10

Charlotte asistió a la recepción sintiéndose maravillosa. Emily, exaltada por la oleada de su propio bienestar, le había regalado otro vestido, de muselina blanca con encajes y diminutos pliegues en el canesú. Se sentía cual margarita ondeando al viento en un campo estival, o como la espuma blanca de una cascada diáfana.

Todos los habitantes de Paragon Walk estaban allí, incluidas las señoritas Horbury, decididos a dejar atrás los acontecimientos sórdidos y trágicos del pasado, a olvidarlos por lo menos durante una tarde cálida y serena.

Emily llevaba un vestido verde pálido, su color preferido, y contemplarla era una delicia.

—Vamos a desvelar el misterio —anunció quedamente a Charlotte, tomándola del brazo mientras cruzaban el césped en dirección a Grace Dilbridge—. Todavía no estoy segura de si Grace sabe algo. Estos días me he dedicado a escuchar los comentarios de la gente, y creo que Grace, en el fondo, no desea saber qué está ocurriendo y está decidida a no correr el riesgo de descubrirlo.

Charlotte recordó las palabras de tía Vespasia acerca de Grace, del placer que obtenía sufriendo. Si descubría el secreto, tal vez le resultaría demasiado espantoso para seguir disfrutando de su sufrimiento. Después de todo, si un marido pecaba de forma moderada, sólo algo más abiertamente que los demás, la esposa debía soportarlo con dignidad y esperar la compasión de los vecinos. Su posición social no sufría perjuicio alguno. Pero si el pecado era inaceptable, entonces la esposa no tenía más remedio que tomar una determinación, incluso marcharse de casa, y eso era algo muy diferente. El abandono de un hombre por su esposa, sea cual fuere el motivo, no sólo constituía un desastre financiero, sino una medida socialmente intolerable. Sencillamente, las invitaciones a veladas y acontecimientos sociales cesarían.

Se hallaban ahora frente a Grace Dilbridge, quien parecía algo pálida, vestida en un color púrpura que no le favorecía. Hacía un calor algo exagerado para un día tan sofocante. Moscas diminutas revoloteaban anunciando tormenta, y era difícil no olvidarse de los modales para no espantarlas con violencia, pues picaban y se enredaban en el pelo, causando una desagradable sensación.

—Es un placer volver a verla, señora Pitt —dijo mecánicamente Grace—. Me alegra mucho que haya podido venir. Tienes un aspecto estupendo, Emily.

—Gracias —respondieron ambas al unísono. Luego, Emily prosiguió—: Ignoraba que tuvieras un jardín tan extenso. Es una preciosidad. ¿Llega más allá del seto?

—Oh, sí, desde luego. Al otro lado hay un camino de arbustos y un pequeño jardín de rosas. —Grace agitó un brazo—. A veces desearía plantar melocotoneros junto al muro que da al sur, pero Freddie no quiere ni oír hablar de ello.

Emily propinó un ligero codazo a Charlotte, y ésta comprendió que le indicaba el cobertizo. Tenía que estar detrás de ese seto.

—A mí me encantan los melocotones —opinó Emily con fingido interés—. Con un jardín como éste, creo que deberías insistir. No hay nada como un melocotón fresco en plena estación.

—Oh, no puedo hacerlo. —Grace parecía incómoda—. Freddie se enfadaría. Me da tantas cosas, que probablemente me consideraría una desagradecida si convirtiese un asunto tan efímero en un problema.

Esta vez fue Charlotte quien propinó un discreto puntapié a Emily por debajo de la falda. No quería que su hermana insistiera demasiado en el jardín y delatara sus intenciones. Ya habían averiguado suficiente. El cobertizo estaba detrás del seto y Freddie no quería melocotoneros en torno a él.

Charlotte y Emily aseguraron que estaban encantadas con la fiesta y acto seguido se retiraron.

—¡El cobertizo! —exclamó Emily cuando estuvieron lo bastante lejos para no ser oídas—. Freddie no quiere que Grace se acerque a recoger melocotones en momentos inoportunos. Apuesto a que celebra fiestas privadas en ese cobertizo.

Charlotte no aceptó la apuesta.

—Pero las fiestas no significan nada —dijo pausadamente—, a menos que algo horrible suceda en ellas. Lo que necesitamos saber es qué ocurre exactamente en las fiestas de Freddie. ¿Crees que la señorita Lucinda recuerda con claridad su aparición? ¿O crees que su imaginación la ha adornado tanto que ya no puede sernos de ayuda? Debe de haberlo contado cientos de veces.

Emily se mordió el labio, irritada.

—Debí preguntárselo cuando ocurrió, pero estaba tan molesta con ella y tan contenta de que alguien le hubiese dado un buen susto, que la evité deliberadamente. Además, no deseaba alimentar su vanidad. Según tía Vespasia, se pasaba el día recostada en la tumbona sobre un almohadón con dragones chinos bordados, con las sales aromáticas a un lado y la jarra de limonada al otro, recibiendo a las visitas como si fuera una duquesa e insistiendo en contarles la historia desde el principio. No habría podido mostrarme amable con ella. Me habría echado a reír. Cómo desearía poder controlarme.

Charlotte no estaba en condiciones de criticar y lo sabía. Miró en torno al jardín de rosas, buscando a la señorita Lucinda. Tenía que estar con la señorita Laetitia, y siempre vestían del mismo color.

—¡Allí está! —Emily tocó el brazo de su hermana y Charlotte se volvió. Esta vez llevaban un vestido azul demasiado juvenil. Los detalles en rosa sólo conseguían empeorarlo, dándoles el aspecto de un confite recalentado.

—¡Dios mío! —susurró Charlotte, sofocando la risa.

—Tenemos que hacerlo —respondió Emily con determinación—. ¡Vamos!

Se acercaron a las señoritas Horbury con fingida naturalidad, deteniéndose por el camino para alabar el vestido de Albertine Dilbridge y saludar a Selena.

—¿Cómo se lo ha tomado? —preguntó Charlotte en cuando se hubieron alejado de Selena.

—¿A qué te refieres? —Emily se mostró por una vez desconcertada.

—A Hallam —repuso impaciente Charlotte—. Después de todo, es decepcionante, ¿no te parece? Ser violada por Paul Alaric en un arranque de pasión resulta romántico, aunque también repugnante, pero ser acosada por un Hallam Cayley demasiado ebrio y abatido para ser consciente de sus actos y recordarlos después, me parece terrible. —Se detuvo y su expresión se tornó grave—. Y muy trágico.

—¡Oh! —Era obvio que Emily no había pensado en ello—. No sé. —La idea comenzó a interesarle. Charlotte lo vio en su semblante—. Pero ahora que lo dices, Selena me esquiva desde entonces. En un par de ocasiones tuve la impresión de que iba a hablarme, pero en el último momento siempre hallaba algo más urgente que hacer.

—¿Crees que siempre supo que era Hallam? —preguntó Charlotte.

Emily arrugó la frente.

—Estoy intentando ser justa. —Era evidente que no le resultaba fácil—. No sé qué pensar, pero supongo que ya no importa.

Charlotte no estaba satisfecha con la contestación de Emily. Una pequeña duda, una pregunta sin respuesta le roía por dentro, mas de momento decidió dejar el tema. Estaban cada vez más cerca de las señoritas Horbury y necesitaba serenarse para fisgar con discreción y elegancia. Esbozó una sonrisa interesada en su cara y arrancó a hablar, adelantándose a Emily.

—¡Qué placer volver a verla, señorita Horbury! —dijo, mirando a la señorita Lucinda con respeto reverencial—. Es usted muy valiente, dada la espantosa experiencia que ha sufrido. Sólo ahora comienzo a apreciar realmente lo que debió de pasar. Muchos de nosotros llevamos una vida tan protegida que ni siquiera imaginamos las cosas horribles que nos acechan. —Charlotte se reprendió por su hipocresía, sobre todo porque estaba disfrutando.

La señorita Lucinda se hallaba demasiado inmersa en sus propias convicciones para reconocer el cambio de actitud de Charlotte. Se hinchó de satisfacción, y a Charlotte le recordó a una paloma buchona de tonos pastel.

—Es usted muy perceptiva, señora Pitt —respondió—. No todo el mundo es consciente de las fuerzas ocultas que nos rodean.

—Desde luego. —Por un momento la sangre fría de Charlotte flaqueó. Desvió la mirada hacia los ojos claros de la señorita Laetitia y dudó de si ocultaban una sonrisa o era el reflejo de la luz. Tras respirar hondo, prosiguió—: Naturalmente, usted lo sabrá mejor que nadie. Yo he tenido suerte. Nunca me he encontrado cara a cara con el diablo.

—Muy pocos hemos tenido esa experiencia, querida. —La señorita Lucinda comenzó a entusiasmarse ante esa nueva muestra de interés—. Y espero de todo corazón que no corra la desgracia de ser uno de nosotros.

—¡Y yo! —Charlotte puso sentimiento en sus palabras y arrugó el entrecejo en gesto de preocupación—. Pero luego está la cuestión del deber —dijo lentamente—. El diablo no desaparecerá simplemente porque decidamos no verlo. —Respiró hondo y se enfrentó a la señorita Lucinda, mirándola a los ojos—. No imagina cuánto admiro su valor, su determinación de llegar al fondo de este asunto.

La señorita Lucinda enrojeció de satisfacción.

—Es usted muy amable y muy sabia. No es fácil encontrar a mujeres tan sensatas como usted, especialmente entre las jóvenes.

—En efecto —continuó Charlotte, ignorando un codazo de Emily—, admiro que haya tenido el valor de venir. —Y adoptando un tono conspirador añadió—: Aun sabiendo lo que se dice de estas fiestas.

La señorita Lucinda se sonrojó al rememorar sus observaciones sobre las disolutas reuniones de Freddie Dilbridge. Buscó una excusa que justificara su presencia.

Cada vez más divertida, Charlotte se la brindó.

—Debe de suponer un gran sacrificio para usted —dijo con gravedad—. Sé que está decidida a descubrir qué fue esa cosa monstruosa que vio, sin pensar en los trastornos o riesgos que pueda acarrearle, y la admiro por ello.

—Lo comprendo —respondió emocionada la señorita Lucinda—. Es una cuestión de deber cristiano.

—¿Lo ha visto alguien más? —Finalmente, Emily consiguió decir algo.

—Lo ignoro —dijo enigmática la señorita Lucinda—, pero si lo han visto no lo han dicho.

—Quizá están demasiado asustados —insinuó Charlotte, tratando de llegar a su verdadero objetivo—. ¿Qué aspecto tenía?

La señorita Lucinda se sorprendió. Había olvidado la realidad. Ahora trataba de describirla una vez más.

—Era el diablo en persona —comenzó, arrugando la frente—. Tenía la cara verde y era mitad hombre y mitad animal, con cuernos en la cabeza.

—¡Qué horror! —suspiró Charlotte, convenientemente impresionada—. ¿Qué clase de cuernos? De vaca, de cabra, o…

—Oh, de cabra —respondió rápidamente la señorita Lucinda—. Rizados en la punta.

—¿Y cómo era el cuerpo? —prosiguió Charlotte—. ¿Tenía dos piernas, como un hombre, o cuatro como un animal?

—Dos. Salió huyendo y saltó el seto.

—¿Saltó el seto? —Charlotte trató de no parecer desconfiada.

—Oh, era un seto bajo, ornamental. —La señorita Lucinda era más práctica de lo que parecía—. Yo misma hubiera podido saltarlo de joven. Lo cual —se apresuró a añadir— no significa que lo hubiese hecho, claro está.

—Oh, por supuesto que no —convino Charlotte, luchando por mantener el semblante serio. La imagen de la señorita Lucinda saltando un seto era desternillante—. ¿Hacia dónde huyó?

—En esta dirección —aseguró la señorita Lucinda—. Corrió hacia este extremo de la avenida.

Emily reparó en el rostro de Charlotte y se apresuró a rescatarla con expresiones de horror y solidaridad.

Necesitaron cierto tiempo para retirarse sin parecer descorteses y cuando finalmente lo consiguieron, con la excusa de que debían hablar con Selena, Emily se volvió hacia Charlotte y tiró de la manga de su vestido para frenarla y poder hablar a solas con ella antes de llegar hasta Selena.

—¿Qué te parece? —siseó—. Al principio creí que se lo estaba inventando, pero ahora pienso que ciertamente vio algo. Juraría que no miente.

Charlotte ya había tomado una decisión.

—Alguien se disfrazó para asustarla —respondió con un susurro. Phoebe se hallaba a pocos metros, sonriendo tristemente mientras escuchaba las desventuras de Grace Dilbridge.

—¿Con qué? —Emily sonrió radiante a Jessamyn cuando pasó frente a ellas.

—Eso es justamente lo que debemos descubrir. —Charlotte saludó con la mano—. Me pregunto si Selena sabe algo.

—Pronto lo averiguaremos. —Emily apretó el paso y su hermana se vio obligada a imitarla.

Seguía sin gustarle Selena, pese a admirar su valor. Aceptó la desagradable posibilidad de que su aversión se debiera principalmente a la afirmación de Selena de que Paul Alaric la había violado. Charlotte deseaba que no fuera cierto. Alaric estaba allí esa tarde. Todavía no había hablado con él, pero sabía exactamente dónde se encontraba y que en ese momento Jessamyn se acercaba a él con fingida naturalidad, cual espuma de encajes azulados.

—Es un placer volver a verla, señora Pitt —saludó Selena con poco entusiasmo. Si realmente se alegraba, no lo demostraba con su voz, y sus ojos eran tan distantes y fríos como un río en invierno.

—Y en circunstancias mucho más afortunadas —sonrió Charlotte. Realmente se estaba convirtiendo en una completa hipócrita. ¿Qué le estaba ocurriendo?

El semblante de Selena se enfrió aún más.

—Me alegro de que todo haya terminado —prosiguió Charlotte, incitada por la profunda animosidad que la carcomía—. No hay duda de que fue un asunto trágico, pero por lo menos el temor ha pasado. Se acabó el misterio. —Permitió que su voz sonara animada, pero manteniendo el decoro—. A partir de ahora ya nadie tendrá que desconfiar de nadie. El misterio se ha resuelto y todos nos sentimos aliviados.

—Ignoraba que también usted estuviera asustada, señora Pitt. —Selena la miró con hostilidad, sugiriendo que su miedo era infundado, pues ella no había corrido ningún riesgo.

Charlotte se puso a la altura de las circunstancias.

—Por supuesto que lo estaba, sobre todo por Emily. Después de todo, si una mujer de la posición y recato de usted pudo ser acosada, ¿quién puede sentirse seguro?

Selena buscó una respuesta que no sonara descaradamente ruda, pero no la halló.

—¡Y qué alivio para los caballeros! —prosiguió implacable Charlotte—. Finalmente todos están libres de sospecha. Ahora sabemos que ninguno de ellos es culpable. Es triste y desconcertante sospechar de los propios amigos.

Emily aferraba el brazo de Charlotte y temblaba tanto, tratando de reprimir la risa, que hubo de fingir un estornudo.

—Es el calor —dijo comprensiva Charlotte—. Es realmente bochornoso. No me extrañaría que pronto estallara una tormenta. Adoro las tormentas, ¿usted no?

—No —respondió secamente Selena—. Las encuentro de muy mal gusto.

Emily volvió a estornudar ruidosamente y Selena retrocedió un paso. Algernon Burnon pasaba en ese momento con un sorbete en la mano y Selena aprovechó la ocasión para escapar.

Emily levantó la cara del pañuelo.

—¡Eres tremenda! —exclamó con alegría—. Nadie antes había conseguido aturdirla de ese modo.

Charlotte comprendió al fin qué problema tenía con Selena.

—Fuiste la primera persona que vio a Selena después de que la violaran, ¿verdad? —inquirió a Emily.

—Así es. ¿Por qué lo preguntas?

—¿Qué ocurrió exactamente?

Emily se mostró ligeramente sorprendida.

—La oí gritar. Salí por la puerta principal y allí estaba. Como es natural, me acerqué a ella y la acompañé al interior de la casa. ¿Qué ocurre, Charlotte?

—¿Qué aspecto tenía?

—¿Qué aspecto? ¡Pues el de una mujer que acaba de ser violada! Llevaba el vestido rasgado por delante y la melena le caía desordenadamente.

—¿Cómo era la rasgadura del vestido?

Emily trató de verlo en su mente. Se llevó la mano al lado izquierdo de su vestido y fingió desgarrarlo.

—¿Estaba manchado de barro? —preguntó impaciente Charlotte.

—No. Probablemente tenía polvo, pero no me fijé. No era el momento.

—Pero tú dijiste que había ocurrido sobre el césped —señaló Charlotte—, junto a las rosaledas.

—¡Hemos tenido un verano muy seco! —Emily agitó las manos—. Y en cualquier caso, ¿qué importa eso?

—Pero las rosaledas se riegan con asiduidad —insistió su hermana—. Yo he visto hacerlo a los jardineros. Si Selena fue arrojada al suelo…

—Bueno, tal vez no sucedió en el césped. Quizá ocurrió en el camino. ¿Qué intentas decirme? —Emily comenzaba a comprender.

—Si yo me desgarrara el vestido, me soltara el pelo y echara a correr por la avenida gritando, ¿sería mi aspecto muy diferente del de Selena aquella noche?

Los ojos de Emily se abrieron.

—No, en absoluto —dijo mientras acababa de comprender.

—Creo que a Selena no la violaron —dijo Charlotte con firmeza—. Lo inventó para llamar la atención y fastidiar a Jessamyn. Sólo Jessamyn sospechó la verdad, por eso mostró una compasión fingida sin que, en el fondo, el asunto le inquietara. Sabía que Paul Alaric no había tocado a Selena.

—¿Y tampoco Hallam? —Emily respondió a su propia pregunta con el tono de su voz.

—Pobre hombre. —La tragedia superaba una vez más la farsa, y Charlotte sintió el frío del terror real y la muerte real—. Ahora entiendo su desconcierto. Juró que no había violado a Selena y era cierto. —Charlotte experimentó una tremenda indignación por el mal que Selena había causado, aunque en parte involuntariamente. Aun así, fue un acto egoísta y cruel. Selena era una mujer consentida y una parte de Charlotte quería castigarla, por lo menos para hacerle saber que alguien más, aparte de ella, sabía lo ocurrido realmente.

Emily lo comprendió al instante. Se miraron y no precisaron explicaciones. Con el tiempo, también Emily permitiría que Selena percibiese claramente su indignación y desprecio.

—Tenemos que averiguar qué está ocurriendo aquí —dijo Emily tras un breve silencio—. Éste es sólo un pequeño misterio resuelto. Todavía no sabemos qué vio la señorita Lucinda.

—Tendremos que preguntar a Phoebe —respondió Charlotte.

—¿Crees que no lo he intentado? —repuso su hermana, exasperada—. Si fuese tan fácil, hace semanas que sabría la respuesta.

—Oh, desde luego no nos lo dirá voluntariamente —replicó Charlotte sin alterarse—. Pero es posible que deje escapar algo.

Sin hacerse ilusiones, Emily condujo a Charlotte hasta Phoebe, que en esos momentos bebía una limonada y hablaba con alguien a quien no conocían. Tras diez minutos de ocurrencias inocuas, pudieron finalmente hablar a solas con ella.

—Oh, querida —suspiró Emily—, qué criatura tan tediosa. Si oigo una palabra más sobre su salud, perderé la paciencia.

Charlotte aprovechó la ocasión.

—Esa mujer no se da cuenta de lo afortunada que es —dijo mirando a Phoebe—. Si ella hubiese tenido que soportar la misma tensión que usted, no armaría tanto jaleo por unas noches de insomnio. —Dudó sobre el modo de plantear con disimulo la pregunta que quería hacer—. Saber que algo espantoso ha ocurrido y que las sospechas recaen en la propia familia debe de ser terrible.

Por un momento la expresión de Phoebe fue de sincera inocencia.

—Oh, ese asunto no me preocupaba en exceso. Estaba segura de que Diggory era incapaz de cometer un acto tan cruel. Es una buena persona. Y sabía que no podía ser Afton.

Charlotte estaba atónita. Si alguna vez había existido un hombre innatamente cruel, ése era Afton Nash. Hubiera sospechado de él ante cualquier crimen posible, pero la violación era el que más encajaba con su carácter.

—¿Cómo podía saberlo? —preguntó Charlotte irreflexivamente—. Su marido estuvo solo parte de aquella noche.

—Yo… —Para sorpresa de Charlotte, un intenso rubor recorrió dolorosamente el rostro de Phoebe—. Yo… —Parpadeó y a sus ojos afloraron las lágrimas. Desvió la mirada—. Tenía la esperanza de que no fuera él, eso quería decir.

—¡Pero sabes que algo está ocurriendo en la avenida! —dijo Emily, aprovechando el momento y el silencio repentino de Charlotte.

Phoebe miró fijamente a Emily y sus ojos se abrieron poco a poco, a medida que su mente se impregnaba de una gran pregunta.

—¿Sabes qué es? —resolló.

Emily titubeó. No sabía qué era mejor, si mentir o admitir su ignorancia.

—Sé algo y es mi intención combatirlo. ¿Nos ayudarás?

Fue una actuación prodigiosa. Charlotte miró a Emily con admiración.

Phoebe la cogió del brazo con fuerza hasta que Emily hizo una mueca de dolor.

—¡No lo hagas, Emily! No sabes dónde te estás metiendo. El peligro no ha desaparecido. Habrá más y peor. ¡Créeme!

—En ese caso, debemos combatirlo.

—¡No podemos! Es demasiado poderoso y terrible. Cuélgate un crucifijo del cuello, reza cada noche y cada mañana y no salgas después del anochecer. Ni siquiera mires por la ventana. Simplemente quédate en casa y no hagas preguntas. Si haces lo que te digo, es posible que el mal no te persiga.

Charlotte quería decir algo, pero el miedo de Phoebe la hirió por dentro. Cogió a Emily.

—Quizá sea un buen consejo —dijo, tragándose sus emociones—. Si nos disculpa, todavía no hemos saludado a lady Tamworth.

—Por supuesto —murmuró Phoebe—. Cuídate, Emily. Recuerda mis palabras.

Emily sonrió débilmente y caminó a regañadientes hacia lady Tamworth.

No fue hasta media hora más tarde cuando Emily y Charlotte tuvieron al fin la oportunidad de desaparecer tras las rosaledas y tratar de acceder a la zona privada del jardín. Estaban en un sendero de arbustos flanqueado por un seto alto e impenetrable.

—¿Y ahora qué? —preguntó Charlotte.

—Detrás del seto. Tiene que haber alguna forma de rodearlo, o una puerta.

—Espero que no esté cerrada con llave. —La idea irritó a Charlotte. Eso las detendría por completo. Curiosamente, no había pensado en esa posibilidad porque ella nunca cerraba las puertas con llave.

Caminaron una al lado de la otra, buscando entre el espeso follaje, hasta que dieron con una puerta cubierta de vegetación.

—Se diría que está en desuso. —Charlotte se acercó y examinó las bisagras—. Se abre hacia el otro lado. Intenta abrirla.

Emily empujó, pero la puerta no cedió. Charlotte se desanimó. Estaba cerrada con llave. Emily extrajo un alfiler de su pelo y lo introdujo en la cerradura.

—No podrás abrirla con eso —le advirtió su hermana con decepción en la voz.

Emily la ignoró y siguió hurgando. Recuperó el alfiler, lo enderezó, rizándolo por un extremo, y volvió a intentarlo.

—Ya está —anunció satisfecha, y empujó suavemente la puerta. Ésta se abrió sin hacer ruido.

Charlotte estaba atónita.

—¿Dónde aprendiste a hacer eso?

Emily sonrió.

—Mi gobernanta jamás se separa de las llaves de la casa, ni siquiera cuando duerme. Me molesta tener que pedirle que abra mi propio armario de ropa blanca, así que opté por esta pequeña travesura. Veamos qué hay al otro lado del seto.

Cruzaron la puerta de puntillas y la cerraron tras de sí. Al principio el panorama fue decepcionante: tan sólo un gran cobertizo erigido en el centro de una serie de pasillos enlosados, separados por pequeñas parcelas de hierba. Los pasillos rodeaban la construcción por entero, pero eso era todo.

Emily se detuvo, desilusionada.

—¿Por qué se molestan en cerrar con llave una puerta como ésta? —murmuró—. ¡Aquí no hay nada!

Charlotte se arrodilló para tocar las hojas de una hierba y las estrujó entre los dedos. Desprendían un olor amargo y aromático.

—Me pregunto si se trata de alguna clase de droga —dijo pensativa.

—¡Tonterías! —repuso Emily—. El opio proviene de la adormidera, que crece en Turquía o en China o en algún otro lugar del extranjero.

—Hay otras drogas. —Charlotte no quería darse por vencida—. Este jardín tiene una forma muy peculiar, me refiero al trazado de los caminos. Debió de llevar mucho trabajo hacerlo.

—Tiene forma de estrella, eso es todo —replicó Emily—. No lo encuentro atractivo. Es irregular.

—¡Una estrella!

—Sí, las demás puntas están allí y detrás del cobertizo. ¿Por qué?

—¿Cuántas puntas hay en total? —Algo comenzaba a cobrar forma en la mente de Charlotte, el recuerdo de un caso en el que Pitt había trabajado el año anterior y una cicatriz de la que le había hablado.

Emily las contó.

—Cinco. ¿Por qué?

—¡Cinco! Entonces es un pentáculo.

—Si tú lo dices. —Emily no parecía impresionada—. ¿Qué importa eso?

—Escucha. —Charlotte se volvió hacia su hermana, cada vez más asustada por la idea—. ¡El pentáculo es la figura que se emplea para practicar la magia negra! Tal vez sea eso lo que hacen en las fiestas privadas de Freddie Dilbridge. —Entonces recordó la cicatriz, mencionada por Pitt, en el cuerpo de Fanny, en la nalga, el lugar más ofensivo.

—Por eso Phoebe está tan aterrada —prosiguió—. Cree que lo que empezó como un juego finalmente ha invocado al verdadero diablo.

Emily arrugó la frente.

—¿Magia negra? —preguntó incrédula—. ¿No te parece un poco ridículo? Yo no creo en la magia negra.

Pero tenía sentido, y cuantas más vueltas le daba Charlotte, más sentido adquiría.

—No tienes pruebas —continuó Emily—. No basta con que el jardín tenga forma de estrella. A mucha gente le gustan las estrellas.

—¿Conoces a alguien? —preguntó Charlotte.

—No… pero…

—Tenemos que entrar en el cobertizo. —Charlotte avanzó hacia él—. Eso es lo que vio la señorita Lucinda, alguien disfrazado con una túnica negra y cuernos verdes.

—¡Eso es ridículo!

—La gente que se aburre suele hacer cosas ridículas. ¡Deberías observar con más frecuencia a tus amigos de la alta sociedad!

Emily miró a su hermana de soslayo.

—¿Tú no crees en la magia negra, verdad?

—No lo sé. No quiero creer, pero eso no significa que otra gente no crea.

Emily se rindió.

—Si crees que el monstruo de la señorita Lucinda se oculta en el cobertizo, debemos entrar.

Avanzó por entre las hierbas amargas y extrajo nuevamente el alfiler de pelo, pero esta vez no lo necesitó. La puerta no estaba atrancada. La abrió con suavidad. Ante ellas apareció una habitación espaciosa y rectangular, cubierta en el suelo por una alfombra negra y en las paredes por cortinas negras con dibujos verdes. El sol se filtraba a través de un techo todo él de cristal.

—Aquí no hay nada. —Emily parecía irritada, ahora que había llegado tan lejos y estaba casi convencida.

Charlotte pasó delante de ella y entró. Posó una mano sobre las cortinas de terciopelo y las acarició lentamente. Había recorrido más de medio camino cuando reparó en el espacio que las separaba de la pared. Entonces vio los capirotes y las túnicas negras, bordadas con una cruz invertida de color escarlata, como la cicatriz de Fanny. Charlotte comprendió enseguida el significado de esas túnicas y tuvo la impresión de que todavía estaban vivas. El diablo permanecía en ellas después de que sus portadores se marcharan, reducidos a sus rostros de siempre y a sus vidas de siempre, mezclándose entre la gente. ¿Cuántos de ellos llevaban la cicatriz en la nalga?

—¿Qué ocurre? —preguntó Emily a su espalda—. ¿Qué has encontrado?

—Túnicas —dijo quedamente Charlotte—. Disfraces.

—¿Y el monstruo de la señorita Lucinda?

—No está aquí. Puede que se deshicieran de él.

Emily tenía el rostro lívido y la mirada sombría.

—¿Piensas realmente que se trata de magia negra, del culto al diablo y esas cosas? —La propia Emily se resistía a creerlo, ahora que había visto su lado repulsivo y absurdo.

—Sí —respondió suavemente Charlotte. Alargó una mano y tocó un capirote—. ¿Se te ocurre otra finalidad para todo esto? ¿Y el pentáculo y las hierbas amargas? Probablemente sea ésta la razón por la que Phoebe lleva una cruz y frecuenta la iglesia. Cree que jamás podremos deshacernos del diablo ahora que está aquí.

Emily iba a decir algo, pero las palabras murieron en su garganta. Charlotte y ella se miraron.

—¿Qué hacemos? —dijo finalmente Emily.

Antes de que Charlotte pudiese concebir una respuesta, la puerta sonó y el miedo las paralizó. Habían olvidado que alguien podía descubrirlas y no tenían excusa. Habían desatrancado la puerta del seto deliberadamente. No podían alegar que se habían perdido. Y nadie creería que no comprendían o ignoraban la existencia de las cosas que habían visto.

Se volvieron lentamente hacia la puerta.

La silueta de Paul Alaric, perfilada contra la luz del sol, estaba allí.

—¡Caramba! —exclamó con voz suave, entrando sonriente en el cobertizo.

Ambas hermanas estaban tan juntas que sus cuerpos se tocaban. Emily le apretaba fuertemente la mano, clavándole los dedos como si fueran garras.

—Por lo que veo, lo han descubierto —observó Alaric—. ¿No les parece un poco temerario fisgonear de ese modo? —El hombre parecía divertido.

Charlotte había sabido desde un principio que era una imprudencia, pero la curiosidad había barrido de su cerebro la conciencia de peligro y silenciado la alarma. Miró fijamente a Alaric y buscó la mano de Emily. ¿Era Alaric el jefe del grupo, el brujo? ¿Era ésa la razón por la que Selena juzgaba verosímil que fuese él quien la había atacado… o por la que Jessamyn sabía que no había sido él? ¿O acaso el jefe era una mujer… la propia Jessamyn? En su mente se agolpaban toda clase de pensamientos inquietantes.

Alaric se acercó poco a poco, sonriente pero con el entrecejo ligeramente fruncido.

—Será mejor que salgamos de aquí —susurró—. Este lugar es sumamente desapacible, y no me gustaría que uno de sus miembros se acercara por aquí y nos descubriera.

—¿Mi… miembros? —tartamudeó Charlotte.

La sonrisa de Alaric se convirtió en una carcajada.

—Santo Dios, ¿piensa que soy uno de ellos? Me decepciona usted, Charlotte.

Por un estúpido instante ella se ruborizó.

—Entonces, ¿quiénes son? —preguntó—. ¿Afton Nash?

Alaric la cogió por el brazo y la condujo hasta el jardín, seguidos de Emily a sólo unos centímetros de distancia. Cerró la puerta y siguió el sendero flanqueado de hierbas amargas.

—No. Afton es demasiado anodino para hacer algo así. Su hipocresía es más discreta que todo eso.

—Entonces, ¿quiénes? —Charlotte estaba segura de que George no estaba entre ellos.

—Oh, pues Freddie Dilbridge —respondió Alaric con tono confidencial—. La pobre Grace se esmera en hacer la vista gorda, fingiendo que no es más que una extravagancia.

—¿Quién más?

—Selena, y creo que Algernon. Y, si no me equivoco, la pobre Fanny antes de su muerte. No hay duda de que Phoebe lo sabe, no es tan inocente como la gente cree, y desde luego Hallam. También Fulbert lo sabía, a juzgar por sus comentarios, aunque nunca le invitaron.

Todas las piezas encajaban.

—¿Qué hacen en esas reuniones? —preguntó Charlotte.

Alaric apretó los labios con tristeza y cierto desdén.

—No mucho. Juegan a ser malvados, a imaginar que invocan al diablo.

—¿No creerá que eso es… posible? —El calor y la quietud habían aumentado y en el cielo, a lo lejos, asomaban algunos nubarrones. Las moscas estaban cada vez más inquietas.

—No, querida —respondió Alaric, mirándola a los ojos—. No lo creo.

—Phoebe sí lo cree.

—Lo sé. Imagina que se trata de un juego absurdo y más bien sórdido que ha desembocado en la invocación de espíritus reales, que ahora andan sueltos por Paragon Walk para traer la muerte y la locura de las profundidades del infierno. —Hablaba con expresión irónica, razonable, encasillando a Phoebe en el reino de la histeria.

Charlotte frunció el entrecejo.

—¿Existe la magia negra?

—Oh, desde luego que existe. —Alaric abrió la puerta del seto y la retuvo para dejar pasar a las hermanas—. Pero éste no es el caso.

Regresaron al colorido y la normalidad de la fiesta. Nadie les había visto salir del seto y cruzar el sendero de arbustos. La señorita Laetitia escuchaba educadamente la exposición de lady Tamworth sobre los males de casarse con alguien de posición social inferior, y Selena mantenía lo que parecía una conversación acalorada con Grace Dilbridge. Todo seguía como antes. Se diría que sólo habían estado ausentes unos instantes. Charlotte se estremeció al recordar lo que había visto. Freddie Dilbridge, de pie con una copa en la mano, cerca de las rosas rosas, vestido con una túnica y un capirote y celebrando rituales nocturnos dentro de un pentáculo, invocando al diablo, quizá celebrando una misa negra, desnudando a la virgen Fanny y marcándola con una cicatriz indecente. Qué poco sabía la gente de los pensamientos que se ocultaban tras las máscaras de los demás. Ahora Charlotte tendría que hacer un gran esfuerzo para mostrarse cortés con él.

—No digas nada —le advirtió Emily.

—¡No pensaba hacerlo! No hay nada que decir.

—Temía que fueras a hablar de la maldad de todo esto.

—¡Creo que es justamente eso lo que les atrae! —Charlotte se recogió las faldas y se alejó en dirección a Phoebe y Diggory Nash. Afton estaba delante de ellos, dándoles la espalda. Antes de alcanzarlos, Charlotte advirtió que se hallaban en medio de una conversación violenta.

—… maldita histérica —dijo mordazmente Afton—. Debería quedarse en casa y buscar algo útil que hacer.

—Eso es fácil de decir cuando no se trata de ti. —Diggory apretó los labios con desprecio.

—¡Difícilmente podría tratarse de mí! —Afton arqueó las cejas con gesto sarcástico—. Ha de ser muy astuto el violador que ose asaltarme.

Diggory le clavó una mirada de infinito rencor.

—¡Tendría que estar muy desesperado! Personalmente, antes violaría a un perro.

—En ese caso, si violan a un perro ya sabremos dónde buscar —repuso fríamente Afton—. Te rodeas de amistades muy peculiares, Diggory. Tus gustos son cada vez más depravados.

—Por lo menos tengo gustos —espetó Diggory—. A veces pienso que estás tan marchito que ya no te queda pasión por nada. No me extrañaría que cualquier signo de vida te resulte repulsivo, y que cuanto te recuerda que tienes un cuerpo, tu mente lo considere sucio.

Afton retrocedió ligeramente.

—No hay nada sucio en mi mente, nada que me obligue a mirar a otro lado.

—Entonces tienes un estómago más fuerte que el mío. ¡Lo que ocurre en tu mente me aterra! Cuando te miro, podría creer en esas fantasías sobre «muertos vivientes» que están en boga estos días, cadáveres que se niegan a permanecer enterrados.

Afton extendió las manos con las palmas hacia arriba, como si pesara el sol.

—Siempre has pecado de irreflexivo, Diggory. Si fuera uno de esos «muertos vivientes» el sol me secaría. —Sonrió con sorna—. ¿O no has leído hasta tan lejos?

—No seas ridículo —le increpó Diggory con voz cansada e irritada—. Hablaba de tu alma, no de tu cuerpo. No sé si ha sido el sol o la propia vida lo que te ha secado, pero no hay duda de que estás marchito. —Se alejó hacia una bandeja de melocotones y sorbetes.

Phoebe vaciló un instante y luego siguió a su cuñado, haciendo que Afton reparara finalmente en Charlotte. Sus fríos ojos la atravesaron.

—¿Acaso su atrevida lengua ha vuelto a dejarla sola, señora Pitt? —preguntó.

—Probablemente —respondió Charlotte con igual frialdad—. Pero en cualquier caso, nadie ha sido lo bastante franco para decírmelo. De todos modos, estar sola no siempre es desagradable.

—Últimamente visita Paragon Walk con mucha frecuencia. Antes de las violaciones no se preocupaba tanto por nosotros. ¿Todavía le fascina el tema? ¿Acaso le provoca excitación, un chapoteo en las emociones de los sueños de violencia y sumisión sin culpa? —Los ojos de Afton la recorrieron desde el pecho hasta los muslos.

Charlotte se estremeció, como si las manos de Afton la hubiesen tocado. Miró al hombre con repugnancia.

—Al parecer, cree que las mujeres gustan de ser violadas, señor Nash. Su opinión me parece de una arrogancia monstruosa, un engaño para alimentar su vanidad y disculpar su conducta, aparte de una mentira. Los violadores no son hombres espléndidos. Son seres patéticos que se ven reducidos a tomar por la fuerza lo que otros consiguen por sus propios méritos. Si no hicieran tanto daño podría compadecerlos. ¡Padecen… una suerte de impotencia!

El semblante de Afton se congeló, pero sus ojos destilaron un odio tan primario como el nacimiento y la muerte. Charlotte tuvo la impresión de que de no haber estado en ese jardín elegante, entre las conversaciones habituales, el tintineo de vasos y las risas corteses, Afton le habría hundido un cuchillo hasta la empuñadura y la habría rajado de arriba abajo.

Charlotte se volvió, enferma de miedo, pero no sin antes comunicar a Afton con la mirada que lo había comprendido. Por eso la pobre Phoebe nunca había creído que su marido fuese el violador. Y ahora Charlotte también lo sabía, y eso era algo que Afton no le perdonaría mientras viviese.

Charlotte se alejó discretamente, absorta en su descubrimiento. Lánguidas sedas flotaban en el pesado aire. Pieles impecables sufrían el acoso de pequeñas moscas y el calor aumentaba por momentos. La conversación revoloteaba en torno a ella y oía su rumor pero no sus palabras.

—Se ha dejado afectar demasiado. Es una locura, y me atrevo a decir que repugnante, pero no concierne a usted ni a su hermana.

Era Paul Alaric, que le tendía un vaso de limonada con semblante preocupado pero con el mismo brillo de humor en la mirada.

Charlotte recordó el cobertizo.

—No tiene nada que ver con eso —dijo negando con la cabeza—. Estaba pensando en otra cosa, en algo real.

Alaric le entregó la limonada y, con la otra mano, le retiró una mosca de la mejilla.

Charlotte aceptó el vaso agradecida y volvió ligeramente la cabeza. Entonces reparó en Jessamyn Nash y en su expresión hostil. Esta vez enseguida comprendió el motivo, era sencillo: sentía celos porque Paul Alaric la había tocado, porque se interesaba por Charlotte y Jessamyn sabía que era un interés genuino.

De repente, Charlotte sintió un deseo irresistible de escapar de esa hipocresía que ocultaba envidias, de aquel jardín agobiante, de las conversaciones estúpidas y los odios subterráneos.

—¿Dónde está enterrado Hallam Cayley? —preguntó.

Alaric la miró sorprendido.

—En el mismo cementerio que Fulbert y Fanny, a una milla de aquí. O, para ser exactos, en el linde del cementerio, en suelo no bendecido para suicidas.

—Quiero visitar su tumba. ¿Cree que alguien me dirá algo si arranco algunas flores de la entrada?

—Lo dudo. Pero ¿acaso le importaría?

—No, en absoluto. —Charlotte sonrió, agradeciendo que Alaric no la criticara.

Arrancó unas margaritas y un manojo de lupinos que ya comenzaban a granar en la base pero que aún conservaban la frescura, y echó a andar por la avenida en dirección a la carretera que conducía a la iglesia. Estaba más cerca de lo que imaginaba, pero el calor era cada vez más sofocante. Las nubes comenzaron a espesarse y había moscas por doquier.

No había nadie en el cementerio. Charlotte cruzó la verja y caminó por el sendero, flanqueado de sepulturas labradas con ángeles y epitafios, hasta más allá de los tejos, donde descansaba la pequeña parcela para los difuntos que no merecían la bendición de la Iglesia. La tumba de Hallam era muy nueva, el suelo todavía mostraba las cicatrices del entierro.

Contempló la tumba unos minutos antes de depositar las flores. Había olvidado llevar consigo un recipiente y no había ninguno en los alrededores. Quizá pensaban que nadie querría llevar flores a alguien como Hallam.

Charlotte clavó los ojos en la tierra, todavía seca y dura, y pensó en Paragon Walk, en la estupidez y el dolor innecesario, en la soledad.

Estaba meditando cuando oyó unos pasos y levantó la vista. Jessamyn Nash asomaba por la sombra de los tejos portando un ramo de lirios. Cuando reconoció a Charlotte, vaciló. Tenía el rostro lívido y la mirada sombría.

—¿A qué ha venido? —preguntó quedamente, caminando en dirección a Charlotte. Sostenía los lirios y las hojas erguidas, y de su mano surgía el destello plateado de unas tijeras.

Sin saber por qué, Charlotte tuvo miedo, como si la inminente tormenta y la electricidad del aire la hubiesen atravesado. Jessamyn estaba frente a ella, al otro lado de la tumba.

Charlotte señaló las flores que yacían sobre la sepultura.

—He venido… he venido a traer estas flores.

Jessamyn las contempló y, lentamente, levantó un pie y comenzó a pisotearlas, aplastándolas sobre la dura arcilla. Irguió la cabeza, miró a Charlotte y arrojó sus lirios en el mismo lugar.

Por encima de sus cabezas sonó el crujido de un trueno y las primeras gotas de lluvia comenzaron a caer, gruesas y pesadas, sobre sus vestidos.

Charlotte quería preguntarle por qué había hecho eso. Las palabras resonaban en su cabeza pero su voz guardaba silencio.

—¡Ni siquiera le conocía! —espetó Jessamyn entre dientes—. ¿Cómo se atreve a traerle flores? Es usted una intrusa. ¡Fuera de aquí!

En la mente de Charlotte empezaron a girar pensamientos extraordinarios y deslumbrantes como relámpagos. Contempló los lirios y recordó el día que Emily le dijo que Jessamyn nunca daba nada, aunque ya no lo quisiera. Cuando terminaba con algo, lo destruía, pero nunca dejaba que otro lo disfrutara. Emily hablaba de vestidos.

—¿Por qué ha de importarle que ponga flores en su tumba? —preguntó con toda la serenidad que pudo reunir—. Hallam está muerto.

—Eso no le da derecho. —Jessamyn palidecía por momentos y ni siquiera notaba las gotas de lluvia—. Usted no pertenece a Paragon Walk. Vuelva a su ambiente, cualquiera que éste sea. No intente hacerse un sitio aquí.

Mas los pensamientos iban tomando solidez y transparencia en la mente de Charlotte. Todas las preguntas comenzaban a ordenarse, encontrando una respuesta. El cuchillo, por qué Pitt no había hallado sangre en la calle, el desconcierto de Hallam, Fulbert, todo finalmente formaba un molde completo, incluso las cartas de amor que conservaba Hallam.

—No eran de su esposa, ¿verdad? —dijo—. No las firmó porque no fue ella quien las escribió. ¡Usted lo hizo!

Jessamyn alzó las cejas en dos arcos perfectos.

—¿De qué demonios está hablando?

—Las cartas de amor, las cartas dirigidas a Hallam que encontró la policía. ¡Eran suyas! Usted y Hallam eran amantes. Usted tenía una llave de la puerta del jardín. Así era como acudía a él y así fue como entró el día que murió Fulbert. Naturalmente, nadie la vio.

Jessamyn arrugó el labio.

—¡Eso es absurdo! ¿Por qué iba a querer matar a Fulbert? Era un pobre desgraciado, pero eso no es motivo para matarlo.

—Hallam confesó que había violado a Fanny. —Esbozó una mueca de dolor, como si hubiese recibido un golpe físico.

Charlotte percibió el gesto.

—No pudo soportar que Hallam deseara a otra mujer hasta el extremo de forzarla, ¿verdad?, y todavía menos que fuera una muchacha tan inocente y vulgar como Fanny. —Eran suposiciones, pero Charlotte creía en ellas—. Le chupó la sangre con su carácter posesivo y cuando Hallam quiso dejarla se aferró a él, precipitándolo a la bebida. —Respiró hondo—. Naturalmente que no recordaba haber matado a Fanny, y la policía no halló el cuchillo ni sangre en la calle. Él no la mató. Usted lo hizo. Cuando Fanny irrumpió a rastras en el gabinete y le contó lo ocurrido, la rabia y los celos la enloquecieron. La habían abandonado, rechazado por su insípida cuñadita. Cogió el cuchillo, quizá el cuchillo del frutero que descansaba sobre su aparador, y la mató allí mismo, en el gabinete. La sangre le salpicó el vestido, pero eso tenía fácil explicación. Lavó el cuchillo y lo dejó nuevamente en el frutero. Nadie le prestó atención. Así de sencillo.

»Y cuando Fulbert lo descubrió, a causa de su carácter entrometido, tuvo que deshacerse también de él. Quizá la amenazó y usted le retó a que visitara a Hallam, sabedora de que podía entrar por la puerta del jardín y sorprenderle. ¿Sabía que Hallam no estaba en casa aquel día? Probablemente sí.

»¡Qué sorpresa debió de llevarse cuando nadie halló el cuerpo de Fulbert! Sospechó que Hallam lo había ocultado y observó cómo éste se desmoronaba, atormentado por el pánico de su propia locura.

El rostro de Jessamyn estaba tan lívido como los lirios de la tumba, ambos empapados, el agua resbalándole como una mortaja.

—Es usted muy astuta —repuso lentamente Jessamyn—. Pero no puede probar nada de lo que ha dicho. Si cuenta esa historia a la policía, diré que tiene celos de mí y de Paul Alaric. Usted no pertenece a Paragon Walk, lo sé muy bien. Todos sus gestos, todos sus vestidos los ha tomado prestados de Emily. Pretende hacerse un sitio aquí y ha ideado esa historia para vengarse de mí porque yo lo sé.

—Oh, la policía me creerá. —Charlotte sintió un torrente de poder en su interior, y una ira indomable contra Jessamyn por su indiferencia al dolor—. El inspector Pitt es mi marido. ¿No lo sabía? Y luego están las cartas de amor, con su letra. Y es muy difícil borrar por completo la sangre de un cuchillo. Se introduce en la grieta que hay entre la empuñadura y la hoja. La policía dará con esas pruebas en cuanto sepa dónde buscar.

La expresión de Jessamyn cambió. Su serenidad de alabastro se quebró, dando paso a un odio acendrado. Alzó las tijeras y se precipitó sobre Charlotte, fallando sólo por unos centímetros porque su pie resbaló en la tierra mojada.

Charlotte despertó de su ensimismamiento y echó a correr sobre la áspera hierba y las enormes raíces de los tejos, bajo sus ramas, hasta el cementerio, mientras las faldas empapadas le abofeteaban las piernas. Sabía que Jessamyn la seguía. La lluvia caía a raudales, formando ríos amarillos sobre el suelo encallecido. Saltó sobre las sepulturas, enredándose los pies entre las flores y tropezando violentamente con el mármol mojado de las lápidas. Un ángel de yeso apareció de pronto y ella gritó involuntariamente al tiempo que se precipitaba sobre él.

Sólo en una ocasión se volvió para divisar a Jessamyn unos metros más atrás, su melena dorada y sedosa ondeando cual serpentinas. Las tijeras lanzaban destellos luminosos.

Charlotte estaba herida, tenía las piernas salpicadas de sangre y las esquinas de las lápidas magullaban sus brazos. Cayó al suelo, pero cuando Jessamyn se dispuso a abalanzarse sobre ella logró reincorporarse, jadeando y resollando con vehemencia. Si conseguía llegar a la carretera quizá encontraría a alguien, alguien sensato y normal que pudiera ayudarla.

Casi había llegado. Al volverse una vez más para comprobar la distancia que le separaba de Jessamyn, de pronto chocó contra un cuerpo y unos brazos que la rodearon.

Gritó y en su imaginación las tijeras le atravesaron la carne, como habían hecho con Fanny y Fulbert. Comenzó a soltar golpes ciegos con las piernas y los puños.

—¡Basta!

Era Alaric. Por un segundo interminable, ahogado, Charlotte no supo a quién temía más.

—Charlotte —dijo él suavemente—, todo ha terminado. Ha sido una locura que viniese sola, pero ya todo ha terminado.

Charlotte se volvió lentamente y miró a Jessamyn, empapada y cubierta de barro.

Jessamyn dejó caer las tijeras. No podía luchar contra los dos y tampoco podía ocultarse.

—Vamos. —Alaric rodeó con su brazo los hombros de Charlotte—. ¡Tiene un aspecto horrible! Será mejor que avisemos a la policía.

Charlotte sonrió… «Sí —pensó—, avise a la policía, avise a Pitt. ¡Sobre todo, avise a Pitt!».