22

Tamra me sujeta la mano mientras vamos hacia el centro del pueblo. Hay otros drakis por la calle, en una corriente constante que va en la misma dirección. Me miran abiertamente a través de las tamizadas volutas de niebla…, incluso me apuntan con el dedo. No parece importarles que pueda ver cómo me señalan. ¿Y por qué habría de importarles? A sus ojos, soy yo quien ha hecho algo malo y ha sido convocada ante la manada para afrontar un juicio público.

Tamra me da un apretón de manos tranquilizador.

Caminamos lo suficientemente despacio para nuestra madre. Ella también avanza a mi lado, bizqueando ante los leves rayos de luz que se cuelan entre la niebla. Es como un topo que saliera en pleno día.

Cuando llegamos al salón de actos, ya está abarrotado. El ruido de las conversaciones enmudece en cuanto aparezco.

La gente se separa, se aparta, para permitirme subir los escalones hasta el estrado.

Severin está detrás de la barandilla de piedra. Y la media docena de veteranos también está ahí, como marionetas tras él. No soy idiota. El público no va a decidir nada. Pase lo que pase, será decisión de Severin.

Cassian no se coloca entre ellos. Supongo que no puede, todavía no. En realidad, no está capacitado oficialmente. En vez de eso, se sitúa en la primera fila de los congregados.

Yo aflojo los dedos para soltar la mano de Tamra y empiezo a subir los peldaños, pero ella me aprieta con más fuerza y no me deja ir.

—Iré contigo —me dice.

A su espalda, Az asiente alentadoramente, como coincidiendo en que eso sería lo mejor.

—No —respondo—. Tengo que ir sola. —Además, dudo que permitan a nadie estar ahí conmigo. Miro a Tamra, a mi madre y a Az—. Esperad aquí —les digo, y esbozo una sonrisa temblorosa para ellas—. Volveré. Todo saldrá bien.

Eso también lo digo para ellas. No estoy segura de qué va a suceder. El estómago se me contrae, se me revuelve, pero aun así, no voy a arrepentirme de haber regresado. Tenía que hacerlo. Por mi familia. Por Miram y Cassian.

Cuando me coloco junto a Severin, este da lectura a mis infracciones. Empieza con las menores.

—No presentarse en su puesto de trabajo. Salir de los terrenos de la manada sin autorización. —Me estremezco, pensando en la reacción de la multitud si supiera por qué me marché. Por quién. Esa sería otra clase de infracción—. Volar durante el día. Contactar con cazadores. —Su voz muerde el aire, dura e impasible, y yo no puedo detener el amargo pensamiento que se cuela en mi mente: «Por supuesto, no va a mencionar que es él quien ordenó a Miram espiarme»—. Tenemos esas normas para la seguridad y preservación de nuestra manada, para la protección de nuestra especie. Cuando uno de nosotros se separa del resto y se sitúa por encima de las leyes, nos pone en peligro a todos.

Yo permanezco con los hombros echados hacia atrás y observo a mis congéneres. Veo su expresión, muy atenta… y expectante. Está a punto de suceder algo grande, y lo saben… Están salivando. Examino los rostros familiares, mis viejos amigos, vecinos, profesores… De pronto todos me resultan absolutamente desconocidos y anhelo a alguien que aligere mi corazón, a alguien que no tiene cabida aquí: Will.

—Y precisamente es eso lo que ha ocurrido —prosigue Severin—. Hemos perdido para siempre a Miram, mi propia hija. Mientras estamos aquí, ella se encuentra a merced de los enkros, sufriendo atrocidades inenarrables. Jacinda debe pagar por su responsabilidad en ese suceso.

Un leve sonido recorre la muchedumbre reunida…, un murmullo general que yo tomo como aprobación. Trago saliva a duras penas y miro hacia delante, evitando mirar a mi familia, a Tamra, mamá, Az… y Cassian.

Permanezco tan erguida como un cable tirante, esperando el veredicto final, sabiendo que ha llegado. No voy a librarme. Esta vez no. Otra vez no. Severin ha decidido mi destino.

Emito un sonido, una semicarcajada torturada. ¿A quién pretendo engañar? Severin tomó la decisión en cuanto me vio volver sin Miram.

Sin embargo, me sobresalto ante su anuncio:

—No hay otra opción que cortarle las alas a cualquier draki cuya continua insubordinación nos ponga a todos en peligro. De acuerdo con nuestras antiguas tradiciones, cualquier draki que ponga en peligro a la manada perderá el don de volar durante el tiempo que haga falta.

Se hace el silencio, un silencio tan ensordecedor que puedo oír cómo corre la sangre por mi cabeza.

«Durante el tiempo que haga falta»… Eso significa el tiempo que mis alas tarden en recomponerse, si es que llegan a hacerlo alguna vez. En ocasiones, las alas heridas o dañadas no logran sanar del todo, y el draki queda permanentemente lisiado.

El recinto vuelve a la vida con un grito de Tamra. Su estridente voz resuena sobre el vibrante silencio.

—¡No! ¡No! ¡No podéis hacer eso! —Le arde la cara, con más color del que le he visto desde que se manifestó—. ¡Es propio de bárbaros! ¡Dejadla en paz! ¡No hay nada justo en esto!

Mi madre palidece por completo mientras la rodea con un brazo, reteniéndola, pues mi hermana parece dispuesta a subir al estrado. Tamra se debate un momento antes de enterrar la cara en su pecho.

Los ojos de mi madre ya no parecen muertos, ya no parecen vacíos. Y yo casi lo lamento. Sería mejor que esto, mejor que verlos tan llenos de angustia y dolor.

Severin hace caso omiso de la protesta de Tamra; solo un levísimo tic en la mejilla revela que la ha oído…, o que desaprueba sus palabras. Se trata de Tamra. Él todavía la necesita, así que tolerará su interrupción.

Su próxima orden es como un cuchillo que me parte en dos.

—Y también hay que considerar responsable a Zara. —Severin mira a los veteranos, como si estos fueran a objetar que meta a mi madre en esto, antes de añadir—: Acusamos a Zara de negligencia en su papel como madre y en sus responsabilidades para con sus hijas y la manada.

Eso es algo que no me esperaba.

—¿Qué? —grito, mirando desesperada a mi madre, que tiene los ojos despiertos y alerta.

Severin continúa con tono monocorde:

—Zara queda desterrada, y debe abandonar las tierras de la manada de inmediato. De hoy en adelante, ya no será considerada una draki y deberá vivir en el mundo humano. —Severin separa los labios y enseña los dientes con desprecio—. Como ella siempre había deseado —puntualiza con obvio deleite, y sé que está disfrutando con esto.

—¡Espera! —chillo—. ¡Yo iré con ella! ¡Destiérrame a mí también!

—Tú no puedes elegir tu castigo —replica, esbozando una lenta sonrisa y mirándome luego con frialdad; yo, mientras tanto, me siento abierta en canal y desnuda bajo su mirada concienzuda y calculadora—. Además, todavía nos serás de utilidad.

Tamra prorrumpe en insultos y Az la agarra del brazo, ayudando a retenerla.

Yo no sé qué es peor, si la amenaza implícita de que va a obligarme a procrear, la inminente mutilación de mis alas o la pérdida de mi madre. Las tres cosas son horribles por sí mismas.

Y cada una aniquilará una parte de mí.

Todo esto —unido al hecho de abandonar a Will y el sueño de estar juntos, y a la culpabilidad por el destino que le espera a Miram— es demasiado. ¿Qué más puede suceder? ¿Qué más puedo soportar?

Me quedo helada, antinaturalmente inmóvil, mientras todo pasa ante mí de forma borrosa. Mi vida está fuera de control, y yo me hallo en el centro de todo.

Miro a mi alrededor, la ondulante niebla de Nidia que envuelve nuestro pueblo, y fantaseo con salir volando de aquí, escapar junto con mi madre y mi hermana…

Pero solo es eso. Una fantasía.

Severin hace un gesto, y un par de guardias con sus odiosos brazaletes se acercan para sacar a mi madre.

—Aseguraos de que no coja nada más que ropa —les indica Severin—. No puede llevarse ni una sola piedra preciosa.

—¡Mamá! —grita Tamra, y luego mira a Severin con desesperación—. ¡Espera! Déjame hablar con ella. Solamente un momento a solas…

—¿Para que pueda decirte cómo ponerte en contacto con ella? —Severin niega con la cabeza—. Lo siento, pero no. Como he dicho, ahora Zara es humana, y los drakis no tienen trato con los humanos.

Sus ojos se vuelven hacia mí al decir eso, y no se me escapa la acusación que encierran sus palabras. Severin chasquea los dedos y se llevan a mi madre a rastras.

Yo me impulso hacia delante, pero una brusca mano me detiene. Intento intercambiar una mirada con mi madre, comunicarle algo, captar alguna reacción por su parte. ¿Adónde irá? ¿Qué hará? ¿Cómo conseguiré encontrarla de nuevo?

¿Alguna vez volveré a encontrarla?

—Traed la cizalla.

Esa orden pone en acción a los que me rodean y se producen más movimientos difusos, más murmullos. Doblo el cuello, aunque ya no consigo ver a mi madre…, no la localizo en la frenética actividad.

Me agarran por los dos brazos y me arrastran hasta un bloque de madera en el que reparo por primera vez, situado a poca distancia del estrado. Nadie presta atención a mi hermana, que les suplica que paren.

Me obligan a ponerme de rodillas sobre el tocón.

Al parecer, no quieren que nadie se pierda el espectáculo. Así es como funciona la manada. Por lo menos, desde que Severin es el macho alfa. Domina a través del miedo, la intimidación y las amenazas, tanto directas como tácitas. Ese es el estilo de Severin, y así continuará mientras él esté al mando.

Me ordenan que me manifieste.

Yo alzo la barbilla, mirando ceñuda hacia delante, pues no pueden obligarme a hacerlo.

Me repiten la orden más alto. Sin embargo, no obedezco. ¿Por qué ponérselo fácil?

Siento una macabra satisfacción al ver cómo el rostro de Severin se pone rojo de ira. Se agacha pesadamente a mi lado, recordándome su fuerza y su poder, y me dice cosas muy duras al oído mientras apoya su enorme mano en mi cabeza.

—Estoy seguro de que puedo conseguir que tu hermana se manifieste. Todavía es una principiante. Sería facilísimo inspirarle miedo, de modo que ¿quién va a ser? ¿Tú? ¿Tamra? En cualquier caso, alguien verá sus alas cortadas hoy.

Yo me giro para mirarlo a la cara; el odio que siento por él emana de mi cuerpo en oleadas de calor y susurro con voz ronca:

—No serías…

Él me aprieta el cráneo con más fuerza.

—Tamra puede cumplir igualmente su función sin alas.

Mirando sus ojos negros, soy incapaz de decidir si va de farol o no, pero no voy a correr el riesgo. Sacudo la cabeza para librarme de su contacto, aunque no digo nada. No le daré el gusto de oír mi conformidad, así que respiro hondo y me manifiesto.

Mi piel humana desaparece tan deprisa que no tengo tiempo de quitarme la camiseta antes de que se liberen las alas. Estas desgarran el tejido con un ruido espantoso que imita el veloz estiramiento de mis huesos, que crujen.

Mi ala herida se estremece y queda colgando. Parece rota, ya mutilada. Mis labios esbozan una triste sonrisa, pues a nadie le importa. En cualquier caso, está a punto de ser destrozada.

A pesar de todo, probablemente esta haya sido mi manifestación más rápida. La rabia y el miedo han acelerado el proceso. Tiemblo por ambas cosas. Rabia por el poder de Severin y miedo por lo que voy a sufrir. Noto el sabor amargo de esas sensaciones cada vez que tomo aire.

Si no me tuvieran agarrada por los brazos, seguramente habría perdido el equilibrio y caído del bloque de madera.

El terror me recorre en oleadas de calor encendido. Ahora solo puedo sentir eso. Tengo que vivir esto. Soportar…

Alguien llega con la cizalla, y ya es lo único que puedo ver. El brillo de las afiladas hojas que se acercan a mí. Parecen grandes podadoras. Parecen dolorosas.

Ahora la multitud está rugiendo de un modo ensordecedor, una mezcla de vítores de alegría y ásperas protestas. Al menos creo oír unos cuantos gritos de protesta. Quiero pensar que no todo el mundo opina que merezco este castigo, que no todo el mundo está sediento de sangre.

Los gritos y las maldiciones de mi hermana me arden en los oídos, y sé que ella está ahí, atormentada por lo que sucede.

Por lo que va a suceder.

No puedo evitarlo. La llamo, aunque sé que no puede ayudarme.

Nadie puede.

Tamra grita mi nombre una y otra vez, y por mis mejillas bajan lágrimas que sisean sobre mi acalorada piel.

Entonces, en medio del desquiciante fragor, veo el rostro de Cassian, sus profundos ojos, que me miran serios y enérgicos. Ahora está en el estrado, donde no debería estar, abriéndose paso entre los veteranos para llegar hasta mí.

Y en ese momento lo recuerdo. Oigo su profunda voz de hace semanas, cuando me prometió que me protegería. O que al menos lo intentaría. ¿Acaso cree que ahora puede hacerlo? Es demasiado tarde.

Pero Cassian no viene hacia mí. Se acerca a su padre, le coge el brazo a través de sus voluminosos ropajes y le habla con furia, moviendo los labios muy deprisa, señalándome como un loco, mientras el color sube a sus oliváceas mejillas.

No puedo oír sus palabras a causa del alboroto, pero veo que Severin escucha a su hijo… y luego me mira a mí, con expresión pensativa y cavilosa.

Suelto un grito cuando me obligan a girarme y a exponer la espalda a la muchedumbre. Miro a todos lados desesperadamente, pero no veo nada más que las puertas dobles de la sala ante mí.

El momento ha llegado.

Unas manos me sujetan las alas y tiran bruscamente de las nervudas y finas membranas. Doy un respingo por cómo me duele el ala herida.

Aprieto los labios, y el humo de mi interior sale por la nariz. Unos dedos me toquetean, me palpan, buscando el mejor sitio para cortar. Me sube la bilis a la garganta. Me siento mancillada, asaltada por el rudo manoseo.

Instintivamente, el fuego brota en mi garganta, listo para defenderme, para protegerme, y me muerdo los labios hasta que la sangre corre por mis dientes. Tiene un sabor dulce y metálico, que se mezcla con el sabor a carbón y cenizas.

Una dura mano me empuja la cabeza hacia abajo hasta que la barbilla me toca el pecho. Esa postura fuerza a la espalda a describir una gran curva. Mis alas se estiran por encima de mí, expuestas. Las vaporosas membranas están perfectamente colocadas para la mutilación.

Yo siseo, tiemblo violentamente, cuando el frío metal toca por primera vez uno de los nervudos tendones que forman mi ala derecha.

Las manos que me tienen inmovilizada me aprietan con más fuerza, me estrujan hasta que ya no siento la sangre en los bíceps…

—No te muevas —me advierte una voz—. No me gustaría arrancarte el ala entera.

Me ahogo con un sollozo y me quedo quieta. Y luego estoy libre.

Ya nadie me toca. No siento ningún beso de metal en el ala, listo para segar y cercenar…

Caigo del bloque de madera, derrumbándome sobre el cemento. Me pican los ojos, llenos de lágrimas que empañan la imagen de Cassian, que está plantado ante mí, mirándome con unos ojos antinaturalmente brillantes, mientras su pecho sube y baja de forma acalorada.

La voz de Severin retruena en el aire, silenciando los murmullos de la manada:

—Se ha propuesto una alternativa a la mutilación de las alas que consideramos aceptable. —Yo me giro de golpe hacia Severin. En mi pecho brota la esperanza, y solo puedo pensar en que lo haré. Sea lo que sea. Cualquier alternativa será mejor. ¿Qué sería peor que quedar lisiada, posiblemente para toda la vida?—. Si Jacinda acepta unirse hoy mismo a Cassian, quedará libre del castigo…

Entonces todo el calor huye de mi cuerpo y me quedo helada por dentro.

Me levanto temblorosamente y me siento distante e inmóvil como una estatua al enfrentarme a un mar de caras estupefactas. Sin embargo, ninguna más estupefacta que la mía.

Por fin mi mirada encuentra la de Cassian. Sus ojos son tan fríos como yo me siento por dentro, negros, sin la más mínima luz. En ellos no hay viento. Ni firmamento. Nada.

Tiene los labios apretados en una fina línea, como para impedirse a sí mismo explicar por qué ha hecho esto.

Examino su rostro, buscando algo en él, intentando comprender, intentando encontrar ahí la respuesta.

¿Esto? ¿Es esto lo que le ha propuesto a su padre como solución? ¿Por qué? ¿De verdad quiere emparejarse conmigo? ¿O solo está haciendo un gran sacrificio? No parece muy contento… de haberse ofrecido a sí mismo para salvarme.

—Jacinda acepta —anuncia Cassian mirándome fijamente, desafiándome a contradecirlo. Porque sabe que no puedo. No con la alternativa que hay ante mí.

Nadie espera a que yo confirme la afirmación de Cassian, simplemente se me llevan de golpe. Los veteranos me lanzan a los brazos de sus compañeras, hembras que siempre están felices de servirlos a ellos y a la manada. Exactamente lo que esperan que yo llegue a ser. Complaciente. Sumisa. Casi me echo a reír ante esa imagen. Yo jamás podría ser así.

Doblo el cuello, mirando hacia la derecha mientras bajo del estrado, tratando de ver a Tamra. Necesito verla.

Siento un disparo helado en el corazón cuando finalmente la veo. Toda ella es palidez, de arriba abajo. Su cabello. Su rostro. Incluso sus ojos han perdido el color; parecen de escarcha. Separa los labios, abre levemente la boca para pronunciar palabras que no salen…

Y mi madre… En la pesadilla de los últimos momentos, me he olvidado de ella. La busco, pero, por supuesto, ya no está. No han revocado su castigo solo porque yo me haya librado del mío. Me he librado, aunque ¿de verdad?

Mis ojos se clavan en Tamra mientras tiran de mí. Intento transmitirle que lo lamento, que no quiero que esto ocurra, que no va a ocurrir, pero mientras me arrastran soy consciente de que eso es mentira. No puedo detener nada de esto.

A lo mejor he estado engañándome a mí misma al creer que podía controlar cualquier cosa…, que incluso podía esquivar el destino que la manada había elegido para mí hace mucho tiempo.