4

Emily pasó una noche atroz. George estaba en casa, pero no se le ocurría nada que decirle. Deseaba hacerle toda clase de preguntas, mas con ello habría delatado abiertamente sus dudas, de modo que prefirió callar. Además, temía las respuestas, aun cuando George fuese paciente con ella y no se mostrase dolido o enojado. Si él le contaba la verdad, ¿habría algo en ella que Emily hubiese deseado no haber sabido nunca?

No era tan ingenua como para creer que George era perfecto. Cuando decidió casarse con él, aceptó el hecho de que jugase y en ocasiones bebiese más de la cuenta. Incluso toleraba que de vez en cuando coqueteara con otras mujeres, cosa que en general veía como inofensiva, el mismo juego que ella se permitía practicar para limar sus habilidades en ese campo y no devenir demasiado hogareña y pacata. A veces resultaba duro, incluso desconcertante, pero ella se había adaptado al estilo de vida de su marido con bastante habilidad.

Sin embargo, últimamente Emily parecía cambiada. Se alteraba por nimiedades e incluso lloraba con facilidad, hecho que le horrorizaba. Jamás había soportado a las mujeres lloronas o dadas a los desmayos, y durante el último mes había hecho ambas cosas.

Se retiró a su cuarto temprano, y aunque no tardó en conciliar el sueño, a lo largo de la noche se despertó varias veces y por la mañana sufrió terribles náuseas durante una hora.

Había sido sumamente injusta con Charlotte y lo sabía. Charlotte quería averiguar cuanto fuera posible sobre Paragon Walk porque deseaba proteger a su hermana de las mismas cosas que ahora atormentaban la mente de Emily. Una parte de su ser amaba a Charlotte por ese motivo y por muchos otros, pero un eco de odio le latía por dentro, porque incluso con su anticuado e insulso vestido de muselina gris Charlotte era una mujer segura de sí misma, relajada, y su mente estaba libre de temores. Emily tenía la certeza de que Thomas no flirteaba con otras mujeres. Nada en la conducta social de Charlotte llevaría a Thomas a preguntarse si había hecho bien casándose con una mujer de clase inferior o si Charlotte era digna de él o estaba a la altura de su posición social. No sentían la apremiante necesidad de engendrar un hijo que ostentara el título.

Cierto que Thomas era, de todas las profesiones, policía y un ser realmente extraño, sencillo como un cacharro de cocina e incorregiblemente desaliñado. Pero sabía reír, y en su fuero interno Emily estaba convencida de que era más inteligente que George. Quizá lo bastante para descubrir quién había matado a Fanny Nash antes de que las sospechas revelaran toda clase de pecados y heridas de la gente de Paragon Walk, para que así pudieran conservar esas pequeñas máscaras rigurosamente elegidas tras las que nadie, en realidad, quería mirar.

No pudo desayunar y ya era la hora del almuerzo cuando vio a tía Vespasia.

—Estás demacrada, Emily —dijo Vespasia arrugando la frente—. Confío en que estés comiendo lo suficiente. En tu estado es muy importante.

—Sí, gracias tía Vespasia. —De hecho, se le había abierto el apetito y se sirvió una ración abundante.

—Mmmm —Vespasia cogió las tenacillas y se sirvió la mitad que su sobrina—. Entonces estás preocupada. No permitas que Selena Montague te inquiete.

Emily miró a su tía.

—¿Selena? ¿Qué te hace pensar que me preocupa?

—Es una mujer ociosa que no tiene marido ni hijos de los que preocuparse —replicó secamente Vespasia—. Se ha propuesto, hasta ahora sin éxito, conquistar a ese francés. A Selena no le gusta perder. Era la hija favorita de su padre y todavía no lo ha superado.

—Si quiere al señor Alaric, por lo que a mí respecta es todo suyo —repuso Emily—. No tengo ningún interés en él.

Vespasia la miró incisivamente.

—Tonterías, niña. Toda mujer en su sano juicio estaría interesada en un hombre como ése. Incluso a mí, cuando lo miro, me trae recuerdos de mi juventud. Yo hubiera conseguido que se fijara en mí.

Emily sonrió para sus adentros.

—Estoy segura de ello, tía Vespasia. No me extrañaría que prefiriera tu compañía incluso ahora.

—No emplees lisonjas conmigo, pequeña. Estoy vieja pero todavía conservo el juicio.

Emily siguió sonriendo.

—¿Por qué nunca me hablaste de tu hermana? —preguntó Vespasia.

—Lo hice. Te hablé de ella al día siguiente de tu llegada, y más tarde te conté que estaba casada con un policía.

—Dijiste que no era una mujer convencional, eso lo recuerdo. Su lengua es un desastre y camina cual duquesa. Pero no mencionaste que fuera tan distinguida.

Emily contuvo el deseo de sonreír. Hubiera sido una injusticia mencionar los alfileres y el corsé.

—Oh, sí —convino—. Charlotte siempre ha sido una mujer sorprendente, para bien o para mal. Pero muchas personas la encuentran demasiado sorprendente para sentirse cómodas a su lado. La mayoría de la gente sólo admira la belleza tradicional, y mi hermana no sabe flirtear.

—Una lástima —opinó Vespasia—. El flirteo es una habilidad que no se aprende. O la tienes o no la tienes.

—Pues Charlotte no la tiene.

—Espero que vuelva a visitarnos pronto. La gente de por aquí cada día me aburre más. Si Jessamyn y Selena no mejoran su batalla por el caballero francés, nos veremos obligadas a crear alguna diversión nosotras mismas o de lo contrario el verano se hará insoportable. ¿Crees que podrás asistir al entierro de esa pobre niña? Recuerda que se celebra pasado mañana. —Emily lo había olvidado.

—Espero estar bien para entonces, pero creo que pediré a Charlotte que me acompañe. Sin duda será penoso y me gustaría tenerla a mi lado. —También era una oportunidad para disculparse por su comportamiento del día anterior—. Le enviaré una nota enseguida para preguntárselo.

—Tendrás que prestarle algo negro —le advirtió Vespasia—. O quizá será mejor dejarle algo mío. Creo que tenemos la misma estatura. Ordena a Agnes que le retoque mi vestido de color lavanda. Si empieza ahora, lo tendremos listo para entonces.

—Gracias, eres muy amable.

—Tonterías. Siempre puedo hacerme otro si me apetece. También tendrás que conseguirle un sombrero y un chal negros. Yo no tengo ni una cosa ni otra. Odio ese color.

—¿No piensas ir de negro al entierro?

—No tengo nada negro. Vestiré de color lavanda, así tu hermana no será la única. Nadie osará criticarla si yo también voy de lavanda.

Charlotte se llevó una sorpresa al recibir la carta de Emily, pero al abrirla sintió un enorme alivio. La disculpa era sencilla, una expresión de pesar genuino, no una cuestión de cumplido. Estaba tan feliz que casi se saltó la parte relativa al entierro. No tenía que preocuparse del vestido y Emily apreciaría enormemente su presencia en un momento como ése. Un coche iría a recogerla por la mañana, de modo que debía buscar a alguien que cuidara de Jemima.

Estaba dispuesta a ir, no sólo porque Emily se lo pedía, sino también porque toda la gente de Paragon Walk iba a estar allí y no podía desperdiciar la oportunidad de verla. Esa misma noche se lo contó a Pitt en cuanto éste cruzó la puerta.

—Emily me ha pedido que la acompañe al entierro —dijo, con los brazos todavía en torno al cuello de su marido—. Se celebra pasado mañana. Dejaré a Jemima con la señora Smith, seguro que no le importara. Emily me enviará un coche. ¡Y ha organizado un vestido para mí!

Pitt se abstuvo de preguntar cómo se «organizaba» un vestido, y al ver que Charlotte intentaba desasirse de él a fin de expresarse mejor, la dejó con una sonrisa irónica.

—¿Estás segura de que quieres ir? —preguntó—. No será un asunto agradable.

—Emily quiere que vaya. —Lo dijo como si fuera la respuesta perfecta.

Thomas adivinó enseguida, por el brillo reflejado en sus ojos, que Charlotte estaba omitiendo algo: quería ir para satisfacer su curiosidad.

Charlotte observó la amplia sonrisa de su marido y comprendió que no había conseguido engañarle.

—De acuerdo, quiero ver a esa gente. Pero prometo que sólo me limitaré a mirar. ¿Qué has descubierto? Tengo derecho a preguntártelo, porque el caso afecta a Emily.

El rostro de Pitt se ensombreció. Tomó asiento y apoyó los codos sobre la mesa. Parecía cansado. Charlotte se dio cuenta entonces de su egoísmo al haber ignorado los sentimientos de su marido y pensado únicamente en Emily. No hacía mucho había aprendido a hacer limonada con bastante menos fruta fresca de la que habría empleado cuando era soltera. La guardaba en un cubo de agua fría, sobre las piedras próximas a la puerta de atrás. Corrió a llenar un vaso y se lo sirvió a Pitt. No repitió la pregunta.

Pitt bebió la limonada y luego respondió.

—He estado comprobando dónde estuvo todo el mundo. Desafortunadamente, nadie recuerda si George se hallaba en su club aquella noche. Insistí tanto como me pareció prudente, pero esa gente no diferencia una noche de otra. De hecho, dudo incluso que distingan a una persona de otra. A mí, muchos de ellos me parecen iguales tanto de aspecto como de forma de hablar. —Sonrió—. Absurdo, ¿no crees? Imagino que también nosotros les parecemos iguales.

Charlotte guardó silencio. Aquélla era una de las razones por las que había rogado que George quedara pronto libre de toda sospecha.

—Lo siento. —Pitt alargó un brazo y le acarició la mano.

Ella envolvió con sus dedos la mano de su marido.

—Sé que lo has intentado. ¿Has conseguido demostrar la inocencia de alguien?

—No. Todos pueden explicar dónde estuvieron aquella noche, pero nadie puede probarlo.

—¡Tiene que haber alguien que pueda hacerlo!

—Probarlo, no. —Pitt alzó la vista y sus ojos se entrecerraron—. Afton y Fulbert Nash estuvieron juntos en casa casi todo el tiempo, pero no todos…

—Pero eran sus hermanos —replicó Charlotte con un escalofrío—. ¿No los creerás capaces de semejante atrocidad?

—No, pero tampoco es imposible. Diggory Nash estuvo jugando, pero sus amigos se mostraron reacios a precisar exactamente quién estaba dónde y cuándo. Algernon Burnon asegura que lo suyo es una cuestión de honor que no desea divulgar. Imagino que estaba con una mujer y, dadas las circunstancias, no se atreve a confesarlo. Hallan Cayley se hallaba en la fiesta de los Dilbridge cuando se enzarzó en una pelea y salió a dar un paseo para calmarse. Dudo que saliera y tropezara con Fanny, pero tampoco es imposible. El francés, Paul Alaric, declaró que estaba solo en casa, y probablemente sea cierto, pero no podemos probarlo.

—¿Y los sirvientes? Es más probable que haya sido uno de ellos. —Tenía que ser objetiva, impedir que las palabras de Fulbert empañaran su entendimiento—. ¿Qué hay de los lacayos y cocheros de la fiesta? —añadió.

Pitt sonrió levemente, comprendiendo los pensamientos de su esposa.

—También están siendo investigados. Pero casi todos, cuando no se hallaban reunidos en pequeños grupos intercambiando chismorreos y fanfarroneando, estaban dentro de la casa comiendo. Y los criados, por su parte, tienen demasiado trabajo para dedicarse a otras cosas.

Charlotte sabía que era cierto. Cuando vivía en Cater Street los mayordomos y lacayos no disponían de tiempo libre por la noche para salir. Una campanilla podía requerir su presencia en cualquier momento, ya fuera para abrir una puerta o llevar una bandeja de oporto o realizar cualquiera de sus innumerables tareas.

—¡Tiene que haber algo que pueda demostrarse! —protestó Charlotte elevando la voz—. Es todo tan… nebuloso. Nadie es culpable, pero nadie es realmente inocente. ¡Tiene que haber algo que pueda probarse!

—Todavía no, salvo por lo que respecta a los sirvientes. Ellos sí pueden demostrar sus movimientos de aquella noche.

Charlotte dejó de discutir. Se levantó y sirvió en un plato la cena de Pitt, colocándola con esmero para darle un toque distinguido y elegante. No tenía nada que ver con los manjares servidos en casa de Emily, pero le había costado veinte veces menos, salvo por la fruta. Hoy se había permitido ese pequeño lujo.

El entierro fue el acontecimiento más sombrío que Charlotte había visto en su vida. El día amaneció nublado y sofocante. El coche de Emily la recogió antes de las nueve de la mañana y la trasladó directamente a Paragon Walk. Emily la recibió con una mirada cálida de alivio al comprender que el arranque del otro día estaba olvidado.

No había tiempo para refrigerios ni cotilleos. Emily se llevó a su hermana al primer piso y le puso delante un exquisito vestido lavanda oscuro, más elaborado y formal que todos los trajes que Charlotte había visto lucir a Emily. Poseía un ligero toque de gran dama que no alcanzaba a relacionar con su hermana. Lo alzó y miró por encima del regio escote.

—Oh… —suspiró Emily con una tenue sonrisa—. Es de tía Vespasia, pero creo que te sentará divinamente. —Amplió la sonrisa, mas enseguida enrojeció de remordimiento al recordar la ocasión—. Creo que en algunas cosas te pareces mucho a tía Vespasia… o te parecerás, dentro de cincuenta años.

Charlotte recordó que Pitt había dicho lo mismo y se sintió halagada.

—Gracias.

Dejó el vestido y se volvió para que Emily le desabotonara el traje. Estaba preparada para más alfileres, pero le sorprendió comprobar que no eran necesarios. El vestido parecía hecho a su medida. Quizá hubiera necesitado dos centímetros más en los hombros, pero por lo demás era perfecto. Se miró en el espejo móvil. El efecto era bastante asombroso y decididamente distinguido.

—¡Espabila! —exclamó Emily—. Deja de admirarte o llegaremos tarde. Debes cubrirlo con algo negro. Sé que el lavanda también es color de duelo, pero pareces una duquesa a punto de recibir visitas. Ponte este chal negro. ¡Estáte quieta! No da ningún calor y oscurece el conjunto. Y guantes negros, por supuesto. También te he conseguido un sombrero negro.

Charlotte no se atrevió a preguntar dónde lo había «conseguido». Quizá era mejor no saberlo. Con todo, se trataba de un oficio fúnebre y era preciso llevar sombrero, dejando aparte las exigencias de la moda.

Era un sombrero extravagante, de ala ancha con plumas y velo. Se lo encasquetó ligeramente ladeado, y Emily se echó a reír.

—¡Oh, eres terrible! Por favor, Charlotte, cuidado con lo que dices. Estoy tan nerviosa que me haces reír cuando menos lo pretendo. Estoy haciendo lo posible para no pensar en esa pobre muchacha. Ocupo la cabeza con toda clase de cosas, incluso con tonterías, simplemente para apartar su imagen de mi mente.

Charlotte la rodeó con un brazo.

—Lo sé. Sé que no eres cruel. Todos reímos a veces cuando en realidad queremos llorar. Ahora dime, ¿estoy ridícula con este sombrero?

Emily alargó ambas manos y alteró ligeramente el ángulo. Ella iba vestida con el más sobrio de los lutos.

—No, no; te sienta muy bien. Jessamyn se pondrá furiosa, porque después del funeral todo el mundo te mirará y se preguntará quién eres. Baja un poco el velo, así tendrán que acercarse para verte. Eso es, perfecto. ¡No juegues con él!

El cortejo, enteramente ataviado de negro, resultó extremadamente severo: caballos negros tirando de un coche fúnebre negro, cocheros con galones de crespón negro y arreos con penachos negros. Inmediatamente detrás, en otro coche negro, viajaban los familiares más allegados y, seguidamente, el resto de los asistentes. La procesión avanzaba al ritmo más augusto.

Charlotte iba en un coche con Emily, George y tía Vespasia, preguntándose por qué la gente que creía ciegamente en la resurrección hacía de la muerte un melodrama. Parecía una obra de teatro de tres al cuarto. Era una pregunta que se planteaba a menudo, pero jamás había tropezado con la persona indicada para formulársela. Había confiado en que algún día conocería a un obispo, pero ahora esa posibilidad era más que remota. En una ocasión planteó el tema a su padre y recibió una respuesta tajante que la silenció por completo, si bien lo único que sacó en claro fue que su padre tampoco lo sabía y el tema le desagradaba en extremo.

Descendió del coche con elegancia, aceptando la mano de George y sin ladear más su sombrero negro. Al lado de tía Vespasia, siguiendo a Emily y George, cruzó la verja del cementerio y caminó por el sendero que conducía a la iglesia. Dentro, el órgano entonaba una marcha fúnebre con más exuberancia de la debida y con algunas notas tan disonantes que incluso Charlotte hizo una mueca al oírlas. Se preguntó si el organista era el habitual o un aficionado entusiasta contratado con prisas para la ocasión.

El servicio en sí resultó insípido pero, por fortuna, breve. Probablemente el párroco no deseaba entrar en detalles sobre la causa de la muerte en aquel lugar de recogimiento espiritual. La violación y el asesinato no concordaban con las vidrieras, la música de órgano y los sordos sorbeteos sobre pañuelos de encaje. La muerte era sinónimo de dolor, enfermedad y miedo por el largo y oscuro paso final. Y no hubo nada ennoblecedor en ese paso para Fanny. No era que Charlotte no creyese en Dios o en la resurrección, pero detestaba esa tendencia a ignorar las verdades desagradables. Toda esa ceremonia elaborada y pomposa iba destinada a la conciencia de los vivos para que pudieran sentir que habían rendido el debido homenaje y que ahora ya podían olvidarse tranquilamente de Fanny y proseguir con la temporada social. Poco tenía que ver con la muchacha o con el hecho de si la querían o no.

Finalizado el oficio, los asistentes se dirigieron al cementerio para el entierro. El aire era tórrido y pesado, y tenía un olor ligeramente rancio. La tierra estaba seca de tantas semanas sin lluvia, y los sepultureros habían tenido que utilizar picos para levantarla. El único lugar húmedo se hallaba bajo los tejos, cada vez más próximos a la tierra, y desprendía un olor agrio, podrido, como si las raíces se hubiesen alimentado de demasiados cadáveres.

—Los funerales son una estupidez —susurró severamente tía Vespasia al oído de Charlotte—. El peor arranque de autoindulgencia de la sociedad. Peor incluso que Ascot. Todo el mundo juega a sentirse afligido. A algunas mujeres les favorece el negro y lo saben, y las verás en todos los entierros importantes, conozcan o no al difunto. Maria Clerkenwell tenía esa costumbre. Conoció a su primer marido en el funeral de un primo de éste. Era el principal deudo porque había de heredar el título. María jamás había oído hablar del difunto, hasta que leyó su nombre en las páginas de sociedad y decidió asistir a su entierro.

En su fuero interno, Charlotte admiraba el empuje de aquella mujer. Era algo que Emily podría haber hecho. Sus ojos se deslizaron por encima de la tumba abierta y los rostros enrojecidos y sudorosos de los portadores del féretro para posarse en la figura erguida y pálida de Jessamyn Nash. El hombre que estaba a su lado lo era todo menos bien parecido, pero había algo agradable en su rostro, una buena disposición a sonreír.

—¿Es su marido? —preguntó quedamente Charlotte.

Vespasia siguió la dirección de su mirada.

—Diggory. Algo libertino, pero sin duda el mejor de los Nash. Aunque en este caso no es decir mucho.

Por lo que Charlotte había oído de Afton y visto de Fulbert, no podía discrepar. Siguió observando, confiando en que el velo ocultara el hecho. Tenía que reconocer que los velos resultaban muy prácticos. Nunca antes había lucido semejante prenda, pero no debía olvidarla en el futuro. Diggory y Jessamyn estaban algo separados. Él no se esforzaba por acariciar o apoyar a su mujer. De hecho, su atención parecía centrada en Phoebe, la esposa de Afton, que tenía un aspecto calamitoso. Daba la impresión de que su cabello había resbalado hacia un lado y su sombrero hacia el otro, y aunque hacía algún que otro gesto para reajustarlo, sólo conseguía empeorar las cosas. Como los demás, iba de negro, pero en ella parecía un negro polvoriento, de deshollinador, muy diferente del negro lustroso y ala de cuervo del vestido de Jessamyn. Afton permanecía firme a su lado con semblante impasible. Cualesquiera fueran sus sentimientos, su posición no le permitía dar muestra de ellos en público.

El párroco alzó la mano para reclamar la atención de los presentes. Los suaves murmullos cesaron. Salmodió las palabras habituales. Charlotte se preguntó por qué los curas salmodiaban. Las palabras sonaban menos sinceras que cuando se pronunciaban con tono normal. Las personas verdaderamente afectadas no hablaban de ese modo, demasiado absortas en el contenido para preocuparse por la forma. Dios era la última persona que se dejaría influir por el boato y los aires conmovedores.

Alzó la vista a través del velo, preguntándose si alguien más estaba pensando lo mismo que ella, ¿o acaso estaban todos debidamente impresionados? Jessamyn mantenía la cabeza gacha. Estaba erguida, pálida y hermosa como un lirio, algo rígida pero muy acertada. Phoebe sollozaba. Selena Montague estaba favorecedoramente lívida, si bien, a juzgar por el color de sus labios, no se había despreocupado de su aspecto y sus ojos brillaban como el fuego. Se hallaba junto al hombre más distinguido que Charlotte había visto nunca. Aunque alto y delgado, desprendía una agilidad que revelaba un cuerpo fuerte, lejos de la elegancia lechuguina, afeminada, que caracterizaba a los de su clase. Llevaba la cabeza descubierta, como los demás hombres, revelando una abundante y suave cabellera negra. Al girarse, Charlotte apreció el perfecto corte del cabello en la nuca. No necesitaba preguntar a Vespasia quién era. Con un ligero hormigueo de emoción, dedujo que se trataba del bello francés, el hombre que se disputaban Selena y Jessamyn.

Por el momento ignoraba quién iba ganando, pero el francés estaba al lado de Selena. ¿O era ella quien estaba al lado de él? Mas el centro de atención era Jessamyn. La mitad de las cabezas congregadas miraban en su dirección. El francés era uno de los pocos que contemplaba el torpe descenso del féretro en la fosa. Dos hombres que portaban palas permanecían respetuosa y discretamente apartados, actitud que adoptaban por inercia, tan habituados estaban a esos rituales.

Otra de las pocas personas que parecían genuinamente emocionadas era un hombre que se hallaba en el mismo lado de la sepultura que Charlotte y Vespasia. En un principio, Charlotte reparó en él por la tensión que desprendían sus hombros, como si todos sus músculos se hallaran comprimidos. Sin pensarlo, avanzó un paso para atisbar su cara, en caso de que la girara cuando se arrojara la tierra sobre el féretro.

La voz cantarina del párroco pronunció las viejas palabras de tierra a la tierra y polvo al polvo. El hombre se volvió para observar la pesada arcilla golpear la tapa del ataúd. Charlotte alcanzó a verle el perfil y luego las facciones. El rostro, fuerte y salpicado de viruela, destilaba en ese momento un dolor profundo. ¿Era por Fanny? ¿Por la muerte en general? ¿Acaso por los vivos, porque sabía algo acerca de los «sepulcros blanqueados» mencionados por Fulbert? ¿O era simplemente miedo?

Charlotte retrocedió y tocó el brazo de Vespasia.

—¿Quién es?

—Hallam Cayley —respondió Vespasia—. Viudo. Su esposa era una Cardew. Falleció hace dos años. Una mujer bonita con mucho dinero pero escaso juicio.

—Oh.

Eso explicaba la tensión del cuerpo y el confuso dolor reflejado en el rostro del hombre. Puede que incluso ella misma estuviera observando a aquella gente, ocupando la mente con conjeturas, para mantener alejada la imagen de otros entierros personales, demasiado dolorosos para soportar su recuerdo.

La ceremonia tocó a su fin. Pausadamente y con decoro, los asistentes se volvieron al mismo tiempo y se encaminaron hacia la salida. Iban a encontrarse de nuevo en casa de Afton Nash para la obligada recepción. Después, la ceremonia podría darse por concluida.

—Veo que has reparado en el francés —observó Vespasia en voz baja.

Charlotte consideró la posibilidad de fingir que no sabía de qué le hablaba, pero decidió que no funcionaría.

—¿Junto a Selena?

—Naturalmente.

Caminaron, o más bien desfilaron, por el estrecho sendero, cruzaron la verja y salieron a la carretera. Afton, por ser el hermano mayor, fue el primero en subir al coche, seguido de Jessamyn y Diggory, que iba algo retrasado. Había estado hablando con George, y Jessamyn se vio obligada a esperarle. Charlotte advirtió un matiz de irritación en su rostro. Fulbert había venido en otro coche y se ofreció a acompañar a las señoritas Horbury, quienes, ataviadas con sendos vestidos negros, antiguos y muy ornados, necesitaron un rato para acomodarse satisfactoriamente.

George y Emily les sucedieron, y Charlotte se vio avanzando antes de estar realmente preparada para partir. Miró a Emily, que le brindó una sonrisa cansina. Charlotte se alegró de comprobar que había deslizado su mano en la de George y que él la sostenía con aire protector.

El desayuno funerario, tal como Charlotte había imaginado, era espléndido. Exento de ostentación —no debía centrarse la atención en una muerte acaecida de forma tan espantosa—, la enorme mesa, no obstante, contenía suficiente comida para alimentar a la mitad de la alta sociedad, y tras un rápido cálculo Charlotte llegó a la conclusión de que los hombres, mujeres y niños de su calle habrían vivido de ella durante un mes.

Los asistentes se dividieron en pequeños grupos, intercambiando breves palabras, reacios a ser los primeros en comenzar.

—¿Por qué siempre comemos después de los funerales? —preguntó Charlotte frunciendo el entrecejo—. Es justamente cuando menos apetito tengo.

—Por convención —respondió George mirando a su cuñada. Tenía los ojos más bonitos que Charlotte había visto en su vida—. Es la única clase de hospitalidad que todo el mundo comprende. Además, ¿qué otra cosa se puede hacer? No podemos quedarnos aquí de pie sin hacer nada, y tampoco podemos bailar.

Charlotte reprimió el deseo de sonreír. La situación era tan formal y ridícula como un baile pasado de moda.

Miró en derredor. George tenía razón, todo el mundo parecía incómodo y la comida aliviaba la tensión. Sería una vulgaridad mostrar las emociones, al menos por lo que respectaba a los hombres. Las mujeres eran seres previsiblemente débiles, pero los sollozos estaban mal vistos porque violentaban y la gente no sabía cómo reaccionar. Mas la mujer siempre tenía el recurso del desmayo, lo cual era bastante aceptable y brindaba la excusa perfecta para retirarse. La comida era una ocupación que llenaba el vacío entre el entierro y el momento en que los asistentes podían permitirse partir respetablemente y dejar atrás el desagradable tema de la muerte.

Emily extendió una mano para reclamar la atención de su hermana. Charlotte se volvió y se encontró con una mujer elegantemente vestida de negro, acompañada de un hombre más bien grueso.

—Permitidme que os presente a mi hermana, la señora Pitt. Lord y lady Dilbridge.

Charlotte respondió con los cumplidos habituales.

—¡Qué tragedia tan espantosa! —dijo Grace Dilbridge con un suspiro—. Nadie lo hubiera esperado de los Nash.

—Nadie puede esperar semejante cosa de nadie —replicó Charlotte—, salvo de la gente pobre y desesperada. —Estaba pensando en las barriadas de las que Pitt le había hablado, pero incluso él le había contado poco de la horrible realidad de esos lugares. No obstante, ella la había percibido en su rostro ensombrecido y en los largos silencios que sucedían a sus relatos.

—Siempre consideré a la pobre Fanny una criatura inocente —observó Frederick Dilbridge a modo de respuesta—. Pobre Jessamyn. Tardará mucho tiempo en superar esta tragedia.

—También Algernon —añadió Grace, mirando con el rabillo del ojo a Algernon Burnon, que en ese momento rechazaba un pastelito y aceptaba otra copa de oporto—. Pobre muchacho. Gracias a Dios que aún no estaban casados.

Charlotte dudó de la pertinencia del comentario.

—Debe de estar muy afligido —dijo—. No imagino peor forma de perder a una prometida.

—Mejor perder una prometida que una esposa —insistió Grace—. Por lo menos ahora podrá buscar una joven que le convenga más, una vez haya transcurrido un período prudente, por supuesto.

—Los Nash no tenían más hijas. —Frederick aceptó una copa del sirviente—. Lo cual es de agradecer.

—¿De agradecer? —Charlotte no daba crédito a sus oídos.

—Naturalmente. —Grace miró a Charlotte con las cejas levantadas—. Sin duda sabrá cuán difícil resulta casar a las hijas. ¡Semejante escándalo en la familia lo convertiría en una empresa prácticamente imposible! Yo no desearía que un hijo mío se casara con una muchacha cuya hermana era… en fin… —Tosió delicadamente y miró a Charlotte con fiereza por obligarla a expresar con palabras algo tan obvio—. Todo lo que puedo decir es que me tranquiliza mucho que mi hijo ya esté casado. Ella es hija de la marquesa de Weybridge, una joven encantadora. ¿Conoce a los Weybridge?

—No. —Charlotte negó con la cabeza y el sirviente, malinterpretando el gesto, se alejó con la bandeja, dejándola con la mano suspendida en el aire. Nadie reparó en lo ocurrido y Charlotte bajó la mano—. No, no los conozco.

Nadie hizo un comentario cortés al respecto, de modo que Grace retornó al tema original.

—Las hijas son una preocupación hasta que se casan. —Alargando una mano, se volvió hacia Emily—. Espero, querida, que sólo tengas varones. Son menos vulnerables. El mundo acepta las debilidades de los hombres y nosotras hemos aprendido a tolerarlas. Pero cuando una mujer es débil, la sociedad entera la rechaza. Pobre Fanny, descanse en paz. Ahora, querida, debo ir a ver a Phoebe. Parece muy afectada. Intentaré consolarla.

—¡Es monstruoso! —exclamó Charlotte cuando la pareja se hubo marchado—. Por la forma de hablar de esa mujer, cualquiera diría que Fanny era una mujer licenciosa.

—¡Charlotte! —la reprendió Emily—. Por lo que más quieras, no emplees esa clase de vocabulario aquí. Además, sólo los hombres son licenciosos.

—Sabes perfectamente lo que quiero decir. ¡Es imperdonable! Esa muchacha está muerta, fue maltratada y asesinada en su propia calle, y la gente se dedica a hablar de las oportunidades de matrimonio y de lo que la sociedad pensará. ¡Es repugnante!

—¡Shhh! —Emily cogió la mano de su hermana con firmeza—. La gente puede oírte, y no te comprendería. —Con más apuro que simpatía, sonrió al ver que Selena se aproximaba. George respiró hondo y suspiró.

—Hola, Emily —saludó radiantemente Selena—. Permíteme que te felicite. Sé que es una experiencia penosa, pero nadie lo diría por tu aspecto. Admiro tu fortaleza.

Era más baja de lo que Charlotte había supuesto en un principio, por lo menos veinte centímetros menos que su cuñado. Selena miró a George con sus pestañas entornadas.

George hizo una observación trivial. Había un tenue rubor en sus mejillas.

Charlotte miró a Emily y vio que su rostro se tensaba. Por una vez, Emily no sabía qué decir.

—También tú eres admirable —intervino Charlotte, mirando a Selena con sarcasmo—. Lo estás llevando maravillosamente. De hecho, si no supiera que el dolor te embarga, hubiera jurado que estás decididamente alegre.

Emily contuvo el aliento, mas Charlotte la ignoró. George trasladó el peso del cuerpo de un pie a otro.

Selena enrojeció pero eligió sus palabras cuidadosamente.

—Señora Pitt, si me conociera mejor jamás me habría calificado de insensible. Soy una persona en extremo afectuosa. ¿Verdad, George? —Lo miró de nuevo con sus grandes ojos—. Te lo ruego, no permitas que la señora Pitt me considere una mujer fría. ¡Tú sabes que no lo soy!

—Estoy… estoy seguro de que no piensa eso. —George estaba visiblemente incómodo—. Sólo quería decir que… que tu comportamiento es admirable.

Selena sonrió a Emily, que permanecía inmóvil.

—La gente que me considera insensible no merece mi simpatía —fue su última frase.

Charlotte se acercó aún más a Emily para protegerla, adivinando súbitamente dónde estaba la amenaza: en los ojos deslumbrantes de Selena.

—Me halaga que le importe tanto lo que pueda pensar de usted —dijo fríamente Charlotte. Le hubiera gustado sonreír, pero nunca había sido una buena actriz—. Le prometo que no haré más juicios precipitados. Estoy convencida de que es usted muy… —miró directamente a Selena para asegurarse de que captaba la palabra en todo su significado— generosa.

—Veo que su marido no ha venido con usted. —La respuesta de Selena fue rápida y virulenta.

Esta vez Charlotte fue capaz de sonreír. Estaba orgullosa del trabajo de Thomas, aun sabiendo que esa gente lo habría mirado con desdén.

—Está ocupado. Tiene mucho que hacer.

—Es una lástima —murmuró Selena sin convicción. Su rostro ya no reflejaba satisfacción.

Al poco rato Charlotte tuvo la oportunidad de conocer a Algernon Burnon. Fueron presentados por Phoebe Nash, cuyo sombrero aparecía ahora derecho, si bien el cabello todavía parecía molestarle.

Charlotte conocía muy bien esa sensación: un alfiler o dos en el lugar erróneo podían hacerte sentir como si todo tu pelo estuviera aferrado a la cabeza con clavos.

Algernon se inclinó levemente, un gesto cortés que a Charlotte le pareció algo desconcertante. El hombre parecía más preocupado por el bienestar de ella que por el suyo propio. Ella se había preparado para expresarle su dolor y él estaba preguntándole por su salud y si el calor le molestaba.

Charlotte se tragó el pésame que tenía en la punta de la lengua y ofreció la respuesta que consideró más sensata. Quizá Algernon consideraba el suceso demasiado doloroso para explayarse en él y agradecía la oportunidad de hablar con alguien que no había conocido a Fanny. Cuánto podían engañar las apariencias.

Charlotte estaba confusa. Por un lado era demasiado consciente de que Algernon había estado unido a Fanny, y por otro no cesaba de preguntarse si el joven había amado a Fanny, si se trataba de un compromiso concertado o si en realidad se alegraba de haberse librado de ella. Apenas prestaba atención a la conversación, aunque una parte de ella le decía que era cultivada y relajada.

—Lo siento —se disculpó Charlotte. No tenía la menor idea de lo que Algernon acababa de decir.

—¿Quizá la señora Pitt, como yo, encuentra nuestras recepciones algo diferentes…?

Charlotte se volvió bruscamente y vio al francés a menos de un metro de ella. Sus ojos, bellos e inteligentes, escondían una sonrisa.

No estaba totalmente segura del significado de la pregunta. ¿Acaso ese hombre estaba pensando lo mismo que ella? La franqueza era el único refugio seguro.

—Las conozco poco —contestó—. Ignoro cómo son normalmente.

Si Algernon comprendió la ambigüedad de las palabras de Charlotte, no dio muestra de ello.

—Señora Pitt, le presento al señor Paul Alaric —dijo despreocupadamente—. Creo que todavía no les habían presentado. La señora Pitt es hermana de lady Ashworth —añadió.

Alaric se inclinó ligeramente.

—Sé perfectamente quién es la señora Pitt. —Su sonrisa compensó la descortesía de sus palabras—. ¿Crees que una persona como ella puede visitar Paragon Walk sin que la gente hable? Lamento que nos conozcamos en una ocasión tan trágica.

Charlotte se sobrepuso de inmediato. Debía de estar agotada por el calor y el funeral para comportarse de forma tan estúpida.

—¿Cómo está, señor Alaric? —dijo fríamente. Y luego, puesto que no parecía suficiente, añadió—: Sí, es una lástima que muchas veces necesitemos una tragedia para reordenar nuestras vidas.

El hombre esbozó una sonrisa tenue y delicada.

—¿Piensa reordenar mi vida, señora Pitt?

El rubor subió a la cara de Charlotte. Confiaba en que el velo lo ocultara.

—Ha malinterpretado mis palabras, señor. Me refería a la tragedia. Nuestro encuentro difícilmente puede tener importancia.

—Es usted muy modesta, señora Pitt —intervino intencionadamente Selena con el rostro iluminado, meciendo tras de sí la gasa negra de su vestido—. Nunca lo hubiera dicho, a juzgar por su maravilloso vestido. ¿Donde usted vive todo el mundo viste de color lavanda en los funerales? No hay duda de que sienta mejor que el negro.

—Gracias. —Charlotte se esforzó por sonreír y miró a Selena de arriba abajo—. Supongo que tiene razón. Estoy segura de que también a usted le resultaría muy favorecedor.

—Yo no voy por ahí saltando de funeral en funeral, señora Pitt, sólo asisto a los de la gente que conozco —espetó ácidamente Selena—. Dudo que vuelva a necesitar este vestido antes de que haya quedado totalmente anticuado.

—Ya, algo como «un funeral por temporada» —murmuró Charlotte. ¿Por qué le disgustaba tanto esa mujer? ¿Era sólo porque la relacionaba con los temores de Emily, o se debía a un instinto propio?

Jessamyn se acercó, con el semblante pálido pero sereno. Alaric se volvió hacia ella y del rostro de Selena brotó una virulencia que no tuvo tiempo de controlar. Entonces habló, adelantándose a Alaric.

—Querida Jessamyn, qué terrible experiencia para ti. Debes de estar destrozada, pero te has comportado exquisitamente. Todo ha sido muy digno.

—Gracias. —Jessamyn aceptó la copa que Alaric había tomado para ella de la bandeja de un lacayo y bebió delicadamente—. La pobre Fanny descansa en paz, pero me resulta difícil aceptarlo. Es injusto. No era más que una niña inocente. ¡Ni siquiera sabía flirtear! ¿Por qué precisamente ella? —Bajó suavemente los párpados de sus grandes ojos fríos sin mirar a Selena. No obstante, el leve gesto de su hombro y el ángulo de su cuerpo parecieron ir dirigidos a ella—. Hay otras mujeres más… idóneas.

Charlotte miró a Jessamyn. El odio entre ambas resultaba tan tangible que le costaba creer que Paul Alaric fuera ajeno a él. Sin perder la elegancia, con una suave sonrisa, Alaric hizo un comentario inofensivo, mas era indudable que estaba tan incómodo como Charlotte. ¿O acaso disfrutaba? ¿Le halagaba, le excitaba el hecho de que dos mujeres se lo disputaran? La idea le hirió. Quería que él estuviera por encima de una vanidad tan degradante, que se avergonzara de ella.

De repente, mientras asimilaba las palabras de Jessamyn («mujeres más idóneas»), le asaltó otra idea. El comentario indudablemente iba dirigido a Selena. No obstante, ¿no podría ser justamente la inocencia de Fanny lo que había atraído al violador? Quizá estaba cansado y aburrido de las mujeres mundanas y siempre dispuestas. Deseaba una virgen asustada y reacia a quien poder dominar. Tal vez lo que le excitaba, lo que aceleraba su pulso, era eso: el contacto con el miedo, su olor.

Era una idea repugnante, pero la violencia en la oscuridad, la humillación, el cuchillo desgarrador, la sangre, el dolor, la vida que se apaga… todo ello era repugnante. Cerró los ojos. ¡Señor, que no tenga nada que ver con Emily! ¡No permitas que George sea algo peor que un hombre indolente, un poco imprudente y vanidoso!

Hablaban pero ella no les oía. Sólo era consciente de la espinosa hostilidad entre Selena y Jessamyn y de la cabeza elegante de Alaric que escuchaba distraídamente a una y otra. En cierto modo, Charlotte tenía la impresión de que los ojos de él estaban puestos en ella y encerraban una comprensión incómoda y al tiempo emocionante.

Emily se acercó a ella. Parecía muy cansada y Charlotte opinó que llevaba demasiado tiempo de pie. Se disponía a sugerir que regresaran a casa cuando, detrás de Emily, vio a Hallam Cayley, el único hombre que había mostrado pesar por la muerte de Fanny. Estaba mirando a Jessamyn con expresión vacía, como si no reparase en ella. De hecho, el salón en general, los rayos de luz que se filtraban por debajo de las persianas entrecerradas, la mesa reluciente cubierta de restos de comida, las figuras vestidas de negro murmurando en pequeños grupos, parecían no ejercer efecto alguno en sus sentidos.

Jessamyn reparó en su presencia y su semblante se demudó, adelantó el labio inferior y sus mejillas se tensaron. Quedó paralizada por un instante, hasta que Selena se dirigió a Alaric sonriendo y Jessamyn se volvió de nuevo.

Charlotte miró a Emily.

—¿No crees que ya hemos cumplido? Me agradaría que nos marchásemos. Aquí hace un calor sofocante y debes de estar cansada.

—¿Parezco cansada? —preguntó Emily.

Charlotte se apresuró a mentir:

—En absoluto, pero será mejor que nos vayamos antes de que lo parezcamos. Empiezo a sentirme fatigada.

—Pensaba que estarías divirtiéndote tratando de resolver el misterio. —Había un tono vagamente mordaz en la voz de Emily. Realmente estaba cansada. La piel de debajo de sus ojos parecía delgada como el papel.

Charlotte fingió no reparar en ello.

—Me temo que sólo he averiguado cosas que ya conocía por ti: que Jessamyn y Selena se odian a causa del señor Alaric, que lord Dilbridge tiene gustos muy liberales y que lady Dilbridge disfruta sufriendo. Y que ninguno de los Nash es demasiado agradable. Oh, y que Algernon se está comportando con gran decoro.

—¿Te he contado yo todo eso? —Emily sonrió vagamente—. Pensé que había sido tía Vespasia. Pero tienes razón, ya podemos irnos. Reconozco que he tenido suficiente. Estoy más afectada de lo que esperaba. No sentía especial cariño por Fanny, pero ahora que ha muerto no dejo de pensar en ella. Estamos en su funeral y, ¿sabes una cosa?, nadie ha hablado realmente de la pobre muchacha.

Era una observación triste y patética, pero cierta. La gente había hablado del efecto de su muerte, del modo en que se había producido y de sus sentimientos al respecto, pero nadie había hablado de Fanny. Algo irritada, Charlotte siguió a Emily hasta el lugar donde George las aguardaba. También él parecía deseoso de partir. Tía Vespasia estaba enfrascada en una conversación con un hombre de su edad, y puesto que sólo se hallaban a unos cientos de metros de casa, dejaron que regresara cuando le apeteciera.

Encontraron a Afton y Phoebe intercambiando esporádicas expresiones de condolencia con Algernon. Los tres callaron cuando George se acercó.

—¿Os vais? —preguntó Afton. Sus ojos se posaron en Emily y luego en Charlotte.

Charlotte sintió un nudo en el estómago y el deseo imperioso de marcharse de inmediato. Pero tenía que dominarse y abandonar la casa con educación. Después de todo, Afton debía de estar bajo una fuerte tensión.

George estaba agradeciendo cortésmente a Phoebe su hospitalidad.

—Eres muy amable —respondió ella mecánicamente con tono afectado. Charlotte observó que la mujer tenía las manos aferradas a los pliegues de su falda.

—No seas ridícula —espetó Afton—. Algunos de los presentes han venido por cortesía, pero la mayoría están aquí por curiosidad. La violación es un escándalo mucho más jugoso que el adulterio. Además, el adulterio se ha convertido en un hecho tan corriente que, a menos que contenga algo risible, ni siquiera vale la pena mencionarlo.

Phoebe se sonrojó y pareció incapaz de hallar una respuesta adecuada.

—Yo he venido por Fanny. —Emily miró con frialdad a Afton—. Y por Phoebe.

Afton inclinó ligeramente la cabeza.

—Estoy seguro de que mi esposa se lo agradece. Si encuentra tiempo para visitarla alguna tarde, no dudará en comentarle sus opiniones. Está convencida de que hay un perturbado rondando por Paragon Walk, esperando la oportunidad de abalanzarse sobre ella y violarla.

—¡Afton! —Phoebe, dolorosamente ruborizada, tiró de la manga de su marido—. Jamás he creído semejante cosa.

—¿Acaso te he malinterpretado? —preguntó Afton sin bajar la voz y mirando fijamente a George—. Pensaba, por la forma en que retozabas anoche, que sospechabas de su presencia en el rellano de arriba. Llevabas el camisón tan ceñido al cuerpo que temí que te impidiera caminar. ¿Para qué demonios llamaste al sirviente, querida? ¿O no debería preguntarlo delante de extraños?

—No llamé al sirviente. Es sólo que… en fin, el viento agitó la cortina. Me asusté y supongo que… —El rostro de Phoebe adquirió un tono escarlata.

Charlotte podía imaginar el ridículo que estaba sufriendo, como si todos los presentes pudieran verla atemorizada y desmelenada, embutida en su camisón. Trató de encontrar algo aplastante que decir para cortar a Afton con palabras lacerantes, pero no se le ocurrió nada.

Fue Fulbert quien habló, indolentemente, esbozando una lenta sonrisa. Rodeó a Phoebe con un brazo, pero sus ojos se clavaron en Afton.

—Tranquila, querida. Lo que estuvieras haciendo es sólo asunto tuyo. —Su rostro traslució un aire de diversión, como si una risa secreta le recorriera—. Dudo que sea uno de tus sirvientes, y aunque así fuera no cometería la imprudencia de atacarte en tu propia casa. Y eres más afortunada que las demás mujeres de la avenida. Por lo menos tienes la certeza de que no fue Afton. ¡Todos la tenemos! —Sonrió a George—. ¿Podría alguno de nosotros hallarse tan libre de sospecha?

George pestañeó, sin comprender del todo el significado de aquellas palabras, pero convencido de que entrañaban crueldad.

Charlotte se volvió hacia Afton. Ignoraba qué lo había provocado, pero un odio frío e irrevocable brotó de los ojos del hombre, y ella se estremeció. Deseó aferrarse al brazo de Emily, tocar algo cálido, humano, huir de aquella sala de crespón negro y respirar el aire estival, y no dejar de correr hasta llegar a su casa de peldaños blanqueados, a su calle estrecha y polvorienta de viviendas adosadas y mujeres que trabajaban todo el día.