12
Durante un momento, proceso lo que dice Will. Dejo que la esperanza se abra camino hasta mi desbocado corazón. Will y yo. Y nada más.
—¿Cómo? ¿Adónde iríamos?
—A cualquier parte.
Se me cae el alma a los pies. Pensaba que a lo mejor Will tenía un plan de verdad. Pensaba que podía haber una posibilidad.
—No es más que un sueño, Will. —Le acaricio una mejilla—. Un hermoso sueño.
Él se separa de mi contacto, como reacio a aceptar mi consuelo si viene precedido de un rechazo.
—No tiene por qué serlo. Puede ser real, Jacinda. Ven conmigo. Haz que sea real.
Mi frustración aumenta conforme él alimenta mis esperanzas.
—¿Cómo? —exijo saber—. ¿Cómo viviríamos? ¿Adónde iríamos?
—A casa de mi abuela. Ella nos ayudaría, nos alojaría durante un tiempo.
Yo pestañeo.
—¿Tu abuela?
Esta es la primera vez que oigo hablar de una abuela, pero es que Will y yo todavía no sabemos demasiado el uno del otro. Sabemos lo más grande. Los secretos. Lo secundario se quedó perdido en medio de lo principal, y me duele el corazón al pensar en todas las pequeñas cosas que están esperando ser descubiertas…, en caso de que estuviéramos juntos, claro. Si tuviésemos tiempo, la oportunidad…, viviríamos unas vidas normales y sin complicaciones.
—No nos quedaríamos con ella para siempre —continúa Will—. Mi padre acabaría suponiendo adónde me habría ido e iría a buscarme, pero mi abuela nos daría dinero para empezar por nuestra cuenta…
Yo sacudo la cabeza, intentando todavía asimilar lo que Will dice.
—¿Y por qué ella habría de ayudarnos sin contárselo a tu padre?
—Es mi abuela materna, y no se puede decir que le tenga mucho aprecio a mi padre. Después de que mi madre muriera, mi padre nunca permitió que mi abuela me viese. Decía que era demasiado entrometida. Y cuando caí enfermo… —Su expresión se tensa—. Bueno, él no la dejó acercarse.
Oigo lo que no está diciendo. Su padre no quería que su suegra estuviera rondando mientras él le infundía sangre draki a su hijo.
Siento una punzada de dolor al pensar en cómo debió de necesitar Will a su abuela mientras crecía, pues era su conexión con la madre que había perdido. Y luego, cuando enfermó, lo único que tenía era a su padre, que no es exactamente un tipo afectuoso y cálido. Me imagino el rostro de Will cuando era un niño, y algo se quiebra dentro de mí.
Esa soledad que hay en él me habla, encuentra un lugar en mi interior que refleja sus mismas heridas.
—No vive demasiado lejos… —continúa Will—, en la costa central de California.
—No puedo… —digo, pero esa palabra se me queda atascada, y tiene un sabor asqueroso.
—Quieres decir que no vas a hacerlo —me acusa él—. ¿Es por Cassian? ¿Vosotros dos habéis…?
—No —le espeto—. No se trata de eso, Will. Cassian ha sido un buen amigo cuando, ahora mismo, tengo muy pocos.
—Un amigo. Claro. Estoy seguro de que eso es lo único que quiere de ti.
—Bueno, es lo único que quiero yo.
Me arde el rostro al recordar el beso. Un beso que fue un lapsus momentáneo por mi parte; una traición a todos, en realidad. A Will. A Tamra. Incluso a Cassian. Incluso a mí misma.
Will inclina la cabeza hasta que nuestras frentes se tocan.
—De modo que tú no quieres nada con Cassian… y, aun así, ¿quieres que yo desaparezca de tu vida sin más? —susurra.
Esta vez solo puedo asentir contra él. Me duele demasiado articular una mentira. Estando con Will, en estos precisos momentos, me siento más viva de lo que me he sentido desde que regresé aquí. Desde que me engañé a mí misma pensando que podría olvidarme de él.
Como si percibiera mi debilidad, Will desliza las manos por mis mejillas y hunde profundamente sus dedos en mi pelo, jugueteando dulcemente con las ondas.
—¿Estás preparada para renunciar a lo nuestro? ¿De verdad quieres que baje esta montaña y no vuelva jamás por aquí? ¿Quieres que te olvide? —Al oír la aspereza tajante de su voz, con el panorama que dibujan sus palabras, me echo a temblar. «No. No, no quiero eso. Pero tiene que ser así…»—. Responde, Jacinda. Dime todo eso y me iré. ¿Es eso lo que deseas? ¿No verme nunca más?
Un sollozo se me estrangula en la garganta, contradiciendo mi resolución.
—No. No.
Y entonces Will me besa. Es un beso profundo y ávido. Sus manos se hunden en mi pelo. Sus labios están frescos, y contrastan con mi calor perpetuo. Este hierve a fuego lento en mi interior, y yo me contengo permaneciendo absolutamente inmóvil. Las sensaciones me arrollan. Will despierta todo lo que he intentado reprimir con todas mis fuerzas, y reacciono, devolviéndole el beso con el mismo fervor, como un animal hambriento. Hambriento de él.
Me atraviesa una convicción repentina, y su total certeza resulta casi aterradora.
«No puedo renunciar a Will».
Will es la otra parte de mí. Él entiende lo que se siente al estar separado de todo y de todos, al rechazar el camino que los otros trazan para ti. Somos iguales. Dos caras de la misma moneda.
Entonces Will se separa para tomar el aire suficiente para susurrarme al oído:
—Encontraremos una solución.
Me estremezco de arriba abajo. Will me besa en la oreja, y entonces me aferro a él mientras el fuego arde en mi pecho y se me atasca en la garganta. Will me rodea con un brazo para sujetarme e impedir que caiga.
En la oscuridad, los colores giran y danzan ante mí mientras soy arrastrada por la marea de Will…, perdida en la magia de su boca y sus manos sobre mí.
—Tamra… —digo con voz ahogada, pensando en mi hermana, en nuestra nueva intimidad—. No sé si puedo abandonarla.
Entonces, algo dentro de mí gira, se abre como una cerradura, pues comprendo que Tamra no me necesita. Tiene un lugar entre los de su especie. Tiene a Cassian. Y puede que, si yo me marcho, Cassian termine viendo lo que hay en ella. Quizá deba irme para que ellos tengan su oportunidad.
Mi madre, sin embargo, es un asunto diferente. Es cierto que le alegraría que yo escapara de la manada, puede que incluso quisiera irse conmigo, pero ¿podría yo hacer semejante cosa? ¿Podría pedirle que escogiera entre Tamra y yo? ¿O es solo que me da miedo averiguar que no me elegiría a mí?
—Jacinda —Will suspira cálidamente contra mi mejilla, como si pudiera leerme el pensamiento—, tú solo piénsatelo. Es lo único que te pido…
Por ahora. No lo dice, pero lo oigo. Él no va a renunciar a mí. Quiere que estemos juntos. No importa cuánto intente yo alejarlo.
En mi interior arde la euforia. Me recreo en ella y asiento lentamente.
—Necesito un poco de tiempo.
—Reunámonos aquí de nuevo. Dentro de dos semanas.
Se me corta la respiración. ¡Dos semanas! Es mucho tiempo. Y luego recuerdo que Will necesita hacer muchas maniobras para viajar hasta aquí. No le resultará sencillo alejarse de su familia sin alertarlos de lo que está haciendo.
Sin embargo, me siento abatida por tener que separarme de nuevo de él. Dos semanas se me antojan toda una vida. Trago saliva a duras penas, y agarro con más fuerza su camisa, despegándola de su cálido pecho.
Él mira a nuestro alrededor, al pequeño claro en penumbra en el que estamos.
—En este mismo sitio, ¿de acuerdo?
Es una solución. De momento. Todavía no hay que tomar decisiones, pero la promesa de volver a ver a Will está ahí. Tendré esto de nuevo: sus manos en mi cara, su sabor en mis labios.
Es suficiente. Suficiente para seguir adelante dos semanas más.
—De acuerdo —accedo temblorosa, sin querer revelar cuánto deseo que no se vaya.
Si Will descubre mi debilidad, intentará convencerme de que me marche con él en este mismo instante. Y no puedo hacerlo, por mucho que me tiente.
—Entonces, quedamos así.
Percibo la seguridad de su voz. Will cree que la próxima vez que me reúna con él, será para que huyamos juntos.
Y puede que sea así.
—A mediodía —digo yo.
Será más arriesgado escabullirse durante el día, pero al menos veré cómo sus destellantes ojos pasan del dorado al verde y al marrón. Veré el castaño bruñido de su cabello. Anhelo todo eso.
—Aquí estaré.
—Yo también.
De algún modo. Nada podrá retenerme. Y quizá esa sea la respuesta a la decisión que al final tendré que tomar.
Si no soporto vivir sin Will, ¿qué opciones hay?