19

Will tira de mí por el aparcamiento. Es una sensación muy extraña. Estoy corriendo en el mundo humano, a la luz del día, en plena manifestación. Es algo totalmente insólito y prohibido. Cualquiera podría verme.

Aunque no me queda otra elección. O permanezco en la furgoneta, como una presa aguardando su ejecución, o me arriesgo en una carrera de quince segundos hasta el refugio que ofrece el cercano bosque. ¿Por qué Miram no lo habrá visto así también?

Will y yo desaparecemos en la densa arboleda que bordea el aparcamiento. En un momento, el asfalto agrietado arde bajo mis pies; al siguiente, siento el blando y susurrante suelo forestal y entonces me embarga la desolación, ahogándome. Miro por encima de mi hombro, como si pudiera ver la camioneta a través de la vegetación.

He abandonado a Miram. Le he fallado. He fallado a Cassian.

Parpadeo, sintiendo los ojos doloridos, y me digo que se debe a la repentina luz del sol. De ahí deriva el dolor profundo e incomprensible que martillea por todo mi cuerpo, no de la pena arrolladora por la chica que he dejado atrás y por lo que le pueda suceder.

El Land Rover de Will no está lejos. Él me ayuda a subir, y yo me impulso hasta el asiento del copiloto, teniendo cuidado de inclinarme hacia delante. Me resulta imposible recostarme con las alas fuertemente atadas.

Veo un destello de luz en la mano de Will, y reparo en que sujeta una navaja con la que corta las ligaduras de mis muñecas. Yo suspiro, pero el alivio es muy breve, pues queda eclipsado cuando mis manos recuperan la sensibilidad con un atroz torrente de dolor. Suelto un quejido y bajo la cabeza.

Will me tiende una botella de agua, cuyo contenido bebo ansiosa y ruidosamente, y luego me examina la espalda, tocándome con delicadeza los hombros desnudos.

Entre tragos, oigo los bruscos respingos de Will mientras corta las cuerdas.

—Estás herida —dice, y añade un insulto, rebosante de una furia que nunca había oído en él. Y de algo más. ¿Arrepentimiento? ¿Culpabilidad?

—Me han disparado en el ala —afirmo, y las palabras retumban en mi garganta. Al oír ese sonido, recuerdo que él no puede entenderme.

Will guarda silencio un instante y luego dice deprisa, como si acabara de recordar el peligro que nos acecha:

—No tiene muy mala pinta.

Su voz es ronca y queda, y sé que está mintiendo. La herida tiene mala pinta.

Con un último movimiento, Will libera mis alas. De nuevo siento un dolor agónico, rojo y ardiente, mientras la sangre vuelve a correr por los maltratados apéndices. Se me nubla la vista, la cabeza me da vueltas y abro la boca en un grito silencioso.

El dolor es mucho peor que la última vez que me dispararon, la primera que me persiguieron los cazadores. Entonces el dolor fue intenso, pero me curé. Mi madre trató la herida… Mi madre. ¿Habrá salido de su dormitorio? ¿Habrá advertido siquiera que me he marchado? Las notas que escribí no estarán esperándola…

Will me inspecciona nerviosamente, y luego inspecciona los árboles que nos rodean.

—Tenemos que marcharnos… Jacinda, ¿puedes cambiar?

Me está preguntando si puedo desmanifestarme.

Yo asiento al instante. El miedo ha desaparecido, así que ya no puede forzarme a mantener mi forma draki. De momento solo hay dolor…, y habrá más cuando obligue a mis alas a replegarse en mi interior. Especialmente la que está herida. Pero no hay elección. Will no puede salir de aquí conmigo en el asiento del copiloto en plena manifestación.

Trago saliva a duras penas, aferrando el borde del asiento con dedos manchados de sangre, para enterrar mi draki, recogerlo, ocultarlo.

Mis rasgos se relajan y aflojan mientras los huesos se descomprimen. Mis alas se estremecen, tiemblan por el reciente maltrato. Una vuelve a alojarse entre los omóplatos sin problema, pero la otra posee vida propia; palpita, resistiéndose a la desmanifestación…, al dolor. Por las mejillas me corren lágrimas que forman caminos humeantes. Arqueo el cuello, tratando de sofocar el grito que burbujea ahí.

Con mi draki finalmente enterrado, vuelvo a respirar, aflojo la presión de los dedos y me derrumbo contra el respaldo del asiento.

Will me echa una manta por encima. Aunque he estado encerrada en una furgoneta caliente y sin ventilación durante horas, me acurruco bajo el áspero tejido, agradecida y reconfortada.

—Jacinda, ¿te encuentras bien?

Yo intento controlar los temblores de mi cuerpo, pero cuanto más me resisto, con más fiereza me sacuden los espasmos.

—Sácame de aquí —le pido con voz oxidada y antinatural.

Asintiendo con la cabeza, Will rodea el vehículo y se pone al volante de inmediato. Conduce por el bosque hasta alcanzar una pequeña carretera comarcal que lleva a alguna parte. A donde sea. Lejos. En realidad, no importa nada excepto eso.

Me giro débilmente en el asiento, alargo una mano y rozo el cristal de la ventanilla, calentado por el sol. Las yemas de mis dedos chirrían al deslizarse por la lisa superficie. Miram…

—¿Dónde estabas? —consigo preguntarle con voz áspera.

—No podía acudir. De buenas a primeras, mi padre ha organizado una cacería. Desde que dimos contigo, está obsesionado con esa misma zona. Me ha asignado a un grupo que debía peinar el otro lado de la montaña. Yo tenía la esperanza de que, si no aparecía, tú regresarías a casa. No creía que fueran a acercarse tanto a tu pueblo. De verdad, Jacinda, cuánto lo siento.

—No lo sabías —replico, moviendo la cabeza con torpeza.

Él suelta el aire bruscamente, y sé que mis palabras no han servido para aliviar su culpabilidad. Si pudiera decir algo más para que se sintiera mejor, lo haría, pero es que me duele demasiado.

Pongo los pies sobre el asiento y me abrazo las rodillas, pensando en la chica que he dejado atrás, pensando en la cara de Cassian cuando se entere.

—No podrías haberla ayudado —dice Will, leyéndome el pensamiento—. Ella no quería irse.

—Debería haberla obligado.

—¿Y montar una escena? Si apenas podías caminar… Prácticamente he tenido que cargar contigo. —Eso no me consuela. Levanto la cabeza, agradeciendo la fresca brisa del aire acondicionado en la cara—. Ahora descansa, Jacinda. Estás a salvo.

«A salvo». Esas palabras dan saltos por mi mente hasta que me siento tan mareada que tengo que cerrar los ojos. Mis párpados caen, increíblemente pesados. Hay estallidos de colores contra un negro sólido, pero es mejor que volver a abrir los ojos y enfrentarse al mundo.

En algún momento, mientras pienso en Miram y en la seguridad y mientras el dolor atormenta mi cuerpo, caigo dormida.

Me despierto en una habitación casi a oscuras. En una pared hay una débil luz anaranjada. Me incorporo y hago una mueca por el dolor de la espalda. Con esa sensación vuelve la realidad.

—¿Will?

—Estoy aquí mismo.

Sigo el sonido de su voz incorpórea y lo localizo. Su oscura silueta se separa de una butaca, en un rincón.

—¿Dónde estamos?

—En un motel. Estamos a salvo.

Cuidadosamente, me siento en la cama, mordiéndome los labios por el dolor de mi espalda herida. Aun así, no es nada comparado con lo de antes. Al menos puedo moverme sin sentir la abrumadora necesidad de gritar.

—¿Cómo hemos llegado hasta aquí?

—Estabas agotada. Necesitabas descansar en una cama de verdad. Comida, bebida… —Ante la mención de la comida, me ruge el estómago—. He conseguido que comieras un poco antes de que te quedaras grogui. ¿Te acuerdas? Te has zampado un burrito y un refresco en menos de un minuto antes de caer en la cama. Luego no te has movido de ahí. Ni siquiera cuando te he limpiado y vendado la espalda. Estaba muy preocupado.

Yo sacudo la cabeza.

—No me acuerdo de nada de eso.

—Has pasado por muchas cosas.

Asiento. Dormir debe de ser la manera que tiene mi cuerpo de curarse.

—¿Cuánto tiempo he dormido?

—Unas diez horas.

Todo mi cuerpo se pone tenso.

—¡Diez horas! ¿Qué hora es?

—Alrededor de las seis de la mañana.

Se me forma un nudo en la garganta. A estas alturas, Miram debe de estar muy lejos. Ella no ha disfrutado del lujo de una cama ni de un plato de comida. Bajo las piernas, con la cabeza llena de ideas de llegar hasta ella, de salvarla. ¿Cómo he podido abandonarla?, me pregunto.

—¡Eh, despacio! —exclama Will, que se sienta junto a mí en la cama, con su cálida mano en mi hombro. Es un contacto que recuerdo. Un contacto en el que quiero recostarme, que quiero absorber, para olvidarme de todo—. ¿Adónde vas?

—A por Miram.

¿Adónde si no? Siento frío por las piernas desnudas cuando la sábana resbala a un lado. Miro hacia abajo y descubro que solo voy vestida con una camiseta interior que debe de pertenecer a Will.

—Yo te he ayudado a ponerte eso —explica él, con un leve rubor en la cara.

—Gracias —murmuro, recordando que no llevaba mucho puesto cuando me he quedado dormida en el asiento del copiloto. Solo esa manta áspera.

Cierro los dedos alrededor del dobladillo de la camiseta, sintiéndome cohibida de pronto. Aquí estoy, en la habitación de un motel a solas con Will, pero esta intimidad no es algo de lo que pueda disfrutar. No con todo lo que ha sucedido.

—¿Miram es amiga tuya? —me pregunta él queda y pacientemente.

—Más o menos —respondo con una mueca.

Will me observa muy serio, y los segundos se estiran entre nosotros.

—Lo lamento, Jacinda. Miram se ha ido. Ya no hay manera de ayudarla.

—¡No! —Sacudo la cabeza salvajemente, y un mechón de pelo se me mete en la boca, aunque lo escupo enseguida—. Es culpa mía que ella estuviese fuera del pueblo…

—¿Y cómo va a ser culpa tuya que ella no haya querido venir con nosotros? No había nada que pudieras hacer.

Yo paso por alto su lógica, pensando solo en cuando Cassian descubra que ha perdido a su hermana.

—¡Tú sí puedes hacer algo! —le espeto—. Eres uno de ellos…

Will se estremece, pero no me importa. Por una vez, eso no me contrae el estómago. No me invade la culpabilidad por estar enamorada de uno de los monstruos que me cazarían, me lanzarían a la parte trasera de una furgoneta, me atarían las manos y las alas y me venderían por partes. En esta situación, lo que Will es debería ayudar.

—No, Jacinda, ya está hecho. Ya la habrán entregado…

«Entregado». Como si fuera mercancía, un objeto inanimado. Un paquete. Siento que algo en mi interior se marchita, separándose de Will.

—Quieres decir que no vas a ayudarme, ¿no? —replico con voz dura y mordaz.

El aparato de aire acondicionado que hay junto a la ventana se pone en marcha de golpe, inundando la minúscula habitación con un sonoro ronroneo. Noto una corriente de aire fresco, pero eso ni alivia mi piel ni calma mis nervios.

En la penumbra, los rasgos de Will parecen cansados y tensos, apenados por no poder —o no querer— decirme lo que necesito oír tan desesperadamente.

—No puedo —repite—. A estas alturas, Miram ya estará en la fortaleza. Nada escapa de ese lugar.

«Nada escapa de ese lugar». ¿Significa eso que los drakis cautivos viven allí, como prisioneros? ¿No los matan de inmediato?

En mi cabeza se cuela una imagen de mi padre. La visión de sus ojos risueños, su atractivo rostro, que ya no puedo recordar claramente, entra en mi abarrotada mente. Tumbada en la cama a altas horas de la noche, a veces enciendo la luz y cojo una fotografía suya, algo real, algo que pueda sujetar entre las manos. Una prueba de que ha existido, de que todavía lo recuerdo y lo veo, de que nunca olvidaré todas las cosas maravillosas que me enseñó. Jamás lo olvidaré a él. Jamás olvidaré su amor.

Ahora no me cuesta ver su cara, pero alejo esa imagen; no me atrevo a permitirme esperar algo tan improbable, tan imposible, como que mi padre esté vivo después de tantos años.

—Pero ¿Miram sigue viva? —le pregunto a Will—. Todavía no la habrán matado; eso es lo que estás diciendo, ¿no?

Miro intensamente sus ojos, cuyo color se me escapa en la habitación en sombras.

Will se encoge, como si lamentara haber insinuado eso.

—Sí —admite con un hondo suspiro—. Miram vivirá. Si a eso se le puede llamar vida. No creo que hayan visto a muchos drakis que puedan volverse invisibles. Solo a unos pocos. La someterán a todo tipo de pruebas, tomarán muestras… Vivirá. Al menos, durante un tiempo.

Se me revuelve el estómago, pero es una sensación mezclada con alivio. Deliberadamente, evito preguntarme qué habrían hecho conmigo. Sé, por Will, que ni siquiera creían que siguieran existiendo drakis piroexhaladores. Ahora saben que existimos, que existo.

Lo que Will está contándome sobre los enkros es mucho más de lo que he sabido nunca, y eso me da esperanzas sobre Miram.

—De modo que hay una posibilidad… —empiezo. Will sacude la cabeza, aunque yo soy tajante—: Hay una posibilidad. Contigo, hay una posibilidad —añado, mirándolo fijamente, y mi mano salva los centímetros que nos separan y coge la suya.

—Pero no es así. No la hay —asegura con voz profunda, con ese tono ronco y aterciopelado de mis sueños, suplicándome que lo acepte, que dé por perdida a Miram.

Sin embargo, no puedo. Veo el rostro de Cassian, el de mi madre, el de mi hermana… Los tres se quedarán preguntándose qué nos ha ocurrido. Se me encoge el corazón, con un dolor que hace que todo lo que he sufrido hasta ahora parezca una pequeñez. Hemos perdido a Miram, y por mi culpa. No puedo huir con Will sin más, fingiendo que eso no ha sucedido.

Algo en mí se muere, se deshace como el último trozo de una cuerda raída que ya no aguanta más. Aflojo la presión sobre la mano de Will y libero los dedos, separándome de él.

Él vuelve a cogerme la mano, entrelazando sus fuertes dedos con los míos, pegando nuestras palmas en un beso.

—Jacinda… —susurra.

Mis ojos se clavan en los suyos y veo su anhelo, leo la pregunta silenciosa que está haciéndome. Sé que quiere la confirmación de que nuestro plan sigue adelante.

Una parte de mí desea darle la respuesta que él quiere. Sería muy fácil. Estamos aquí, juntos, y yo ya me he librado de la manada. Soy libre…

¿Lo soy? ¿De verdad?

Sé la respuesta en mis propios huesos, en lo más hondo de mis entrañas. Incluso aunque eso no coincida con lo que siente mi corazón. Pero la manera en que Will está mirándome ahora… No puedo decírselo.

—Vo… voy a darme una ducha —digo apresuradamente—. Y luego volveré a la cama. A-aún estoy cansada —afirmo, y es verdad. Siento como si pudiera dormir otras diez horas.

Durante un segundo, tengo la impresión de que Will va a presionarme, a insistir, a exigir que tengamos esta conversación ahora mismo. Y yo no puedo. Ahora no. No puedo decirle que, de ningún modo, vamos a escaparnos juntos.

¿Cómo puedo estar con él? ¿Cómo podré sentirme libre jamás si someto de nuevo a este tormento a mi madre y mi hermana? Al igual que sucedió con mi padre… Los interrogantes, sin saber nada con certeza; la espera, aguantando el paso de los días, hasta que finalmente debes admitir que se ha ido y no va a regresar jamás. No puedo hacerles eso otra vez. Y luego está Miram… También tengo una responsabilidad con su familia.

Al cabo de un instante, Will dice:

—Tengo algo de ropa que puedes ponerte, y también un pantalón de deporte.

Yo asiento, aliviada por que haya dejado el tema. De momento.

Will se levanta, y observo cómo rebusca en su bolsa de viaje hasta encontrar la ropa. Yo recojo el fardo, agradecida y pesarosa a la vez porque, en esta ocasión, nuestras manos no se tocan.

Me alejo de las sombras de la habitación para internarme en la luz del cuarto de baño, y cierro la puerta a mis espaldas con un leve clic.