20

Después de ducharme, me acurruco en la cama y luego libero el pelo que se ha quedado atrapado bajo mi cuerpo para dejarlo caer sobre el hombro. Durante largo rato permanezco inmóvil, en silencio bajo las sábanas, haciendo todo lo posible por actuar como si Will no estuviera a mi lado. Aguardo el sueño, el momento en el que mis pensamientos confusos y frenéticos puedan hallar descanso.

A pesar de haber dormido mucho ya, sigo cansada. Mi vapuleado cuerpo debería poder caer redondo. Debería.

—¿Cuánto tiempo vas a seguir fingiendo que estás dormida?

Ahí está la razón de que no pueda.

Su susurrante voz me acaricia la nuca y se me pone la carne de gallina.

Will es la razón de que no pueda dormir. He estado haciendo lo que estaba en mi mano para ignorar su presencia, pero es imposible, por supuesto. ¿Cómo se supone que voy a pasar por alto que Will está a apenas unos centímetros de distancia? Will, al que he anhelado desde el instante en el que me perdonó la vida hace meses, en aquella cueva…, antes siquiera de comprender que lo que sentía era anhelo.

Abro la boca, pero entonces caigo en que hablar solo confirmaría que estoy despierta, así que cierro los labios con fuerza, porque no puedo hablar. No cuando no puedo decir lo que Will quiere oír.

Lo que incluso yo querría poder decir.

Su mano se cierra sobre mi hombro y se me escapa un suspiro. Vaya manera de fingirme dormida…

No ofrezco resistencia cuando él me gira. Los dos nos hundimos en el centro de la cama, prácticamente pecho contra pecho. Sus ojos relucen en la oscuridad. Su mano se mueve, se levanta.

Se me corta la respiración cuando Will desliza la mano por los mechones mojados de mi cabellera, abrazándome. Nos envuelve el aroma del champú de frambuesa cortesía del motel.

Nos miramos fijamente, sin hablar. Yo saboreo su aliento, sus labios, tan cerca de los míos. Cuando sus ojos descienden hasta mi boca, se me contrae el estómago y me invade un calor familiar. Me muerdo un labio rápidamente para evitar que se me escape ningún sonido.

Y luego solo puedo pensar que se trata de Will.

Will, al que tanto he echado de menos y al que creía que había perdido. Will, con el que he soñado. Will, que me ha salvado una y otra vez, al que yo misma salvé de un gran peligro. Will, que me ama cuando todas las razones señalan que no debería. Al que yo amo a pesar de todas las razones por las que no debería.

Will, al que tengo que dejar. De nuevo.

Acerco las manos a su pecho. Pego las palmas a su piel e intento no acariciarlo, intento hallar la fuerza para separarme. Ya será bastante difícil decirle adiós mañana.

Pero entonces él me besa, y sé que no puedo separarme.

Su mano se desliza desde mi nuca hasta mi cara, y su cálida palma me acaricia la mejilla mientras engulle mi gemido.

El beso sigue pareciendo novedoso, como la primera vez. El contacto de su boca provoca oleadas de sensaciones por todos mis nervios. Yo aferro sus hombros, clavando los dedos en los tersos músculos de su cuerpo. Lo estrecho como si me fuera la vida en ello; me siento arrollada por la simple textura y el sabor de su boca.

Me arde el cuerpo, la piel se tensa y se ondula, vencida, lista para desaparecer.

Quizá sea por el lugar en el que estamos, por las circunstancias que nos han traído hasta aquí…, o por el hecho de que podría no volver a ver a Will, pero el caso es que no consigo saciarme de él. Mi boca se mueve sobre la suya, mordiendo, sorbiendo.

Sus manos bajan por mi espalda, atrayéndome más.

Yo le rodeo el cuello con los brazos. Enroscando mis dedos en su pelo, lo beso más profundamente, sin importarme siquiera cuando rueda sobre mí, aplastándome y hundiéndome todavía más en el colchón.

Mi cuerpo acoge el suyo, recibiéndolo instintivamente. Suelto un gemido ávido, sin pararme a pensar en que podríamos estar yendo demasiado lejos, demasiado deprisa. Solo siento urgencia. Hambre. Estoy cansada de conformarme.

Will sujeta mi cabeza con ambas manos, besándome a conciencia. Sus dedos aprietan mis mejillas, inmovilizándome con fuerza.

Gruñendo, yo lucho por mover la cabeza, por saborearlo como él me saborea a mí, pero él me retiene, me atrapa… en una deliciosa tortura que hace que me retuerza debajo de su cuerpo.

Y, sin embargo, no es suficiente. Ni se le acerca.

El fuego se retuerce en mi interior y yo me esfuerzo en controlarlo, en enfriar mis pulmones.

Me estremezco cuando Will me acaricia la espalda, despegando sus labios de los míos para decir con tono de sorpresa:

—Tu piel… Qué caliente… está.

Yo suelto un brusco respingo contra nuestras bocas unidas cuando sus manos se deslizan por la temblorosa piel de mi estómago.

Separo los labios y doblo el cuello para alejar mi rostro de Will y soltar un humeante suspiro que ya no puedo contener más.

Él me da besos helados por la garganta curvada, lo que solo incrementa el ardor de mis entrañas.

Su boca se separa de mi cuello y en ese momento un aire fresco acaricia la piel húmeda. Yo engullo ese aire, desesperada por apagar el infierno de mi interior.

Siento la mirada de Will. Alzo la vista y me zambullo directamente en ella.

Incluso en la penumbra de la habitación, sus ojos centellean. Me mira con una intensidad tan cruda, que levanto una mano temblorosa para dibujar el contorno en sombras de su rostro, acariciando con la yema de los dedos las líneas duras y los ángulos masculinos. Rozo las oscuras cejas que coronan esos ojos que ven a través de mí.

Mis dedos se relajan sobre su boca y sus labios se mueven bajo mi contacto.

—Ven conmigo, Jacinda.

Las palabras resuenan a través de mis dedos, por mi brazo, hasta clavarse en mi corazón. Y me quedo helada.

Porque Will lo sabe. Sabe lo que está pasando por mi cabeza. Cuando me he escapado antes al cuarto de baño, él ha sabido lo que yo no había dicho, las palabras que no quería pronunciar en voz alta.

No puedo ir con él. No puedo huir y estar con él en esa fantasía perfecta que hemos creado en nuestra mente.

—No puedo —susurro, y luego repito más alto—: No puedo.

Le empujo el hombro hasta que se separa de mí. Incluso en la poco iluminada habitación veo cómo le cambia la cara. Parece furioso, con expresión pétrea.

—¿Cómo puedes volver allí?

—No puedo no volver. Tienen que saber lo de Miram…, y no puedo dejar a mi madre y mi hermana preguntándose qué ha sucedido conmigo.

—Podemos mandarles una carta —gruñe.

—Esto no es una broma.

—¿Acaso me ves reír? —replica, y después me coge ambas manos y acerca su rostro al mío—. ¿Por qué estás luchando contra esto, contra lo nuestro?

Yo sacudo la cabeza.

—Es que no puedo dejar las cosas así.

—Si vuelves a lo mejor no podrás volver a salir nunca más. ¿Has pensado en eso? —Sus manos aprietan las mías—. ¿Qué te harán cuando aparezcas por allí y les cuentes que os atraparon unos cazadores y que habéis perdido a Miram?

Yo me estremezco. Will tiene razón. Las cosas podrían ponerse feas, pero no sería totalmente inmerecido para mí. Después de todo, mis deseos egoístas han llevado a esto. Si hubiera escuchado a Cassian y hubiese terminado con Will, nada de esto habría ocurrido jamás.

Desde luego, Miram también tiene su parte de culpa en lo sucedido. No voy a negar que es responsable de haberse visto implicada. No debería haber estado espiándome. Pero, dicho eso, no se merece el destino que la aguarda solo por ser una chica entrometida y rencorosa.

—Voy a regresar —insisto.

—¿Aunque eso signifique que nunca más volveremos a estar juntos?

Desde luego, Will sabe qué decir, conoce las palabras que más pueden herirme. La idea de no volver a verlo jamás, ni oír su voz, ni abrazarlo…

Me humedezco los labios y pronuncio unas palabras que jamás habría creído posibles. Son palabras que dan voz a lo que hay en mi cabeza, no en mi corazón.

—Pero en realidad no estamos hechos el uno para el otro, Will.

Él se aparta, suelta mis manos como si yo fuera algo que ya no puede seguir tocando, y replica:

—No lo dices en serio.

Yo asiento una sola vez, y el gesto resulta doloroso; es lo único que logro hacer.

—Esto es una locura —afirmo—. Lo que somos… —«Lo que no somos», pienso—. No puedes negar…

Entonces él se levanta de la cama con un movimiento iracundo y me suelta, con voz desconocida para mí y un poco aterradora:

—¿Sabes cuál es la diferencia entre tú y yo, Jacinda? —Yo me siento a duras penas, parpadeando ante este Will rabioso y desconocido—. La diferencia es que yo sé quién soy —declara.

—¡Yo también sé quién soy! —exclamo, ofendida.

—No. Tú sabes qué eres, pero todavía no has resuelto quién eres.

—Soy una persona con el suficiente sentido común como para darse cuenta de que no puede ser feliz y comer perdices con un cazador…, ¡alguien con la sangre de un draki asesinado corriendo por sus venas!

Me tapo la boca en cuanto me salen esas palabras.

Will se para, se queda mirándome con una quietud escalofriante.

«Fatal» no describe cómo me siento en este momento. Le había dicho que no me importaba lo de su sangre, y era sincera. Will no puede evitar lo que es, así que resulta tremendamente injusto echárselo en cara. Sin sangre draki, estaría muerto, y desde luego yo no deseo que eso hubiera sucedido. Y cuando le hicieron la transfusión, él no era más que un niño, un niño enfermo y moribundo. No tuvo ninguna elección en el tipo de tratamiento; no pudo elegir nada, en realidad. ¿Cómo puedo habérselo echado en cara?

—Se trata de eso, ¿no? —me pregunta—. Eso es lo que de verdad te reconcome. —Yo niego con la cabeza, parpadeando contra el escozor de mis ojos, y Will continúa—: ¿Y tú crees que unirte a un príncipe draki, a Cassian, tiene sentido?

Tomo aire por la nariz a duras penas.

—Quizá —susurro, sin ni siquiera estar segura de lo que digo. Aunque lo de Cassian tuviera sentido, él no es para mí. Yo jamás traicionaría así a Tamra.

Will asiente, y habla con una voz tan mortecina que siento frío.

—Sería muy fácil aceptar a Cassian sin más. Eso puedo entenderlo. —Hace un gesto entre él y yo y añade—: Mucho más fácil que esto…, que a nosotros. —Se acerca. Sus piernas rozan el colchón. Entonces baja las manos para tocarme el rostro, y sus dedos son suaves como plumas en mis mejillas. Resisto la tentación de recostarme en esa mano, de sucumbir a la atracción que Will ejerce sobre mí—. Solo que tú nunca amarás a Cassian. No como me amas a mí. Esté bien o mal, esa es la verdad. Y así será siempre.

«Pero no puede ser —pienso—. No puedo permitirlo».

Con un respingo tembloroso, separo la cara de su mano y miro hacia el reloj digital que hay sobre la mesita de noche.

—Ahora ya no voy a dormirme de nuevo. ¿Por qué no nos vamos?

Will se ríe. Es un sonido triste, bajo y profundo, que me estremece la piel.

—Bien —acepta—. Vete a casa. Aléjate, Jacinda. Aunque eso no cambiará nada. No me olvidarás.

Tiene razón, pero debo hacer todo lo posible por intentarlo.