25
Me levanto temprano y no me molesto ni en desayunar. No se oye ni un ruido en la habitación de Cassian cuando me escabullo de la casa. Me apresuro por el pueblo, cruzando calles prácticamente desiertas, con el aire del alba tan espeso como polvo de yeso, inmóvil y silencioso, excepto por mis sonoros pasos y mi respiración jadeante.
Al bajar a toda prisa por la calle principal, se me levanta la moral cuando la vivienda de Nidia queda a la vista. Acto seguido, mi euforia se hace añicos.
Se me encoge el corazón cuando Corbin se interpone en mi camino, apareciendo de la nada. Supongo que estaba detrás de un seto. Como si estuviese esperando al acecho. Me agarra del brazo y me lleva detrás de uno de los muchos árboles de hoja perenne que bordean la última parte de la calle principal. Me aprieta contra el áspero tronco, atrapándome entre el enorme árbol y su cuerpo.
—¡Quítame las manos de encima! —siseo.
Mi cuerpo reacciona de inmediato; el instinto se impone. En el centro de mi ser brota el fuego, que empieza a subirme por la garganta. El sabor a ceniza y carbón me llena la boca.
—Vamos a dejar algo claro —me espeta él.
Yo no lo escucho, no tengo ningún interés en oír lo que quiera decir.
Temblando de furia, miro con rabia sus manos sobre mis brazos. Me embarga una sensación abrasadora.
—¿Cómo te atreves a tocarme? Cassian te matará…
—Oh, qué conmovedor. Estoy impresionado. Por poco me creo que Cassian y tú sois una pareja de verdad, en vez de esa farsa que estáis representando.
Me recorre una ola de frío que apaga mi calor.
—¿Qué…, qué quieres decir?
Corbin se inclina hacia mí, me roza la mejilla con la nariz e inhala intensamente. Yo me encojo ante su contacto y cierro los ojos con fuerza.
—Sé la verdad —me susurra al oído con voz áspera—. Tú no eres de Cassian. Jamás lo has sido. Siempre te has resistido a él. Vuestro enlace no ha variado eso.
Abro la boca para negarlo todo, pero no puedo. No puedo decirlo, no puedo afirmar que Cassian y yo estamos enamorados. Pronunciar esas palabras teniendo a Will en mi corazón… No puedo. No importa si es bueno para mí o no. En vez de eso, gruño:
—Apártate de mí.
—Yo lo vería en tus ojos. Cassian sería parte de ti. Pero sigues siendo la misma. No has cambiado.
Es extraño, pero casi deseo que tenga razón.
Sus ojos destellan cuando añade:
—Sigues intacta. —Entonces sonríe, torciendo cruelmente los labios—. Lo cual significa que todavía hay una oportunidad para nosotros dos.
—Estás loco —replico, soltando un bufido.
—Continúa diciéndote eso mismo. Solo yo conozco la verdad, y pronto también la sabrán todos los demás. Aunque tenga que lograrlo por mi cuenta. Lo demostraré. Y entonces estaré aquí para hacer lo que mi primo es demasiado cobarde para hacer.
Me quedo mirándolo sin poder respirar. Si no supiera ya que tengo que salir de aquí —e irme muy lejos—, esto lo habría confirmado. Corbin está lo bastante loco como para hacer exactamente lo que dice.
Acerca su cabeza todavía más…, como si fuera a besarme.
—Te reclamaré.
Yo no me paro a pensar. Solo reacciono. Separo los labios y libero el ardor que burbujea en mi interior, provocando que mi piel se contraiga y se tense con fiereza.
El vapor brota de mi boca en una fina voluta. Siento una gran satisfacción cuando escalda a Corbin. Él aúlla, agarrándose el lado derecho de la cara. Yo aprovecho la oportunidad y me escapo de la prisión que forman su cuerpo y el árbol.
Hago corriendo el resto del camino hasta la casa de Nidia, mientras los gritos de Corbin me persiguen.
—¡Somos tú y yo, Jacinda! ¡Voy a ser tu dueño! ¡No podrás huir eternamente!
Freno en seco en el portal de Nidia, y contengo el impulso de llamar con los puños. Todavía es temprano. No tiene sentido aporrear la puerta como si me persiguieran lobos salvajes.
Apoyo una mano en la puerta de madera y la otra en mi corazón, hasta recuperar el aliento. Cuando me abren, estoy a punto de caer hacia delante.
Ahí está Tamra, con los ojos enrojecidos e inescrutables, aunque sé que está tan dolida como yo.
—Huyamos de aquí —le espeto, así, sin más. Sin preámbulos, sin rodeos.
Aguardo conteniendo la respiración, esperando no equivocarme al pensar que ella considerará la idea de esta arriesgada aventura; que incluso estará dispuesta a renunciar a su nuevo estatus dentro de la manada. Se me antoja una eternidad mientras espero que responda, que hable, que diga algo.
—¿Cuándo nos marchamos? —me pregunta.
Yo suelto un suspiro quebrado, casi un sollozo, de alivio…, y entonces caigo en que todavía falta lo más peliagudo. Tengo que explicarle lo de Will.
Miro por encima del hombro para asegurarme de que Corbin se ha ido, y luego me giro a mirar directamente al interior de la casa. Tamra me indica enseguida con un gesto que pase, y me lleva a su dormitorio, que antes era el cuarto de invitados de Nidia. La habitación todavía no parece suya. Mi hermana se ha traído muy pocas cosas de su antiguo cuarto en nuestra casa. La mesa de costura de Nidia aún ocupa un lado de la estancia.
Yo me siento en la cama, todavía por hacer, sobre el enredado cobertor, y Tamra cierra la puerta suavemente.
—Bueno, ¿y cómo vamos a hacerlo?
Tomo aire, la miro a los ojos y pronuncio la única palabra que puede explicarlo todo:
—Will.
Ella se queda mirándome un largo rato, y luego me pregunta con una voz sorprendentemente serena:
—¿Lo has visto? —Yo asiento—. El día que Miram y tú… —Enmudece y después toma aire entre dientes y me hace la pregunta que me estaba temiendo—: ¿Ibas a reunirte con Will?
Vuelvo a asentir. Tamra suspira, y es un suspiro cansado.
—Dejé una nota para ti y otra para mamá —le explico—, pero Miram las cogió y luego me siguió. Entonces aparecieron los cazadores… —Tamra sacude la cabeza—. ¿Estás muy enfadada? —le pregunto quedamente.
—No lo sé. Quizá. Estoy tan harta… Harta de estar enfadada. Solo quiero marcharme de aquí, encontrar a mamá y no regresar jamás.
El dolor de su voz hace que me sienta todavía peor, porque ese dolor lo he provocado yo. Al menos en parte. Y, además, no puedo prometerle tranquilidad. Todavía no.
—Hay algo que debo hacer antes de ir en busca de mamá. Tenía la esperanza de que tú me ayudaras.
Con su particular talento, la colaboración de Tamra podría suponer la diferencia entre la vida y la muerte.
Su clara mirada se llena de recelo.
—¿El qué?
—Voy a ir a rescatar a Miram —afirmo, y entonces estaré en paz con la manada y con Cassian. Y conmigo misma.
A Tamra se le ponen los ojos como platos.
—¿A Miram? Pero ¿no está con los enkros?
Asiento con la cabeza.
—Sin embargo, todavía no la habrán matado. No lo creo. Y no lo harán durante un tiempo. Querrán hacer… —prosigo, pero me retraigo ante el espanto de la palabra «experimentos» y la sustituyo—… observaciones.
—¿De modo que crees que puedes entrar donde la tienen y pedirles con amabilidad que te la entreguen?
Yo ladeo la cabeza y contesto despacio:
—No, pero creo que puedo sacarla de allí con la ayuda de Will. Y con la tuya. Se lo debo a Miram.
«Y a Cassian», no puedo evitar pensar.
—¿Se lo debes? ¿A Miram? Pero ¡si no es más que una imbécil!
—Jamás se la habrían llevado si yo no hubiera estado fuera del pueblo esperando a Will. —Tamra asimila eso y me observa apreciativamente—. Mira, vayamos solo hasta el cuartel general de los enkros para echarle una ojeada… y luego ya veremos.
Me muerdo el labio, con la esperanza de que mi hermana no pueda leerme el pensamiento: que cuando tenga la fortaleza de los enkros a la vista, voy a entrar. De ninguna manera pienso echarme atrás. Voy a liberar a Miram…, y puede que en el proceso cause algunos desperfectos. Se me caldea la sangre al pensarlo, y me siento más fuerte. La idea de dar al traste con toda la operación de los enkros me proporciona una nueva energía.
—De acuerdo —accede Tamra, pero con la voz cargada de dudas, y me recuerda a todas las ocasiones en las que la he metido en planes en los que ella no quería participar.
—Mamá dejó una nota —le cuento, contenta de poder darle alguna buena noticia.
—¿Dónde? ¿Qué dice? —pregunta, con los ojos iluminados.
—La destruí. No quería que nadie la encontrara, pero decía: «Recuerda la palmera».
—¿«Recuerda la palmera»? —repite mi hermana—. ¿Qué significa?
Siento una gran decepción, pues a ella tampoco eso le dice nada.
—No lo sé, pero es evidente que mamá pensaba que significaría algo para nosotras. Estoy segura de que podremos descifrarlo.
—Sí. —Asiente con la cabeza, y su voz suena más fuerte, menos desdichada. Yo siento un gran alivio por que nuestra madre nos haya dejado una pista, un bote salvavidas en un mar turbulento. Algo, lo que sea, a lo que aferrarse. Los ojos de Tamra se posan en mí—. ¿Cuándo nos vamos?
—Will debería reunirse conmigo dentro de tres días.
—Tres días —murmura, y parece desilusionada—. ¿Y luego tendremos que encontrar a Miram y traerla de vuelta antes de ir en busca de mamá? ¿De verdad vamos a dejar a mamá esperando todo ese tiempo? ¿Por una chica que ni siquiera nos cae bien?
—Bueno, todavía no sabemos qué significa la nota de mamá. No sabemos adónde ir. Y ella sabrá que posiblemente no podremos escaparnos enseguida. No va a abandonarnos.
Tamra me mira entornando los ojos.
—Así que se supone que tendrás que vivir con Cassian tres días más, ¿no?
Su tono acusador es como un zarpazo. Suena como si yo lo hubiera hecho deliberadamente. Como si yo lo deseara. Es la primera vez que Tamra menciona a Cassian. Resulta más que violento hablar del hombre con el que ha estado obsesionada toda su vida…, y que ahora está emparejado conmigo.
Mi mente recuerda el frío contacto de la cizalla en las alas. Ese recuerdo me invade, y puedo notar el sabor del miedo como si volviera a estar allí, subida a ese bloque de madera. ¿Tamra se ha olvidado de eso?
Mi hermana curva una comisura de la boca al añadir:
—Eso será de lo más agradable, ¿no?
—Pues no es…, no es así.
Su mirada se clava en mí, y yo tiro del extremo de una sábana retorcida, pensando que debo escoger las palabras con mucho cuidado. Puedo leer la pregunta en sus ojos: «¿Y cómo es entonces?».
—Cassian no ha… No hemos hecho nada… irreversible.
Tamra frunce la boca.
—¿Ah, no? Pues yo pensaba que estaría de lo más ansioso por…
—Sí, bueno, pero yo no. —Yo no estoy ansiosa por nadie excepto por Will.
—Vale.
Y sé en qué está pensando mi hermana, por qué su voz tiene un deje burlón. Está recordando el momento en que nos interrumpió, lo cerca que estábamos. La mano de Cassian sobre mi cara. Y eso que todavía no sabe que, en realidad, ya nos habíamos besado. Siento una oleada de culpabilidad y cruzo los brazos sobre el pecho.
—Cassian duerme en una habitación y yo en otra, y así es como van a seguir las cosas hasta que tú y yo nos larguemos de aquí.
Tamra desvía la mirada hacia su ventana, y se queda contemplando la pared cubierta de hiedra. No es una gran vista.
—¿Cómo vamos a pasar ante el vigilante de guardia? —me pregunta.
Yo aún no había pensado en eso. He estado demasiado ocupada preocupándome por si Tamra accedería a escapar conmigo o no.
Y de pronto sé qué hacer.
—Con una distracción —murmuro.
—¿Sí? ¿Cuál?
—¿Cuál? Más bien quién.