16

Ha transcurrido demasiado tiempo. Alzo la vista hacia los árboles para mirar a través de las ramas y absorbo la luz del sol que se cuela entre los huecos. Los escasos rayos tocan mi piel humana y se quedan allí sin más, no como cuando inciden en mi piel draki para que esta centellee como el fuego.

Los pájaros trinan, hablan entre sí con llamadas que se solapan unas a otras. El viento susurra despacio y quedamente a través de los gigantescos árboles.

«Will, ¿dónde estás?», me pregunto.

Me paso las manos por los brazos intentando consolarme. Llevo aquí casi una hora, y, aun así, sigo esperando, con el corazón en un puño y cada vez más abatida. «Will no va a venir», me digo.

Pronto me echarán en falta. Si Will no va a venir…, si yo no voy a irme, entonces no puedo permanecer aquí mucho más tiempo. A menos que quiera que me descubran…

Sin embargo, me quedo un rato más, sentada, de pie o paseándome por el brumoso claro en el que vi a Will la última vez, cuando nos abrazamos y nos susurramos sueños y promesas. Sueños imposibles, pero aún me permito conservar la esperanza.

Miro a mi alrededor, inspecciono el denso bosque como si Will fuera a surgir de las sombras en cualquier instante.

No sé muy bien cuándo lo percibo, pero me quedo quieta, completamente inmóvil. Y escucho.

Hay un silencio absoluto, antinatural.

No estoy sola. Mi piel se estremece con esa certeza. Alguien ha llegado. La emoción burbujea en mi pecho, y siento como cuando me bebía el refresco gaseoso de naranja que mi padre siempre me compraba cuando íbamos a la ciudad.

Will. Mis ojos examinan la franja de árboles y sotobosque que me rodea, ávidos por verlo. Y, sin embargo, algo me impide pronunciar su nombre, llamarlo en voz alta. El silencio se prolonga y se transforma en algo vivo e inquietante que respira amenazadoramente a mi alrededor.

Y entonces me doy cuenta de que quienquiera que esté ahí… no es Will. Will habría revelado su presencia. Él no me haría esto.

Un sonido, algo discordante con el entorno, quiebra el silencio. No es el canto de un pájaro ni el susurro del viento a través de los árboles envueltos en niebla.

Una ramita rota. Solo una vez. Como si un cuerpo se moviera, probando su peso, y luego se detuviera. Mis ojos se concentran en ese punto, mirando sin pestañear la espesa vegetación.

—¿Quién anda ahí? —pregunto al cabo, pero nadie responde.

Incontables posibilidades me pasan por la cabeza a toda prisa. ¿Me ha seguido alguien? ¿Corbin? ¿El centinela? ¿O se trata de un cazador? ¿Uno de la familia de Will?

Se me ocurre que esperar a averiguarlo es una mala idea, así que corro hacia los árboles, apartando las ramas a manotazos mientras me alejo del claro y del pueblo. En caso de que sean cazadores… no puedo conducirlos hacia la manada.

Y ahí está de nuevo, pisadas que siguen el ritmo de las mías. Agradecida por no ser una paranoica, me dedico a pensar cómo dar esquinazo a quien va tras de mí. Desde luego, no se trata de un amigo. Un amigo se habría anunciado.

El calor invade mi piel. Avanzo con brío, internándome más profundamente en el bosque. Mi corazón late con cada uno de mis pasos. Pisoteando la alta hierba, me pregunto cómo un día tan prometedor ha podido torcerse tan espantosamente. Ahora debería estar en los brazos de Will, pero, en vez de eso, estoy participando en una especie de juego del gato y el ratón. Las montañas de cima nevada me observan a través del encaje de las ramas.

Cansada de sentirme como una presa, giro en redondo de golpe y grito:

—¡Vamos! Sé que estás ahí. —Silencio. Registro los árboles con la mirada, buscando, y entonces la veo. Una figura sale de detrás de un árbol y digo, sin aliento—: Miram…

Supongo que debería alegrarme de que se haya mostrado, pues no tenía por qué hacerlo.

—Pensaba que no ibas a parar nunca. ¿Qué estás haciendo aquí fuera? —exige saber ella, apoyando un puño en la cadera y mirando a nuestro alrededor con expectación—. ¿Vas a reunirte con alguien?

—No —me apresuro a responder.

—Entonces, ¿por qué te has escabullido…?

—Solo me apetecía estar un rato a solas. —La miro de arriba abajo—. Aunque supongo que eso no va a suceder.

Ella ladea la cabeza y dice suavemente:

—No te creo.

—¿Por qué no? —replico, intentando parecer inocente. Entonces Miram sonríe de oreja a oreja y se saca algo del bolsillo. Tardo un momento en comprender de qué se trata. Papel. Dos hojas de papel dobladas—. ¡Mis cartas! —exclamo anonadada—. ¿Has entrado en mi casa? ¿En mi habitación?

—Muchas veces —contesta Miram, agitando en el aire mis notas de despedida—. Es asombrosa la cantidad de cosas que yo sé y que los demás ignoran. Las cosas que la gente deja tiradas por ahí… ¿Quién quiere ser una piroexhaladora cuando se puede ser invisible?

Entonces todo encaja.

—¡Has estado espiándome! —Los ruidos…, la sensación de estar siempre vigilada… No era mi imaginación. Era Miram. Ella asiente alegremente, sin avergonzarse ni lo más mínimo—. ¿Por qué? —pregunto, sacudiendo la cabeza—. ¿Por qué me odias tanto?

Miram esboza una mueca tensa.

—Durante años, he estado viendo cómo la manada te reverenciaba; incluso mi propia familia te trataba como si fueras la gran salvadora…, mientras que a mí me miraba como algo inferior, sin importancia. Y eso que solo hay cinco drakis visiocriptores en la manada —añade, levantando una mano con los dedos bien extendidos—. Nosotros también somos especiales, ¿sabes?

Yo suspiro.

—¿En serio? ¿Por eso eres tan desagradable conmigo? ¿Porque no te prestan la atención suficiente?

—Oh, cierra el pico, Jacinda. No sé por qué te lo tienes tan creído. Eres una traidora. Nadie volverá a confiar en ti nunca más. ¿Por qué crees que mi padre me pidió que te vigilara?

—¿Severin te lo encargó?

Miram asiente.

—Y a mí me faltó tiempo para aceptar.

Tomo aire, obligándome a bloquear el amargo torrente de sus palabras. Lo único en lo que puedo concentrarme es en un repentino y lejano zumbido en el aire, distante pero agónicamente familiar.

El momento es como otro de no hace demasiado tiempo…, aunque sienta como si hubiera pasado una eternidad desde entonces. Toda una vida desde que una flecha me desgarró el ala. Desde que me convertí en presa, perseguida por estas mismas montañas. Toda una vida desde que vi por primera vez a Will. Desde que él me dejó marchar, me salvó y se cobró un trozo de mi corazón.

Solo que ahora los cazadores están demasiado cerca…, demasiado cerca del pueblo. Sé que la manada ya estará al tanto y en máxima alerta.

Miram gira la cabeza y pregunta:

—¿Qué es…?

—Chist —la interrumpo, y alzo una mano y aguzo todavía más el oído.

La niebla aumenta, se transforma en un denso vapor a mis pies, y sé que procede de Nidia.

El pueblo debe de estar cerrado a cal y canto, completamente cubierto, enterrado bajo la aturdidora bruma de Nidia. Probablemente Tamra también haya colaborado en eso.

Me desgarra la ansiedad. Los helicópteros no pueden ver nada del pueblo desde su posición, lo cual significa que podrían mandar a sus unidades terrestres a inspeccionar la zona más exhaustivamente.

El rítmico zumbido se vuelve más sonoro, más cercano, y a Miram se le salen los ojos de las órbitas.

—¿Eso son helicópteros?

Yo asiento.

—Sí. Venga. Tenemos que irnos —le digo, y la agarro de la mano y tiro de ella.

—¿Adónde vamos?

—Lejos del pueblo —respondo, echando a correr sin soltarla.

—No pueden vernos a través de los árboles y la niebla —apunta ella—. Estamos fuera de su vista.

Yo sigo corriendo, cada vez más deprisa, sin molestarme en explicarle que si hay helicópteros, las unidades terrestres no andan lejos. Lo sé porque lo he vivido en primera persona.

—Jacinda, ¡háblame! —exclama Miram con pánico en la voz.

Necesito que esté tranquila, calmada y lista para hacer cualquier cosa que yo le diga.

—No te preocupes, Miram. Simplemente continúa corriendo.

—Nunca había estado tan lejos del pueblo… ¿No deberíamos ir hacia casa, en vez de en dirección contraria?

—¿Y guiar a los cazadores directamente a la manada? —Sacudo la cabeza—. No.

Eso es todo lo que puedo decirle porque, justo en ese instante, oigo otro sonido, el de vehículos que aceleran. El lejano gruñido se encamina hacia nosotras. Me arde el pecho; el fuego me consume la tráquea.

—¡Jacinda! —Mi nombre brota de los labios de Miram como una explosión. Libera el brazo y se detiene, mirándome ceñuda y frotándose la muñeca—. ¿Qué está ocurriendo?

Habla demasiado alto, así que le cojo las dos manos y le doy una pequeña sacudida, desesperada por que me entienda.

—Mira, esos helicópteros no están sobrevolando la zona por casualidad —le explico, parándome a tomar aire—. Son cazadores, y han venido a las montañas a buscarnos.

Se le dilatan los ojos, que se ven enormes en su pequeño rostro, y me doy cuenta de lo joven que es. Aunque solo sea un año menor que yo, parece mucho más joven. Yo me siento mayor.

Mientras miro a la hermana de Cassian, un pensamiento me golpea con fuerza: «No puedo permitir que le suceda nada. Tengo que protegerla». No me permito reflexionar sobre la razón. Es algo que debo hacer, sin más. He de salvarla, aunque sea una mocosa insolente. He de mantenerla a salvo. Por Cassian.

—Escúchame —le ordeno, y ella obedece. Por imposible que parezca, los ojos se le hacen todavía más grandes…, más expresivos que nunca. Por desgracia, lo que veo en ellos es terror, de modo que no me sorprende lo que ocurre a continuación. Las pupilas se le transforman en líneas verticales que tiemblan de miedo—. Para, Miram —siseo, sacudiéndola—. Ahora no.

—No puedo —farfulla, con habla confusa y cambiante.

Sus ojos drakis miran hacia todos lados con temor, a cualquier sitio excepto a mí. Su piel parpadea con un reluciente color neutro, como el café con leche. No es un color muy distinto del de su piel humana, excepto por el brillo iridiscente. Entonces sé que es demasiado tarde. Miram se ha rendido a sus instintos.

—Muy bien, de acuerdo —le espeto, clavándole los dedos en los brazos y sacudiéndola con fuerza, para obligarla a que me mire—. Mírame. ¿Puedes volverte invisible? —En vez de contestarme, Miram suelta un penetrante quejido—. ¡Silencio!

La frustración hierve en mi interior, oscura y peligrosa. El familiar calor me abrasa.

—No reacciono bien bajo presión —gimotea Miram.

Durante un momento me dan ganas de hacerle daño físico.

Miro a mi alrededor, valorando, escuchando, calculando lo cerca que están los cazadores. El zumbido de los motores suena cada vez más próximo. Miro hacia los árboles y le ordeno a Miram muy seria:

—Desnúdate.

—¿Q-qué? —tartamudea ella, cuya voz se ha perdido en el rumor gutural de la lengua draki.

—Desnúdate. Nos esconderemos en los árboles —le explico mientras mis palabras desaparecen en un sonido confuso y denso conforme varían mis cuerdas vocales.

La suelto y me quito la ropa. Siento como si mi corazón fuera de plomo, un peso doloroso. Aquí estoy de nuevo, huyendo de unos cazadores.

Tras un momento de asombro, Miram se desnuda torpemente. Sus alas, transparentes como el cristal y con una celosía de color hueso, quedan libres. Atenazada por el pavor, está manifestándose sin pensar, sin deliberación.

Yo levanto la barbilla e inspiro, llevando aire a mis contraídos pulmones. Mi piel se esfuma mientras emerge la piel draki en una oleada ardiente.

Formo una pelota con mi ropa y la de Miram y la meto, junto con mi mochila, en el agujero de un árbol, que luego tapo apresuradamente con hojas y tierra, con manos temblorosas. Siento en la boca el tóxico sabor del miedo. Ya no hay razones para combatirlo.

Echo la cabeza hacia atrás y suelto un pequeño gemido cuando mis alas brotan entre los omóplatos. Los vaporosos lienzos sacuden el aire y los dedos de mis pies se separan del suelo.

¿Cómo ha sucedido esto? Se suponía que iba a ver a Will…, que estaría entre sus brazos en estos momentos. ¿Cómo ha salido todo tan espantosamente mal? ¿Dónde está Will? ¿Sabe él lo que está pasando? ¿Cómo ha podido dejar que su familia subiera hoy a la montaña? ¿Hoy, precisamente?

Tras agarrar a Miram de la mano, despego, absorbida por el viento y el aire. Siento cómo los largos mechones de mi pelo se separan de mis hombros en una encendida tormenta.

Miram no opone resistencia. Ya está aquí, respondiendo a sus instintos, que le exigen volar, escapar. Yo la freno, le tiro de la mano para evitar que ascienda demasiado, rebase la copa de los árboles y entre en la línea de visión de los helicópteros.

Nuestras alas baten el aire, agitando las hojas y haciendo más ruido del que me gustaría. Empujo a Miram hacia un árbol y la sigo, y nos apretujamos entre las punzantes ramas.

Nuestras miradas se encuentran a través de la maraña de agujas de pino y ramitas. Ella me mira sin su habitual animosidad. Sus ojos muestran un miedo desesperado y la fina línea de sus pupilas tiembla de terror. Imagino que mis ojos tendrán el mismo aspecto.

Agazapada en lo alto del árbol, ladeo la cabeza aguzando el oído. Un momento antes de que aparezcan entre los árboles, sé que están aquí, y sé que tendré que estar tan callada e inmóvil como nunca si quiero evitar que caigan sobre nosotras.