23
La noche está silenciosa, incluso aunque haya tantas personas a mi alrededor. La niebla parece más oscura, muestra un tono más grisáceo que su habitual blanco calcáreo, y me pregunto si tendrá que ver con el estado de ánimo de Tamra.
Me conducen hasta el campo de vuelo. La alta hierba se ondula contra mis piernas mientras vamos hacia el centro. Las montañas son testigos mudos, grandes formas desiguales que salpican el horizonte.
Ataviada con un suntuoso manto de color ámbar, me siento como el proverbial cordero que van a sacrificar. Cuando llegamos al lugar en el que se han emparejado generaciones de drakis, reparo enseguida en el círculo de titanio del suelo. No resulta difícil, pues los zafiros que lo bordean relucen en la noche con un tono azul precioso, hipnótico. Solo zafiros, una de las gemas más duras de la tierra, rodean el aro de titanio. El anillo simboliza la inquebrantable unión entre dos drakis.
Yo aparto la vista del círculo incluso aunque me llevan hacia él y me dejan justo delante. Cassian ya espera al otro lado del anillo, con un manto de un negro centelleante. Me quedo mirando un instante su rostro. Está completamente manifestado, al igual que yo.
La manada guarda silencio, observando con embeleso.
Yo no miro a mi alrededor. No busco a Tamra, aunque sé que está aquí. Está presenciando, igual que todos los demás, cómo me preparo para emparejarme con Cassian. Siento sus ojos sobre mí.
Unas manos nos quitan los mantos y luego nos indican que bebamos del cáliz ceremonial.
Mis labios envuelven el borde de la copa de la que han bebido generaciones de drakis para sellar su unión, como mis propios padres. Me arden los ojos y parpadeo. Esto es más duro de lo que había imaginado. Hacerlo y decirme a mí misma que no significa nada es más difícil de creer de lo que pensaba.
«Esto no es un verdadero enlace —me digo—. Yo no acepto este vínculo libremente, así que no cuenta».
Pero recuerdo las palabras de mi madre: «Algo sucede, algo cambia, cuando dos drakis se unen en ese círculo, Jacinda».
¿Tendrá razón mi madre? ¿Esto podría cambiar las cosas? El rostro de Will surge en mi mente. No puedo dejar que esta ceremonia se lleve ni un pedazo de él para reemplazarlo con Cassian. No puedo. No lo permitiré.
Me paso la lengua por los labios para apurar la última gota de vino y luego observo cómo Cassian bebe del cáliz recubierto de piedras preciosas, posando los labios en el mismo punto en el que yo he bebido.
Severin habla, aunque yo bloqueo el paso a sus palabras, y a su voz, deliberadamente. Ya he asistido a otras ceremonias de enlace. Sé lo que está diciendo, y no quiero oír cómo repite las mismas cosas.
Y entonces aparece. Nuestro tesoro. Las gemas de mi familia.
Intento deshacer el nudo que se me ha formado en la garganta mientras miro sin pestañear el cofre, pensando en el trozo de ámbar que ya no está ahí…, el que vendió mi madre cuando vivíamos en Chaparral. Siento una oleada posesiva cuando un veterano mete las manos en la caja, hurgando en su contenido. No tiene derecho a hacerlo. Habitualmente, es uno de los padres de la pareja quien hace eso, pero, en este caso, yo no tengo padres.
Luego llegan las gemas de Cassian. Severin rebusca en el interior de su cofre familiar.
Las piedras salen al mismo tiempo. Yo parpadeo ante la hermosa perla negra que sacan de la caja de Cassian. Perfectamente redonda, llena toda la palma de la mano de Severin. De mi tesoro familiar escogen un trozo de ámbar. Recuerdo con claridad todas las piezas del cofre, y sé que es la última que queda de ámbar. Sé por qué lo han elegido. Es la piedra que mejor me representa.
Levantan la perla y el ámbar, exhibiéndolos ante la manada. Una gema de cada uno de los tesoros de nuestras familias, dos piezas para iniciar nuestro legado juntos, nuestra propia familia.
El nudo de mi garganta es cada vez mayor, y no importa con cuánta fuerza trague saliva: no puedo deshacerlo.
Juntas, unidas, las dos piedras proyectan una luz diferente, una energía completamente distinta. Oigo su susurrante melodía mientras observo cómo las colocan en un nuevo cofre. Lacado en negro, con grabados de un rojo ardiente en la tapa… Este es nuestro. Mío y de Cassian. Y me pregunto cuánto tiempo lleva hecho, preparado para este momento.
Y entonces llega la hora. Debemos iniciar nuestro ascenso, nuestro último vuelo como individuos independientes.
Con los ojos fijos en los del otro, Cassian y yo despegamos del suelo y nos elevamos. Yo paso por alto el dolor de mi ala herida y subo, subo, subo.
Con la cara ladeada hacia el viento fresco y húmedo, me deleito de nuevo con el sabor del cielo… pese a desear que no me guste nada de este instante. Pero es que volar siempre ha sido mi bálsamo. No puedo resistirme a su dulzura…, no después de haber estado a punto de perderlo, cuando por poco me cortan las alas.
Mis alas funcionan, baten el aire, me llevan más y más arriba. Es como si estuviera huyendo de todo, luchando por alejarme de la manada tanto como sea posible. Cierro los ojos y paladeo el veloz viento contra mi cara.
Durante un momento se me ocurre la idea de seguir, fundirme con el firmamento, desaparecer en él, no volver a bajar de nuevo. Por lo menos, no dentro de los terrenos de la manada.
Entonces veo a Cassian, girando conmigo a través de la niebla y las nubes. Sus enormes alas relucen más oscuras que la noche; son potentes velas de ónix con parpadeantes matices púrpura.
Su mirada se clava en la mía mientras damos vueltas hacia arriba. Y entonces lo sé. Cassian conoce mis pensamientos. Los conoce, pero su rostro no revela nada.
Y en ese momento lo comprendo. Lo siento en lo más hondo de mi pecho, donde habitan el fuego y las brasas.
Cassian me dejaría ir. Me dejaría escapar, desaparecer en la tamizada niebla y las nubes.
La elección está en mis manos.
Lo imagino. Imagino a Cassian regresando con la manada sin mí. Enfrentándose a todos, avergonzado y abandonado. Por supuesto, saldrían en mi persecución. Probablemente yo no llegaría muy lejos. En realidad, no tengo muchas oportunidades.
De pronto Cassian se detiene y se deja flotar a la deriva.
Yo también me detengo, manteniéndome a flote en el aire.
Lo miro de frente. Nos separan unos cuantos centímetros. Las nubes nocturnas se mueven a nuestros pies, sobre nuestra cabeza. Unas frías volutas de vapor se mecen a nuestro alrededor como humo helado.
Yo entreveo el rostro de Cassian a través de los huecos. Un destello de carbón encendido, ojos como obsidiana…
—¡Esto no será real! —exclamo. El viento se lleva mi voz, y no estoy segura de si Cassian me habrá oído hasta que me responde:
—Será lo bastante real.
¿Lo bastante real? ¿Para él? ¿Es eso lo que está diciendo? ¿Cree que una unión en la que solo uno de nosotros está verdaderamente comprometido será satisfactoria para alguno de los dos? ¿O es que va a esperar a que se forme esa conexión entre ambos que nos ligue?
Hoy ya he perdido muchas cosas. A mi madre. A Will. Miro hacia abajo. Tamra espera ahí al fondo, tan traicionada por la manada como yo.
Vuelvo a mirar a Cassian. «No será real —me digo—. Esto no será real».
Avanzo en el aire hacia él. Es la única respuesta que necesita.
Por ahora, esto es lo que debo hacer. Es lo que exige el momento.
Sus ojos se dulcifican cuando nos abrazamos, haciendo lo que los drakis han hecho durante milenios. Sus manos me tocan con delicadeza. Posa una en mi espalda, entre las alas, y la otra en mi cadera. Pese a todo, su mirada no es menos intensa, y me taladra como si estuviera memorizando todos los detalles de mi cara, todos los detalles de este instante.
Yo cierro los ojos e intento olvidar, intento pensar solo en Will, en que volveré a verlo.
El cuerpo de Cassian es sólido como una roca contra el mío, y recuerdo que ha nacido para ser un guerrero. Es duro e inflexible, pero en sus brazos me siento segura, en absoluto amenazada por su poder, por su fuerza.
Pegados el uno al otro, iniciamos el descenso. El estómago me baja a los pies. Es como en mi sueño, mi pesadilla. Estoy cayendo, sin poder elevarme. Sin poder sujetarme.
Estoy cayendo, y no hay nada que pueda hacer.
Hemos ascendido como dos, pero descendemos como uno. Ese es el acto de enlace. Eso es lo que debemos hacer. En eso consiste.
Siempre había considerado que el rito de unión era romántico, algo especial que compartiría con alguien algún día. Aun así, se me antojaba muy lejano, un panorama remoto. Pero ahora es real. Me está sucediendo ahora mismo.
Los brazos de Cassian me sujetan mientras caemos en picado. El aire ruge a nuestro alrededor mientras giramos en un veloz círculo, bajando, precipitándonos a la tierra. Mi pelo vuela sobre mi cabeza. Incluso el de Cassian se agita como hebras oscuras.
Nos miramos el uno al otro, nariz con nariz, con el viento aullando como un tren de mercancías en nuestros oídos, mientras descendemos en espiral hacia la manada, que nos espera abajo.
No es solo que Cassian me abraza. Yo también lo estrecho con fuerza. Nuestras piernas se enredan y se cuelan entre las del otro.
Es como si de verdad estuviéramos fundiéndonos en este momento…, como si nos dirigiéramos hacia nuestra propia muerte. Y supongo que de eso se trata. El acto pretende simbolizar la muerte de nuestro yo independiente y el principio de nuestra unión como un solo ser.
Yo no respiro. No puedo, ni aunque quisiera. Nos movemos a una velocidad inconcebible, y el aire va demasiado rápido como para que pueda llevarlo a mis contraídos pulmones.
De pronto, las nubes disminuyen y se separan, la niebla y la bruma pierden espesor. Apenas unos palmos antes de chocar contra la dura piel de la tierra, desplegamos las alas, frenamos y aterrizamos suavemente dentro del anillo ceremonial.
Juntos. El uno en brazos del otro. Como dos drakis emparejados.
No veo a mi hermana por ningún sitio durante el festejo que sigue. Constantemente me rodean, me felicitan, me acosan con comida y buenos deseos, como si no hubiera estado sobre el bloque de madera hace apenas unas horas, con la cizalla en la espalda.
Ahora, sin embargo, he demostrado mi valía. Mi enlace con Cassian ha convencido a la manada de que, por fin, soy uno de ellos. Incluso aunque no confían completamente en mí, confían en el proceso de unión… y confían en Cassian.
Busco a Tamra a lo largo de la celebración, pero no consigo dar con ella.
Necesito verla, necesito asegurarme de que está bien, de que ella y yo estamos bien. Noto la cara tensa, los ojos doloridos.
—Ven —murmura Cassian, levantándose de la larga mesa a la que estamos sentados. Su enorme mano rodea la mía; su áspera palma roza mi piel—. Es tarde.
Abandonamos juntos la fiesta rodeados de alegres protestas, pero no antes de que yo repare en Severin, que bebe sonriendo. Al parecer, se ha olvidado de su hija. Sus ojos se encuentran con los míos, y levanta la copa en un brindis silencioso, feliz de tenerme por fin en su familia, bajo su poder.
Cree que ha ganado, que estoy derrotada.
—¿Ya os vais? —pregunta Corbin, interponiéndose en nuestro camino.
—Jacinda está cansada. Ha tenido un día muy duro —contesta Cassian con una voz que no trasluce nada.
Corbin lo mira con cara de odio; sus pupilas son líneas vibrantes.
—Y seguro que estás ansioso por arroparla.
Suelto aire con un siseo. De pronto me siento alarmada al comprender su insinuación. Ahora, Cassian y yo estamos emparejados.
—Cuidado con lo que dices —le advierte Cassian con voz pastosa, y la mano que rodea la mía se tensa levemente.
Su furia me llega con la máxima potencia, tan palpable como una ráfaga de niebla. Y es más que furia. También noto posesión, urgencia.
Me estremezco ante el bombardeo de sensaciones, y tiro de la mano, desesperada por cortar el contacto, cualquier cosa que reduzca el vínculo que hay entre nosotros. ¿Se trata de esto entonces? ¿Es esto a lo que se refería mi madre? ¿Esta conexión? ¿Vamos a ser para siempre el barómetro emocional del otro? Genial.
Corbin sonríe de oreja a oreja y se hace a un lado.
—Por supuesto.
Tras reclamar mi mano, Cassian pasa directo ante su primo, alejándonos a los dos de allí.
Yo lo sigo, encerrándome en una burbuja de aturdimiento con la esperanza de mantener a Cassian fuera… y a mí misma dentro. Mis piernas se mueven automáticamente. Solo cuando subimos los escalones del porche me doy cuenta de dónde estamos.
—Esta es mi casa —digo.
—Mi padre ha dicho que vivamos aquí.
Yo parpadeo y miro a mi alrededor. ¿Voy a vivir aquí con Cassian? ¿En el hogar en el que crecí?
Y luego lo entiendo. Aquí ya no vive nadie. Ya no está mi padre. Tamra se ha instalado con Nidia. Y Severin se ha encargado de quitar a mi madre de en medio. Aquí solo estoy yo. Y ahora, mi compañero.
Me quedo mirando la puerta principal como si no la conociera. Y supongo que así es. La casa ya no es mía. Ahora es de Cassian. Y, por extensión, también de Severin.
Un extraño mundo nuevo me espera al otro lado, un futuro con Cassian.
Mi estómago se rebela, se revuelve, lleno de ácido. No. Mi futuro no es este. No es algo que me han endosado. Mi futuro es mío. Algo de mi elección. Algo, comprendo en este momento, que incluye a Will. Ahora, más que nunca, lo sé.
Sacudo la cabeza. ¿Cómo pude decirle a Will que no estábamos hechos el uno para el otro? Él es mi compañero. Lo es. El único. No importa lo que sea, ni lo que yo soy…
Encontraré el modo de volver a estar con él.
Cassian abre la puerta, y entramos juntos en la casa.