24

A pesar de ser tan tarde, me doy un baño, dejando que el agua caliente relaje y alivie mis cansados y vapuleados músculos. Me quedo metida en el agua hasta mucho después de que la piel se me haya arrugado como una ciruela pasa, remoloneando, y admito para mí misma que lo que me mantiene dentro del baño es mucho más que la relajación que me proporciona.

No oigo nada al otro lado de la puerta. Por fin salgo de la bañera, me seco, me visto y abandono el refugio del cuarto de baño, preparada para enfrentarme a Cassian. En mi lengua bullen un centenar de palabras diferentes, listas para brotar.

Me asomo a mi dormitorio y me alegro de no encontrarlo allí. Con un suspiro entrecortado, recorro el pasillo hasta el cuarto de estar. Cassian se levanta del sofá en cuanto entro.

Su mirada se desliza sobre mí, demorándose en mi cabellera mojada. Antes de que yo pueda decirle nada, me pregunta:

—¿En qué habitación quieres que me instale?

Parpadeo, aunque eso es muy típico de Cassian. Va directo al grano.

—Supongo que tú querrás seguir durmiendo en tu habitación —continúa—. Yo puedo quedarme en la de Tamra o en la de tu madre.

Me invade el alivio. No puedo negar que me preocupaba este momento, que me preguntaba cuáles serían las expectativas de Cassian, cómo reaccionaría yo ante él con esta… cosa nueva que hay entre ambos.

—En el de Tamra —logro responder, pensando que resulta de lo más apropiado que pase las noches en la habitación de mi hermana.

Nos quedamos plantados donde estamos, mirándonos, sin que ninguno de los dos se mueva. Y, aun así, palabras mudas vuelan entre nosotros. Yo me retuerzo las manos y acabo estrujándome los dedos hasta que se me entumecen, sin riego sanguíneo.

Hay demasiadas cosas que no entiendo: por qué Cassian está haciendo esto, por qué no incide en la cuestión de la intimidad ahora que estamos emparejados. No soy idiota. Aunque yo no haya accedido a nada, sé que el enlace conlleva ciertas expectativas. Desde el primer día de escuela, nos enseñan la importancia de la procreación. La manada debe seguir viva.

En la cocina, el dispensador de hielo se pone en marcha y yo casi doy un salto ante el repentino ruido. Los ojos de Cassian miran a su alrededor como un pájaro inquieto, buscando un sitio en el que posarse. Reparo en que él también está nervioso. O quizá lo percibo. Definitivamente, es toda una novedad. Jamás había visto nervioso a Cassian.

Supongo que debería darle las gracias, expresar mi agradecimiento por salvarme y evitar que me cortaran las alas. Las palabras se me atascan en la garganta.

Por fin Cassian carraspea. El sonido es potente, y me sobresalta.

—Sé que costará un tiempo que esto te parezca real —dice. Yo no puedo hacer otra cosa que quedarme mirándolo. «¿Tiempo?». ¿Cree que el tiempo me ayudará a aceptar esto? ¿Acaso un prisionero llega a acostumbrarse alguna vez a su celda? A lo mejor Cassian piensa que, con tiempo, empezaré a confundir nuestra conexión con algo distinto. ¿Con algo más?—. Sé que te preocupa lo de esta noche —añade. Por supuesto que lo sabe. Estamos conectados. Sabe lo del miedo que me invade, dejándome los nervios a flor de piel—. Te daré tiempo, Jacinda. Puedo ser paciente. Tenemos mucho tiempo para… lo que nos parezca bien.

De modo que, hasta entonces, tendré un aplazamiento. Pero ¿cuánto durará? ¿Cuánto tiempo podré mantener a Cassian a distancia? Puede que él no fuerce las cosas, pero ¿cuánto puedo yo fingir que somos una auténtica pareja ante los vigilantes ojos de la manada? ¿Y ante los ojos de Severin?

¿Cuánto pasará hasta que yo me dé por vencida y haga lo más fácil, olvidando lo que de verdad quiero, lo que de verdad soy? ¿Olvidando a Will?

El rostro de Will se materializa en mi mente, y la respuesta llega con claridad: «Jamás».

No voy a tener que fingir que Cassian y yo estamos realmente emparejados durante mucho tiempo. Respiro hondo para darme fuerzas. Una semana. Solo una semana y seré libre.

Al meterme en la cama, suspiro, agradeciendo la reconfortante familiaridad de mi mullida almohada. El cobertor relleno de plumón que huele levemente a lavanda me envuelve, y me recuerda a mi madre. Las estrellas del techo relucen, incluso al cabo de tantos años. Siguen aquí, aunque mi padre ya no está. ¿Cómo ha sucedido esto? ¿Cómo he perdido tantas cosas? A mi padre, a mi madre…

Hundo la cara en la almohada y suelto un grito roto contra ella. Pero a Will no. A él no voy a perderlo también. Y no perderé a mi hermana.

Mañana iré en busca de Tamra y se lo contaré todo. Todo. No más secretos.

Le contaré el plan de Will, que me esperará fuera de los terrenos de la manada dentro de una semana. Le pediré que venga conmigo cuando me reúna con él. Le pediré que huya con nosotros, que nos acompañe adonde vayamos. Podemos buscar a nuestra madre.

Tiemblo un poco al pensarlo, algo asustada ante la idea de confesarle tantos secretos…, asustada por la posibilidad de perderla también a ella. Eso no podría soportarlo.

Agarro la almohada con más fuerza, intentando convencerme a mí misma de que eso no va a suceder. Tamra estará lo bastante desencantada con la manada como para acceder a marcharse. Han desterrado a nuestra madre. A mí casi me cortan las alas. Y ahora, el único draki al que ella quería está emparejado conmigo. ¿Cómo va a desear quedarse aquí?

Froto la mejilla contra la almohada, paso la mano por debajo…, y mis dedos rozan el borde de un papel.

Con el corazón desbocado, cierro los dedos alrededor. Me incorporo, enciendo la lamparita y, con impaciencia, me retiro la maraña de pelo mojado de la cara para poder ver.

En realidad no es más que un pedacito. Un trozo arrancado de un viejo sobre. Tres palabras saltan a la vista, escritas apresuradamente con la letra desgarbada de mi madre.

«Recuerda la palmera».

Es una pista. Una indicación. Aprieto el papel contra mi pecho, mientras mis ojos se clavan en la penumbra de mi habitación. Mi madre me ha dejado esto. Está intentando decirme adónde va. ¡Dónde puedo encontrarla!

Pero la nota no tiene ningún sentido para mí…

Sin embargo, me da esperanzas. Una comisura de mi boca se curva hacia arriba. Mi madre está ahí fuera, esperándome. No habría escrito esto a menos que pensara que yo podía descifrarlo.

Aprieto el pedazo de papel entre los dedos. Recordaré a qué se refiere. O lo recordará Tamra. Juntas daremos con nuestra madre. No me han vencido. Severin no ha ganado.

No veo a Tamra al día siguiente, ni al otro. El tiempo pasa muy despacio, y con él aumenta mi inquietud; algo oscuro y sombrío se cuela en mi corazón.

Había olvidado la costumbre de que los drakis recién emparejados se recluyan en su casa, sin ver a nadie, sin hacer otra cosa que adaptarse a su nueva vida juntos. Una especie de breve luna de miel. Es lo que espera la manada. Severin también lo espera, y como me he jurado actuar como una draki obediente y sumisa, no me queda más remedio que representar mi papel.

Los miembros de la manada van y vienen sin anunciarse. Oigo sus pasos, sus susurros delante de la casa mientras dejan obsequios y comida en el porche. Cualquier cosa que sirva para que nuestro tiempo juntos sea especial.

En nuestro último día de soledad forzosa, salgo al porche a recoger una cesta de pan y magdalenas recién horneadas que he visto dejar a Nidia, y también una jarra de limonada que ha dejado otra persona.

Abrazando la jarra y con la cesta colgada del brazo, capto un movimiento al otro lado de la calle. Me quedo quieta y busco el origen.

Corbin está apoyado contra un poste de su porche, con los brazos cruzados sobre el pecho. Me mira como siempre, engreído y resuelto.

Yo sacudo la cabeza y me dispongo a entrar. No entiendo por qué Corbin sigue mirándome así. Ahora estoy emparejada con Cassian. Él y yo no somos nada. Ahora tiene que saberlo. Ahora tiene que renunciar a su estúpida obsesión.

Entonces Jabel sale al porche y lo llama. Al ver a su hijo, sigue la dirección de su mirada y frunce el entrecejo.

La voz de Jabel cruza la calle, cargada de censura. Se supone que hay que dejar tranquilas a las nuevas parejas en este periodo, y supongo que la intensa mirada de Corbin no se ajusta a eso exactamente.

—¡Corbin! —lo llama con voz potente, y cuando sus ojos se cruzan con los míos, me dedica media sonrisa.

Me he unido a Cassian. Para ella, he reafirmado mi compromiso con la manada. Ahora soy parte de la familia. Quizá eso mitigue la pena por haber perdido a Miram.

Jabel ordena a su hijo que entre en casa. Aun así, él no se mueve. Continúa mirándome de esa forma voraz que me da escalofríos, pero ahora estoy emparejada con su primo, fuera de su alcance.

Entonces, ¿por qué me mira así? Él ignora que todo esto es una farsa. No puede saberlo. Y, no obstante, sigue observándome sin pestañear.

Yo doy media vuelta y entro, con un hormigueo por todo el cuerpo, notando todavía su atenta mirada.

Cassian y yo comemos en silencio, nuestra última cena en soledad. Entonces caigo en que las restantes noches de esta semana serán como esta. Él y yo, solos.

Durante el día nos separaremos; cada uno estará realizando su labor, alternando, viviendo, pero las noches estarán reservadas al otro. Me estremezco, y el calor se extiende por debajo de mi piel.

Hasta que me escape, por supuesto.

—¿Tienes planes para mañana? —me pregunta Cassian.

—Voy a visitar a mi hermana —contesto con sinceridad, antes de pensar que quizá no debería haber mencionado a Tamra.

Cassian asiente y araña un poco el plato con el tenedor.

—A lo mejor podría ir contigo…

—No creo que sea una buena idea —me apresuro a decir.

Él vuelve a asentir, despacio, procesando mis palabras.

—De acuerdo. —Tomo un trozo de pescado del plato. Lo último que necesito es tener a Cassian rondando mientras le cuento a mi hermana que planeo fugarme con Will y que quiero que ella nos acompañe—. Por ahora —añade.

Yo levanto la vista frunciendo el entrecejo.

—¿Qué quieres decir?

—Que no puedo esconderme eternamente de tu hermana. Tenemos que arreglar las cosas.

—¿Crees que eso es posible? —le pregunto, mirándolo fijamente—. ¿Crees que puedes arreglar las cosas con Tamra?

Él esboza una mueca y cambia de postura en la silla.

—Espero que sí. Ella es tu hermana y yo soy tu… —Clavo los ojos en él, con mirada penetrante, cortante. «No lo digas. Nosotros no somos eso. Tú no eres el compañero que yo he elegido», pienso—. Ahora somos familia —concluye—. Todos nosotros.

Yo no digo nada. Cojo mi plato, me levanto, voy a la cocina y empiezo a fregar con intensidad febril.

Cassian se une a mí. Estamos el uno al lado del otro. Yo lavo los platos y él los seca. Trabajamos en silencio, adoptando el mismo ritmo. Me estremezco al pensar en que mis padres hicieron lo mismo durante años, en este mismo lugar. Estaban emparejados, conectados.

Pero Cassian y yo no somos mis padres. No estamos ni remotamente cerca. No nos reímos ni charlamos. No compartimos anécdotas de la jornada. Yo no permito que haya nada de eso. Percibo cierta tristeza que emana de Cassian y se instala en lo más profundo de mi ser, mezclándose con mi propia pena por mi madre y por Will, y eso solo hace que me enfurezca más. Yo no debería sentir las emociones de Cassian. Ya tengo bastante con sobrellevar las mías.

Mientras realizamos nuestra rutinaria tarea, pienso en el día de mañana, cuando volveré a ver a Tamra, cuando podremos hablar de cómo dejar atrás este mundo para siempre. Un mundo que te arrebata muchas cosas y no te da nada a cambio.