15
Cuando Tamra se va, me doy una ducha y me pongo unos pantalones de pijama y una camiseta de tirantes. La parpadeante luz azul del televisor se cuela por el pasillo desde la habitación de mi madre.
Al recorrer el pasillo en penumbra, el suelo cruje bajo mis pies. De pronto me recuerdo a mí misma hace años, avanzando de puntillas por este mismo pasillo en dirección al dormitorio de mis padres. Nunca Tamra. Solo yo. Me deslizaba sigilosamente entre las frescas sábanas de la cama de mis padres y quedaba emparedada entre ambos, sintiéndome muy segura y querida rodeada por sus brazos.
Al despertar, por la mañana, me soltaban un discurso sobre la necesidad de comportarme como una niña mayor y dormir en mi propia cama, pero al cabo de unos pocos días, regresaba a la habitación de mis padres. Ellos jamás me echaron de allí.
Ahora lanzo una mirada hacia ese dormitorio. Mi madre está sola en esa enorme cama. Yo siempre me sentía en paz allí, acostada con ellos. Entonces, nada podía tocarme.
Me acerco con la intención de apagar el televisor y de pronto oigo:
—Todo es culpa mía.
Me quedo helada al oír la voz de mi madre. Su tono es tan dulce que me aproximo a la cama.
—¿El qué, mamá?
—Nada de esto habría sucedido de no ser por mí. —Sus ojos están clavados ciegamente en el televisor, no se vuelven hacia mí—. Debería haberte llevado a cualquier lugar, pero te llevé allí.
Al principio no comprendo.
—¿Adónde?
—Porque fui egoísta y quería recordar…
—¿Recordar el qué?
—A tu padre. —Entonces gira la cara hacia la almohada, sofocando el sonido de lo que sospecho que es llanto. Eso me impresiona. No recuerdo a mi madre llorando. Ni siquiera cuando desapareció mi padre—. Chaparral. Era el único sitio que tu padre y yo habíamos tenido juntos. Aunque solo fue durante unos días, antes de que él me convenciera de que regresara aquí. Estábamos solos él y yo. Sin la manada. Solo nosotros dos y el cielo del desierto.
No le digo que no pasaron inadvertidos. Al menos ella. La avistaron volando. Esa fue la razón de que Will y su familia se trasladaran allí. Mientras la mayoría de la gente interpretaba la visión de un draki como una especie de ave rara o una clase de artefacto —un supuesto ovni—, otros tomaban nota. Los cazadores prestaban atención a esas noticias.
Pero no puedo culparla. Yo comprendo lo que es correr riesgos por alguien a quien amas…, quebrantar normas por estar con alguien a quien amas. Ladeo la cabeza observando a mi madre. Yo siempre había pensado que me parecía a mi padre, pero quizá me parezca a mi madre más de lo que suponía.
—No es culpa tuya —replico, apagando el televisor y arropándola con las mantas que ella había apartado con los pies.
Mi madre se acomoda para dormir sin el menor sonido. Tras un momento observando su figura en penumbra, me meto en la cama a su lado, bajo las frescas y familiares sábanas. Me coloco cerca de ella para poder notar su calor.
Deslizo una mano entre mi mejilla y la almohada, cierro los ojos, y busco la paz que antes encontraba aquí.
Aunque ya hace días que tomé la decisión, me tiembla la mano al firmar la carta. Ya está. A partir de este momento ya no hay vuelta atrás. Después de doblar cuidadosamente el papel, lo dejo sobre la almohada al lado de la primera nota. He pensado que mi madre y Tamra se merecían una carta de despedida cada una.
Uno de los tablones del suelo cruje y me quedo inmóvil durante un segundo, mirando por encima del hombro, temiendo que mi madre haya regresado pronto de trabajar. Me quedo mirando la puerta abierta de mi cuarto y espero unos minutos, pero nada. Ni un sonido. Con un suspiro, devuelvo mi atención a las cartas, esperando que esta constante inquietud, esta sensación de estar siempre vigilada, me abandone en cuanto me haya ido de aquí.
Ambas notas son breves y directas. Les digo a mamá y a Tamra cuánto las quiero, cuánto las echaré de menos. Les pido que no se preocupen por mí, y les digo que estoy persiguiendo mi propia felicidad, y que espero que ellas hagan lo mismo.
Con los ojos ardiendo, paso una mano por las cartas para alisarlas y el papel cruje bajo mis dedos. No especifico adónde voy… ni con quién, pero ellas lo sabrán. Leerán entre líneas, y espero que me comprendan. Me agacho a recoger mi mochila del suelo y, tras lanzar una rápida mirada al cuarto de mi infancia, lo dejo todo atrás.
—¿Adónde vas con tantas prisas? —Durante un momento, considero la idea de fingir que no he oído a Corbin detrás de mí. Últimamente he conseguido esquivarlo—. ¡Jacinda, espera!
Suspirando, me detengo. Al menos debería fingir que estoy intentando integrarme de nuevo en la vida de la manada y hablar con él, en vez de tratar de escapar, como en realidad he hecho, así que me giro hacia Corbin y respondo:
—A casa de Nidia.
—Tamra no está allí. Está practicando en el campo de vuelo. Podemos unirnos a ella.
—No me apetece —contesto, y doy media vuelta en dirección a casa de Nidia. Ya es casi mediodía.
Pero Corbin no se larga, y caigo en que, si no se va, a lo mejor tengo que entrar realmente en casa de Nidia para respaldar mi afirmación. Además, tampoco tengo un plan para burlar al centinela de turno. Simplemente confío en que la solución se presente sola.
—¿Quieres ir al centro recreativo más tarde? —me pregunta Corbin, como si eso fuera posible, como si me hubiera ablandado con él.
—No, gracias.
—Jacinda, ¿cuándo vas a dejar de jugar a hacerte la dura?
Yo sigo andando, y mi irritación queda patente en mis discordantes pisadas.
—Yo no estoy jugando a nada.
—Bueno, al final tendrás que emparejarte con alguien. —Al oír eso, la piel se me tensa con un hormigueo, porque probablemente Corbin tenga razón. La manada no permitirá que siga sin pareja durante muchos años más. Una de dos: o elijo a alguien (con la aprobación de Severin, por supuesto), o me adjudicarán a alguien. Más razones todavía para poner la mayor distancia posible entre la manada y yo—. Cassian no va a…
—No me importa nada Cassian —interrumpo a Corbin, y odio el calor que me sube a la cara ante la evidente mentira.
Cassian ha estado en mi cabeza desde que regresé aquí, justo al lado de Will.
Lo he juzgado mal. Él no me quiere por ser la codiciada piroexhaladora de la manada. No es como siempre había creído. De ser así, querría a Tamra, mi gemela, y ahora una draki que tiene el mismo estatus que yo, si no mayor.
Por imposible que parezca, Cassian me quiere a mí por mí misma.
Esa certeza solo me enfurece, pues mi corazón pertenece a Will. No necesito que Cassian complique las cosas…, haciendo difícil lo que debería ser fácil. ¿Por qué no puede querer a Tamra?
Los pensamientos sobre Will y Cassian se han enredado como cuerdas atadas sin remedio, pero eso toca a su fin hoy. Hoy elijo.
Corbin se detiene. Yo también, y lo miro a la cara con toda la frialdad que siento cuando lo veo.
—Me alegra saber que no te importa Cassian —declara—. Eso significa que nada se interpone en nuestro camino.
—Mira, Corbin, tú y yo no vamos a estar juntos nunca —replico, sacudiendo la cabeza—. Jamás.
—Ya veremos —murmura con una sonrisa ladina, como si supiera algo que yo desconozco. Mira por encima de mi hombro, como si viera algo, y yo sigo su mirada, pero no veo nada—. Saluda a Nidia de mi parte.
Entonces se va, y yo prosigo mi camino, más convencida que nunca de que debo marcharme.
Esta vez, el draki de guardia no es Levin. Desgraciadamente para mí, este parece tomarse muy en serio su tarea…, hasta me observa con mala cara cuando llamo a la puerta de Nidia, buscando con desesperación un plan para burlarlo y reunirme con Will.
Llamo de nuevo. No hay respuesta. Sintiendo la mirada del guardia, vuelvo a la calle como si pensara regresar al centro del pueblo. Solo cuando estoy lo bastante lejos para que no pueda verme, me interno bruscamente en unos arbustos. Con el corazón desbocado, me abro paso a través de la densa vegetación que bordea varias viviendas, dirigiéndome a la parte trasera de la casa de Nidia.
Miro nerviosamente a mi alrededor, me aseguro de que no hay nadie cerca y me quito la ropa a toda prisa. Con una profunda inhalación, me dejo ir.
La familiar presión comienza en mi pecho, un calor retorcido y tenso. Me rodea un aire húmedo que alimenta mi draki.
Mi exterior humano se esfuma, se esconde mientras mi rostro cambia; las mejillas se afilan y se estiran…, transformándose. Mi respiración varía, se torna más profunda, más caliente, conforme se multiplican los puentes de mi nariz. Mis músculos se aflojan, se alargan. Entonces alzo el rostro hacia el cielo, paladeando la sensación del viento húmedo.
Me crecen las alas y suspiro cuando quedan libres, desplegándose con un suave susurro en el aire, disfrutando de la libertad. Mi piel draki reluce; el dorado ardiente refleja la poca luz solar que se cuela entre la niebla de mediodía.
Recojo mi ropa, la meto en la mochila y miro acusadoramente el muro cubierto de hiedra, asqueada ante su contemplación, harta de vivir en una jaula. Tras colgarme la correa de la mochila de un brazo, me preparo.
Con un movimiento fluido, salto, elevándome por encima del muro del pueblo.
Como ya estoy manifestada, no me molesto en aterrizar al otro lado, así que me zambullo en el bosque atravesando el aire, zigzagueando entre los árboles. No voy demasiado lejos, justo lo suficiente para dejar atrás a la manada.
Luego, con un resoplido exultante, bajo al suelo, deleitándome en la extensión de mis alas, que se abren como dos grandes velas tras de mí. Me acuclillo detrás de un árbol grande y me desmanifiesto. Mis alas se repliegan y las animo a desaparecer entre mis omóplatos.
Respiro entrecortadamente. No es por agotamiento, pues estoy hecha para mucho más esfuerzo: esto es todo adrenalina. El miedo y la emoción corren por mis venas borboteando.
Me visto deprisa, poniéndome los pantalones cortos torpemente, y mientras tanto aguzo el oído por si capto una alarma lejana…, cualquier señal de que me hayan visto saliendo del pueblo, aunque sin resultado.
Al cabo de unos momentos, mi respiración se normaliza. Lo he hecho. Me he escapado sin que lo noten.
Me cuelgo la mochila de un hombro, salgo de mi escondrijo y me encamino al claro, hacia Will.