14
Giro en redondo, y mis ojos se clavan en los de mi hermana. Está roja; sus mejillas exhiben un color encarnado que parece casi obsceno en su piel de alabastro.
Mi piel se queda helada y luego arde.
—Tamra…
Apenas me oigo pronunciar su nombre; solo noto cómo me sube por la garganta con un doloroso quejido.
Sus ojos claros como la escarcha van de mí a Cassian una y otra vez.
—¿Qué? —me espeta desafiante, con una voz dura y cruel que no casa nada con su aspecto: conmocionado y frágil, y con una palidez más sobrenatural que de costumbre—. ¿Qué es? ¿Qué demonios tiene ella de especial? —Solo mira a Cassian al preguntar eso—. ¡Dímelo!
—Nada —empiezo yo—. Nada, Tam…
Ella se vuelve hacia mí.
—¡Estoy hablando con Cassian, Jacinda! —Y se gira de nuevo hacia él—. Hablo en serio, quiero saberlo de verdad. ¡Las dos tenemos la misma cara! —Escupe esas palabras con un gruñido—. Bueno, casi. —Se aparta un mechón de pelo plateado y añade—: Y ahora yo no soy solo una auténtica draki, sino que también tengo un talento que rivaliza con el de Jacinda. Entonces, ¿qué es lo que pasa?
Su mirada clara centellea con vehemencia mientras observa el rostro de Cassian, desesperada y ávida por una respuesta.
Él permanece mudo un largo momento. Yo sufro en silencio, esperando que le diga a mi hermana que no hay nada especial en mí, que solo sigue buscándome por la fuerza de la costumbre.
Tamra sacude la cabeza lentamente.
—Dime solo una cosa. —Hace la siguiente pregunta en un débil susurro que me encoge dolorosamente el corazón—. ¿Por qué yo no?
Cassian contesta por fin, en voz baja y angustiada.
—No lo sé. Lo he intentado… desde que regresamos. Lo he intentado… Pero es que tú no eres ella.
Sus palabras hacen algo en mi interior que ojalá no hubieran hecho. Durante un momento, dejo que su calidez envuelva mi corazón. Me permito creer que soy especial para Cassian, que soy algo más que la piroexhaladora a la que le enseñaron a preferir.
Parece como si a Tamra le hubieran dado una bofetada. Leves ronchas rojas manchan la pálida curva de su garganta.
—¿Ah, sí? Qué pena que Jacinda no sienta lo mismo. Jamás serás tú, ¿sabes? Para ella, no. Piensa en eso, Cassian. Cuando esté contigo, estará añorándolo a él.
Y luego se marcha, saliendo por la puerta a toda prisa.
Yo me quedo mirando el lugar que ocupaba hace un instante.
—¿Por qué has hecho eso? —le pregunto a Cassian.
—¿Te refieres a decirle la verdad?
—¿La verdad? Yo pensaba que vosotros dos…
—No —contesta Cassian sin más, rotundamente, sacudiendo su oscura cabeza—. Lo he intentado…, pero no puedo.
Cierro los ojos un largo y doloroso momento y luego los abro para mirarlo a la cara.
—Tamra tiene razón. Siempre estará Will.
—No —replica con irritante seguridad—. Él fue tu escapatoria. Pero cuando dejes de huir, te darás cuenta de que es conmigo con quien tienes que estar. Puede que antes lo dudara, pero desde que me besaste en la atalaya…
—Eso fue un error —lo interrumpo con voz cortante—. Una gran equivocación.
—Quizá el error sea Will. —Yo retrocedo al oír eso—. Supongamos por un momento que tuvieses a tu adorado Will. Que hubieras renunciado a tu manada, tu familia, tu vida, para estar con él. ¿No crees que un día te despertarías, lo mirarías y comprenderías que no es más que un cazador con sangre en las manos? Un cazador con sangre robada en las venas.
Yo niego con la cabeza.
—¡No! No quiero oír eso…
—Porque es cierto. ¿Crees que podrías vivir con eso? Cuando la fantasía se diluya, cuando la primera emoción por estar con él se desvanezca…, comprenderás por qué él es un error para ti.
—Ni siquiera sé por qué estamos hablando de esto. No voy a volver a verlo nunca más —digo, con voz temblorosa por la mentira.
Cassian me mira tan fijamente que temo que detecte mi engaño.
—Ya no quiero más malentendidos entre nosotros —declara con firmeza.
—Yo comprendo la situación perfectamente. Nosotros dos nunca vamos a estar juntos —afirmo, señalando la puerta—. En realidad, deberías ir tras Tamra. Está dolida.
—Y yo lo lamento —dice, tomando aire, elevando mucho su ancho pecho—, pero no lamento lo nuestro.
—Lo nuestro no existe —siseo, cerrando las manos en puños.
Cassian va hacia la puerta con pasos lentos y relajados.
—Puedo ser paciente. Tenemos tiempo —replica, y luego se va, dejando la puerta abierta tras él.
Tiempo es lo último que tenemos. Pronto me reuniré con Will. Y me marcharé con él. Tomo esa decisión con una claridad cegadora. Cualquier duda que tuviese al respecto ha desaparecido por completo.
Al terminar mi turno al día siguiente, me encamino a casa de Az, en el extremo opuesto del pueblo. Tengo que verla. Tengo que aclarar las cosas con ella antes de marcharme. Todo lo que pueda, por lo menos.
Ella me abre la puerta. Arqueando una ceja, se queda mirándome largo rato antes de indicarme que pase con un elegante ademán de la mano.
Sube las escaleras hacia su dormitorio sin hacer ruido, mientras su largo cabello con mechas azules ondea fluidamente a su espalda.
Aún al pie de las escaleras, me retiene su madre al salir de la cocina.
—¡Jacinda! —Sobha me da un fuerte abrazo. Yo no se lo devuelvo enseguida, demasiado sorprendida. Había olvidado lo agradable que es sentir la calidez de otro miembro de la manada—. Ya era hora de que vinieras a vernos. Recuerdo cuando te teníamos aquí prácticamente una tarde tras otra.
Yo también recuerdo esos días. Después de que me manifestara y Tamra no lo hiciese, mi amistad con Az se volvió mucho más estrecha. Éramos inseparables.
—Mamá… —la llama Az desde arriba.
—Oh, no te entretengo —me dice, dándome unas cariñosas palmaditas en el hombro—. Anda, sube.
La habitación de Az es igualita a como la recordaba. Vivos rosas y azules, pósters del océano… Me acerco a una imagen de la playa de Carmel. De pequeñas, hablábamos de hacer juntas nuestro viaje al mundo humano e ir allí. Entonces yo pensaba que la manada me permitiría hacerlo, pero ahora creo que siempre ha sido improbable. Me consideraban demasiado valiosa para arriesgarse a perderme, y todos saben que algunos drakis no han regresado nunca de sus viajes.
Sin embargo, soñábamos, creyendo que tendríamos esa oportunidad al cumplir dieciocho años. Entonces sería nuestro turno. Como muchos drakis antes, nos aventuraríamos en el exterior para vivir un año entre humanos, aprendiendo las costumbres de su mundo antes de regresar con la manada.
Sonriendo, deslizo la palma por el reluciente y frío papel. La playa flanqueada por una colina verde parece algo sacado de un folleto de un viaje por Italia. Puede que Az todavía tenga la ocasión de nadar bajo esas cerúleas aguas azules en plena manifestación. Aunque lo hará sin mí.
Me dejo caer en su cama y, del montón que hay en la cabecera, tomo un peludo cojín en forma de corazón. Lo aprieto contra mi pecho.
—He echado de menos esta habitación.
Ella se planta ante la ventana, en una postura rígida, con los delgados brazos cruzados sobre el pecho.
—Ah, ¿sí? —responde malhumorada—. No me lo habría imaginado.
—Y te he echado de menos a ti —añado, decidida a ir al grano. No me queda mucho tiempo.
—Tienes una curiosa forma de demostrarlo. Te largaste y…
—Yo no elegí marcharme —la corrijo, pero ella no me hace ni caso y sigue hablando.
—Y te enamoraste de un humano. Te manifestaste delante de él. —Se lleva una mano al corazón—. No puedo creer que nos pusieras a todos en peligro de esa manera. La Jacinda que yo conozco nunca habría…
—La Jacinda que tú conoces no podía quedarse viendo cómo él se moría. —Me duelen los dedos al aferrar el cojín—. No si podía hacer algo. Se cayó por un precipicio, Az. No había tiempo para pensar. Me limité a actuar.
La miro sin pestañear, suplicante, deseando que me comprenda, y ella me examina un largo momento antes de preguntar:
—¿Te habrías quedado allí si Cassian no hubiera ido a por ti?
Su voz ya no suena enfadada, solo dolida, y me dan ganas de mentir. Quiero evitarle cualquier dolor, pero ya he mentido suficiente últimamente.
—Sí. Creo que me habría quedado.
Al cabo de un instante, Az sacude la cabeza. Con un sonoro suspiro, se deja caer en la cama a mi lado y me da un empujón en broma.
—Espero que por lo menos estuviera bueno.
Me brota una sonrisa. Esta es la Az divertida y singular que adoro y recuerdo. Luego se me borra la sonrisa y la miro fijamente, deseando que ella no olvide jamás este momento, estas palabras:
—Él es realmente especial, Az. El día que tú y yo nos escabullimos del pueblo y los cazadores nos persiguieron, él me vio y me dejó marchar. Él es la razón de que escapara. Yo le importo. No por lo que soy. —Suelto una carcajada ronca—. Nunca he podido decir eso de ningún otro chico.
Aunque, últimamente, la forma en que me mira Cassian… No. Rechazo ese pensamiento. Voy a marcharme con Will.
Az se mira las manos y asiente despacio.
—Supongo que eso puedo entenderlo.
—Te necesito —susurro con vehemencia—. De verdad que te necesito.
Ella levanta la mirada hasta la mía y leo una pregunta silenciosa en sus ojos. Una pregunta que no voy a responder. Cuando vengan a interrogarla, quiero que los mire a la cara y les diga con total sinceridad que no sabía nada de mis planes.
—Yo también —admite al final.
Entonces no puedo reprimirme y la estrecho en un fuerte abrazo. Estrujándola, digo:
—Gracias.
Se me estrangula la voz, y ella me pasa la mano por el pelo.
—Eh. No pasa nada. Ya no estoy enfadada. ¿Cuándo he podido estar enfadada contigo? Creo que esto ha sido todo un récord.
Me echo a reír, y el sonido se transforma en un hipido lacrimoso.
—Recuérdalo la próxima vez que te toque las narices.
—¿Ya estás planeando una próxima vez? —bromea ella.
Algo se tensa en mi pecho.
—Por si acaso —replico, esquivando la pregunta.
—Ay, Jacinda… —Az mueve la cabeza mirándome—. No hay que verlo todo tan negro. No te preocupes por lo que ni siquiera ha sucedido. Limítate a vivir el momento.
Yo sorbo por la nariz.
—De acuerdo —digo, paseando la mirada por la habitación, y la tensión de mi pecho se relaja al encontrar en su escritorio lo que estaba buscando—. Y ahora, ¿te apetece una partida de cartas?
Me quedo en casa de Az hasta que su madre viene a advertirme que faltan veinte minutos para el toque de queda. Tras una despedida apresurada y la promesa de volver mañana a verla, me marcho, con el corazón más ligero por haber arreglado las cosas con mi amiga. Cuando oiga que me he ido, espero que se acuerde de esta tarde y lo comprenda.
Ya en casa, recorro el pasillo con ganas de darme una ducha. Chocar con mi hermana mientras sale de su dormitorio es lo último que me esperaba.
—Tamra, no sabía que ibas a venir por aquí.
Su rostro es totalmente inexpresivo, y me recuerda tanto a cuando éramos pequeñas (siempre que se enfadaba conmigo intentaba parecer muy seria), que tengo que contener una sonrisa.
—Esta sigue siendo mi casa, Jacinda. Crecí aquí.
—Por supuesto.
Un incómodo silencio se extiende entre nosotras, plantadas en el reducido espacio del pasillo. Finalmente Tamra lo rompe señalando la puerta de su cuarto.
—Necesitaba recoger unas cosas.
Yo asiento, pues no tengo nada que decir…, o tengo todo que decir. Y, aun así, las palabras me fallan.
Tamra se mueve para seguir adelante y yo la observo con el corazón en la garganta, pensando en la espantosa escena que hemos vivido con Cassian. Y eso solo me confirma que abandonar a Tamra podría ser lo mejor para ella, eso podría darle lo que necesita. Una vida en la que pueda brillar con su propia luz, sin tener que compartirla conmigo.
Entonces da media vuelta, como si de pronto hubiera recordado algo.
—He ido a ver a mamá. ¿Qué le ocurre? No parece estar muy bien.
—No lo está —respondo con toda naturalidad antes de pensar en edulcorar la verdad. Cuando me marche, será mejor que Tamra sepa lo que sucede con nuestra madre. Mamá la necesitará. Se necesitarán mutuamente—. Le están dando turnos muy largos. Supongo que como castigo.
—No lo sabía —contesta mi hermana con voz débil.
—Quizá tú tengas ahora cierta influencia. A lo mejor consigues que le reduzcan un poco el trabajo.
—Lo intentaré —replica, asintiendo.
—Y está bebiendo demasiado. Se trae vino verda de la clínica…
—Eso no parece propio de ella…
No me gusta la acusación que percibo en su voz, como si yo estuviera mintiendo o como si fuera la culpable de que nuestra madre halle consuelo en la botella.
—Estoy intentando que, por lo menos, coma algo, pero las últimas semanas han sido muy duras para ella —le explico—. Está deprimida.
—¿Por qué no me has contado nada de esto?
—Tú no has preguntado.
Tamra parpadea, y sé que le he hecho daño. Quizá injustamente. Después de todo, ella no ha pedido todo lo que le ha pasado. Ella no ha pedido instalarse en casa de Nidia y dejar sola a mamá. Ella solo está tratando de sobrellevar esta situación. Igual que yo.
—Mira, no te olvides de mamá, solo eso. Ella te necesita —le digo, y añado para mis adentros: «Porque yo no estaré aquí». Mi hermana me mira con curiosidad antes de asentir lentamente y luego se dirige hacia la puerta. Cuando posa la mano en el pomo, me oigo a mí misma mascullar—: Lo siento, Tamra.
Ella me mira por encima del hombro y, con un simple vistazo a sus ojos, sé que comprende de qué estoy hablando. Ese tema ha estado entre las dos desde el instante en que he llegado a casa: Cassian.
—¿Por qué? ¿Por ser lo que él quiere?
—No lo soy —aseguro—. Pero él no lo sabe.
—Y nunca lo sabrá —afirma, con un tono de voz que no transmite enfado, solo cansancio, como si estuviera vencida.
En ese momento me recuerda un poco a mamá últimamente. De nuevo, no puedo evitar preguntarme si mi marcha no será lo mejor para ellas. Tenerme cerca no les ha hecho la vida más fácil a ninguna de las dos.
—Buenas noches, Tam —replico, aunque lo que oigo es «adiós». Pronto me marcharé.
—Buenas noches, Jace —dice, y con un gesto de la cabeza, mi hermana sale de casa.