26

La risa de Az flota en el aire como campanillas que tintinean suavemente. Tamra y yo esperamos nerviosas, escondidas, fuera de la vista, agazapadas detrás de la casa de Nidia.

El repentino cese del sonido nos impulsa a movernos. Como una sola, nos asomamos por la esquina de la casa. Y ahí está Az, besándose con el quinceañero Remy. El chaval está pegado a ella como cola de contacto. La agarra por la espalda como si temiera que mi amiga —mayor que él— fuese a esfumarse de entre sus brazos.

Con las mochilas al hombro, Tamra y yo pasamos sigilosamente ante ellos y traspasamos la entrada. Yo miro por encima del hombro. Az nos observa, con los ojos muy abiertos y brillantes, urgiéndonos a que nos marchemos, incluso aunque sé que está triste por nosotras.

Tras decirle adiós con la mano, salgo disparada. El aliento se me escapa en calientes resoplidos. Estoy esperando oír la alarma en cualquier momento. Estoy esperando que algún draki salga del pueblo y nos atrape.

De suceder eso, podría aguardarme el peor de los castigos. Dudo que se limitaran a cortarme las alas. La ira de Severin sería muchísimo mayor por llevarme también a Tamra…, por dejarlos sin su próxima ocultadora.

La manada —Severin— sabría que no he cumplido en mi unión con Cassian. Corbin no perdería el tiempo en señalarlo. Me estremezco y miro de reojo a mi hermana.

Ella intercepta mi mirada y me dedica una pequeña sonrisa mientras saltamos sobre un tronco caído, huyendo de común acuerdo. Es una buena sensación, estar juntas en esto. Qué lástima que sea todo este embrollo lo que nos ha unido.

Nuestros pies resuenan suavemente sobre la tierra mojada. Atravesamos la niebla sustentadora, zigzagueando entre árboles que conocemos bien.

Yo voy delante de Tamra, impaciente por dejar atrás la manada, ansiosa por ver a Will.

Primero percibo su presencia.

Antes incluso de irrumpir en el claro, sé que está ahí por la tensión de mi piel, el súbito calor tembloroso en la garganta.

Y entonces lo veo.

Me detengo resollando, devorándolo con la mirada. Él también me mira, y su rostro refleja una minúscula sorpresa.

Will no creía que fuera a venir, y ahora estoy aquí, con una abultada mochila, rebosando ansiedad, mientras mi cara y mis ojos le dicen todo lo que necesita saber.

No podría decir quién se mueve primero. De pronto estamos el uno en los brazos del otro, con los labios unidos, entrelazados. Nuestras manos nos recorren, poniéndonos al día, recordando, casi como si estuviéramos verificando que el otro es realmente de carne y hueso. Sus dedos se enredan en mis rizos, y yo lo beso con más fuerza.

Él suelta en mi boca un gemido que me recorre todo el cuerpo y me derrite. Hace que me olvide de todo excepto de esto, de sus labios en los míos.

Tamra carraspea. Will se separa de un salto y me coloca detrás de él. Yo sonrío, con un cosquilleo en el corazón por su gesto protector, aunque sea innecesario.

Lo cojo del brazo y digo:

—No pasa nada. Tamra se viene con nosotros.

—¿Tamra?

Yo asiento.

—Sí. Te lo explicaré más tarde. Será mejor que nos vayamos, antes de que descubran que nos hemos escapado.

Asintiendo, Will me toma de la mano para ir hacia el Land Rover.

—¡No me digas que este es tu humano! Es el mismo al que Nidia borró la memoria, ¿no?

Yo me quedo helada al oír esa voz.

Me vuelvo lentamente, suelto la mano de Will y me preparo.

En mi interior se enciende el fuego cuando Corbin aparece entre los árboles. No sonríe, pero sus ojos relucen de satisfacción.

—Sabía que te escaparías —declara—. Y que yo estaría ahí cuando eso ocurriera. —Sus ojos se desvían hacia Will—. ¿Así que esta es la razón por la que rechazas a todos los chicos drakis?

—¿Jacinda? —Tamra pronuncia mi nombre dubitativamente, con expresión confundida.

Yo le indico con un gesto, sin despegar los ojos de Corbin, que guarde silencio, y trago saliva amargamente al pensar en lo que significa que él esté aquí. En lo que tendré que hacer para garantizar nuestra huida. Flexiono las manos, que cuelgan a mis costados.

—No deberías habernos seguido —digo.

—Oh, por supuesto que debería. Mi tío Severin me recompensará muy bien por impedir que escapen la piroexhaladora y la ocultadora de la manada. —Dilata las ventanas de la nariz, y su negra mirada purpúrea me examina—. Ni siquiera Cassian podrá ayudarte ahora. Ya no eres suya. Eres mía…, tal como dije que sucedería.

Entonces la voz de Will estalla en el aire, y en ella no hay ni la más mínima vacilación:

—Tócala y te mataré.

Sus palabras retumban en el silencio, tan amenazadoras y oscuras como el depredador al que conocí hace meses en estos mismos bosques.

De entrada, parece ridículo que un humano pudiera derrotar a un fuerte ónix como Corbin, pero luego recuerdo que Will no es un humano común y corriente. Él es algo más…, algo que no hay que infravalorar.

Los ojos de Corbin se clavan de golpe en Will, su enemigo ancestral, a quien mira con expresión cruel y rebosante de odio. Su piel humana se desdibuja, desaparece en un santiamén. Agarra su camisa y se la arranca de un tirón, desgarrándola con violencia y dejando a la vista su cuerpo negro como el carbón. Sus tendones se tensan cuando se eleva en el aire.

Will se cuadra, listo para el choque, pero yo me coloco ante él y libero el calor que hierve en mi interior. Como todavía no me he manifestado, solo suelto un chorro de vapor, no auténtico fuego. E incluso eso queda desperdiciado, pues Corbin esquiva el chorro. Volando, se sitúa detrás de mí antes de que pueda girarme, y yo grito cuando me propina un potente golpe en la espalda.

Caigo de bruces. El impacto es brutal y me hace rechinar los dientes. Mi barbilla choca contra el suelo. Entre toses, escupo tierra y sangre. Tamra se agacha junto a mí para ayudarme a ponerme en pie.

Un rugido llena el aire, tirando profundamente de una parte de mi interior.

Veo cómo Will se impulsa lo bastante alto como para agarrar las piernas de Corbin y derribarlo.

Corbin maldice, sacudiendo las alas para intentar elevarse de nuevo, pero Will es tenaz y tira de él con todas sus fuerzas hasta que ambos caen en una maraña de extremidades y alas batientes.

Una vez en el suelo, Will se monta a horcajadas sobre Corbin y empieza a propinarle un puñetazo tras otro. El crujido de hueso contra hueso retumba en el aire; es un sonido nauseabundo. Yo observo la escena, olvidándome del dolor en la barbilla, sintiendo solo la cruel torsión de mi corazón. El calor brota en mi pecho y me sube a la boca.

Corbin se retuerce, y pronto están los dos rodando por el suelo, veloces y difusos, hasta que parecen una sola forma feroz.

Por fin Corbin consigue zafarse y echar a volar. Le corre sangre por la protuberante nariz, y sus ojos relucen con rencor iracundo. Da vueltas alrededor de Will como un halcón, dispuesto a despedazar a su presa.

Will se agacha, preparándose. Incluso ahora su expresión es hermosa e intensa, y se me encoge el corazón.

Corbin extiende sus dedos con garras, listo para atacar. Las uñas brillan como cuchillas. Es una postura asesina.

—¡Will! —exclamo a modo de advertencia, y entonces Corbin desciende como un reguero negro y alcanza a Will, que grita, agarrándose un brazo.

Desde donde estamos agazapadas Tamra y yo, veo varios cortes profundos y su reveladora sangre…, que con un fulgor morado brota entre sus dedos.

Corbin también la ve, y gruñe en nuestra lengua:

—¿A cuántos drakis has matado, cazador, para que nuestra sangre pueda correr por tus venas?

—¡Corbin, no! —grito yo.

—Cállate, Jacinda. ¡Mira cómo le saco hasta la última gota de sangre draki!

Se me contrae la garganta, cargada de fuego, mi piel se tensa, y finalmente me dejo ir. Siento cómo cedo ante mi draki.

Me separo de Tamra y me libero de las limitaciones de mi blusa. Mis alas se despliegan mientras me lanzo hacia Corbin, estirándome para alcanzarlo justo cuando se abalanza sobre Will, con sus garrudas manos dirigidas a la garganta. Y sé —con un vuelco en el corazón— que no voy a conseguirlo.

En mi garganta crece un grito, mezclado con fuego y humo. Extiendo mis dedos como garras, pero no logran coger más que aire.

Justo cuando Corbin está a punto de hacer contacto con Will, este levanta la mano y un aullante muro de tierra surge entre los dos.

La gran oleada de tierra oscura, ramitas y hierba arrancada —que es casi tan alta como los árboles que nos rodean— empuja a Corbin hacia atrás, lanzándolo varios metros por el aire, hasta derribarlo contra el suelo con una fuerza aplastante.

Yo suelto un grito ahogado, agachándome y tapándome la cabeza para resguardarme de la lluvia de tierra. Tamra me imita, no muy lejos de mí. No estamos en su trayectoria directa, pero, aun así, recibimos el impacto de algunos trozos.

Bizqueando contra la nube de polvo que empieza a dispersarse, busco a Will, lo miro a los ojos, y allí veo un asombro idéntico al de mis pensamientos.

—¡Cuidado! —chilla Tamra.

Corbin vuelve a estar en pie. Le sale sangre de un corte en la cabeza. Se lo toca levemente y se examina los dedos. Su expresión se torna brutal cuando se da cuenta de que tiene una importante herida. Con un bramido, salta de nuevo.

Sin embargo, antes de que Will tenga la ocasión de hacer otra vez… lo que sea que haya hecho, un segundo reguero negro cruza ante mis ojos. Es tan veloz, que al principio creo que son más restos de lo que Will ha lanzado por los aires.

Sigo el objeto, miro a mi alrededor nerviosamente y lo localizo. Es él. Cassian.

Choca con Corbin y lo inmoviliza contra el suelo.

Se debaten el uno contra el otro; son criaturas antiguas, hermosas y salvajes en su forma draki, completamente negras y con vibrantes alas curtidas.

Corbin blande las garras resollando. Escupe babas mientras intenta clavar las uñas en la garganta de su primo. Yo dejo de respirar; solo puedo mirar.

Todo sucede muy rápidamente. En apenas un segundo…, pero no puedo moverme.

Cassian rebusca en el suelo con una mano y coge una gran piedra. Yo suelto un respingo cuando la usa para propinar un potente golpe a Corbin en la cabeza.

Corbin se queda quieto, con la cabeza colgando a un lado.

Yo doy un paso vacilante.

—¿Está…? —balbuceo—. ¿Lo has…?

Jadeando, con los puentes de la nariz estremecidos, Cassian me mira por encima del hombro.

—No. Volverá en sí dentro de poco.

Soltando el aire pesadamente, se levanta con un movimiento fluido, con sus grandes alas desplegadas a la espalda, y me doy cuenta de que Cassian está más natural así, más cómodo como draki que como humano. Durante un tiempo, yo sentía lo mismo. Ahora no sé qué prefiero. No sé si soy más draki o más humana.

—Jacinda…

Will pronuncia mi nombre mientras se me acerca. Yo alargo una mano y lo rodeo con un brazo. Levanto la mirada hacia Cassian, dejando que mi gesto lo diga todo, que hable por sí mismo.

Cassian nos mira sin pestañear, y yo le sostengo la mirada, intentando que ninguno de sus sentimientos penetre en mí y me influya. Sin embargo, capto ciertas emociones en él. Rabia. Arrepentimiento. Pena.

Las palabras «lo lamento» llegan hasta mis labios, pero no puedo permitir que salgan. No puedo disculparme por lo que siento por Will.

—Te marchas —me dice Cassian con su habla ruda y gutural.

En un abrir y cerrar de ojos, me desmanifiesto y recupero mi forma humana.

—Sí.

Tamra me ayuda a ponerme de nuevo la maltrecha blusa.

Sin dejar de observarme, Cassian me imita, se desmanifiesta y se queda ante mí vestido solo con unos vaqueros gastados. Lanza una mirada a Tamra y pregunta:

—¿Ella también se va?

—Estoy delante de ti —le espeta mi hermana—. No hables de mí como si yo no estuviera aquí.

Yo también miro a Tamra. Sus ojos, clavados en Cassian, destellan como pedazos de hielo…, y pienso que su obsesión por él podría estar llegando realmente a su fin.

—¿Vas a abandonar la manada? —inquiere Cassian.

No estoy segura de a quién se dirige su pregunta.

—¿Después de todo lo que ha pasado? —respondo, agitando una mano—. ¿Por qué habría de quedarme?

—Porque hay cosas más grandes e importantes que lo que tú quieres —replica, mirando significativamente a Will.

—Tú no eres quién para hablar de renunciar a lo que uno quiere. —La voz de Tamra es puro veneno—. Querías a Jacinda y te aseguraste de conseguirla. No lo hiciste por la manada. Lo hiciste por ti y por nadie más.

—¿De qué está hablando Tamra? —gruñe Will a mi lado, tensando su mano en la mía.

—¿De verdad queréis discutir esto ahora? —Los miro ceñuda y luego señalo a Corbin—. Podría despertar en cualquier momento, y todavía estamos demasiado cerca de los terrenos de la manada.

Un músculo tensa la mandíbula de Will. Fulminando a Cassian con la mirada, tira de mí hacia el todoterreno.

—Tienes razón. Salgamos de aquí.

La voz de Cassian me sigue:

—Huye, Jacinda. Se te da muy bien huir.

Will se pone tenso a mi lado, pero es Tamra la que pierde los estribos y gira sobre los talones hecha una furia.

—¡No te creas tan superior! ¿Quieres saber adónde vamos? Y eso que ninguno de nosotros quiere ir, te lo garantizo. Vamos a rescatar a la mocosa de tu hermana, que solo tuvo lo que se merecía por estar espiando a Jacinda.

—¿Miram? —Los ojos de Cassian se clavan en mí—. ¿Es eso cierto? ¿Vais a ir a rescatar a Miram? —Su mirada se desvía hacia Will—. ¿No está muerta?

Will guarda silencio unos segundos, y yo contengo la respiración. Finalmente responde:

—Está viva.

Algo pasa por los ojos de Cassian, una levedad que no estaba ahí antes, y percibo su alivio.

—Voy con vosotros —decide.

—¡¿Qué?! —exclama Tamra corriendo tras Cassian, que se dirige al coche a grandes zancadas—. ¡Yo creo que no!

—Miram es mi hermana —contesta él con voz tensa, sin mover apenas los labios.

Tamra nos mira con impotencia a Will y a mí; sus ojos transmiten perfectamente su súplica: «No le dejéis venir».

—Será peligroso —le advierto.

—Jacinda —musita Tamra.

Cassian se vuelve a mirarme, y comprendo que la amenaza del peligro no podría disuadirlo.

Me giro hacia Will, esperando que decida él. Al fin y al cabo, es quien dirige esta misión. Dibujo pequeños círculos con el pulgar en la parte interna de su muñeca. Él me da un apretón de mano y luego sigue andando, llevándome hacia el asiento del copiloto.

—Será mejor que salgamos de aquí.

Asintiendo muy serio, Cassian se mete en la parte de atrás del Land Rover.

Tamra masculla algo, pero también sube al coche, asegurándose de sentarse lo más lejos posible de Cassian.

Will pone el motor en marcha y, con una mano sobre la mía, maniobra para salir del claro. Yo entrelazo mis dedos con los suyos y veo manchas de sangre morada en sus nudillos. No sé si es suya o de Corbin, pero se me contrae el pecho al verla.

Aparto la mirada de esa sangre para posarla en la cara de Will, en esos ojos de luz centelleante y profundidades insondables. Y me digo a mí misma que esto está bien. Will. Yo. Nosotros…, juntos en este viaje.

Al cabo de unos instantes estamos en camino. Los cuatro compañeros más inverosímiles bajamos las montañas atravesando la niebla, cada vez más fina… El escudo protector de Nidia se evapora conforme descendemos.

Conforme nos alejamos de la manada.