28
Varias horas más tarde, después de haber sustituido el Land Rover de Will por una furgoneta que ha visto días mejores, miro por encima del hombro hacia Cassian y Tamra, que duermen en la parte de atrás, sobre mantas extendidas en el suelo oxidado y abollado del vehículo.
—¿Cuánto falta todavía? —le pregunto a Will.
—Quizá lleguemos mañana por la noche si vamos derechos sin hacer paradas.
—Bien.
El suelo de la furgoneta retumba bajo las suelas de mis zapatos, y subo los pies para pegar las rodillas al pecho. Sin dejar de moverme en el rasgado asiento de vinilo, intento no echar de menos la comodidad del Land Rover de Will. Al fin y al cabo, solo es algo provisional. Hemos dejado su todoterreno en el aparcamiento de un restaurante de carretera, listo para que lo recuperemos después de rescatar a Miram.
Suspirando, apoyo la nuca en el reposacabezas. Cuanto antes hagamos esto, antes regresarán Miram y Cassian a casa. Y antes podremos Will, Tamra y yo buscar a mamá y empezar de nuevo en otro lugar. Me quedo mirando a través del parabrisas, casi aliviada de ver perfectamente la noche que nos envuelve. Nada de nieblas perpetuas.
Will alarga la mano para coger la mía. Su pulgar acaricia la parte interna de mi muñeca. En mi brazo saltan chispas con ese simple contacto. Intercambiamos una mirada ardiente, y sé que él también siente lo mismo. Miro de reojo por encima del hombro, a los dos bellos durmientes en la parte de atrás, y reconozco que Will y yo podríamos tardar un tiempo en tener algo de intimidad, y eso me molesta. Vamos directos hacia el peligro. Podríamos acabar mal.
Como si percibiera mis dudas, Will dice:
—Yo ya he hecho alguna entrega con mi padre. Es bastante fácil entrar.
—Lo que me preocupa no es entrar.
—Saldremos de allí. Jamás sospecharían que un cazador quisiera liberar a un draki. Hacemos la entrega, cobramos y nos marchamos. —Asiente una vez, y no estoy segura de si cree en lo que dice o no—. Escaparemos. Y luego tú y yo estaremos juntos. Sin Cassian.
Los faros de un coche que viene en sentido contrario iluminan el rostro de Will. Por si las palabras no bastaran, su vehemente expresión me deja claro que, aunque no me culpe por mi enlace con Cassian, tampoco se siente tranquilo al respecto.
No estará tranquilo hasta que Cassian haya vuelto con la manada… y yo no.
—Ya te dije que no es una unión real —insisto.
—Lo sé. Te forzaron a aceptarla. No significa nada. —Se lleva mi mano a los labios para darle un tierno beso—. ¿Por qué no duermes un poco?
—¿Seguro que no estás demasiado cansado para conducir?
—Cassian se ha ofrecido a ponerse un rato al volante —responde Will—. Lo despertaré dentro de una hora.
Cierro los ojos, convencida de que seré incapaz de quedarme dormida, pero ese es mi último pensamiento, pues de pronto una firme mano en el hombro me despierta con una sacudida.
Yo pego un salto, mirando a mi alrededor con todos los músculos del cuerpo en tensión, listos para la defensa, para correr, para volar.
—Ya hemos llegado —me informa Will.
«¿Desde cuándo me he vuelto tan precavida, desde cuándo estoy preparada para el ataque?», pienso, pero no intento siquiera resolver esa duda. Me limito a decirme a mí misma que es bueno para lo que se avecina.
Miro a la izquierda y a la derecha. Nos hemos detenido en un estrecho camino de tierra, rodeado de árboles por todas partes. Tamra asoma la cabeza entre Will y yo, inclinándose hacia delante, y se hace eco de mis pensamientos:
—Aquí no hay nada.
Will ladea la cabeza.
—No pensarías que iba a conducir hasta las puertas de acceso y a tocar el claxon, ¿verdad?
Tamra suelta un gruñido.
—Bien, pues ilústranos entonces, intrépido líder.
Yo la miro casi con perplejidad. Mi hermana se comporta como si esto no fuera nada. Como si solo hubiéramos salido a pasar el día fuera, recorriendo la campiña.
Will se apea de la furgoneta. Cassian ya está fuera, levantando la cara hacia la brisa, como si estuviera olfateando el aire. Y supongo que probablemente sea eso lo que está haciendo.
Will abre la puerta trasera de la furgoneta y retira la manta que cubre toda una selección de armas. Yo ya había visto el arsenal cuando cambiamos de vehículo, pero, aun así, su visión me impulsa a dar un fuerte respingo.
De inmediato, Cassian empieza a tocar todas las armas para decidir con cuál quedarse, y yo me quedo mirando, llena de asombro, cómo él y Will inician una conversación típica de hombres sobre la variedad de rifles, puñales y arcos, sopesando las ventajas y los inconvenientes de cada pieza, como viejos camaradas.
Tamra y yo nos miramos poniendo los ojos en blanco.
Al cabo de un instante, me aclaro la garganta con un carraspeo y pregunto:
—¿Es que vamos a entrar ahí pegando tiros o qué?
—Eso —coincide Tamra—. Yo pensaba que, en teoría, lo primero que íbamos a hacer era una especie de inspección ocular. Para familiarizarnos con el lugar.
—Y así es —responde Will—. Esto no es más que una precaución.
Se ciñe una pistolera al tobillo, por debajo de la pernera del pantalón, y coloca un revólver en su interior. Yo me estremezco un poco al presenciar la fluidez de sus movimientos, lo cual me recuerda que él ya ha hecho esto antes. Cassian sigue su ejemplo, y yo reprimo las ganas de preguntarle si sabe cómo funciona un arma de fuego, pues no forman parte de nuestra vida en la manada. Sin embargo, algo me detiene. Por una vez, los chicos están de acuerdo y no quiero estropear eso.
Will saca cuatro prismáticos y nos entrega uno a cada uno. A mí me guiña un ojo.
—Primero inspeccionaremos el terreno y luego diseñaremos nuestra estrategia.
Después de cerrar las puertas de la furgoneta, Will nos guía fuera de la carretera. Las altas briznas de hierba se enganchan a mis vaqueros mientras avanzamos entre la sombra de los árboles; son casi como manos ávidas que intentaran detenernos.
Aquí, el aire es más frío incluso de lo que yo estoy acostumbrada, y me arrebujo mejor en mi chaqueta de forro polar. Por primera vez en mi vida creo que hasta podría llegar a necesitar un anorak.
Cada vez hay menos árboles. Entonces Will levanta una mano y todos nos detenemos.
—A partir de aquí, iremos a gatas —anuncia, señalando con la cabeza hacia delante, donde no hay nada más que un campo en declive—. Tienen puestos de observación. Siempre están vigilantes, incluso cuando no puedes verlos. Lo último que necesitamos es que nos descubran.
Mientras avanzamos apoyándonos en las manos y las rodillas, descendiendo por la pendiente, siento un hormigueo en la piel, ya tensa de por sí. Finalmente nos detenemos en el borde de una pequeña elevación. Más abajo hay un pequeño pueblo en medio de un valle.
—¿Qué sitio es este? —pregunta Tamra, observando a través de sus prismáticos.
—Es Crescent Valley —responde Will—. Población: novecientos setenta y ocho habitantes.
—Parece muerto —opina Cassian.
—Bastante —coincide Will, señalando el pintoresco valle que hay a nuestros pies—. La tienda de ultramarinos. La escuela de Crescent Valley: todos los cursos, en un solo edificio. El salón comunitario. El Bar and Grill de Joel. Antonio’s, donde preparan una pizza bastante decente. En ocasiones he esperado ahí, cuando mi padre y mi tío estaban haciendo una entrega. No pueden entrar más de dos personas. Y ahí, ¿veis ese gran edificio? Es la principal fuente de trabajo del pueblo: la SMCV. La empresa Suministros Médicos Crescent Valley.
Yo examino la informe fábrica de mugrienta fachada blanca; tiene un aspecto inofensivo. Menos inofensiva, sin embargo, parece la alta valla rematada por retorcidas tiras de alambre de púas. Hay un vigilante uniformado en la caseta del guarda. Es la única manera de entrar y salir que consigo localizar. El extenso aparcamiento está medio lleno, salpicado de coches.
—Básicamente venden suministros médicos. El material que suele utilizarse en las consultas: jeringuillas, algunos artículos quirúrgicos…
—¿Esto es el cuartel general de los enkros? —pregunta Cassian—. ¿Es una tapadera?
—Sí —contesta Will, apretando los labios en una severa línea. Abarca todo el valle con un gesto de la mano y añade—: Todo esto. El pueblo al completo. Todo el mundo está conectado o emparentado con alguien que trabaja aquí.
Siento una vibración en la piel, que me pica de tan caliente como está, y un martilleo en el corazón mientras contemplo el valle, el lugar que he temido durante tantos años sabiendo tan poco sobre él, sin tener apenas noción de cómo podría ser.
Esto es diez veces peor que la fortaleza carcelaria que me había imaginado. Es la perversidad empaquetada en un envoltorio inocente.
Ahí está, con sus lacitos impecables y todo, en el interior de una comunidad aparentemente normal. Debajo del bonito papel, hay un lugar de tortura y muerte.
La imagen de mi padre surge ante mis ojos. ¿Es aquí donde lo trajeron? ¿Y a Miram? ¿Estarán los dos detrás de esos muros?
Siento una gran determinación, que me inunda como una oleada amarga. Es mía. O de Cassian. En realidad, no importa. En esto, ambos sentimos lo mismo. De pronto, se trata de mucho más que rescatar a Miram.
Noto la mirada de Will y me giro hacia él. Will lo sabe. Está conmigo. Estamos juntos en esto. En todo.
—Echémoslo abajo —mascullo—. Todo esto.
Will sonríe, y me invade una gran calidez por lo afortunada que soy, por lo lejos que he llegado. Tengo a Will. Tengo a mi hermana. Incluso tengo a Cassian. No voy a pasar por esto yo sola. No seré una víctima como Miram. Ni una prisionera como mi padre. Nos infiltraremos en el cuartel general de los enkros. Rescataremos a Miram. Y lo haremos juntos. En estos instantes, estoy convencida de que cualquier cosa es posible.