se hallaban unidas únicamente por lejanos vínculos de sangre, lenguas dialectales inteligibles para todos ellos, algunas costumbres comunes y ciertas observancias religiosas, la más notable de las cuales era, por supuesto, la práctica del renacimiento en un dragón, impulsada, en primer lugar, por la necesidad de conseguir una colaboración más estrecha con los alados para atender las necesidades de las manadas de elefantes, que exigían un trabajo muy superior al que era capaz de organizar una sola tribu. (…) [La] demanda creciente de oro y marfil propició una mayor centralización a partir del siglo XVII, que se hizo notar en el interior del continente varias décadas antes de la aparición del esclavismo. La demanda de esclavos alcanzó un extremo tan álgido que las tribus esclavistas más agresivas se aventuraron a realizar razias en el territorio dragontino. La centralización también se vio espoleada por otros factores, como el rápido desarrollo de la minería aurífera desde mediados del siglo XVIII, una empresa que, según indican las autoridades tsuanas, es más productiva si se lleva a cabo con el concurso simultáneo de diez dragones que si la explotación recae sobre cualquier tribu en exclusiva, y la importancia creciente del comercio del marfil. A comienzos de siglo enviaban a la costa cerca de sesenta mil libras de marfil al año, sin levantar por ello sospecha alguna entre los comerciantes europeos, que se llevaban los dientes de elefantes obtenidos gracias a los dragones que impedían todo acceso del hombre blanco al interior del continente y no a pesar de ellos.
Acerca de Mosi oa Tunya
Todos cuantos han contemplado las cataratas de Mosi oa Tunya las enaltecen, y con toda justicia, pero eso no quita para que sean un asentamiento de lo más inconveniente para los hombres en solitario, cuya capacidad para moverse entre aquellas gargantas es muy limitada. En su estado natural, las cataratas tampoco ofrecían un buen refugio a los dragones salvajes.
El lugar era admirado y visitado de forma ocasional, tanto para solazarse en su contemplación como por motivos religiosos, pero estaba deshabitado y permanecía virgen cuando los primeros grupos de sothos y tsuanas se afincaron en la región e hicieron de las cataratas una suerte de centro ceremonial y un factor de centralización de las tribus más fuerte. (…) El deseo de los dragones ancestros por disponer de cobijos más confortables dio el impulso necesario para llevar a cabo los primeros intentos de horadar cuevas, cuyos restos aún pueden verse en las cascadas, en las cámaras más toscas y también las más sacrosantas talladas en la parte inferior de las paredes de piedra. Su perforación ayudó a desarrollar la técnica empleada más tarde para la explotación de las minas de oro.
La práctica del renacimiento dragontino requiere aquí un mayor ahondamiento en aras a aclarar todo lo dicho en la prensa británica a raíz de los informes de misioneros bienintencionados que, llevados de su fervor religioso, están muy dispuestos a considerar todo eso como una simple superstición pagana que debe erradicarse tan pronto como sea posible en favor de la Cristiandad… No van a encontrar a ningún tsuana que crea que los hombres se reencarnan en la forma expuesta por los hindúes o budistas, por ejemplo, y si alguien propusiera dejar un huevo de dragón solo en la selva, secundando la ocurrencia del señor Dennis, «para demostrar a los paganos lo extravagante de su costumbre», con el fin de probar que el fruto de esa eclosión no recordaba nada de una vida anterior, ningún miembro de ninguna tribu iba a discutir que eso era un resultado natural, pero lo hubiera considerado un caso flagrante de mala administración y de irreligiosidad, saldado con la pérdida de un huevo de dragón y la afrenta al espíritu del ancestro difunto.
Todos ellos entienden a la perfección que el dragón salvaje de la selva tiene tan poco de humano renacido como una vaca y no consideran esa apreciación contraria a sus creencias. La cuidadosa tarea de persuasión y el ritual son necesarios para, además de conferir unos cuidados adecuados, inducir a un espíritu ancestral a adoptar otra vez una forma material. El dogma de fe consiste en creer firmemente que el dragón es el humano renacido una vez que eso se ha conseguido. Esta creencia resulta mucho más difícil de erradicar, ya que la profesan no solo los hombres, sino también los dragones, y tiene una importancia práctica capital en la vida de la tribu.
Los dragones ancestros sirven de inmediato como fuerza de trabajo y ofrecen poder militar real, y se convierten también en los depositarios de las leyendas y la historia de la tribu, lo cual compensa la falta de la palabra escrita. Y lo que es más, cada tribu va a considerar con sumo cuidado el destino de los huevos de los dragones ancestros, que son una propiedad comunal de la tribu y pueden usarse tanto para la reencarnación de alguno de sus antepasados, siempre y cuando sea digno de tal honor, o lo que es más habitual, para la venta a otra tribu más necesitada. Existe una intrincada red de comunicaciones que informa de la existencia de huevos disponibles a quienes los necesitan. Esta red propicia la unión de tribus que, abandonadas en su aislamiento, se distanciarían más y más del resto. Por otra parte, no se hace caso omiso a las líneas de sangre dragontinas, como cabría esperarse de quien se imagina una creencia al pie de la letra y de forma simplista. Y por otra, este intercambio de huevo se utiliza para establecer una suerte de lejano vínculo parental entre la tribu receptora y la donante, guardando un gran parecido con los matrimonios de estado, pues fortalecen mucho posibles vínculos ulteriores…
Mokhachane I (h), jefe sotho, controlaba un territorio relativamente pequeño, pero con una excelente posición geográfica, pues lindaba con los confines de los territorios de las tribus sotho-tsuana y los de los xhosa en el sur. De ese modo tuvo cumplida noticia del crecimiento de los establecimientos holandeses en la provincia de El Cabo y mantenía el contacto con los atribulados reinos Monomotapa de la costa oriental africana, constructores del antiguo Zimbabue.
A finales del siglo pasado, el rey estrechó los vínculos con este núcleo de poder a instancias de su hijo Moshueshue I (h), lo cual vino a demostrar la enorme sapiencia que este tuvo desde joven, motivo por el cual su nombre se convirtió enseguida en sinónimo de conocimiento. Estas excelentes relaciones cobraron una importancia decisiva a la muerte de Mokhachane I (h) en el transcurso de una incursión acaecida en 1798, momento en que Moshueshue I (h) estuvo en condiciones de negociar la adquisición de un gran huevo de los linajes reales monomotapas para el renacimiento de su padre. El estado Monomotapa se hallaba a punto de resquebrajarse bajo el empuje de los buscadores de oro portugueses instalados a lo largo de la costa oriental, razón por la cual necesitaban el oro y los refuerzos militares que Moshueshue I (h) podía proporcionarles gracias a sus ventajosos vínculos con los territorios meridionales de los tsuana.
Mokhachane I (d) impuso fácilmente su dominio a los dragones ancestros de todas las tribus próximas en el transcurso de las expediciones organizadas por Moshueshue, y entre todos no tardaron en poder tener minas tanto de oro como de metales preciosos en una región antaño inexplorada. El prestigio y las riquezas cada vez mayores le permitieron adquirir una primacía en base a la cual pudo reclamar en 1804 tanto el asiento central de Mosi oa Tunya como el título de rey.
En aquel entonces, los esclavistas llevaban varios años adentrándose en territorio tsuana, donde causaron grandes estragos. Estas razias tuvieron un peso decisivo en la decisión adoptada por muchos pequeños reinos de aceptar formalmente un gobierno central con la esperanza de poder presentar un frente unido a todas aquellas razias y así poder repeler a aquellos atacantes. Moshueshue no dejó de mencionarlo en sus peticiones de fidelidad a otros reyes tribales que, en otro caso, se habrían resistido aunque solo fuera por orgullo. La toma de Ciudad del Cabo y los ataques lanzados en 1807 contra la costa de los esclavos[18] confirmaron tanto de facto como de iure el gobierno de Mokhachane I, y los propios tsuana datan la fundación de su reino en ese mismo año.