13

Estoy agazapada justo en el exterior del pueblo, escondida entre la alta hierba estival, templando mis nervios mientras observo al draki solitario que monta guardia en la entrada. Cassian lo ha distraído antes para que yo pudiera escaparme.

Me mordisqueo el borde del pulgar, pensando en lo que me ha dicho Cassian sobre volver a entrar: «No será un problema. El centinela no querrá que la manada sepa que ha permitido que salieras sin su conocimiento».

Con la esperanza de que Cassian tenga razón, me incorporo y echo a andar con pasos seguros hacia la entrada en forma de arco. Aunque no siento una seguridad del cien por cien, al menos se me da bien fingirlo.

—Hola, Levin —saludo al guardia con voz despreocupada y natural—. ¿Cómo te va?

Levin se cuadra de golpe al oír mi voz, y los ojos, de un aguamarina vibrante, se le salen de las órbitas.

—¡Jacinda! ¿Qué estás…? —Su brillante mirada se vuelve hacia atrás con culpabilidad, como si Severin en persona estuviera allí para presenciar su fallo. En voz mucho más baja, tartamudea—: ¿Qué e-estabas haciendo fuera del pueblo?

Yo hundo más las manos en los bolsillos de mis vaqueros cortos.

—Solo estaba dando un paseo. —Me balanceo sobre los talones—. Al igual que tú hace un rato, ¿no? Cuando se suponía que tenías que estar de guardia…

Incluso en la oscuridad, con la húmeda niebla enroscándose a nuestro alrededor en zarcillos juguetones, distingo el rubor que le sube a la cara.

—Hum…, sí.

—Mira, no es nada del otro mundo. —Me encojo de hombros—. O sea, que yo no voy a decir ni una palabra… —añado, dejando que mi voz se desvanezca para que la insinuación quede clara.

—No —se apresura a coincidir Levin—. Yo tampoco. Vete —me ordena, y señala a su espalda—. Venga.

Sonriendo, paso junto a él.

—Gracias.

Cerca de la casa de Nidia, vacilo y se me borra la sonrisa. Las ventanas están a oscuras. Probablemente Nidia y Tamra estarán exhaustas, inconscientes casi tras sus esfuerzos por borrar la memoria de Will.

Miro hacia el cielo e imagino a mi hermana tal y como la he visto, atravesando la sólida noche, eufórica por lo que, para ella, todavía es tan nuevo y maravilloso.

Entonces un sonido quiebra la misteriosa quietud nocturna. La gravilla cruje bajo las pisadas de alguien. El pulso me brinca en el cuello. Hago una pausa, pensando al principio que Levin ha cambiado de idea y me ha seguido, resuelto a delatarme.

Pintándome una sonrisa en los labios, me doy la vuelta, lista para convencerlo otra vez de que olvide que me he escabullido del pueblo.

Pero él no está aquí.

Aguzando la vista, vislumbro la borrosa figura de Levin en la distancia, montando guardia. Giro en círculo, inspeccionando atentamente las volutas grises de niebla que me rodean como una marea interminable. El vapor se pega a mi piel en una fina capa de humedad.

Pero aquí no hay nadie.

El viento cambia y la neblina se desplaza en el sentido contrario. Los jirones que me enmarcan el rostro se mueven y me hacen cosquillas.

«Crac».

Esperando ver por fin a alguien, me vuelvo rápidamente hacia donde ha sonado la ramita rota; largos mechones de pelo me golpean la cara.

—¡Hola! —Mi voz resuena en la noche—. ¿Quién está ahí?

Observando ceñuda un aire que se estremece como el humo, aguardo a que aparezca un miembro de la patrulla, pero no aparece nadie. El calor aumenta bajo mi piel, cada vez más tirante, impulsado por el instinto de pelear o huir. Una patrulla no ocultaría su presencia.

Aun así, la sensación de que no estoy sola persiste.

Me llevo las manos a los brazos y me los froto, para luego dar media vuelta de nuevo y proseguir mi camino, atravesando deprisa la niebla nocturna, impaciente por llegar a casa.

Estoy casi en el centro del pueblo cuando una voz se abre paso entre el sonido de mis pisadas.

—Hola.

Me detengo bruscamente, me giro, y veo cómo surge Cassian de entre la bruma.

—¿Has estado siguiéndome todo el tiempo? —exijo saber—. ¿Por qué no has dicho algo?

—¿Qué? —Cassian frunce el entrecejo—. No. He estado esperándote aquí. —Yo lo miro con desconfianza y luego lanzo otra mirada por encima del hombro, como si fuera a encontrar a alguien acechando y espiándome. Me vuelvo de nuevo hacia Cassian cuando él me pregunta—: ¿Lo has hecho? ¿Le has dicho que no regrese nunca más?

—Sí. Se lo he dicho. —Así es. Al menos al principio.

Bajo la mirada y continúo andando, con los brazos cruzados.

Cassian camina a mi lado.

—¿Te encuentras bien? —me pregunta.

—Lo estaré —contesto, sacudiendo la cabeza—. Hoy ha sido… un día cargado.

—Lo sé. —Cassian se para y me pone las manos en los hombros—. Has hecho lo correcto.

«Lo correcto». Yo ya no sé qué es eso. Se me forma un nudo en la garganta. No puedo hablar, no puedo articular una nueva mentira, así que me limito a asentir nerviosamente. Me zafo de sus manos y sigo andando, ansiosa por alejarme de él. Su presencia me confunde…, me llena de culpabilidad. Por el beso. Por las mentiras que le he dicho esta noche. Por la posibilidad de abandonar la manada para siempre y traicionar su confianza en mí.

Cassian avanza a mi ritmo y yo lo miro de soslayo, pues ahora mismo deseo desesperadamente estar sola.

Él parece comprenderlo.

—Te acompañaré a tu casa para que no den parte si nos paran. Puedo decirles que te he llevado a ver cómo estaba Tamra o algo así.

Al oír esas palabras, sé cómo sería mi vida si me quedara aquí. No sería una mala vida. Cassian sería siempre mi amigo, tendría su apoyo y me ayudaría a recuperar la aceptación de la manada. Y, finalmente, yo haría mi parte… si pudiera.

Si pudiera olvidar a Will.

Si pudiera disimular que por dentro estoy destrozada… Todo está en mis manos.

Me paso los dedos por los labios, donde todavía puedo sentir a Will. De algún modo, creo que nunca podré olvidarlo. En estas últimas semanas había llegado a convencerme de que podía dejarlo atrás…, de que lo había hecho. Esta noche, sin embargo, me ha demostrado que no es verdad. Will siempre ha estado aquí, y siempre lo estará.

Unos días más tarde estoy ante el dormitorio de mi madre, llamando suavemente a la puerta.

—Mamá…

A través de la puerta se oye el leve sonido de su televisor. Su turno ha terminado hace horas, así que sé que ya lleva un rato en casa. Es probable que tenga hambre, pero no he visto platos en el fregadero.

Llamo de nuevo, abro la puerta y entro en la habitación en penumbra. Mi madre está echada en la cama vestida con el albornoz, con los ojos clavados en el televisor. Me sorprende la cama deshecha. Mi madre siempre la hace. Nunca la había visto deshecha a una hora tan tardía.

Sobre la mesilla hay un vaso de vino verda medio lleno. Junto al vaso está la botella. Últimamente, el vino es lo único que la sustenta. Y no se puede decir que eso suponga mucho sustento. Me pregunto por qué no le han impedido que se traiga tanto a casa de la clínica. El vino se usa principalmente con propósitos curativos, no para consumo libre.

—Hola, mamá.

Ella despega la mirada de una serie que están reponiendo.

—Hola, Jace. ¿Has tenido un buen día? —me pregunta con ojos apagados e inermes.

La pregunta es pura rutina, algo que decir.

¿Y qué debería responder yo a una madre que está desaparecida? ¿Hay algo que pueda decir, o hacer, para que vuelva a mí?

—Sí, bueno. —Me aclaro la garganta, decidida a hacer todo lo posible para revivirla. ¿Cómo voy a dejarla así? Si me escapo con Will, ¿quién va a cuidar de ella?—. Esta noche van a jugar al jako en el centro recreativo. El campeonato quedó interrumpido hace unos días. He pensado que a lo mejor te apetecía ir verlo…, o incluso jugar.

—No —contesta rápidamente—. No me apetece estar rodeada de una multitud.

«Por supuesto —pienso—. Lo único que haces es acudir al trabajo, visitar de vez en cuando a Tamra y dormirte bebiendo todas las noches. Alternar con la manada que te ha arrebatado a tus hijas no es tu idea de pasar un buen rato».

—Bueno, podemos tener una velada de chicas en casa —sugiero—. ¿Qué te parece si preparo la cena?

Su mirada se desliza sobre mí, y me pregunto si será consciente de que no ha cocinado nada en una semana.

—Claro —murmura, pero lo dice a la fuerza, reacia, y lo sé: no quiere compañía; ni siquiera la mía.

Con una sonrisa forzada, finjo no haber notado su reticencia.

—Genial. Te avisaré cuando la cena esté lista.

Cierro delicadamente la puerta a mi espalda y me dirijo a la cocina.

Mientras lleno una cazuela de agua, oigo un ruido. Uno de los tablones del suelo ha crujido.

Me giro enseguida.

—¿Mamá? —Nada. Luego vuelvo a oírlo, otro crujido en el suelo de madera. Doy unos pasos hasta el cuarto de estar—. ¿Hola?

Espero varios segundos, observando la estancia vacía. Al cabo, regreso a la cocina sacudiendo la cabeza y frotándome la nuca, donde noto un hormigueo. No es la primera vez que me ha parecido oír a alguien en casa. Suspiro, diciéndome que no es de extrañar que esté tan nerviosa con todo lo que ha sucedido en los dos últimos meses.

Mis pensamientos vuelven a mi madre, y en mi interior bulle la rabia ante su total falta de interés en… todo. Se me pasa por la cabeza la insolente idea de no molestarme siquiera en avisarla cuando la cena esté lista, pero luego la rabia remite y solo me siento triste, porque, si lo hiciera así, a mi madre ni siquiera le importaría.

Mi madre ha desaparecido. La que está en ese dormitorio no es ella. Es su fantasma. Y yo sé que, por lo menos, debo intentar que vuelva conmigo. Sé que no puedo plantearme la idea de huir hasta que lo consiga.

Veo a Az por la ventana del salón. Solo la he visto en la escuela, y normalmente está acompañada. Me invade la necesidad de hablar con ella a solas, antes de que vuelva a ver a Will y quizá abandone la manada para siempre.

Cojo mis zapatillas, me siento en el sofá y me ato los cordones, decidida a salvar la distancia que hay entre nosotras. La echo de menos, y quiero que las cosas vayan bien.

La llamada en la puerta hace que me dé un vuelco el corazón. Az. Parece que no voy a tener que perseguirla calle abajo. Ha venido a mi casa.

Preparada para arrastrarme por el suelo, abro deprisa la puerta, esperando que los sentimientos de Az hacia mí hayan cambiado y que esté aquí por esa razón. Al fin y al cabo, ya habíamos tenido nuestras peleas, pero ninguna como esta. Az no puede estar enfadada conmigo eternamente.

Solo que no es Az quien está en el porche delantero de mi casa.

—Jacinda.

Cassian alza una comisura de la boca al pronunciar mi nombre. Es una de esas escasas sonrisas suyas, y me afecta de un modo que no debería. Nerviosa, cambio el peso de un pie a otro. No quiero esto. No quiero a Cassian. Quizá, si mi hermana no estuviera absolutamente enamorada de él… Puede que antes de que Will volviera, yo fuese lo bastante débil para aceptar a Cassian y sus medias sonrisas, pero ahora no. Ahora quiero más.

Quiero a Will.

Sacudo la cabeza mientras Cassian entra en mi casa. Ya no hay manera de poder hablar a solas con Az. Me asomo por la puerta y la veo, pequeña en la distancia. Tras cerrar la puerta, me cruzo de brazos y me giro hacia Cassian.

Su sombra se proyecta sobre mí, invasora, cercana. Yo estoy clavada al suelo. A pesar de todo, soy incapaz de moverme.

—¿Qué quieres? —le pregunto.

Él no habla. Se limita a quedarse plantado junto a mí, mientras sus ojos me examinan, ahondando tan profundamente en mi interior que me inducen a pensar que me ve, que ve mi yo real debajo de todo lo demás. Debajo de la chica. Debajo de la draki. Más allá de la carne, los huesos y el fuego. Pero si me viera en realidad, entonces sabría que no pude decirle adiós a Will. Sabría que le he mentido. Sabría que me cuesta mirarlo a la cara, pues mi engaño es algo desagradable que surge entre nosotros.

Mi mirada se detiene en su boca, en los labios que besaron los míos. Mis ojos se demoran ahí, hasta que se me contrae el pecho, estrangulándome la respiración. Cassian levanta una mano y yo me estremezco.

Sintiéndome ridícula, aguanto el tipo mientras él me acaricia la mejilla con el pulgar.

—¿Qué estás haciendo? —susurro.

—Tocarte.

Las yemas de sus dedos se deslizan por mi mandíbula, sobre mi labio inferior, suavemente, con mimo, y yo sé qué es lo que quiere. Lo noto en su contacto. Lo veo en los ojos oscuros que me devoran. Cassian repite mi nombre en voz baja.

Durante un segundo, me acerco a él y luego me alejo de un salto.

No es una repentina oleada de conciencia lo que nos separa.

Es un grito ahogado. Y entonces sé que no estamos solos.