18
El dolor me da la bienvenida al despertar.
Parpadeo varias veces antes de conseguir abrir los ojos por completo. El atroz dolor de cabeza rivaliza con el latido de todas las demás partes de mi vapuleado cuerpo, y tengo que volver a cerrar los ojos un largo rato antes de abrirlos de nuevo.
Me palpita el ala. Intento mover las finas membranas, pero un profundo dolor brota de golpe y se extiende por todo mi cuerpo. Había olvidado que estaban atadas. Me acurruco formando un pequeño ovillo y gimo de pena.
Tras un instante respirando hondo, despego la mejilla del frío metal de la puerta de la camioneta. Luego levanto la cabeza y la sacudo, preguntándome si estaré despierta, si todo esto no será una pesadilla.
Capto un quejido cercano. Me doy la vuelta y descubro a Miram, pegada al rincón más alejado del vehículo. Me levanto con un gran esfuerzo, tan contenta de verla que, durante un momento, el dolor no importa. Por lo menos estamos juntas en esta caja de metal.
—Miram… —susurro, arrastrándome hacia ella, aliviada de que esté aquí.
Ahora es visible, por supuesto. Sus ojos se clavan en los míos.
—¿Qué…? —empiezo.
—¿Qué ha pasado? —Termina la frase ella—. Tú. Eso es lo que ha pasado: siempre tú. No me parece muy sorprendente que este fuera tu destino, pero no puedo creer que yo esté aquí también. Tú me has arrastrado a esto…
—Vamos a salir de esta —le prometo. Es lo único que puedo decir, lo único que puedo creer.
—Sí —gruñe, y los puentes de su nariz se arquean con vehemencia—. ¿Y cómo vas a conseguirlo?
—Yo ya he escapado de los cazadores en otra ocasión.
—Ah, claro. —Asiente con fiereza, y su cabello marrón arena se agita violentamente contra el tono tostado y neutro de su piel draki—. ¿Cómo? ¿Cómo vamos a hacerlo? ¿Cómo lo hiciste la última vez? —Will. Escapé por Will. Solo que él no está aquí ahora. He de encontrar yo sola la forma de salir de esta. Por las dos. Miram llena el silencio con una voz inquietantemente inexpresiva—: Nos llevan a los enkros. Ya podemos darnos por muertas.
—Eso no lo sabes —susurro, intentando en vano romper con los dientes las tiras de plástico que me sujetan las muñecas.
—Vamos, afróntalo, Jacinda. ¿Adónde si no vamos a ir… vivas? No nos han matado. Es obvio que hay una razón para eso. Nos están reservando por algo. Nos están reservando para… ellos.
Ellos. Los monstruos de nuestras pesadillas infantiles. Siento calor por toda la piel.
Miram tiene razón. Lo sé de sobra. De eso viven los cazadores. Se enriquecen vendiendo a los de nuestra especie. Eso no puedo negarlo.
—¿Cuánto tiempo he estado inconsciente? —le pregunto, devolviendo la atención a lo que nos rodea y centrándome en algo que pueda controlar, para valorar la situación en que nos encontramos y así poder trazar un plan.
Aunque no hay mucho que ver, solo una diminuta ventanilla en lo más alto de la puerta trasera de la camioneta. Únicamente deja entrar la luz. No dejaría salir nada.
—No lo sé —me contesta Miram—. Yo me he despertado hace horas.
—Tendrán que parar antes o después —digo yo, más para mí misma que para ella.
—Sí, pues que paren. ¿Y qué? Esta puerta no va a abrirse hasta que lleguemos adonde nos lleven. Y en ese punto… —añade, pero enseguida enmudece.
Yo esbozo una mueca y suelto un leve respingo por el incansable dolor de mis alas atadas.
—No voy a darme por vencida —declaro—. Yo tengo fuego y tú puedes volverte invisible —le digo, tratando de animarla para que logre concentrarse en su talento y no ceder al miedo—. No hay razón para que nadie pueda con nosotras.
—Y, sin embargo, han podido. —Miram arquea una fina ceja, tan anodina como el resto de su ser. Los puentes de su nariz se estremecen de rabia mientras me fulmina con la mirada—. A ver, lumbrera, ¿cómo vamos a salir de aquí?
Will de nuevo acude a mi pensamiento, pero no lo digo. No me atrevo. ¿Por qué voy a alimentar esa esperanza? Ni siquiera para mí misma. No tengo ni idea de dónde está Will, ni de por qué no se ha reunido conmigo. De momento, debo confiar solo en mí.
Sacudo la cabeza. Sin embargo, no puedo evitar que esa idea se cuele en mi interior. Will tiene que saberlo. A estas alturas, ya se habrá enterado de que su padre ha conseguido capturar a un draki piroexhalador.
Es eso lo que me mantiene tranquila mientras nos encaminamos derechas al nebuloso mundo de las pesadillas, con el viento sacudiendo la camioneta y haciendo que mi cuerpo se estremezca.
No se detienen por nosotras. No se detienen para darnos de comer ni la oportunidad de orinar. Pero ¿por qué iban a concedernos una atención tan básica? Para ellos no somos más que animales.
La camioneta está muy caliente, es sofocante, una caja de metal que sigue su camino ronroneando con indiferencia.
Miram y yo estamos tendidas de costado, asándonos en el caliente suelo metálico como dos peces sedientos sacados del mar, desesperados por regresar al agua. Hace ya mucho rato que hemos dejado de hablar, demasiado abatidas con las manos atadas y las alas inmovilizadas.
No puedo moverme sin que un dolor punzante me atraviese el cuerpo. No dejo de lamerme los labios agrietados, de tragar saliva para aliviar la penosa sequedad de mi boca. Exhalar fuego me ha agotado gravemente. Mis entrañas están marchitándose, necesitan hidratarse sin remedio.
Pero todavía no me he dado por vencida. Estoy reservando mis fuerzas, esperando a que se abra la puerta de la camioneta para quedar libre con una llamarada.
Eso es lo que me digo a mí misma. Creer que podré reunir el fuego suficiente es otro cantar…
Ya no siento las alas. Procuro no pensar en eso, en lo que eso podría significar. No puede ser bueno, desde luego. Tumbada de lado, con los brazos pegados al pecho, mis alas arden, recorridas por pinchazos de dolor.
La camioneta reduce la velocidad y yo me deslizo un poco por el suelo cuando el vehículo gira.
Nos detenemos. No logro sentir mucha emoción. Ya hemos parado en otras ocasiones, pero en ningún caso han abierto la puerta para ver cómo estábamos. Se han limitado a repostar, a hacer lo que tuvieran que hacer por y para ellos, y a dejarnos asándonos en la parte trasera del vehículo.
Sin embargo, eso no significa que las puertas no vayan a abrirse ahora…
Levanto la cabeza y susurro el nombre de Miram, solo para asegurarme de que está despierta. Mi voz suena como un graznido y Miram no responde. No se mueve. Yo me arrastro hacia ella y doy una leve patadita en una de sus lustrosas piernas.
—¡Miram! —exclamo.
Ella suelta un gemido y abre los ojos.
—¿Qué?
—Nos hemos parado.
—¿Y? —pregunta con voz ronca.
Yo ladeo la cabeza, escuchando cómo se abren y cierran las portezuelas del conductor y el copiloto. Oigo voces, aunque las palabras son indescifrables.
Miram trata de sentarse, haciendo palanca con sus brazos atados.
—¿Crees que ya hemos llegado? —inquiere, tan lánguidamente que no estoy segura de que le importara mucho en caso afirmativo.
Yo niego con la cabeza, con mis machacados músculos preparados, tensos, vibrando bien dispuestos. Aguzo el oído, siguiendo los pasos de los cazadores, el crujido de la grava bajo sus pies mientras rodean la furgoneta. Uno se echa a reír, y el sonido se desvanece mientras se alejan, dejando aparcado el vehículo. Dejándonos a nosotras.
Al cabo de un momento suelto el aire, inconsciente de haber estado conteniéndolo.
—Se han ido —susurro, y luego, al caer en que no es necesario que susurre, repito en voz más alta—: Se han ido.
—Probablemente a alimentar sus gordos culos —masculla Miram—. Mataría por algo de comer.
Con un suspiro, vuelve a tumbarse en el suelo del vehículo. Yo la miro. La miro de verdad. Siempre ha sido menuda, pero ahora parece cadavérica, demacrada, y su respiración es áspera. Su pecho asciende al máximo, tomando aire laboriosamente cada vez. Es posible que la temporada que pasé en el desierto me haya preparado para esto: el calor árido, la incomodidad, la desdicha. Miram no está llevándolo bien, y eso que a ella no le han clavado un arpón en el ala.
Tengo que sacarla de aquí, pronto. En caso contrario, estos cazadores llegarán a su destino con una draki muerta.
De pronto se oye un brusco golpe. Yo me pongo en cuclillas de un salto, mientras una oleada de adrenalina barre el dolor. Algo roza la puerta de metal y mis ojos se quedan clavados en ella mientras se me eriza el vello de la nuca. Inspiro, preparándome, dejando que en mi interior crezca y se acumule el calor.
Débil y reseca como estoy, el esfuerzo me provoca náuseas, me deja temblorosa y consumida. No estoy en plena forma, pero esto tiene que bastar. Solo tendré una oportunidad. He de estar lista para quienquiera que abra.
—Miram, prepárate —le ordeno, deseando que pudiera sobreponerse, volverse invisible… y mantenerse así.
Ella asiente con un leve cabezazo.
De la nariz me brotan volutas de humo. Separo los labios, mirando la puerta tan fijamente que empiezan a dolerme los ojos, y entonces se oye un golpe seco seguido de un chirrido y la puerta se abre. La luz de la tarde se derrama en el interior del vehículo como rayos líquidos y calientes y me ciega momentáneamente, pero no me importa; no puedo vacilar y perder mi oportunidad.
Busco en lo más hondo de mí misma y encuentro fuego abrasador donde temía que ya no quedara nada. El fuego me caldea la tráquea y se libera en una llamarada. Eso bastará.
La figura recortada contra la luz vespertina se echa al suelo con un grito.
Yo salto de la furgoneta y consigo mantener el equilibrio sobre mis inseguras piernas…, lo cual resulta especialmente complicado con las manos y las alas atadas.
Me agacho para buscar en los bolsillos del cazador un arma, cualquier cosa con la que cortarme las ligaduras de las muñecas. Y entonces me quedo de piedra.
No se trata de uno de esos tipos de ojos duros vestidos de negro que me han atado como a un pavo de Navidad para lanzarme a la parte trasera de una camioneta. Es Will.
De lo más profundo de mi garganta sale un sonido agudo y estrangulado. Pronuncio su nombre sin aliento, aunque es imposible que él comprenda mi lengua.
Pero él no necesita comprender. Él lo sabe. Está aquí por mí. Eso es lo único que importa. Eso, y que no lo he reducido a cenizas.
Will se pone en pie y desliza sus manos por mis temblorosos brazos, como para verificar que soy real, que estoy ante él.
—¡Jacinda!
Siento un gran alivio. La adrenalina desaparece y me embargan de nuevo la pena y el cansancio, estrujándome en un opresivo e implacable puño. Me rindo, me derrumbo en sus brazos…, dejo que él me rescate, que me salve de los suyos, de la agonía que sufren todas las partículas de mi ser.
Will me rodea cuidadosamente con un brazo, observando por encima del hombro las alas atadas. Siento cómo se estremece al ver el panorama.
Irradia ansiedad, una ansiedad que se refleja en sus movimientos mientras intenta alejarme de la furgoneta. Sus cambiantes ojos miran hacia todos lados, inspeccionando el casi desierto aparcamiento para camiones.
Yo no me muevo y miro hacia el interior del vehículo.
—Miram —la llamo, con voz cortante por la urgencia—. Vámonos. —Ella se esconde en las sombras del fondo, donde no llega la luz del sol, negando fieramente con la cabeza—. ¡Miram! —repito, y parezco una madre llamando a un niño que no quiere obedecer.
Ella niega todavía más con la cabeza, con los ojos fijos en Will.
—No pienso irme con él.
—No seas idiota. Ha venido a ayudarnos…
—¿Y si es una trampa? ¿Y si solo te está engañando para que lo sigas sin rechistar, como una oveja al matadero?
—¡Menuda estupidez! ¿Por qué iban a hacer eso? Ya somos sus prisioneras… —Me coloco ante la puerta del vehículo, suplicándole con la mirada, pero ella continúa sacudiendo la cabeza y se acurruca contra la pared más lejana como si la amenaza fuese yo—. ¿Prefieres seguir en esta furgoneta a venir con nosotros?
—¡Jacinda, volverán en cualquier momento! —exclama Will, tirándome del brazo—. ¡Esta es nuestra única oportunidad!
—Miram, por favor —le ruego—, confía en mí.
Ella señala a Will con la barbilla.
—No confío en él —replica Miram, señalando a Will con la barbilla para luego clavar sus ojos en mí—. Ni en ti —añade.
Se me enciende la sangre de rabia. ¡Miram no confía en mí cuando es ella la que ha estado espiándome!
Will me habla casi al oído. Sus dedos se cierran sobre mi brazo, ya no tan delicadamente.
—¡Jacinda, van a venir enseguida! —insiste, y finalmente yo me voy, me separo de Miram y la dejo sola.
Pero no sin que sus ojos, muy abiertos y angustiados, se me queden grabados en el alma.